Cuando aparece un organismo extraño, que ataca nuestro cuerpo, surgen los anticuerpos para defenderlo. Si, por algún error, los anticuerpos reaccionan sin que nadie ataque, se producirán reacciones alérgicas, que ocasionarán efectos poco deseables. En política sucede algo similar, ya que, cuando aparece un sector que ataca de alguna forma a la sociedad, surgirán en su defensa otros sectores. Incluso algunos de ellos tomarán el poder con el pretexto de que alguien ataca a la sociedad, cuando no es así, constituyendo una especie de reacción alérgica sin legitimidad, haciendo indistinguible el virus del anticuerpo.
Gran parte de los movimientos de tipo fascista, surgidos en Europa, fueron promovidos por el peligro que significaba el comunismo, aunque en algunos casos quedó la duda acerca de quien era más peligroso: la enfermedad o los anticuerpos. La culpa por los males acontecidos debe recaer, no sólo ante los excesos de los “anticuerpos”, sino también en el sector que intentó tomar el poder bajo un gobierno de tipo totalitario. Los países democráticos, sin necesidad de dictaduras, se defienden con sus leyes ante los embates de ese tipo.
Las peores circunstancias por las que pasa una sociedad son generadas por sectores que promueven divisiones irreconciliables, situación que tarde o temprano conducirá a algún tipo de violencia, tal el caso del marxismo. Ante sus explícitos proyectos de expropiación de los medios privados de producción (y de otros medios), y ante la segura pérdida de la libertad personal, surge en la población la tendencia a apoyar a sectores políticos, o militares, que se opongan a esos proyectos. Así, el fascismo, al mostrarse como un anticuerpo ante el virus comunista, recibió inicialmente mucho apoyo, hasta que mostró sus serias debilidades. De no haber existido el marxismo, posiblemente no hubiesen existido tanto el fascismo como el nazismo. Walter Theimer escribió respecto del fascismo:
“Las antiguas fuerzas de la sociedad, y ante todo los grandes propietarios de las ciudades y el campo, habían llamado a Mussolini en su ayuda contra el radicalismo de izquierda, esperando siempre poder poner freno a su ímpetu: se equivocaron en eso, y fue él finalmente quien los desbordó. El proceso había de repetirse en Alemania, donde no quedaba institución alguna que, siquiera en el último momento, pudiera intervenir para salvar al país” (De “Historia de las ideas políticas”-Ediciones Ariel SL-Barcelona 1960).
Todo virus social produce una enfermedad social; siendo la peor de todas el odio colectivo, que puede incluso conducir a una guerra civil. Podemos mencionar, como ejemplo de sus síntomas, el caso de Enrique Santos Discepolo, autor del conocido tango “Cambalache”, quien condujo un programa radial, en la época de Perón, adhiriendo políticamente al tirano. Sus amigos dejaron de saludarlo y la gente en la calle lo insultaba. Durante la última etapa de su vida padeció una amarga soledad. En el tango nombrado relata y critica la crisis moral del siglo XX, por lo que resulta sorprendente su adhesión al peronismo.
Otro ejemplo es el del filósofo Miguel de Unamuno quien, pretendiendo ser neutral durante la Guerra Civil española, no le fue reconocida tal postura, por lo que fue calumniado por la gente que le rodeaba. En un discurso expresó: “Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.
Hugh Thomas relata lo que sigue a ese hecho: “Aquella noche, Unamuno fue al casino de Salamanca, del que era presidente. Cuando los miembros del casino, algo intimidados por estos acontecimientos, vieron la venerable figura del rector subiendo las escaleras, algunos gritaron: «¡Fuera! ¡Es un rojo, y no un español! ¡Rojo traidor!»”. “A partir de entonces, el rector ya no salió casi nunca de su casa, y la guardia armada que le acompañaba tal vez era necesaria para garantizar su seguridad. La junta de la universidad «pidió» y obtuvo su dimisión del cargo de rector. Murió con el corazón roto de pena el último día de 1936” (De “La guerra civil española” (2)-Ediciones Grijalbo SA-Barcelona 1976).
