Existe una controversia entre los adherentes a la simbología bíblica de la creación directa del hombre y los partidarios de la creación indirecta mediante el proceso de la evolución biológica. Para los primeros, la ley natural no es suficiente para hacer surgir la vida inteligente y de ahí la necesidad de la existencia de un Creador y de un orden sobrenatural. Para los segundos, la ley natural resulta suficiente para que se establezca la vida inteligente y el universo tal como es.
Tanto religiosos como espiritualistas se basan en la creencia en un orden sobrenatural y nunca aceptan evidencias de lo contrario, mientras que los científicos tratan de describir todo lo existente en base a leyes naturales; de ahí que no resulte fácil convencer a los rivales. Por otra parte, la ciencia no puede mostrar definitivamente la inexistencia de un Creador por lo cual la disputa seguramente se prolongará por bastante tiempo.
Los creacionistas no “creen” en la evolución biológica a pesar de las evidencias mostradas por la biología. En realidad, no se trata sólo de una teoría, ya que la evolución de las especies es un proceso natural que ocurre aun cuando el hombre no lo hubiese descubierto, siendo los restos fósiles un indicio de ese proceso. Tampoco “creen” en la expansión del universo y el proceso de la gran explosión (big-bang), excepto cuando se les diga que Dios actuó en el momento inicial. Leonard Mlodinow escribió: “Nuestro análisis cotidiano depende de nuestras creencias y deseos precedentes. Si queremos llegar a cierta conclusión, nuestros cerebros alterarán la manera en que percibimos y sopesamos los datos, y nuestra forma de analizar los argumentos. Y, lo más importante, nuestros cerebros hacen esto inconscientemente. Así que suele ser posible creer honestamente en lo que deseamos creer, aunque un observador objetivo llegaría a otra conclusión. A veces, los psicólogos llaman a esto razonamiento motivado, lo que constituye un factor a considerar cuando examinamos por qué elegimos creer en una cosmovisión seductora que implica una conciencia universal y un universo amoroso” (De “Guerra de dos mundos” de D. Chopra y L. Mlodinow-Aguilar-Buenos Aires 2014).
Cuando, desde la ciencia, aparece cierta conclusión acerca de cómo está hecho nuestro universo, o de cómo podrá ser su futuro, algunos opositores dirán que a tal conclusión llegó hace 2.500 años tal filósofo griego, o que hace 4.000 años llegó a lo mismo algún espiritualista hindú. Sin embargo, no es lo mismo construir paso a paso, verificando la validez de cada uno, el conocimiento científico, que establecer hipótesis no verificadas ni tampoco fundamentadas experimentalmente. Si juntamos a todos los filósofos griegos o a todos los espiritualistas hindúes del pasado, seguramente cubrirán todas las posibilidades, mientras que la ciencia experimental tiende a dilucidar cuál de todas esas posturas está más cerca de la verdad. Deepak Chopra escribió: “La hipótesis espiritual que funciona hace miles de años está conformada por tres partes: 1) Una realidad invisible que es la fuente de todo lo visible; 2) Esta realidad invisible puede conocerse por medio de la conciencia y 3) La inteligencia, la creatividad y el poder de organización, están integrados al cosmos”.
Mientras que la espiritualidad se mueve por los senderos de lo invisible (o visible para algunos), la ciencia se mueve por senderos observables (o visibles para todos). Lo que puede ser observado por unos pocos es lo subjetivo, mientras que lo que puede ser observado y entendido por cualquiera, es lo objetivo. Mlodinow agrega: “Cuando las teorías que apasionan a la gente son descartadas por la comunidad científica, suelen escucharse reclamos de estrechez de miras. Pero la historia de la ciencia demuestra que la verdadera razón del rechazo de las teorías es que suelen chocar con la evidencia observable. De hecho, algunas muy extrañas, venidas de regiones muy oscuras e inesperadas –como la relatividad y la incertidumbre cuántica- han ganado reconocimiento rápidamente, a pesar de poner en entredicho el pensamiento convencional. La razón de ello es que han pasado las pruebas experimentales”.
“Los seguidores de la metafísica y de la espiritualidad de Deepak se muestran mucho menos abiertos a revisar o expandir sus cosmovisiones para abarcar nuevos descubrimientos. En lugar de dar la bienvenida a nuevas verdades, suelen aferrarse a viejas ideas, explicaciones y textos. Si por casualidad acuden a la ciencia para justificar sus ideas tradicionales, en cuanto parece que la ciencia no los apoya, le dan la espalda sin demora. Y cuando emplean conceptos científicos, los usan tan a la ligera que los significados quedan alterados y, en consecuencia, las conclusiones a las que llegan no son válidas”.
Es más importante aún que saber si hubo una creación directa (intervención de Dios en el tiempo) o una creación indirecta (a través de la evolución biológica), saber si el universo tiene un sentido o bien si no lo tiene. Si lo tiene, puede decirse que la humanidad también tiene un sentido como así también la vida de cada hombre (si la puede descubrir). Esta posibilidad puede existir tanto para el que considera un Dios mágico que hace todo de la nada como para el que supone un Dios inteligente capaz de prever el futuro del universo a partir de las leyes naturales que rigen los constituyentes básicos de la materia. Víctor Massuh escribió: “La intuición de un orden cósmico otorgaría sostén a una actitud personal. El orden exterior, en tal caso, se correspondería con el de la mente y ésta gravitaría en el conjunto de las acciones sociales. Como se advierte, la reflexión cosmológica de David Bohm comienza en las lejanas estrellas y termina en el comportamiento humano. Se inicia como ciencia pero concluye como ética” (De “La flecha del tiempo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1990).
