No todos los hombres buscan la libertad como un valor esencial para realizar sus vidas, ya que muchos prefieren cederla a cambio de cierta seguridad, especialmente en el campo laboral. Quienes la buscan, confían en sus propias fuerzas y se sentirán anulados si les tocase vivir bajo regimenes totalitarios. Por el contrario, quienes poco confían en sus propias fuerzas, o tienen ambiciones económicas limitadas, se encuentran cómodos bajo una relación de dependencia. Aun así, no faltarán quienes esperan y exigen de la sociedad iguales resultados económicos, ya que no advierten que la libertad tiene sus riesgos e incertidumbres, con su correspondiente costo.
Cuando en una población predominan netamente quienes renuncian a la libertad a cambio de seguridad, la sociedad tendrá un déficit de empresarios, por lo cual será difícil establecer mercados competitivos. Los monopolios y el subdesarrollo serán las consecuencias inmediatas de ese desequilibrio. Incluso la minoría empresaria será atacada y difamada por crear “desigualdad social”. En cuanto a los países desarrollados, Jeremy Rifkin estableció una comparación entre las mentalidades predominantes en los EEUU y en Europa: “Los sueños europeo y americano consisten esencialmente en dos ideas diametralmente opuestas sobre la libertad y la seguridad. Los estadounidenses defienden una definición negativa de la libertad, y, por lo tanto, de la seguridad. Para nosotros, la libertad ha sido asociada desde siempre con la autonomía. Si uno es autónomo, no depende de los demás ni es vulnerable a circunstancias ajenas a su control. Para ser autónomo es preciso ser propietario. Cuanta más riqueza amasa uno, más independiente es respecto al mundo. Uno es libre si se convierte en una isla autónoma y autosuficiente. La riqueza trae consigo la exclusividad y la exclusividad trae consigo la seguridad”.
“El nuevo sueño europeo, en cambio, se basa en un conjunto distinto de premisas sobre aquello en que consisten la libertad y la seguridad. Para los europeos, no hay que buscar la libertad en la autonomía, sino en la integración. Ser libre significa tener acceso a una miríada de relaciones de interdependencia con otras personas. Cuanto más acceso tiene uno a comunidades distintas, tantas más opciones y posibilidades tiene de vivir una vida plena y con sentido. Las relaciones traen consigo la inclusividad, y la inclusividad trae consigo la seguridad” (De “El sueño europeo”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2004).
Si bien a la palabra “libertad” se le han dado diversos significados, en cuestiones sociales implica independencia respecto de la influencia o el mando de otros hombres. El hombre libre es el que sólo está limitado por las leyes naturales, o leyes de Dios. John Locke escribió: “El estado de Naturaleza tiene una ley de la Naturaleza que lo gobierna y lo obliga a cada uno: y la razón, que es esa ley, enseña a toda la Humanidad, que quiera conocerla que, siendo todos iguales e independientes, nadie debe agraviar a otro en su vida, su salud, su libertad o sus propiedades…Cada uno se halla obligado a conservarse a sí mismo y a no abandonar voluntariamente su situación; así, por la misma razón, cuando su propia conservación no está en juego, debe, tanto como le sea posible, preservar el resto de la Humanidad, a menos de que se trate de hacer justicia a un transgresor y arrebatar o poner en peligro la vida o lo que tiende a ser la conservación de la vida, la libertad, la salud, los miembros o bienes de otro” (Citado en “Teoría política moderna” de L. J. Macfarlane-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1978).
La libertad personal implica, por lo tanto, gobernarse por medio de la ley natural, coincidiendo con la propuesta cristiana. Así, la idea del Reino de Dios implica esencialmente acatar las leyes de Dios, o leyes naturales. La hermandad y la igualdad de los hombres sólo se adquieren cuando se establece este gobierno, mientras que se anulan bajo sistemas totalitarios en los cuales quienes dirigen al Estado son los que determinan las vidas de sus súbditos.
La libertad política surge de la consideración de que el Estado debe establecer la ley humana compatibilizándola con la ley natural. Las leyes provenientes del Derecho sólo tienen sentido si respetan la ley natural. Luego, la acción de todo hombre ha de ser limitada por las leyes del Estado y no por las decisiones de los gobernantes. El cambio que se da en Inglaterra, desde la monarquía absoluta a la parlamentaria, es una consecuencia de tener presentes tanto el gobierno mediante leyes y la tendencia a la igualdad ante la ley natural. Mariano Grondona escribió: “Locke toma de Hobbes el contrato. Este giro de Dios al contrato será fundamental para el liberalismo. El origen del poder ya no es místico. No proviene de la naturaleza –como decía Aristóteles-ni de Dios a través de la Iglesia o a través del rey. En Locke, el contrato lo hacen los hombres libres y racionales para fundar un poder limitado; el origen del poder somos nosotros mismos. «Tú tienes tanto poder cuanto yo te he dado»”.
“Lo que hay en el origen de la sociedad es el poder que yo tengo sobre mí mismo. Cada uno de nosotros tiene un poder soberano, y entre todos decidimos fundar un poder que nunca tendrá más prerrogativas que aquellas que le hayamos dado. En Locke se humaniza la idea del poder; se hace secular y «moderna». Ya no hay elementos religiosos ni despóticos en el poder. Lo que hay es el derecho de cada hombre, que cede libremente cierto poder a un gobierno para que garantice la vida en sociedad” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
En cuanto a la libertad económica, Locke advierte que la riqueza generada individual y legalmente resulta beneficiosa para la sociedad. Grondona agrega: “Locke está impregnado de la idea puritana de que el hombre se gana el cielo teniendo éxito en la Tierra. Por eso el rico que se enriqueció por métodos legales y correctos sospecha que se va a salvar. En el fondo, más que premiarse el trabajo se premia al mérito. Es un premio de tipo casi religioso. Fuiste honesto, trabajador, activo, diligente; tienes un premio en esta Tierra que anticipa y no anula el premio celestial: la propiedad. Los ricos de Locke pasan por el ojo de la aguja evangélica”.
