Entre los mensajes gestuales aparecen los que provienen del rostro, como es el caso de la expresión de la mirada. A través de esa expresión podemos darnos una idea de la personalidad de un individuo. Si sus apariencias poco o nada tuviesen que ver con la realidad de esa persona, no habría forma de conocerla, por lo que viviríamos desconfiando de todo el mundo, siendo éste el caso de quienes tienen poca aptitud para conocer a las personas a través del lenguaje gestual.
Incluso se puede aventurar una hipótesis afirmando que las apariencias son objetivas, y que en ellas se refleja la verdadera personalidad, si bien no nos resulta sencillo poder conocerlas adecuadamente, y aun teniendo en cuenta que la persona poco amable tratará de fingir ser todo lo opuesto, como ocurre con la mayor parte de las personas que fingen personalidades distintas a las auténticas, por cuanto resulta más sencillo aparentar que mejorar.
Los especialistas distinguen la cara del rostro, siendo la primera la base corporal que sustenta gran variedad de modificaciones. Carlos Castilla del Pino escribió: “Cada cual «tiene su cara», que, además de los cinco órganos de los sentidos, posee veintisiete músculos bajo la superficie, que son los que marcan sus rasgos. La cara, con los rasgos que muestra, se mantiene durante espacios de tiempo mayores o menores. La cara del niño, adolescente, joven, adulto o anciano es, en cada etapa de la vida, duradera”.
“Sobre esa cara con sus rasgos de relativa permanencia aparece el rostro. El rostro se hace para cada situación, para cada interacción con algún otro, otro animado (otra persona, un animal) u otro inanimado (un paisaje, un cuadro, una música). Se dice coloquialmente que para cada situación ponemos una cara distinta. En realidad, la cara es la misma, pero hemos hecho y ofrecido rostros distintos. El rostro es la cara en movimiento, un movimiento que tiene una finalidad, la de mostrar al otro nuestras actitudes del momento, circunstanciales”.
“La cara se define por sus rasgos y, por lo tanto, por su estabilidad; el rostro lo definimos por el gesto, es decir, por su versatilidad” (De “Conducta y actitudes”-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2010).
De la misma manera en que el físico-culturista va construyendo su cuerpo mediante ejercicios especializados, cada persona va construyendo un rostro a partir de la reiteración de actitudes. De la misma manera en que el músculo entrenado del cuerpo se desarrolla más que el no entrenado, los músculos entrenados del rostro, afines a la sonrisa, por ejemplo, tienden a desarrollarse más que otros menos asiduamente entrenados. Mientras que la construcción del cuerpo (body-building) se logra mediante la gimnasia progresiva con pesas, el rostro agradable se ha de lograr mediante el hábito de actitudes cooperativas hacia las demás personas.
En cuanto a la mirada, el citado autor escribió: “La potencia expresiva del rostro se multiplica en los ojos (la mirada) y la boca”. “La lectura el rostro es fundamental para comunicarnos, y para saber a qué atenernos respecto del otro. Por eso miramos más a la mirada del otro que al resto del rostro, como si en la mirada estuviera su secreto, su verdad”.
“Hay una prueba concluyente de la importancia que conferimos al proceso de lectura –tómese esta palabra en una acepción figurada- de los rostros. La utilización de la tomografía de emisión de positrones ha demostrado que para la identificación de un rostro se activa prácticamente la totalidad del córtex cerebral, incluso la circunvolución límbica, que es la encargada del dispositivo emocional, cada vez que alguien se enfrenta con otro”.
Mientras que la cara trae los rastros de la evolución biológica y de la herencia familiar, el rostro trae tanto los rastros de la influencia familiar como de la social. Seguramente, la expresión de un rostro no ha de ser la misma si un individuo desarrolla su vida en un ambiente familiar favorable a uno complejo o coercitivo.
En la actualidad, como en otras épocas, la gente le da mucha importancia a su aspecto exterior y a la belleza física, olvidando muchas veces que el mayor atractivo de una persona puede estar en su mirada y en la expresión del rostro, que tiene mucho que ver con la belleza interior antes que con la adquirida artificialmente. No es una actitud demasiado distinta a la de quienes buscan una “felicidad artificial” consumiendo drogas en lugar de buscar respuestas satisfactorias en el vínculo afectivo con otros seres vivientes.
La respuesta, o actitud característica, que todo hombre presenta ha de variar en función de las distintas interacciones con otras personas. De ahí que para definirla con cierta precisión deberíamos observarla en diversas circunstancias, y aun en circunstancias adversas o extremas; situaciones en que a veces no podríamos prever nuestras propias respuestas. “Hay personas en las que el control de sus expresiones es de tal índole que parece que tienen siempre la misma cara: la de severo, reservado, místico, tímido, matón o bobo. Su limitada capacidad para la formación de rostros, a veces incluso en situaciones excepcionales e inesperadas, como una catástrofe. Todos tenemos experiencia de la incomodidad que estos sujetos deparan. Porque con alguien que siempre tiene la misma cara, ¿nos podemos mostrar versátiles? Con un fiscal que hace de fiscal y hasta sobreactúa de fiscal es difícil poder mostrar rostros distintos y hemos de contener nuestra versatilidad y presentar siempre el mismo rostro, de inocente, de compungido. No deja de ser curioso que una gran mayoría de los sometidos a juicio muestren durante éste un rostro con el que convencer a fiscales y jueces de que «en el fondo» son buenas personas”.