Si bien el método de la ciencia es el único confiable, es oportuno mencionar que no todos los científicos están de acuerdo en que el universo tiene algún sentido o responde a una finalidad implícita a las leyes naturales que lo rigen. Christian de Duve escribió respecto del libro “El azar y la necesidad” de Jacques Monod: “El principal mensaje filosófico de esta obra es que la evolución biológica, lejos de estar de alguna forma dirigida por alguna clase de «élan vital», energía radial u otra fuerza mística, depende enteramente de las mutaciones fortuitas (el azar) evaluadas por la selección natural (la necesidad). No hay ningún significado, propósito o diseño a leer en la aparición y evolución de la vida, aun tratándose de la vida inteligente. «El universo», escribe Monod, «no estaba preñado con la vida, ni la biosfera con el hombre». Y concluye, con una mezcla de grandiosidad austera y romanticismo estoico: «La antigua alianza se ha hecho pedazos: el hombre sabe por fin que se encuentra solo en la insensible inmensidad del universo, de la cual surgió solamente por casualidad. Su destino no está inscrito en ninguna parte, ni lo está su deber. El reino de encima o la oscuridad de abajo; él debe escoger»”.
“Mis razones para considerar que el universo tiene sentido se encuentran en lo que percibo como sus necesidades inherentes. Monod subrayó la improbabilidad de la vida y la mente y el papel preponderante del azar en su surgimiento, y por ende la falta de designio en el universo, su absurdo y su carencia de sentido. La manera en que interpreto los mismos hechos es diferente. Le doy el mismo papel al azar, pero actuando dentro de un conjunto tan estricto de restricciones que obligatoriamente debe producir la vida y la mente, no una sino muchas veces. A la famosa frase de Monod: «El universo no estaba preñado con la vida, ni la biosfera con el hombre», yo respondo: «Falso. Sí lo estaban»” (De “Polvo vital”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 1999).
Las bajas probabilidades para el surgimiento de la vida, constituyen el principal fundamento esgrimido por los creacionistas, incluso por los científicos que niegan un sentido al universo. Al respecto, Leonard Mlodinow escribió: “Lo que hace que la evolución sea mucho más que un simple proceso aleatorio es la selección natural. Si la ignoras, en verdad puedes hacer que la teoría de la evolución parezca absurda y descabellada. Por ejemplo, Deepak escribe que «la creación sin conciencia se parece a la fábula de la habitación llena de monos que presionan al azar las teclas de una máquina de escribir hasta que terminan, millones de años después, escribiendo las obras completas de Shakespeare»”.
“Ese experimento de las letras al azar es típico de los argumentos que surgen cuando se ignoran aspectos de la selección natural. Richard Dawkins lo cita en su libro «El relojero ciego». En él describe un programa de computadora que escribió, el cual incluía un mecanismo análogo a la selección natural. Al ponerlo a funcionar, esperó para ver cuánto tiempo tomaría al programa dar con la frase de Shakespeare: «Pienso que es como una comadreja», por medio del tecleo al azar, de manera que se imitaba a la evolución. En el modelo puramente fortuito que Deepak describió, las probabilidades de teclear la frase entera correctamente eran de una en diez mil billones de billones de billones, de modo que una computadora podría generar letras al azar hasta que el Sol agotara su combustible sin dar nunca con la frase. Pero al incorporar la selección natural en este programa de tecleo aleatorio, Dawkins demostró que la frase podía producirse en sólo cuarenta y tres generaciones, no más de un instante para cualquier computadora decente. ¡Tal es la magnitud del error que puede suscitarse si uno no es cuidadoso al definir los conceptos de la ciencia!”.
La visión del universo que nos brinda la ciencia actual es la de un universo caracterizado por el surgimiento de una complejidad creciente que va desde las partículas fundamentales, siguiendo por los átomos, moléculas, células, organismos, hasta llegar a la vida inteligente. Esta secuencia nos da un indicio de cierto sentido o finalidad aparente del universo, aun cuando el hombre no haya podido agruparla bajo un esquema teórico satisfactorio.
La existencia de una finalidad aparente no sólo tiene importancia para el presente, sino para el futuro de la humanidad. Si existe una finalidad implícita, seguramente el universo no tendrá un fin en el tiempo. Por el contrario, sin un sentido aparente, sería admisible su desaparición en un futuro lejano. Este es el caso de la “muerte térmica” del universo como consecuencia de la degradación de la energía luego de varios años de la expansión de las galaxias. Al respecto, Víctor Massuh escribió: “Recordemos que a raíz del Segundo Principio [de la Termodinámica] Rudolf Clausius formuló en 1865 la ley del aumento irreversible de la entropía, es decir, que un inexorable enfriamiento del universo llevará a la «muerte térmica», la nivelación de las diferencias y la disolución final. En cambio las investigaciones de Ilya Prigogine e Isabelle Stengers vendrían a sostener lo contrario: que esa posibilidad apocalíptica ya se cumplió en los comienzos del universo, es decir, que la entropía máxima precedió a los segundos de la explosión inicial y, por lo tanto, aquella promesa de disolución no estaría pesando sobre el cosmos como una condena inexorable”.
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