Como carta de presentación de un analista político no hay nada mejor que haber hecho una predicción que habría de cumplirse en el futuro. En el caso de Alexis de Tocqueville, cuya vida se desarrolla en Francia, durante la primera mitad del siglo XIX (1805 a 1859), intuye tanto el predominio que EEUU y Rusia habrán de tener en el siglo XX como la vigencia del Estado de Bienestar. En cuanto al primer pronóstico escribió: “Hay hoy en la Tierra dos grandes pueblos que, habiendo partido de puntos diferentes, parecen avanzar sobre un mismo fin. Son los rusos y los angloamericanos. Los dos han crecido en la oscuridad y mientras las miradas de los hombres estaban ocupadas en otra parte, se colocaron de golpe en la primera fila de las naciones, y el mundo conoció al mismo tiempo su crecimiento y su grandeza. Todos los demás pueblos parecen haber llegado, poco más o menos, a los límites que fijó la Naturaleza, y no tener ahora otra cosa que conservar. Aquéllas, en cambio, están en crecimiento. Rusia es, de todas las naciones europeas, aquella cuya población aumenta proporcionalmente de modo más rápido. Para alcanzar su fin, el norteamericano descansa en el interés personal y deja obrar, sin dirigirlas, la fuerza y la razón de los individuos. El ruso concentra de alguna manera en un hombre todo el poder de la sociedad. El uno tiene como principal medio de acción la libertad; el otro la servidumbre. Su punto de partida es diferente, sus caminos son diversos; sin embargo, los dos parecen llamados por un secreto designio de la Providencia, a tener en sus manos los destinos de la mitad del mundo”.
Mariano Grondona comenta al respecto: “Esto fue escrito en 1834. Cuando Ortega lo comentó dijo que la profecía es posible para un pensador que sepa distinguir las variables más profundas que operan en una sociedad. Tocqueville hablaba de la Rusia de los zares, pero su predicción es perfectamente aplicable a la Rusia del Kremlin. Es que, en un nivel de suficiente profundidad, Europa o América, China o Rusia, son fieles a sí mismas más allá de los cambios, superficiales, de sus regímenes políticos” (De “Los pensadores de la libertad”–Editorial Sudamericana SA–Buenos Aires 1986)
En cuanto a la segunda predicción, Tocqueville escribió: “Quiero imaginar bajo qué nuevos rasgos podría producirse el despotismo en el mundo. Veo una multitud de hombres iguales o semejantes, que giran constantemente sobre sí mismos para procurarse placeres vulgares con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte y como extraño al destino de los demás. Sus hijos y amigos particulares forman, para él, toda la especie humana. Por encima de ellos, se levanta un poder inmenso y tutelar que es el único encargado de procurar sus goces y de velar por su suerte. Ese poder es absoluto, detallado, previsor y suave. Se parecería al poder paterno si, como éste, tuviera por fin preparar a los hombres para la edad viril. Pero, por el contrario, no persigue más que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Le gusta que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen más que en gozar. Trabaja gustosamente para su felicidad, provee y asegura sus necesidades, conduce sus negocios, dirige su industria, regula sus sucesiones. ¡Qué lástima que no pueda quitarles enteramente la molestia de pensar y el trabajo de vivir”.
Grondona comenta al respecto: “Sería difícil igualar a Tocqueville hoy, un siglo y medio más tarde, en esta descripción de una sociedad democrática que, sin embargo, ha ido delegando en el Estado casi enteramente su libertad. He aquí otro pasaje significativo: “Hay ciertas naciones de Europa en las que el ciudadano se considera como una especie de colono indiferente al destino del lugar que habita. Los mayores cambios sobrevienen en su país sin su concurso. Ni siquiera sabe lo que ha pasado, tiene barruntos….Más aún, la fortuna de su pueblo, la policía de su calle, la suerte de su Iglesia o su presbiterio, no lo afectan. Piensa que todas estas cosas no le pertenecen a él de manera alguna; que pertenecen a un extraño poder que se llama gobierno. Por otra parte, este hombre, aunque ha hecho un sacrificio tan completo de su libre arbitrio, no ama la obediencia más que cualquiera. Se somete, es verdad, al capricho de un empleado; pero se complace en desafiar la ley como un enemigo vencido en cuanto la fuerza se retira. Así se le ve oscilar constantemente, entre la servidumbre y la licencia”.
Mientras que en la Francia de comienzos del siglo XIX recién se va constituyendo una débil democracia, o bien se van afirmando de a poco las ideas que las sustentan, luego de la caída de la monarquía con la Revolución Francesa, Tocqueville se traslada un año a los Estados Unidos para observar una democracia que se va construyendo sin que antes en ese país hubiese habido una monarquía; algo inédito y digno de verse.
Mientras que en la etapa monárquica no existe igualdad social, y la libertad sólo tiene vigencia para la clase gobernante, la democracia tiene como finalidad generalizar la igualdad de todo el pueblo para compatibilizarla con la libertad, objetivos nada fáciles de cumplir. Martín Zetterbaum escribió: “La publicación en 1835 de la primera parte de «La democracia en América» estableció a Alexis de Tocqueville como uno de los analistas sobresalientes del problema de la democracia. Tocqueville fue el primer escritor de los tiempos modernos que emprendió una investigación global del modo en que el principio democrático –la igualdad- funciona como causa primera formando o afectando todo aspecto de la vida dentro de la sociedad”.