“Por el contrario, hay personas versátiles, quizá demasiado versátiles, capaces de conformar rostros dispares en un corto espacio de tiempo: no sabemos a qué atenernos con esos sujetos que llegan a una reunión y se expresan de manera distinta con cada uno de los que allí están. ¿Cómo es posible que a mí me haya dirigido una expresión tal sólo cortés, y de pronto, al que estaba a mi lado, una expresión alegre, de cordialidad; y al siguiente una expresión reverencial, y al que viene después de distanciamiento? Esa versatilidad se nos antoja una mentira, una falsedad, una hipocresía; y seguramente no lo es. Ante cada cual compone el gesto que considera adecuado”. “El rostro es la expresión de la cara en un momento dado. Por eso, mientras la cara se ve, el rostro, además, hay que mirarlo, «leerlo», esto es, interpretarlo”.
Así como algunos investigadores trataron de encontrar algún detalle esencial en el cerebro de Albert Einstein, y no lo lograron, debido a que el pensamiento radica en los agrupamientos neuronales y sus vínculos, hubo quienes intentaron reconstruir el rostro de Cristo a partir de ciertas huellas aparecidas en el manto sagrado. En un caso se buscaba el origen de su inteligencia, en el otro caso se buscaba la expresión de su personalidad, aunque con dudosas conclusiones.
En el lenguaje de los gestos, aparecen algunos que tienen validez universal, debido seguramente a un origen biológico, mientras que otros tienen validez sectorial, debido seguramente a aspectos convencionales o culturales. Uno de los primeros trabajos de Víktor Frankl consistió en interpretar el gesto de afirmación con el movimiento hacia arriba y debajo de la cara, como cuando hemos aceptado un alimento de nuestro agrado, mientras que el gesto de negación consiste en un movimiento con la boca cerrada hacia ambos lados, como cuando rechazamos un alimento que nos desagrada. En ambos caso se trata de gestos universales.
La comunicación gestual no resulta del todo segura puesto que hay quienes modifican su rostro hábilmente con intenciones de engañar a los demás. Castilla del Pino agrega: “¿Qué se nos quiere decir con ese rostro que se nos ofrece, que alguien ha construido para nosotros? Quien sonríe, ¿nos sonríe de verdad o es una sonrisa de ficción? A lo largo de la vida aprendemos a detectar, en la expresión de un rostro, qué hay de sinceridad, qué de juego social y qué de ficción, y nos equivocamos muchas veces”.
“El problema de la fiabilidad de aquel con quien nos relacionamos es fundamental en la vida de todo ser humano. Nuestra intimidad es incomunicable. Por eso, nos apesadumbramos en ocasiones no ser creídos con lo que expresamos”.
“Se puede decir sin exageración que todo rostro no es un problema, porque en ese caso podría tener una solución, sino un enigma, y, como tal, irresoluble. ¿Por qué? Porque la lectura de un rostro no es un mero deletreo (tiene los ojos así, el pelo de esta manera, la nariz de esta anchura y longitud, es decir, evidencias), sino una interpretación”.
“Charles Darwin, en su precioso y fundamental libro ‘La expresión de las emociones en los animales y en el hombre’, que coincidió (hacia 1870) con la aparición de la fotografía, recogió una serie de instantáneas de expresiones en hombres y mujeres. Las envió a personas de las que tenía sobrados motivos para pensar que eran inteligentes, perspicaces y estudiosas de estos temas. Quedó perplejo: ninguna de las interpretaciones coincidió con las otras. Cada uno proyectaba en la fotografía del rostro ajeno su interpretación”.
La imposibilidad de que los demás puedan conocernos con cierta exactitud no deja de ser una ventaja por cuanto de esa forma nos sentimos protegidos de los demás. “¿Qué pasaría en este mundo si no mantuviésemos un alto grado de opacidad, aun sin proponérnoslo? Pues nada más ni nada menos que seríamos transparentes, que iríamos por la vida desnudos, absolutamente indefensos, despojados de intimidad. Nos desasosiega que la persona que amamos esté incapacitada para detectar cuánto la amamos y lo sincero que es nuestro amor. Pero ése es el precio que pagamos por que la persona a la que detestamos esté igualmente incapacitada para saber a ciencia cierta hasta qué punto la despreciamos o hasta odiamos. En suma, que las cosas están bien como están”.
Por lo general, tratamos de lograr una buena imagen social, aunque muchas veces no lo conseguimos ya que ello no depende enteramente de nosotros, sino de la imagen que los demás se forman de nosotros. “La identidad de alguien no es, como tendemos a pensar, la que él parece ofrecernos (ésa es, en todo caso, la identidad deseable por él), sino la que, a pesar de él, le concedemos. Ya lo dijo William James a finales del siglo XIX: «Nuestra imagen social está en la mente de los demás». Por eso, cada uno de nosotros goza o padece la identidad que los demás le atribuyen, lejos, quizá, de la que desearía que se formasen. Y en ello no puede haber unanimidad. Aunque le depare perplejidad al retratado, el pintor es el que lo ve, y retrata lo que ve, unas veces con el gusto y otras con el disgusto del retratado”.
Posiblemente en estas “injusticias” que comete el observador podamos encontrar un indicio de que no debemos realizar nuestra vida basados en la esperanza de recibir reconocimientos, sino que debemos realizarla pensando en el bien común.
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