Se ha dicho del hombre que es una animal social, o político, por cuanto lo esencial de su naturaleza es la forma en que se vincula con los demás integrantes de su comunidad; es decir, el hombre en interacción con sus semejantes. Por ello, cuando se habla del hombre libre, no implica alguien aislado y sin interacción social, sino alguien que puede orientar sus acciones y elegir su futuro en una forma autónoma. La idea de libertad, respecto de otros hombres, implica también la idea de igualdad, y ambas se consolidan con el cristianismo. Aristóteles escribió: “El hombre es, por naturaleza, un animal político”.
Si se considera que los demás poseen los mismos derechos y son afectados por los mismos deberes, no se les debería restringir su autonomía respecto a sus elecciones mediatas e inmediatas. Henry Kamen escribió: “La libertad proclamada por los apóstoles era tanto externa como interna. Internamente, la gracia de Cristo había redimido y absuelto al hombre, dándole la libertad absoluta de los hijos de Dios. En correspondencia, el cristiano debe respetar a los demás con un espíritu de caridad basado en la libertad: no se debe herir la conciencia del prójimo”. “Externamente, los cristianos tenían que estar libres de represiones y persecuciones políticas, ya que, según Cristo, debían cumplir irreprochablemente todas sus obligaciones conforme al «da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». En otras palabras, las esferas del gobierno secular y de la religión estaban separadas, y el Estado no tenía derecho a imponer la aceptación de la religión con tal que uno cumpliese fielmente todas las obligaciones con él. La diferenciación absoluta de la Iglesia y el Estado, prescrita con tanta claridad por Cristo, se convirtió en el código de las reclamaciones cristianas de tolerancia bajo el Imperio Romano” (De “Los caminos de la tolerancia”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1967).
Los valores asociados a la vida en sociedad son la libertad y la igualdad. Puede decirse que la interacción entre dos individuos es libre cuando también es igualitaria. Son dos valores que se cumplen, o no, juntos. En el caso del cristianismo, la libertad se logra como consecuencia de haber previamente adoptado una actitud predispuesta a compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias (o al menos haberlo intentado), tal el significado del amor al prójimo. El hombre se siente libre cuando advierte que es tratado igualitariamente, y cuando es considerado importante para los demás, ya que se respetan sus derechos y se lo obliga moralmente a cumplir con sus deberes.
Cuando no aparece el sentimiento de igualdad, la persona advierte que es poco importante para el otro. Es tratado como un ser inferior ya que no se respetan sus derechos esenciales mientras se lo presiona compulsivamente para que cumpla con sus deberes. Quien hace sentir inferiores a los demás es el que presupone su propia superioridad, aunque muchas veces trate de compensar con ello un previo complejo de inferioridad.
Existe, por cierto, una superioridad parcial y circunstancial, que podríamos denominar natural, y es la del docente respecto al alumno, o del médico frente al paciente. Sin embargo, el trato igualitario, aun en las situaciones mencionadas, implica que el docente no descarta la posibilidad de que el alumno lo hubiese superado si pudiera haber compartido la etapa adolescente del docente, o bien que lo superará en el futuro cuando sea adulto. En todos los casos, el trato igualitario surge al priorizar los valores éticos antes que los intelectuales o los materiales.
La conclusión importante es, entonces, que la igualdad se logra junto a la libertad cuando predomina determinada escala de valores, mientras que no se logran en los otros casos. Así, la “igualdad artificial” que se trató de imponer en los sistemas socialistas, resultó ser una igualdad ficticia que incluso se estableció a costa del enorme costo que implicó la pérdida de la libertad. Tampoco se consiguió la igualdad económica, aunque de haberse logrado sólo hubiese servido para aliviar la vida del envidioso, es decir, la revolución socialista implicó cambios destinados a la adaptación de gran parte de la sociedad a las necesidades psicológicas de quienes tenían la peor falla moral, que por cierto tampoco se beneficiaron con los cambios, ya que la eliminación de la envidia se logra por medios distintos.