El surgimiento del peronismo resultó análogo a una reacción alérgica, por cuanto la situación previa a su aparición era aceptable; al menos no atravesaba ningún tipo de crisis. El deterioro posterior del país evidenció que se trataba, en realidad, de un virus político que hizo surgir los respectivos anticuerpos que provocaron posteriormente su destitución. Quienes aducen la legitimidad del acceso al poder que tuvo el peronismo, se les debe recordar que existen otras leyes adicionales, no menos importantes, las leyes naturales, que implican el respeto a los derechos que todo habitante tiene en su condición y dignidad de ser humano, que muy poco se valoraron durante la tiranía. El permanente acicateo para mantener vigente el odio colectivo hizo que la sociedad estuviera dividida y debilitada con el absurdo objetivo de engrandecer la popularidad del tirano. La explicación del apoyo de un importante sector de la población puede hallarse en que existen individuos que sólo se sienten importantes cuando forman parte de una agrupación política que promueve el odio, ya sea hacia los ricos, la oligarquía o el imperialismo yankee, tratando de justificar el fracaso económico personal asignando culpas a tales “enemigos”.
La venganza de Perón contra la nación se concretó cuando promovió sin interrupciones todo tipo de violencia, luego de su destitución; incluso estableciendo pactos con la guerrilla marxista para lograr su retorno “triunfal” al poder. Dicha guerrilla se convirtió así en un peligroso virus que amenazaba la salud de la nación, ya que buscaba imponer un gobierno totalitario, similar al de Fidel Castro, por lo que no faltaron los anticuerpos, constituidos por los organismos de seguridad del Estado.
El subdesarrollo sigue vigente por cuanto un país fracturado raramente logra encaminarse por la senda del desarrollo. El kirchnerismo, fiel a la tradición de usar a toda una nación buscando objetivos personales o sectoriales, ha mantenido y reavivado la división promovida anteriormente por el peronismo y luego por el marxismo, dándole un aspecto nuevo a un viejo problema.
Una gran parte de los conflictos ocurridos durante el siglo XX, se debieron al marxismo, por cuanto estaba presente en casi toda guerra civil o en toda fractura social. Tanto las dos Españas, como las dos Alemanias, como las dos Chinas, como los dos Vietnam, como las dos Coreas, los dos Chiles, etc., implicaban que uno de los sectores fue dominado por el “virus” mencionado. En caso de que el “sistema inmunológico” no esté bien desarrollado, triunfa definitivamente la enfermedad, como fue el caso de Cuba, cuyo invasor ocupa el poder desde 1959. Los calificativos de “virus” y “anticuerpos” son considerados en forma opuesta por el marxismo, de lo contrario, el conflicto ideológico ya se habría resuelto. Para el marxista, la enfermedad es el capitalismo y los anticuerpos los marxistas.
El fracaso y caída posterior del comunismo, abre esperanzas acerca de su definitiva superación, si bien no es de esperar que los propios marxistas acepten alguna vez la realidad. Puede decirse que la reacción anticomunista surge como una natural respuesta ante la mentira, el robo y el asesinato, acciones que caracterizan al marxismo activo, siendo las dos primeras de cumplimento “obligatorio”, mientras que la última surge en caso de “desobediencia ante el sometimiento”.
Al buscar la expropiación de los medios de producción, por parte del Estado, acusan al sector empresarial de robar parte del salario de los trabajadores (plusvalía), lo que no siempre es cierto. De ahí que fundamenten sus razonamientos con una mentira inicial. Luego, justifican la acción expropiadora sin ningún cargo de conciencia, porque aducen que es justo robarle a un ladrón. Este método de atacar primero, incluso con los mismos calificativos recibidos (por los atributos poseídos), es algo común en los movimientos totalitarios. Así, podemos mencionar el principios nazi correspondiente, que implica “cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo al ataque con el ataque”. La lista completa de los “mandamientos” de Joseph Goebbels es la siguiente:
1. Principio de simplificación y del enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo
2. Principio del método del contagio: reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada
3. Principio de la transposición: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo al ataque con el ataque
4. Principio de la exageración y desfiguración: inflar hechos y datos
5. Principio de vulgarización: toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar
6. Principio de orquestación: la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto
7. Principio de renovación: hay que emitir constantemente informaciones y argumentos
8. Principio de verisimilitud: construir argumentos a partir de fuentes diversas
9. Principio de la silenciación: acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos
10. Principio de la transfusión: la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales
11. Principio de la unanimidad: llegar a convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad
(Citado en “Los mitos setentistas” de Agustín Laje Arrigoni-Buenos Aires 2011)
Queda la duda acerca de si los Kirchner adoptaron con mucha fidelidad el mencionado método de Goebbels o bien si éste surgió de sus mentes como una elaboración propia.
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