La prédica constante y permanente en contra del comercio internacional y de la natural dependencia económica subsiguiente, interpretada como colonialismo o imperialismo que el país fuerte impone al débil, hace que un gran sector de la población lleve una vida dominada por la envidia, o el odio, ya que se le hace ver que todas sus penurias se deben a tal proceso de intercambio. También se atribuye el bienestar económico de los pueblos desarrollados a la sustracción indebida de riquezas hacia los países pobres. Adicionalmente se predica un odio intenso hacia los sectores locales cuando logran cierto éxito económico considerándolos colaboradores del imperialismo opresor.
La envidia delata una vida de dependencia respecto de la persona, o personas, envidiadas. De ahí que no resulte fácil detectarla. Sin embargo, se puede advertir su existencia cuando ciertos sectores manifiestan haber “festejado” los atentados terroristas en Nueva York, o cuando muere un empresario se escuchan voces tales como “uno menos”, o cuando en un hecho de violencia urbana muere el familiar de un empresario, se escuchan voces legitimadoras tales como “o robó antes o robó ahora”. Lo de la dominación extranjera constituye una profecía de autocumplida, ya que se establece la peor dependencia que pueda existir: la de los envidiosos respecto del pueblo envidiado. Juan Luis Vives escribió: “Quien tiene envidia pone gran trabajo en impedir que se manifieste…cosa que trae consigo grandes molestias corporales: palidez lívida, consunción, ojos hundidos, aspecto torvo y degenerado”.
“Con razón han afirmado algunos que la envidia es una cosa muy justa porque lleva consigo el suplicio que merece el envidioso” (Citado en “Conductas y actitudes” de Carlos Castilla del Pino-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2010).
Los objetivos explícitos del socialismo apuntan a la destrucción del sistema capitalista junto a la sociedad democrática, a los que se los difama buscando anular todos sus valores. Para llevar a las masas hacia una actitud destructiva, se les inculca el odio de clases, u odio entre sectores sociales. Carlos Castilla del Pino escribió: “El envidioso busca la destrucción del envidiado, pero la destrucción de su imagen, no necesariamente del cuerpo físico del envidiado. Porque aun desaparecido de este mundo, su imagen «persigue» (es su «sombra») al envidioso, en la medida en que ésta es de él y persiste incluso después de muerto. En el asesinato de Abel cometido por Caín la sombra de Abel subsiste tras su muerte”.
“Éste es el motivo de que, más que la muerte del envidiado, lo que realmente satisface, cuando menos en parte, es su «caída en desgracia», porque ello puede significar la pérdida de los atributos por los que antes se le envidiaban. Era ése el objetivo de la envidia: no que el envidiado no existiera, ni que fuera desgraciado en otros aspectos, sino que quedase situado por debajo del envidioso”.
“Se le puede, llegado este caso, compadecer, una vez sobrepasada la etapa preliminar de alegría por la desgracia ajena. En esta situación, el envidioso, «liberado» de la persecución de la sombra del envidiado, puede ahora compadecerlo, al menos por algunos momentos, porque al fin y a la postre siempre pensó que «es ahí donde siempre debiera haber permanecido»”.
“La presencia del componente envidioso dificulta, cuando no anula, toda otra forma de interacción con el envidiado y, en último término, hasta con los demás. Schopenhauer habla del muro que la envidia establece entre el yo y el tú, y cómo la envidia, por la ineludible necesidad de ser ocultada, se convierte en una pasión solitaria. La envidia priva al que la padece de una productiva relación con el envidiado, y también con aquellos a los que se les predica la destrucción del mismo. Porque ante el envidioso acaban los demás por precaverse y distanciarse, en la medida en que se advierte su maldad y su capacidad solapada para destruir al que envidia y, llegado el caso, a cualquier otro a quien potencialmente pudiese envidiar. ¿Quién garantiza que la envidia que ahora siente hacia P no se vuelva alguna vez hacia otros, y trate, de la misma manera, de destruirlos?”.
Existen varias propuestas para la mejora social, como es el caso del conocimiento propio, o introspección, que nos hace conscientes de nuestros errores. Otra alternativa consiste en establecer el socialismo para que los envidiosos no tengan la posibilidad de envidiar el éxito ajeno por cuanto en esa sociedad está prohibido todo éxito individual y permitidos sólo los colectivos. Para el citado autor, sin embargo, la envidia resulta muy difícil de superar. De ahí que resulte vana toda tentativa de hacer cambiar de postura al socialista auténtico, por lo que sólo tiene sentido práctico anticiparse ante las personas normales para que no sean afectadas por su influencia. “La envidia es crónica e incurable. Lo he afirmado antes: la envidia es una manera de instalarse en el mundo. Quien alguna vez ha tenido la experiencia dolorosa de la envidia está ya definitivamente contaminado por ella. Porque le desvela a sí mismo, en su intimidad, la secreta deficiencia, aquella por la que, aunque muy oculta, puede ser herido en la aparentemente más inofensiva interacción. Y una vez lastimado en su autoestima, el envidioso, más y más sensibilizado y susceptible, permanecerá constantemente alerta”.
“La envidia dura toda la vida del envidioso, que, para su tormento, vive en y para la envidia. Cualesquiera que sean las gratificaciones externas que el envidioso obtenga, persistirá la envidia. Porque aquéllas no son suficientes, ni provienen de aquellos a quienes considera capaces de valorarle en sus verdaderos términos. Digámoslo una vez más: el envidioso no dejará de serlo por lo que ya posee; seguirá siéndolo por lo que carece y ha de carecer siempre, a saber; ser como el envidiado”.
