Mientras que una disputa filosófica se define a favor de quien advierte en el adversario alguna incoherencia lógica, como una contradicción o una mentira, utilizadas para fundamentar hipótesis de dudosa validez, en cuestiones científicas, una vez que se llega a la verificación experimental, se termina el conflicto, trasladándose el interés hacia algún otro fenómeno no clarificado aún.
Cuando Albert Einstein enuncia la ley que rige el efecto fotoeléctrico, Robert Millikan supone que en ella existe algún error, por lo cual comienza a preparar una experiencia que le permita evidenciar tal supuesto error. Sin embargo, comprueba finalmente que dicha ley es correcta, por lo que de inmediato surge su reconocimiento y admiración por el descubridor de la nueva ley.
En cuestiones humanas y sociales, especialmente en filosofía, se establecen disputas que no se resuelven en función de una experiencia observada, sino que se intenta rebatir una postura rival mediante la detección de incoherencias lógicas, en lugar a recurrir al firme veredicto de la realidad. El inconveniente que se advierte en estos casos, es que un habilidoso discutidor puede “ganarle” la disputa a uno menos habilidoso, aún cuando defienda una postura errónea, o contradictoria con la realidad. Este es el caso del marxismo, una postura filosófica que se ha intentado hacer pasar por científica y que todavía sigue reuniendo adeptos a pesar de sus contradicciones y sus evidentes fracasos.
Las incoherencias lógicas resultan ser indicios de cierto desajuste entre la hipótesis defendida y el mundo real, si bien no debe exagerarse la eficacia de este método. En este caso, a manera de ejemplo, se menciona cierta disputa filosófica entre el teísmo y el humanismo ateo a partir de una de las posturas litigantes. Michele Federico Sciacca escribió: “El teísmo es la antitesis del humanismo: en el momento religioso el hombre renuncia a sí mismo, se enajena, se lo da todo a Dios (teocentrismo); por el contrario, en plena conciencia del momento humanístico, se aleja de la enajenación y reconoce en sí mismo sus poderes autónomos. Esta es la tesis general del llamado humanismo ateo”.
Respecto del humanismo ateo, agrega: “Si bien sus formas son varias, tienen todas en común algunos presupuestos: a) la religión es un grado inferior de la evolución y del progreso del hombre (y de la sociedad) correspondiente a aquellas «situaciones estáticas» en las que el hombre no tiene todavía plena conciencia de sí mismo y de sus poderes y, por ello, atribuye a Dios cuanto, por el contrario, pertenece al hombre y reconoce pertenecerle en una fase ulterior y más avanzada de su evolución; b) por consiguiente, el momento religioso es un grado transitorio del progreso humano: cuando un hombre (una sociedad, toda la humanidad) adquiere, en el punto máximo de la evolución, plena conciencia de sí, la religión y aun la idea de Dios desaparecen (excepto, quizás, como mito antiguo despojado de toda fascinación), Dios queda borrado de todas las mentes; c) por consiguiente, en la misma medida en que el hombre se enajena en un Dios, podemos tener la certeza de que no ha alcanzado la plena madurez y de que todavía conserva residuos de infantilismo” (De “Sísifo sube al calvario”-Editorial Luis Miracle SA-Barcelona 1964).
Se advierte en este caso que el ateo no se hace distingo entre una religión que predica una actitud cooperativa de otra que promueve una lucha violenta contra los infieles. Tampoco se distingue entre religiones paganas, en las cuales se buscan beneficios a partir del ruego a los dioses, y la religión moral, en la cual los logros del hombre dependen de su actitud ética. Este último tipo de religión, al favorecer una actitud cooperativa, esta inserta en el proceso de la evolución cultural del hombre que busca una plena adaptación al orden natural. De ahí que el ateísmo mencionado se opone a la evolución cultural del hombre, ya que se opone a las leyes naturales existentes, siendo una postura netamente anticientífica.
Los planteos antirreligiosos tienden a considerar a la religión como una ideología perversa que tiene como finalidad facilitar la explotación laboral del proletariado por parte de la burguesía. El citado autor agrega: “Marx está en la línea de Feuerbach: la única estructura del proceso dialéctico de la historia es la de lo «económico» o «material», de la que la moral, la religión, etc., son superestructuras correspondientes a una situación social, producida por una particular estructura económica. En la sociedad capitalista, la moral y la religión son superestructuras correspondientes a esta estructura (y, por consiguiente, son «burguesas») y sirven para garantizar los privilegios del capital contra el trabajo”.
Para solucionar todos los problemas humanos, que derivarían de lo económico y lo material, el marxismo promueve una sociedad igualitaria (homogénea, según Sciacca) que se alcanza con la expropiación de los medios de producción. “En la «sociedad homogénea», desaparecidas las clases sociales y con ellas los privilegios, desaparecen también las superestructuras; a través de la evolución histórica, en el momento en que cesa la enajenación económica (la enajenación de una parte del trabajo de un hombre por otro hombre que es su explotador) cesa asimismo la religiosa. De este modo, una vez realizado en la sociedad comunista aquel ideal de perfecta felicidad hipostatizado primeramente fuera de la historia y llamado Dios, se actúa una humanidad en la cual todos los hombres se han hermanado en el trabajo, sin explotaciones ni enajenaciones de ningún género, y sin tener ya en la mente aquel tiránico y fantástico ser que las sociedades todavía no evolucionadas llamaban Dios y en el cual el hombre enajenaba su poder y todo cuanto le pertenecía”.
