La principal causa de la decadencia argentina estriba en el predominio del sector totalitario sobre el liberal. El primero aboga por la concentración absoluta del poder en manos de un líder político, populista o totalitario, con una economía cerrada; con pocos intercambios con el exterior, tratando de “vivir con lo nuestro”. El segundo sector es el que aboga por un Estado pequeño y eficaz que no consuma ni derroche la mayor parte de la riqueza generada por quienes realizan un trabajo productivo. Y que no se oponga, además, a los intentos por aumentar la producción.
Durante el siglo XIX, cuando no se hablaba todavía de totalitarismo, un conflicto similar se establecía entre monárquicos y republicanos. Los primeros trataban de mantener la concentración del poder en Buenos Aires, mientras que los segundos proponían una distribución del poder entre Buenos Aires y las provincias. Juan Manuel de Rosas fue la figura representativa de ese poder unificado y su titulo de Restaurador no surge de otra cosa que la de restaurar la antigua concentración de poder monárquica que ejercían los reyes de España. Domingo Faustino Sarmiento escribe al respecto: “Rosas no se ha contentado esta vez con exigir la dictadura, las facultades extraordinarias, etc. No; lo que pide es lo que la frase expresa (la suma del poder público) tradiciones, costumbres, formas, garantías, leyes, cultos, ideas, conciencia, vidas, haciendas, preocupaciones; sumad todo lo que tiene poder sobre la sociedad, y lo que resulte será la suma del poder público pedida”.
Juan Bautista Alberdi consideraba que el sistema político y económico era el que permitía gobiernos como el de Rosas. Incluso critica a Sarmiento por continuar, bajo su presidencia, con una organización política y económica similar. Alberdi escribe al respecto: “Ese estado económico de cosas era don Juan Manuel de Rosas como dictador. Eso era su poder omnímodo. No era un hombre: Rosas era un sistema, un orden de cosas. Los adversarios tomaban el símbolo por la cosa, al tirano por la tiranía. Rosas como hombre, como símbolo, como tirano personal, era un accidente. La cosa, el hecho, la tiranía, que en él se personificaba, era un estado permanente”.
“Lo que el gobierno de Rosas pedía a la legislatura de Buenos Aires, ya lo tenía por la naturaleza de las cosas, así desarregladas y desordenadas por la acción de los acontecimientos. Era ese desorden de los intereses y recursos económicos y financieros de la nación, lo que ponía en manos del gobierno de Buenos Aires la suma del poder público de la nación, no sólo de Buenos Aires” (De “El Faustino”-Ediciones Corregidor-Buenos Aires 1986).
Alberdi pone en evidencia que la actitud de los porteños de dominar a todo el país a través de su sistema monárquico o totalitario, les trajo como castigo la brutal tiranía de Rosas: “Monopolizar la civilización de toda una vasta república, es una falta que tiene por castigo la tiranía y la pobreza, que ese monopolio inflige al mismo que cree disfrutarlo como un bien. Dígalo sino la historia entera de Buenos Aires, que es, a la vez, la historia de la libertad, acompañada de la historia de la tiranía; la historia de la riqueza, acompañada de la historia de la crisis y de la pobreza”.
Mientras que los sistemas democráticos adoptan un “factor de seguridad” al establecer la división de poderes, los sistemas totalitarios carecen de ese factor. Y ese es el peor defecto del socialismo, ya que al estatizar los medios de producción, tiende a concentrar todo el poder económico, político, militar, etc., en una sola persona. Si esa persona impone el terror, se produce una catástrofe social, como ocurrió bajo el mando de Stalin y de Mao. Si esa persona es alguien normal, al cual la población no le tiene temor, como fue el caso de Gorbachov, el sistema totalitario cae irremediablemente.
Cuando en la Argentina se suspende por unos años, a partir de 1880, el sistema totalitario, comienza a regir el sistema liberal permitiendo que se ubique entre los primeros siete países del mundo. Luego comienzan a predominar nuevamente los sistemas concentradores de poder, esta vez de tipo fascista o socialista, cuyos máximos exponentes fueron Perón y los Kirchner, éstos últimos con el explícito lema de “Vamos por todo”, afianzando la decadencia nacional. Guy Sorman escribió: “La reflexión liberal no es, en un principio, la ideología de los ricos para los pueblos ricos, sino una teoría revolucionaria destinada, en el siglo XVIII, a sacar las masas de la pobreza y la injusticia. Cuando hace dos siglos Adam Smith publica «La Riqueza de las Naciones», el mundo al cual se dirige se parece mucho al Tercer Mundo de hoy, coexistencia de aristocracia próspera y masas miserables, sociedades bloqueadas por Estados pletóricos e imponentes, reglamentaciones absurdas que frenan la iniciativa individual. La liberalización progresiva, política y económica a la vez, es lo que hará pasar a esa Europa de la pobreza a la prosperidad”.
“Luego de cuatro visitas a la Argentina…no puedo sino adherir a la corriente de pensamiento que considera que este país no es víctima de ninguna fatalidad histórica o económica sino solamente víctima de su mala política. Es evidente que la decadencia surge de la inestabilidad del rol del Estado, del exceso del Estado y no del Estado en sí. En tanto dicho Estado sea imprevisible, y hasta peligroso para sus propios ciudadanos, el pueblo argentino no invertirá su futuro en su propio país”.
