Por lo general, las hipótesis incompatibles con la realidad muestran cierta incoherencia lógica que hace sospechar de su falsedad. Así, cuando Aristóteles afirmaba que una masa M caía antes que otra masa m, menor que la anterior, Galileo Galilei sospechaba de la falsedad del enunciado considerando que si juntaba ambas masas (M+m), el conjunto debería caer antes que M sola, por ser más masivo. Además, como m retardaría un poco a M, debería el conjunto caer después de hacerlo M sola. Antes de hacer alguna experiencia al respecto, Galileo podía inferir que la hipótesis aristotélica generaba una contradicción lógica, no resultando por ello compatible con la realidad. De ahí la conclusión posterior de que toda las masas caen a Tierra con la misma aceleración.
Si bien en la física moderna (cuántica y relativista) aparecen conceptos contra-intuitivos, la racionalidad se mantiene, ya que la coherencia lógica es reemplazada por la coherencia matemática, por lo cual las hipótesis incompatibles con la realidad tienden a hacerse evidentes en cuanto aparecen incoherencias matemáticas en la descripción respectiva. No se descarta, por cierto, la posibilidad de teorías erróneas aun cuando mantengan la coherencia mencionada, por cuanto este aspecto resulta ser algo necesario, pero no suficiente.
En cuestiones humanas y sociales aparece también, al menos en las mentes entrenadas, cierto rechazo cuando se advierten incoherencias lógicas evidentes. Tales incoherencias no permiten realizar razonamientos posteriores ya que la mente se bloquea y, aun cuando simpatice o sea de su agrado cierta hipótesis sobre el mundo real, será rechazada en forma instintiva.
Todo parece indicar que la mente “hereda” la coherencia interna existente en los fenómenos naturales y sociales. De ahí que Baruch de Spinoza escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”. Incluso Georg W. Hegel afirmaba que “Todo lo real es lógico y todo lo lógico es real”. Podemos decir que todo lo real tiene coherencia lógica, si bien pueden establecerse hipótesis con cierta coherencia lógica que sin embargo no son parte de la realidad.
Una de las ideas más apreciadas por el hombre es aquella que afirma que Dios interviene en los acontecimientos humanos. Si en realidad lo hiciera, no habría tanto sufrimiento en el mundo, como existe en este momento o como ha existido durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Si Dios cambiara levemente una causa previa a un accidente, se evitaría el sufrimiento que de por vida padecerán los familiares de las víctimas.
Gran parte de las creencias religiosas presentan incoherencias lógicas que son ignoradas por cuanto la idea resulta demasiado atractiva para dejarse de lado. Así, se habla tranquilamente de un “milagro”, o intervención de Dios, cuando en un accidente de aviación se salva una persona mientras mueren las 79 restantes. Si uno se pregunta por qué Dios salvó a una persona y no a las restantes, pudiendo hacerlo, se nos va a contestar diciendo que no debemos ser tan soberbios como para juzgar las acciones de Dios, cuando en realidad se está juzgando la veracidad de una hipótesis humana respecto de las posibles acciones de Dios.
Mientras mayores sean las incoherencias lógicas, mayores serán los “misterios” considerados por el creyente. Baruch de Spinoza escribió: “¿Nos extrañaremos, entonces, de que de la antigua religión no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que a adorarlo) y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios que transforman a los hombres de racionales en brutos, puesto que impiden que cada uno use de su libre juicio y distinga lo verdadero de lo falso; se diría que fueron expresamente inventados para extinguir del todo la luz del entendimiento. ¡Dios mío!, la piedad y la religión consisten en absurdos arcanos. Y aquellos que desprecian completamente la razón y rechazan el entendimiento, son precisamente quienes cometen la iniquidad de creerse en posesión de la luz divina”.
“Claro que, si tuvieran el mínimo destello de esa luz, no desvariarían con tanta altivez, sino que aprenderían a rendir culto a Dios con más prudencia y se distinguirían, no por el odio que ahora tienen, sino por el amor hacia los demás; ni perseguirían tampoco con tanta animosidad a quienes no comparten sus opiniones, sino que más bien se compadecerían de ellos, si es que realmente temen por su salvación y no por su propia suerte”.
“Estos son, pues, los pensamientos que me embargaban: que la luz natural no sólo es despreciada, sino que muchos la condenan como fuente de impiedad; que las lucubraciones humanas son tenidas por enseñanzas divinas, y la credulidad por fe; que las controversias de los filósofos son debatidas con gran apasionamiento en la Iglesia y en la Corte; y que de ahí nacen los más crueles odios y disensiones, que fácilmente inducen a los hombres a la sedición, y otras muchísimas cosas…” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
También en los movimientos políticos totalitarios aparecen incoherencias y contradicciones lógicas. De ahí que muchos se adaptan sometiéndose calladamente a la ideología respectiva, mientras que otros encuentran indigno y denigrante tal sometimiento. En forma semejante a la creencia en el “Dios bueno” que interviene en el mundo y “pone a prueba” a sus súbditos “concediéndoles” tremendos sufrimientos de por vida, el “Dios Stalin”, justo e igualitario, promueve asesinatos masivos entre los rebeldes que tratan de quitarle el puesto de mando. Mientras muchos se someten a la ideología partidaria, otros terminan alejándose del Partido Comunista.