En las sociedades en crisis, donde predomina el hombre-masa y la ausencia de valores éticos, los políticos populistas y totalitarios se caracterizan por despertar el odio en los sectores populares con fines netamente electorales. Los convencen de que no son culpables de nada y de que la culpa de todos sus males la tienen los sectores adinerados, o los imperialismos extranjeros. El envidioso se siente justificado en su actitud y liberado de toda responsabilidad personal. Juan José López Ibor escribió: “Hace años que Ortega publicó su libro más famoso y quizá el más logrado [La rebelión de las masas]. Lo importante del libro de Ortega no es que denunciase el advenimiento de las masas, como una consecuencia del incremento de la población del mundo, sino su empobrecimiento ético. El hombre-masa para Ortega es un hombre inmoral o amoral. Es difícil, en verdad, que en el hombre-masa crezcan sus valores éticos cuando la «masificación» trae consigo la pérdida de la libertad y de la forma”.
“La masa es el instinto. Ya hace tiempo que los sociólogos y psicólogos señalaron la fusión a través de los estratos inferiores de la persona que se establece en las multitudes. De ahí su violencia apersonal. Ortega agregó nuevas dimensiones a este esquema, sobre todo el señalado antes con la dimensión ética. Para que el hombre-masa sea posible, es necesaria una vida racionalizada. No es, pues, un problema de inteligencia. Se puede ser hombre-masa a pesar de pertenecer a los estratos más o menos intelectuales de una sociedad. Sobre todo ahora, en que la misión del intelectual se considera, en tantos meridianos, libre de todo imperativo ético”.
“El hombre-masa se halla muy propicio a dejarse irrigar por cualquier sistema de planificación. Ocurre con él como con el hombre multitudinario. Ya los viejos trabajos de psicología colectiva habían puesto de manifiesto que, la mal llamada «alma de las multitudes» no consiste más que en un contagio afectivo. La anulación de los planos superiores de la personalidad permitía la hipertrofia de los planos instintivo-afectivos; de esta manera se crea una solidaridad entre los componentes de la multitud que la hace operar como un ente único, expresión de una presunta alma única. En la acción colectiva se ganaba en violencia y a veces en eficacia. Se perdía, en cambio, lo más egregio de la actividad humana: la posibilidad de crear valores espirituales y culturales. Se perdía la forma”.
“En la crisis contemporánea se tiene la impresión de haber tocado un punto más hondo que en anteriores crisis históricas. Incluso parece que en crisis históricas pasadas existía, más que un sentimiento de temor por el decaimiento y destrucción de los valores entonces vigentes, una alegría por la aurora de otros nuevos. Eran crisis cargadas de esperanza”.
“La característica esencial de la crisis presente consiste, precisamente, en la ausencia de esperanza. No se ve por ninguna parte apuntar valores nuevos, dibujarse una nueva imagen del hombre. La literatura actual, en lo que tiene de más específico como expresión del modo de sentir del hombre contemporáneo, es una literatura nihilista. Pocas veces, quizá nunca en el curso de la historia, se ha logrado una expresión más profunda y más poética al mismo tiempo del proceso de desintegración de la personalidad humana” (De “Rebeldes”-Ediciones Rialp SA-Madrid 1965).
La exaltación populista del odio puede conducir a la destrucción de sociedades y naciones cuando se sale de control, como es el caso de la actual Venezuela. El citado autor agrega: “Los sentimientos se contagian más que las infecciones. De este contagio afectivo surgen las explosiones multitudinarias. Pero el hecho es aún más complejo, porque no es que una persona o núcleo de personas difunda un estado de ánimo contagiando a los circundantes, sino que, a su vez, vuelve a recibir la emanación de ellos como en una operación de encendido mutuo. Veamos lo que ocurre en una asamblea política: el orador caldea el ambiente, pero el ambiente también lo caldea a él. Se establece así una especie de marea anímica colectiva que crece, implacablemente, y a veces peligrosamente, incluso contra la voluntad del que la determinó”.
Mientras que el politiquero se dirige siempre al hombre-masa para buscar su apoyo en vista a realizar sus propias ambiciones personales o sectoriales, denigrándolo al inculcarle el odio populista, el político genuino se dirige siempre al ciudadano personalizado para orientarlo hacia metas que benefician a todos. Como ejemplos del primer tipo tenemos a Perón y Eva, los Castro, los Kirchner, Chávez, Maduro, etc. Como ejemplo del segundo tipo tenemos al Mahatma Gandhi quien liberó a la India del sometimiento británico, fortaleciendo a todo individuo mediante una mejora ética generalizada. Gandhi escribió: “Para ver cara a cara al espíritu de la verdad universal que todo lo penetra, uno debe ser capaz de amar a la más vil criatura como a sí mismo. Y el hombre que aspira a eso no puede permitirse quedar afuera de ningún campo de la vida. Por eso es que mi devoción por la verdad me ha llevado al campo de la política. Puedo afirmar sin el menor titubeo, y aun así con total humildad, que aquellos que dicen que la religión no tiene nada que ver con la política no saben lo que la religión significa” (De “Pensamientos escogidos” por R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).
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