Cuando diferentes artistas protestan por el poco apoyo que reciben del Estado, no hablan en nombre del arte sino de la “cultura”. Si bien una denominación puede ser un detalle de escasa importancia, resulta sin embargo una respuesta típica de un sector que considera como “culto” esencialmente a quien se dedica a alguna forma de arte, mientras excluye indirectamente a otras actividades humanas del ámbito de la cultura. Algo similar ocurre con la denominación de “intelectual”, reservada esencialmente a quien se dedica a la literatura.
Si tenemos en cuenta que la evolución cultural es un proceso que implica también realizaciones científicas, filosóficas y religiosas, resultan un tanto indebidas las pretensiones de los sectores artístico y literario, especialmente por el hecho de considerar como inculto y hasta incivilizado a quien desconoce las obras que ellos realizan. Stephen Jay Gould escribió: “La tercera cultura es una idea poderosa. Entre los intelectuales de letras hay algo así como una conspiración para acaparar el panorama intelectual y editorial, cuando de hecho hay un grupo de escritores no novelistas, de formación científica en su mayoría, con multitud de ideas fascinantes sobre las que la gente desea leer. Y algunos de nosotros escribimos y nos expresamos bastante bien”.
“El Nobel británico Peter Medawar, un científico de educación humanista y clásica, decía que no era justo que un científico que conocía poco el arte y la música fuese considerado entre la gente de letras como un imbécil y un filisteo, mientras que ellos no se sentían en absoluto obligados a conocer la ciencia para considerarse cultos: toda persona culta tenía que poseer una cultura artística, musical y literaria, pero no necesariamente científica” (De “La tercera cultura” de John Brockman-Tusquets Editores SA-Barcelona 1996).
A Murray Gell-Mann también le llama la atención el hecho de que haya quienes se jactan de no saber nada acerca de la ciencia: “Por desgracia, en el terreno de las artes y las humanidades –y hasta puede que en el de las ciencias sociales- hay gente que presume de saber muy poco de ciencia, tecnología o matemáticas. En cambio el fenómeno opuesto es muy raro. Uno se encuentra de vez en cuando con científicos que no han leído a Shakespeare, pero nunca se encontrará con uno que se vanaglorie de ello”.
Albert Einstein alguna vez expresó que “quería conocer las ideas del Viejo”, refiriéndose simbólicamente a las ideas y al criterio que Dios tuvo para hacer al mundo, o el criterio implícito en la estructura del orden natural. Puede decirse que la actitud del científico se asemeja bastante a la del religioso por cuanto su tarea consiste en describir las leyes que rigen al orden natural. Por el contrario, el artista se limita a realizar obras personales por lo que su importancia cultural ha de ser menor a la del científico. Richard P. Feynman destaca la importancia de la física como parte de la cultura: “La intención principal de mis clases no ha sido prepararlos para un examen –tampoco prepararlos para trabajar en la industria o en las fuerzas armadas-. El propósito mayor ha sido hacerles apreciar lo maravilloso que es el mundo y cómo lo encara el físico, porque creo sinceramente que esto constituye una gran parte de la verdadera cultura de los tiempos modernos (hay profesores de otras materias que probablemente lo objetarán, pero en mi opinión ellos están completamente equivocados)”.
“Tal vez ustedes no sólo hayan llegado a la valoración de este aspecto de la cultura; quizá quieran participar también en la aventura más grandiosa que jamás haya emprendido la mente humana” (De “Las lecciones de física de Feynman” de R.P. Feynman, R. B. Leighton y M. Sands-Fondo Educativo Interamericano SA-EEUU 1971).
Quienes miran en menos las actividades científicas, a la vez que usan sus propias actividades como medios para su propio prestigio personal, tienen también la predisposición a utilizar un lenguaje confuso para hacer creer a los lectores que se trata de temas que sólo mentes profundas los pueden comprender. Richard Dawkins escribió al respecto: “P. B. Medawar decía que hay campos intrínsecamente difíciles, donde simplificar el lenguaje es realmente complicado, y campos en esencia fáciles, donde si uno quiere impresionar a la gente hay que complicar el lenguaje más de lo necesario. Y aún hay campos en los que –tomando prestada la deliciosa frase de Medawar- la gente sufre de «envidia de la física». Anhelan que su disciplina se considere profundamente difícil, aun cuando no lo sea. La dificultad de la física es genuina, por eso existe toda una industria dedicada a tomar las ideas físicas difíciles y simplificarlas para que la gente las entienda; pero también existe otra industria que se dedica a recoger temas que de hecho son insustanciales y revestirlos con un lenguaje que es incomprensible per se, sólo para darles una apariencia de profundidad” (De “La tercera cultura”).
El verdadero intelectual es un buscador de la verdad y ha de jerarquizar su actividad fomentado su divulgación. Paul Davies escribió: “Pocos intelectuales británicos hacen algún intento de comprender la ciencia, y notan claramente que pierden pie cuando se adentran en las aguas de libros como «La historia del tiempo» de Stephen Hawking. Parte de esta reacción parece surgir de una sensación de impotencia ante esta ignorancia. «Soy una persona culta», se dicen, «y no puedo encontrarle sentido a esto. Por lo tanto tiene que ser absurdo»”.