Por lo general, las decisiones se adoptan en función del amor, del egoísmo o del odio hacia individuos o sectores de la sociedad, mientras que los razonamientos se emplean posteriormente para justificar tales decisiones. Bertrand Russell escribió: “No entiendo por «razón» ninguna facultad para determinar los fines de la vida. Los fines que un hombre persigue están determinados por sus deseos. Pero puede perseguirlos hábil o torpemente” (Del “Diccionario del hombre contemporáneo”-Santiago Rueda Editor-Buenos Aires 1963).
Así como en la religión se establecen conversiones desde el ateísmo a la fe, o a la inversa, el adepto a un partido político totalitario ingresa o se separa de la ideología política en cuestión. Ralph Giordano escribió: “Da igual donde vida el fiel adepto, ya sea Moscú o París…Su estado de indefensión, de entrega, de marasmo y de disposición a la autonegación y al sometimiento, toda esa quiebra de la personalidad viene determinada por un temor que comienza a adoptar formas cada vez más obsesivas: dejar de pertenecer al Partido. Esta magia ferviente y anónima, llamada «amor al Partido», es la clave de todo el comportamiento, en ella confluyen todos los hilos: ¡no existe ninguna alternativa al Partido! Esto desemboca en un callejón sin salida íntimo, una entrega incondicional y convierte en lógico el sometimiento. Y al mismo tiempo, de todas las metamorfosis se desarrolla la peor: la transformación del amante en su propia comisión de control” (Citado en “Lealtad y traición” de Franziska Augstein-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2010).
El marxismo utiliza el término “alienación” en sus críticas al capitalismo. Sin embargo, las incoherencias lógicas en que se incurre bajo tal ideología promueven en sus seguidores un estado mental de alejamiento de la realidad poco distinguible de una anormalidad psíquica. En el mencionado texto se lee: “Los héroes de la Revolución de octubre se habían convertido en «traidores», los luchadores contra el nazismo en «agentes del imperialismo». Mientras Stalin y su camarilla definieron la realidad, muchos comunistas vivieron en un mundo en el que cualquier bloc de notas podía transformarse de pronto en un manuscrito y cualquier manuscrito en una prueba de actividades contrarrevolucionarias”.
“En los años treinta Heinrich Mann se entrevistó en su exilio parisino con Walter Ulbricht, futuro presidente del Consejo de Estado de la RDA [República Democrática Alemana]. El Partido Comunista de Alemania pretendía nombrar a Mann presidente de un Gobierno alemán en el exilio. Pero la conversación no dio frutos. Heinrich Mann dijo más tarde que no podía forjar planes con un hombre que afirmaba que la mesa a la que te sentabas era en realidad un estanque de patos”.
“El mundo del estalinismo estaba equivocado. Y muchas personas que lo poblaban sufrieron una metamorfosis demencial. Se transformaron en funcionarios sin alma y comenzaron a equivocarse consigo mismos porque la disciplina del Partido no encajaba en su propio criterio. Muchos se adaptaron a la carencia de perspectiva. Y muchos otros sepultaron las preguntas críticas y se concentraron en la tarea inmediata…”.
“Había dos verdades, una compleja y otra para el pueblo. Sin embargo a muchos camaradas españoles intelectuales no se les ocurría encuadrarse dentro de la casta dominante. Al contrario, cuando ocultaban sus opiniones creían ser humildes trabajadores al servicio del proletariado, de la Historia y de la verdad. Se adaptaron a una conciencia escindida. Aquí radica el sectarismo de la tendencia dogmática del estalinismo. Los camaradas resolvían dialécticamente las contradicciones entre sus propios pensamientos y las directrices del partido, entre el ideal y la realidad. Gracias a la dialéctica, la noche se podía convertir en día en un abrir y cerrar de ojos. Hasta en la oscuridad más impenetrable se destacaba la cercanía del amanecer. Junto a la fe religiosa y el amor, la dialéctica es un instrumento único de dominación. El partido que se sirve de ella puede denominarse infalible y estar seguro de la lealtad de sus adeptos”.
El hombre dispone de dos medios para desvincularse de la humanidad: el odio y la mentira. Tiene además un medio adicional para desvincularse del orden natural: el irracionalismo, entendido este último como el abandono de la coherencia lógica como criterio para validar el pensamiento cotidiano; aun cuando este criterio no resulte suficiente. La religión sin coherencia lógica conduce al paganismo, mientras que la filosofía o la política, sin esa coherencia, puede conducir al totalitarismo. Heinrich Heine escribió: “Los conceptos filosóficos alimentados en el silencio del estudio de un académico pueden destruir toda una civilización”.
Los ataques hacia todo lo que implique ciencia experimental, capitalismo o civilización occidental, necesariamente involucran el odio, la mentira y la irracionalidad, no excluyendo por cierto las tendencias autodestructivas de quienes actúan en una forma poco consciente.
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