La explotación laboral se da principalmente cuando no existe una cantidad suficiente de empresarios y, por lo tanto, no puede establecerse una competencia y un mercado que limitan el egoísmo empresarial. Cuando Marx sostiene que todos los medios de producción deben ser del Estado, no advierte que éste se ha de convertir en una sola gran empresa, sin competencia alguna, por lo que inevitablemente la explotación laboral ha de surgir esta vez desde el Estado, resultando mucho peor que la que se quiso solucionar.
El individuo explotado laboralmente tiende a trabajar a desgano, por lo cual el empresario exitoso, aun cuando tenga la posibilidad de aprovecharse de sus empleados, tenderá a evitar tal situación. El trabajo a desgano, propio de las economías socialistas, ha sido la principal causa de su ineficacia.
El marxismo considera el proceso de la evolución cultural sosteniendo que, una vez instalado el socialismo, tal evolución ha de finalizar. Como al sistema planetario solar todavía le quedan algunos miles de millones de años por delante, lo mismo que a la humanidad, resulta absurda la pretensión de suponer que el socialismo es la etapa final y definitiva del proceso evolutivo. “Marx añade que el proceso histórico se detiene con el advenimiento de la sociedad homogénea, en cuanto que, en este punto, la evolución alcanza su máxima perfección. Si esto es así, es necesario decir que, en este momento, el hombre ya no deviene, no evoluciona, no se hace, sino que es y permanece idéntico a sí mismo”.
“Pero entonces: a) el devenir (o la evolución) es temporal e histórico, en tanto que el ser es eterno y definitivo; b) vuelve a entrar por la ventana el concepto de substancia arrojado desconsiderada y violentamente por la puerta; c) ¿cómo puede haber una esencia inmutable (el ser) al término de la evolución, si no la hay también en un principio?; d) si la evolución se detiene en un cierto momento, y con ella el devenir histórico, la consecuencia es que la sociedad homogénea está fuera de la historia; por ello, el marxismo, que es materialismo histórico o dialéctico, admite un momento no histórico en la historia, una eternidad (intemporal) en el tiempo. Todo esto carece de sentido lógico y de sentido común, que es, además, el buen sentido”.
El marxismo supone que el proceso de tesis, antitesis y síntesis es algo inherente al mundo real, y no sólo un invento de los filósofos. Sin embargo, al establecerse el socialismo, supone que deja de pertenecer a la realidad. “Ahora bien, si la sociedad homogénea representa el último momento de la dialéctica, aquélla resulta una tesis definitiva, sin antitesis, esto es, fuera y más allá de la misma dialéctica. Y en tal caso, o se renuncia al principio de que cada tesis es concreta y real en su relación dialéctica con la antitesis, y con ello se renuncia al dialectismo y al propio marxismo; o se acepta el principio y en tal caso la sociedad homogénea niega por un lado el dialectismo y hace de él algo temporal y puramente instrumental, y por otro, resulta ser una tesis sin antitesis (fuera de la relación dialéctica) y, como tal, en términos de correcto hegelianismo, absoluta e irreal”.
Los marxistas suponen que, una vez establecido el socialismo, el hombre deja de tener necesidades materiales, por lo que pronto ha de olvidar a Dios. Lo grave de este planteo es la creencia de que el hombre sólo tiene necesidades materiales, o que, solucionando éstas, se solucionará el resto. Sciacca agrega: “Para que sea concebible que en la sociedad homogénea el hombre deje de pensar en Dios y no tenga lugar la enajenación religiosa, es necesario admitir su insuficiencia absoluta, no sólo en el sentido de su liberación de las necesidades económicas y naturales, sino también en el de la liberación de toda necesidad. Es preciso, en otros términos, llegar a la conclusión de que el hombre, en el máximo de su evolución, no experimentará ya dolores físicos o morales, no padecerá con el tedio o con el cansancio espiritual, no sufrirá dudas ni tormentos interiores, no morirá”.
“Mientras el hombre sienta una sola de estas flaquezas o insuficiencias, tendrá conciencia de no haber realizado aquel ideal de perfección al que llama Dios, y la enajenación religiosa estará presente incluso en la sociedad homogénea, sin ser ya explicable como superestructura a la manera marxista. Por amor a una tesis absurda, no le queda al marxismo más remedio que precipitarse en la conclusión extrema: el hombre nuevo de la sociedad homogénea estará libre de necesidad y, por consiguiente, también de todo dolor y de la misma muerte. Pero un hombre semejante no es ya un hombre, es un ser desconocido; en efecto, ello significa simplemente que aquel viviente que hoy llamamos hombre, evolucionará hasta el punto de llegar a ser aquel ente que hoy llamamos Dios. Pero si se hace Dios, dejará de ser hombre; por consiguiente, el advenimiento del humanismo ateo se resuelve en la negación del hombre y lo humano…”.
El Apocalipsis bíblico promete un futuro venturoso para la humanidad, en el que no existirá “ni llanto, ni clamor, ni dolor”, mientras que el marxismo promete algo bastante similar. Sin embargo, mientras que la Biblia nos exige, para ello, ser capaz de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, el marxismo nos la ofrece a partir del simple fenómeno político y económico de la expropiación de los medios de producción. Mientras que la Biblia nos exige un riguroso mejoramiento moral e intelectual, el marxismo nos induce a “acelerar los dolores de parto” invitándonos hacia alguna forma de destrucción de la sociedad capitalista, incluyendo la eliminación física de varios de sus miembros.
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