Así como el señalamiento contra personas contaminadoras del medio ambiente ha motivado y dado un sentido de la vida a muchos ecologistas, el señalamiento contra personas discriminadoras ha dado un sentido de la vida a los promotores del igualitarismo y de la anti-discriminación. Mientras el ecologista adopta una postura de superioridad moral convirtiéndose en juez del resto de la humanidad, al menos respecto a la conservación del medio ambiente, corriendo el riesgo de exagerar su postura hasta sostener que, además de los integrantes de Greenpeace, el resto de las personas es un potencial destructor de la naturaleza, el militante anti-discriminación corre el riesgo de caer en una forma similar de discriminación, que es la de inducir a la sociedad a que excluya a las personas “malas” (los discriminadores).
En este caso se advierte una postura enfermiza por la cual el militante de la anti-discriminación escucha con atención cada palabra emitida por potenciales discriminadores esperando que caigan en algún error verbal para denunciarlo a los cuatro vientos y hacerlos pasar desde ese momento al grupo de las “malas personas” por cuanto sugiere tácitamente su aislamiento social, generalmente por haber tenido la mala fortuna de haber emitido alguna palabra o expresión que fue detectada por la nueva inquisición que vela por la igualdad de las personas.
Recordemos que el odio nazi surge de la discriminación racial por la cual se separa a los grupos étnicos “malos”, o perniciosos, mientras que el odio marxista-leninista hace otro tanto con las clases sociales “malas” o perversas, por lo que la peor de las discriminaciones es la de tipo moral, asociada en estos casos a los “malos” integrantes de los grupos étnicos o sociales.
En lugar de concentrar nuestros esfuerzos en mejorarnos cada uno de nosotros mismos para dar posteriormente buenos ejemplos, los diversos discriminadores se caracterizan por concentrar sus esfuerzos en mejorar a los demás, ya que dan por supuesta su superioridad moral. Alejandro Rozitchner escribió: “Para ser éticos, como suele decirse, y lograrlo con eficacia, el primer paso es no hablar en forma obsesiva y temerosa de la ética. Para prueba del sentido de tal movimiento estratégico podríamos mencionar el hecho de que muchos de los titanes de la moral, aquellos que más aluden a los valores y su importancia, suelen ser justo aquellos que más adolecen de su falta de aplicación. El reino de la estrictez militar, político, intelectual y artístico está lleno de buenos ejemplos de este caso”.
“Para parecer ético es bueno tener los valores en la boca todo el día; para serlo no conviene”. “Abandonemos la cámara argentina de denunciantes. La ética es acción, no dedo digno que señala culpables” (De “Amor y país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
El individuo que poco se valora a sí mismo tiene la necesidad de valorarse como integrante de algún grupo al que pertenece. Esa pertenencia lo convierte en un defensor del mismo ante la supuesta discriminación que sufre dicho grupo. Este es el caso de algunos indigenistas que emiten programas radiales moviendo casi a la compasión hacia “seres perversos” que discriminan a los descendientes de los aborígenes, por lo que lo único que queda en la mente del radioescucha es que el resto de la sociedad discrimina a los pobres e inocentes indígenas, siendo ese resto del todo malo.
Si bien es cierto que en toda sociedad existen individuos aislados que sólo logran destacarse, no buscando sobresalir entre los demás, sino degradando a los demás, los promotores de la anti-discriminación generalizan algunas de esas posturas individuales y las asocian a toda la sociedad. Alejandro Rozitchner escribió: “La regla es general, y vale: uno habla de los otros, de lo que hacen, quieren, les pasa, cuando todavía no pueden hablar sobre lo que hace, quiere y le pasa a uno. Sí, claro, no lo digo en términos absolutos. Siempre vamos a hablar de otros, pero me refiero a esa atención un poco maniaca que se siente más cómoda en la referencia a los mundos ajenos que al propio, creo yo que porque todavía no se siente dueña de su propio mundo”. “Uno habla mal de los demás cuando todavía no logró hablar bien de sí mismo” (De “Ganas de vivir”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).
La mayoría de los militantes de la anti-discriminación, de cualquier tipo, se reconocen como partidarios de la izquierda política, mientras que consideran a los discriminadores como gente de derecha. El citado autor escribió al respecto: “Ser de izquierda es ser bueno y ser de derecha es ser malo. Esta idea falsa se ha instalado como si fuera una verdad indudable, pero no resiste el análisis. Si miramos de cerca la situación encontramos todo tipo de objeciones, la más extrema de las cuales tiene que ver con descalificar los términos mismos de la proposición: ¿qué es ser de izquierda, qué es ser de derecha? El punto central de este análisis será la absurda creencia de que esta pregunta se responde diciendo: el de izquierda es bueno, el de derecha es malo”.