“Esta inestabilidad del Estado proviene, sin duda, del conflicto permanente entre dos Argentinas: una abierta al exterior, muy dada a los intercambios y gustosamente cosmopolita, la otra vuelta hacia adentro y recelosa. A estos dos pueblos les cuesta convivir y creo incluso que estos dos temperamentos desgarran a veces la personalidad interna de cada argentino”.
El proceso de decadencia se debe esencialmente al exceso de empleos públicos, muchos de ellos bien remunerados, por lo cual el Estado absorbe gran parte de las riquezas producidas utilizándolas para mantener a millones de empleados que poco o nada producen y cuya mayor tarea es la de cumplir horarios. Los excesivos impuestos que el Estado recauda para mantener la masa estatal votante en futuras elecciones, impiden la inversión industrial y agropecuaria, por lo cual el estancamiento es la consecuencia inmediata. Como los elevados impuestos tampoco alcanzan, se recurre a la emisión monetaria que crea inflación, o bien a los préstamos externos. El empleado público improductivo resulta más importante para la sociedad que el empleado privado productivo, ya que se opone a la expulsión del primero, pero es indiferente a la desocupación del segundo. El citado autor agrega: “Este país, que fue el primer abastecedor de Europa y EEUU, consume actualmente el 90% de lo que produce y sus exportaciones bajaron a un mínimo histórico. El motivo es simple: Alberto Duncan reduce su producción porque la carne ya no reporta nada. Su comportamiento es racional frente a una política absurda. El total de las retenciones públicas que pesan sobre Alberto Duncan no le deja más que la mitad del precio del mercado mundial sobre su producción de carne o cereales y su beneficio es nulo. Inversamente, un productor europeo recibe más que el precio mundial, gracias a los subsidios de la Comunidad”.
“Además, en Argentina, la inflación galopante, las reiteradas devaluaciones, el control de precios, los gravámenes sobre las exportaciones y el costo de los transportes públicos han vuelto totalmente imprevisibles los precios internos. Los gobiernos de Buenos Aires han destruido así cualquier posibilidad de proyecto económico a largo plazo. Duncan sólo puede subsistir con la condición de minimizar sus riesgos y no comprometerse nunca por tiempo prolongado. No puede invertir porque nada garantiza que le resultaría posible amortizar su inversión. Debe estar al acecho del más mínimo estremecimiento del mercado internacional y pasar de un cultivo a otro en función de las cotizaciones para limitar sus pérdidas”.
“¡Y lo que es peor, Duncan, como todos los estancieros, considera que la decadencia de la pampa es el resultado de una política deliberada! El Estado argentino, inspirado –o mejor dicho, mal inspirado- por teorías falsas, estima necesario colocar la industrialización por delante de la agricultura, transfiriendo la «renta» de los estancieros hacia las masas obreras, con el resultado de empobrecer a unos y a otros”.
En cuanto a la visión que de este problema tiene un representante típico de la “Argentina totalitaria”, Sorman escribe: “El Estado –me dice Juan José Taccone [dirigente de la CGT]- debe conducir el desarrollo porque la Argentina no tiene una burguesía capitalista; los estancieros sólo se comportan como rentistas, y están más dispuestos a especular con las cotizaciones mundiales y a exportar sus ganancias que a invertirlas en su propio país. Por lo tanto –agrega- hay que confiscar las ganancias del estanciero y mantener los precios del trigo y de la carne lo más bajos posible para hacer vivir al obrero de Buenos Aires y financiar la creación de una industria nacional, protegida de la competencia extranjera”.
“Los gobiernos que se suceden en la Casa Rosada, radicales y justicialistas, civiles o militares, en realidad continúan la misma política, presionando lo que reporta –la agricultura y la ganadería- para sostener lo que no funciona. La administración pública es pletórica y el sector público industrial está en quiebra. Éste no puede ser rentable porque es público, porque está protegido de la competencia interna y externa y finalmente porque el mercado es demasiado pequeño para justificar una estrategia de sustitución de las importaciones” (De “La nueva riqueza de las naciones”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1987).
Cuando un gobierno intenta promover la producción agropecuaria, o de cualquier sector, reduciendo retenciones e impuestos, pronto recibe descalificaciones y difamaciones por “ayudar a los ricos” en lugar de hacerlo con los pobres. Es decir, según un gran sector de la población, de la política y de la intelectualidad, debemos mantener la decadencia por un tiempo indefinido. Luego, en lugar de aceptar las consecuencias de nuestras decisiones, debemos culpar al sistema capitalista y al imperialismo yanqui por nuestra crisis permanente ya que tal prédica ha de favorecer el ascenso al poder de algún otro político populista o totalitario.
La economía paralela, con sus limitaciones, al menos puede eludir las trabas e impedimentos que establece el Estado ante quienes tratan de producir. Al igual que en los países socialistas, permiten que la decadencia no sea tan notoria. Guy Sorman escribió al respecto: “Gracias a estas escapatorias a la inacción o a las exacciones del gobierno el pueblo sobrevive y la economía marcha tal vez mejor de lo que hacen creer las estadísticas oficiales. En efecto, si uno atuviera solamente a las cifras, la acumulación de un crecimiento negativo desde hace cuarenta años permitiría calcular que la Argentina no existe más, sin embargo, los argentinos siguen estando y recrean sin cesar, por espíritu de empresa, un mercado que el Estado se empeña en suprimir. De modo que cuando Juan José Taccone nos dice que falla la iniciativa privada, no es en realidad porque falte espíritu de empresa sino porque para emprender en Argentina hace falta una temeridad loca y hay que enfrentar a un entorno interior mucho más confuso de lo que es el entorno internacional”.
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