“La ‘Democracia’ de Tocqueville está dedicada explícitamente a hacer una exposición del modo en que una condición social particular, una condición de igualdad, se ha hecho sentir en las instituciones políticas de la nación, y en las costumbres, modales y hábitos intelectuales de los ciudadanos. El estado social es la causa de que un régimen tenga sus propias características particulares. Esto no equivale a decir que el estado social lo explica todo en una sociedad, pues las costumbres anteriores y los factores geográficos, entre otros, también desempeñan un papel al forjar el régimen. Pero en ningún caso duradero estos factores secundarios ocultarán o frustrarán la operación del principio fundamental. El estado social forma opiniones, modifica pasiones y sentimientos, determina las metas que hay que buscar, el tipo de hombre que se admira, el lenguaje que se emplea y, en última instancia, el carácter de los hombres a los que reúne”.
“Ese estado social que es el principio motor de los regimenes democráticos es la condición de igualdad. Según Tocqueville, éste es el «hecho fundamental del que parecen derivarse todos los demás». El pensamiento político de Tocqueville se origina con el reconocimiento y la aceptación del triunfo inevitable del principio de igualdad. No sólo el curso de los últimos 800 años ha tenido un propósito (conducente al triunfo de la igualdad) sino que, asimismo, analizando la historia y los hechos del hombre, Tocqueville ve una expresión de la voluntad divina. El desarrollo de la igualdad de condiciones es un hecho providencial” (En “Historia de la filosofía política” de L. Strauss y J. Cropsey-Fondo de Cultura Económica-México 1996).
El fundamento del cristianismo, el mandamiento del amor al prójimo, es esencialmente un llamado a adoptar una actitud igualitaria en la que hemos de considerar lo que le sucede a los demás con una atención y dedicación similar a la que le damos a nuestros propios asuntos. De ahí que este principio haya de ser tenido en cuenta por Tocqueville, quien escribió: “Si largas observaciones y meditaciones sinceras conducen a los hombres de nuestros días a reconocer que el desarrollo gradual y progresivo de la igualdad es, a la vez, el pasado y el porvenir de su historia, el sólo descubrimiento dará a su desarrollo el carácter sagrado de la voluntad del supremo Maestro. Querer detener la democracia parecerá entonces luchar contra Dios mismo. Entonces no queda a las naciones más solución que acomodarse al estado que les impone la Providencia”.
Las ideas de libertad ya se venían difundiendo desde el siglo anterior. El problema esencial de la política, en adelante, consistirá en compatibilizar libertad con igualdad. Mariano Grondona escribió: “El siglo XVIII es el de la irrupción victoriosa de la idea de la libertad. En el siglo XIX avanzan las ideas sociales; la idea de la libertad empieza a estar a la defensiva contra movimientos de raíz democrática y finalmente socialista. El liberalismo, que empezó como una avanzada contra el corporativismo medieval, se encontró en este siglo con que lo cuestionaban otras formas de colectivismo”.
“Ante la actitud hostil que acosa al liberalismo, Tocqueville representa un pensador egregio y típico del «liberalismo a la defensiva». La esperanza de Tocqueville es salvar la idea de la libertad frente al predominio inminente de la igualdad, que es el nuevo ideal de su tiempo. También Stuart Mill reacciona frente al movimiento igualitario que viene avanzando, pero de una manera diferente. Tocqueville reacciona preguntándose cómo se puede salvar la libertad ante la inevitable igualdad”.
“Cuando Tocqueville habla de «democracia» no se refiere a una forma de gobierno sino a la «creciente igualación de las condiciones». La democracia es un proceso social. Lo que ve en 1835, es el comienzo del movimiento que llevará a la homogeneización. Por supuesto, detrás de esta gradual y creciente igualación de las condiciones está la idea rectora de la igualdad, valor-eje de la democracia”.
El liberalismo compatibiliza libertad con igualdad a través de una “igualdad condicional”, ya que propone una igualdad en las condiciones sociales iniciales para que, luego, cada individuo, haciendo uso de su libertad, realice sus proyectos individuales compatibles con los fines sociales. Por el contrario, los sistemas socialistas promueven una “igualdad incondicional”, ya que buscan la igualdad del punto de llegada en lugar de la igualdad del punto de partida, ignorando totalmente la libertad. Grondona escribió: “Lo que ocurre en tiempos de Tocqueville es que el liberalismo, que había anulado a la monarquía absoluta, es amenazado por un nuevo movimiento que no tiene a la libertad como valor-eje. La burguesía tenía en mente la idea de la libertad, que implica la idea de la competencia. Si hay libertad, cada uno llega hasta donde puede. Si uno dice esto hoy, parece oligarca. Pero en su momento la idea de la libertad fue revolucionaria: que cada uno llegara hasta donde pudiera y no hasta donde su nacimiento lo había predestinado, era una proposición innovadora, audaz, en el siglo XVIII. Pero el liberalismo, después de haber dado ese salto hacia la libertad, se encontró en el siglo XIX con que los perdedores de la competencia también entraban en el sistema político. Nacen así dos actitudes básicas que perduran en nuestros días”.
“El inexorable movimiento hacia la igualación de las condiciones, piensa Tocqueville, podrá respetar la subsistencia de la libertad o no. La democracia es irresistible, pero se la puede orientar hacia una democracia despótica o hacia una democracia liberal. La libertad, en el límite, puede ser salvada”.
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