“¿Quiere ayudar, el izquierdista, o lo que quiere es dar forma a un sistema en el que las desigualdades no tengan oportunidad de producirse? Por donde llegamos a otro problema, aun más difícil, ¿acaso las desigualdades las inventa el sistema? Sabemos que no. Ciertos sistemas, o mejor dicho, ciertas leyes o medidas o políticas, pueden favorecer desigualdades extremas, promover un estado de pobreza general, pero el sistema que inventó la desigualdad y que se nutre de esa desigualdad se llama naturaleza, y nada puede hacerse en contra de él. ¿El izquierdista quiere entonces un sistema que no avale desigualdades exageradas? Es una buena meta para el diseño de un sistema político, pero la misma derecha podría avalarla sin por eso llegar a ser de izquierda” (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).
El izquierdista busca el igualitarismo en todos los aspectos de la vida por cuanto todo lo que implique desigualdad lo interpreta como causa de violencia, ya sea la desigualdad económica que favorece la explotación laboral, ya sea la desigualdad entre hombre y mujer, que favorece la violencia de género, etc. De ahí el empeño por implantar la igualdad económica (socialismo) destruyendo el sistema capitalista, de implantar formas alternativas para el vínculo social, para destruir la organización de tipo familiar, o bien la eliminación del orden jerárquico en las instituciones educativas.
En todos los casos procede, en nombre del igualitarismo, a difamar y a pretender la segregación del hombre de derecha y de todo aquel que promueva la economía de mercado, la familia tradicional y, en general, los valores aceptados por la civilización occidental. “¿Qué quiere decir ser de derecha? La acepción más frecuente es que se trata de alguien malo, personas a las que no les importa el sufrimiento ajeno y que sólo piensan en sí mismas”.
“Lo que hay que considerar…es que el deseo de un sistema social más competitivo y volcado al reconocimiento del mérito individual, es decir, menos asistencial y más exigente, suele tener el mérito de elevar el nivel de vida de la totalidad de las personas. Paradójicamente, un sistema no populista, no deseoso de ayudar de manera directa o programática al caído suele ser más beneficioso para el mismo caído que un sistema asistencial, que bajo la impresión de estar haciendo algo por los pobres en realidad lo que hace es multiplicar su número”.
“Es bueno tener planes sociales, pero no es bueno no tener planes productivos, no es bueno no cuidar también a aquel capaz de arriesgarse y producir, a aquel que quiere y sabe generar riqueza para beneficiarse con ella. Estos generadores de riqueza, que la izquierda ve con mala conciencia como si fueran los causantes de los problemas, son justamente aquellos que hacen posible que un país tenga riquezas con las que elevar su nivel de vida. Antes de repartir riqueza es bueno saber cómo se genera, porque si no lo que se reparte es pobreza”.
“La izquierda es moralista, está en contra de la participación popular (a la que por intentar guiar y acaparar, desmoviliza), está en contra de la iniciativa individual, en contra de lo nuevo, de aprovechar las posibilidades de la realidad (critica como reformista a aquel que se conforma con mejorar un poco las cosas, prefiriendo la opción de acentuar las contradicciones para que todo se venga abajo –izquierda apocalíptica-), pretende que el arte tenga un mensaje y limita su libertad, obstaculiza la creatividad natural de las fuerzas sociales considerándolas individualistas, etcétera” (De “Ideas falsas”).
Quien piensa individualmente, sin sentirse integrante de algún subgrupo de la humanidad, tiende a considerar a los demás de la misma forma, es decir, individualmente. Al valorar en forma individual, no tendrá la predisposición a discriminar a nadie, esto es, a caracterizar a todo individuo con los atributos generalizados del grupo al cual pertenece, que por lo general son tergiversados. Como a muchos les cuesta bastante alejarse de la masificación que impone la “sabiduría popular”, que repite los eslogan de la izquierda, adoptan la postura más cómoda de generalizar los atributos de un grupo o clase, para aplicarlos a todos sus integrantes y así establecer el fenómeno de la discriminación social.
Un inconveniente asociado a este fenómeno discriminatorio inverso (ya que quien adopta el papel de victima, o de defensor, es en realidad quien establece la mayor discriminación) es el que aparece en toda selección de personal, o en todo concurso de algún tipo, por el cual la persona no seleccionada tiende a protestar y hasta enjuiciar a quienes establecen las decisiones del caso acusándolos de haberla relegado bajo un acto discriminador. Rozitchner escribió: “La sospecha es…una resistencia al mundo. Tiene que ver con estar mirando más que haciendo, con estar mirando con miedo, tratando de justificar ese miedo como conducta apropiada, realista. Quien vive con sospecha adora confirmar sus elucubraciones cotidianas reseñando hechos diabólicos de distinto orden: si sos una señora con fobias contarás las cosas horribles de la inseguridad ciudadana, si sos un señor con lecturas detallarás las maquinaciones del poder para dejarnos sin nada. La sospecha es una enajenación patológica, una discapacidad” (De “Ganas de vivir”).
Mientras que la democracia se basa, entre otros aspectos, en el respeto por los derechos de las minorías, la discriminación social se desarrolla en sociedades poco democráticas, siendo esas minorías de dos tipos: la de los grupos que presentan alguna debilidad o bien las que presentan alguna virtud que los llevó a ocupar un lugar social preponderante.
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