“Hace pocos años, cuando se anunció el descubrimiento de irregularidades en la radiación cósmica de fondo de microondas, el influyente y conocido periodista Bernard Levin desechó la totalidad del programa cosmológico considerando que no merecía comentario alguno. Una de las cosas que dijo es que no había la más mínima evidencia a favor de la teoría de la gran explosión. Este es un error de bulto: por supuesto que hay un montón de evidencias que la apoyan”.
“Otro periodista que ha elegido a los científicos como blanco es Briand Appleyard. En el prefacio de su best-seller «Understanding the Present», dice que el motivo que le impulsó a escribirlo fue lo ofendido que se sintió tras entrevistar a Hawking: le soliviantó la arrogancia de los científicos que se atreven a pronunciarse sobre temas tan profundos como Dios, la existencia y la humanidad. Uno tiene la impresión de que esta clase de respuesta frente a descubrimientos científicos importantes y apasionantes que cambian nuestra manera de ver el mundo es una especie de defensa territorial refleja. Durante muchos años los científicos fueron ignorados porque no eran escuchados; ahora comienza a oírseles, se ven pisoteados por una mafia intelectual” (De “La tercera cultura”).
Roger Schank relata su propio caso de “discriminación intelectual” por parte de humanistas: “Soy miembro del consejo editorial de la Encyclopedia Britannica, y hace uno o dos años estuvimos discutiendo quién se encargaría de la enciclopedia en el futuro y qué se iba incluir en ella. El consejo, todo gente de letras, decidió que, como el mundo se estaba computarizando, se daría entrada a gente que supiera de ordenadores. Y Clifton Fadiman dijo que suponía que tendríamos que resignarnos al hecho de que pronto estarían a cargo de la Encyclopedia Britannica mentes poco cultivadas. Yo respondí: «¡Oye! ¿De dónde has sacado que mi educación es peor que la tuya?». Y él se salió por la tangente diciendo, «Oh, no me refería a ti. Tú eres un informático fenomenal y nada corriente»”.
“El caso es que yo no soy un informático fenomenal y nada corriente en absoluto. Lo curioso de esta gente del mundillo literario es que por la razón que fuere piensan que si uno no ha leído a los clásicos entonces carece de instrucción, mientras que a ellos no tener ni idea de ciencia les da lo mismo. Yo esto no lo entiendo” (De “La tercera cultura”).
Entre los excesos observados en el sector literario se encuentra la pretensión de opinar sobre todas las cosas, incluso sobre economía, sin siquiera haberse informado previamente de los resultados alcanzados en dicha ciencia social. Carlos Alberto Montaner escribió: “Hay pocas culturas en las que los intelectuales tengan tanta notoriedad como en América Latina. Esto se puede deber a la fuerte influencia francesa en los intelectuales latinoamericanos; en Francia sucede lo mismo. Una vez que un escritor o artista se hace famoso, se vuelve experto en todos los temas, incluyendo la guerra de los Balcanes, las virtudes de la fertilización ‘in vitro’ y el desastre causado por las privatizaciones de las empresas estatales”.
“Esta característica de nuestra cultura no tendría mayor importancia si no fuera por sus destructivas consecuencias. Esta «todología» -la facultad de hablar acerca de todo sin modestia o conocimiento- practicada con gran entusiasmo por nuestros intelectuales tiene su precio: todo lo que declaran y repiten se convierte en un elemento clave en la creación de una cosmovisión latinoamericana. Estas características de nuestra cultura tiene serias consecuencias, ya que un número significativo de intelectuales latinoamericanos es antioccidente, antiyanquis y antimercado”.
“Más aún, aunque sus puntos de vista son contrarios a la experiencia de veinte naciones que son las más desarrolladas y prósperas de nuestro planeta, de todas formas ejercen una profunda influencia sobre la cosmovisión latinoamericana. Sus pronunciamientos tienen como efecto debilitar la democracia e impedir el desarrollo de una confianza razonable en el futuro. Si los intelectuales promueven la visión de un atemorizador amanecer revolucionario, no debería sorprenderlos la fuga de los capitales ni la idea de precariedad que acompaña nuestros sistemas económicos y políticos” (De “La cultura es lo que importa” de A. P. Huntington y L. E. Harrison-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2001).
Entre las excepciones a la situación mencionada, se cuentan los escritores que observan la realidad y se interiorizan de la ciencia económica antes de hablar de lo que no saben y repetir lo que afirma la “sabiduría popular”. Una de esas excepciones es Mario Vargas Llosa, que comienza su carrera literaria bajo la influencia de la literatura izquierdista, hasta ver la realidad con el apoyo del conocimiento de la economía. Carlos Alberto Montaner escribió: “No es de extrañar que el joven Vargas Llosa, políticamente inquieto, intelectualmente curioso, psicológicamente inclinado a formular juicios morales y a actuar de manera consecuente, se asomara al mundo ideológico, primero, efímeramente, como un aprista, luego como un comunista. En aquel momento de la historia latinoamericana era muy difícil ver el mundo de otra manera”.
“Poco a poco Mario Vargas Llosa va rebelándose en la medida en que lee ciertos libros, aprende ciertas cosas, y, al trasladarse a Europa, comienza a adquirir una visión diferente. En Francia lee a Camus y a Raymond Aron y empieza a valorar la libertad de un modo distinto. Desprenderse del comunismo no le fue tan difícil. En 1956, Moscú había aplastado la rebelión húngara y ese acto brutal había provocado el rechazo de la intelectualidad más comprometida. Los males de la URSS no provenían de Stalin, sino del sistema comunista” (De “La libertad y sus enemigos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
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