“Se ha dado una explicación ingenua del liberalismo diciendo que elogia el egoísmo. No lo elogia, pero reconoce que una sociedad egoísta puede funcionar. Sería ideal que la gente fuera distinta, pero siendo como es, es razonable lograr un orden a partir de ella. Dice Locke: «Los hombres están de acuerdo y han estado de acuerdo en que comiencen las posesiones desiguales sobre la Tierra desde el momento en que por tácito consenso encontraron en la moneda una manera de acumular sin que lo acumulado se corrompa». La moneda es el producto de un consenso, de un contrato, los hombres lo quisieron así. A Locke moralista no le gusta, pero Locke pensador práctico lo reconoce. La gente, en el momento mismo en que aceptó la creación de la moneda, aceptó la desigualdad porque los metales –hoy, los ceros a la derecha de la cuenta bancaria- se pueden acumular en forma ilimitada”.
Cuando Cristo brinda al hombre la posibilidad de liberarse del pecado y del gobierno mental de otros hombres, no todos aceptan la libertad que les ofrece por cuanto les resultaba más cómodo seguir con sus vidas tales como hasta el momento habían llevado. El precio al que les ofrecía la libertad personal era considerado excesivo, por lo cual, con el tiempo, convirtieron al propio cristianismo en un paganismo más y en el cual todo se logra, no a través del cumplimiento de los mandamientos, sino adhiriendo a la creencia sin la previa virtud requerida. José Luis Martín Descalzo escribió: “Fedor Dostoyevski ha escrito una de las más bellas y terribles páginas de la literatura contemporánea. Es aquella en la que Cristo, vuelto a la Tierra en el siglo XVI, se encuentra en Sevilla con el gran inquisidor. Jesús ha llegado al mundo en silencio, sin anunciarse y el pueblo enseguida lo reconoce. «El pueblo se siente atraído hacia él por una fuerza irresistible, se aglomera a su lado, le rodea y le sigue. Él avanza en medio de las gentes, sonriéndoles con piedad infinita. El sol del amor arde en su corazón, sus ojos irradian luz y virtud que se vierte en los corazones, moviéndolos a un amor mutuo. Levanta sus manos para bendecir a las multitudes y de su cuerpo y de sus mismas vestiduras se desprende una virtud que cura al solo contacto. Un viejo, ciego de nacimiento, grita entre la muchedumbre: ‘¡Señor, sáname y te veré!’ y, como si le cayesen algunas escamas de los ojos, el ciego lo ve. La muchedumbre llora y besa las huellas de sus pies, los niños siembran de flores su camino, cantando y gritando ‘¡Es él! ¡Es él! ¡Ha de ser él, no puede sino ser él!’»”.
“Es entonces cuando aparece el gran inquisidor, «un anciano de noventa años, alto, envarado, de rostro pálido y ojos sumisos, que despiden chispas de inteligencia que la senectud no ha extinguido. Al ver a Cristo su rostro se nubla, frunce sus espesas cejas, brilla en sus ojos un fuego siniestro y, señalándolo con el dedo, ordena a la guardia que lo detengan»”.
“«¿Por qué has venido a estorbarnos?» pregunta el inquisidor, cuando tiene al hombre delante. Y, ante su silencio, el inquisidor acusa a Cristo de haberse equivocado dando a los hombres libertad, en lugar del pan que los hombres pedían. En rigor, dice, tenía razón el tentador. «Te dispones a ir por el mundo y piensas llevar las manos vacías, vas sólo con la promesa de una libertad que los hombres no pueden comprender en su sencillez y en su natural desenfreno; que les amedrenta, pues nada ha habido jamás tan insoportable para el individuo y la sociedad como la libertad. Pero ¿ves esas piedras? Conviértelas en panes y la humanidad correrá tras de ti como un rebaño agradecido y sumiso, temblando de miedo a que retires tu mano y les niegues la comida. Decidiéndote por el pan, hubieras satisfecho el general y sempiterno deseo de la humanidad que busca alguien a quien adorar; porque nada hay que agite más a los hombres que el afán constante de encontrar a quién rendir adoración mientras son libres».
«Pero tu olvidaste que el hombre prefiere la paz y aun la muerte a la libertad de elegir. Nada le seduce tanto como la libertad de conciencia, pero tampoco le proporciona nada mayores torturas. Y tú, en vez de apoderarte de su libertad, se la aumentaste, sobrecargando el reino espiritual de la humanidad de nuevos dolores perdurables. Quisiste que el hombre te amase libremente, que te siguiera libremente, seducido, cautivado por ti; desprendido de la dura ley antigua, el hombre debía, en adelante, decidir por sí mismo en su corazón libre entre el bien y el mal, sin otra guía que tu imagen. Pero ¿no sabías que acabará por rechazar tu imagen y tu doctrina, cansado, aniquilado bajo el pesado fardo del libre albedrío? ¡El hombre es más bajo, más vil por naturaleza de lo que tú creías! Mañana verás cómo, a una indicación mía, se apresurará ese dócil rebaño a atizar la fogata en que arderás por haber venido a estorbarnos»” (De “Vida y misterio de Jesús de Nazaret” (I)-Ediciones Sígueme SA-Salamanca 1987).
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