De la misma manera en que se puede definir tanto al socialismo como al liberalismo según sus objetivos perseguidos, se los puede caracterizar también por los resultados concretos que posibilitan sus respectivas directivas. De ahí que pueda decirse que el socialismo es el sistema que impide lograr tanto la libertad como la igualdad. Michael Voslensky escribió:
“Steinberg, socialista revolucionario de izquierda, comisario del pueblo de Justicia del primer gobierno de Lenin, describe así a los dominadores y a los dominados de la Rusia soviética: «Por una parte, embriaguez del poder, insolencia triunfante, calumnias y pequeñas maldades, venganzas de baja estofa y desconfianzas sectarias, desprecio cada vez mayor hacia los subordinados. En una palabra, un nuevo poder. Y por otra parte, desaliento, miedo a las represalias, cólera impotente, odios silenciosos, adulaciones, mentiras perpetuas. El resultado: dos nuevas clases a las que separa un enorme foso psicológico y social»” (De “La Nomenklatura”-Editorial Crea SA-Buenos Aires 1981).
Según el criterio anterior, puede decirse que el liberalismo permite lograr la libertad a partir de la igualdad personal o afectiva (no económica) por cuanto, al establecerse la igualdad económica, se restringen o se limitan las potencialidades productivas individuales. Es decir, el liberalismo permite lograr los objetivos mencionados siempre y cuando exista en la población una aceptable predisposición para el trabajo, la inversión y la innovación, mientras que en el socialismo tales predisposiciones son ignoradas y reemplazadas por la obediencia y la obsecuencia, necesarias para la supervivencia bajo tal sistema.
Las distintas sociedades apuntan hacia el futuro en forma no unánime, ya que existen diferentes opiniones respecto a la elección del camino a seguir. Existen tres orientaciones principales que en cierta forma se identifican con las posturas conservadora, socialista y liberal. Eduardo Briancesco escribió en referencia a la opinión de Víctor Massuh: “Así, pues, el conservador, fijo en el pasado, quiere preservar el orden tradicional a todo precio. El destructor pretende acabar, liquidar lo pasado y presente, abriéndose al futuro que él piensa preparar mediante la destrucción. El innovador, en fin –que goza indudablemente de las preferencias de Massuh- espera ardientemente ese futuro, atisbándolo a través de las mil formas que encuentra en el presente inmediato, y gracias a esa búsqueda apasionada cree preparar el descubrimiento de un nuevo principio, capaz de dar al mundo un sentido y alegría inéditos” (De “Cristianismo y política”-Cuadernos de encuentro-Buenos Aires 1972).
Los dos problemas centrales de la ciencia política consisten en evitar la falta de gobierno, por una parte, y el exceso de gobierno, por otra parte. En el primer caso, se pierde toda posible seguridad personal y predomina el caos; por lo que se afirma que es mejor un mal gobierno que su ausencia. En el segundo caso se pierde tanto la libertad como la igualdad, predominando la servidumbre colectiva. Diego Tatián escribió: “La filosofía política reconoce en su historia una tradición que tiene por motivo fundamental la defensa del orden o la unidad contra la anarquía, y otra que procura la libertad contra la opresión”.
El vínculo que une a los distintos integrantes libres de una sociedad ha de ser de tipo afectivo, implicando un vínculo moral. Por el contrario, los vínculos materiales, como los medios de producción, propuestos por el socialismo, nos llevan a pensar en una colmena o en un hormiguero. El citado autor escribió: “La construcción de la vida buena en tanto vida política remite en Aristóteles –de manera compleja- a la amistad; en efecto, «la obra propia de la política consiste en producir la mayor cantidad posible de amistad». Pero la vida buena, como así también la amistad, está vedada a los malos, a los malvivientes; quienes se hallan sumidos en la vida mala, los malintencionados, no pueden ser amigos ni pueden formar parte de una «koina ta philon», de una comunidad de amigos –tampoco podrán ser buenos ciudadanos”.
“Aristóteles adjudica a los malos, a quienes llevan una vida mala, la desemejanza, la multiplicidad, el carácter polimorfo: «El hombre bueno es siempre semejante a sí mismo…el malo y el insensato no se parecen en nada por la tarde a lo que eran por la mañana»; pero, sobre todo, los malos son quienes no pueden dejar de preferir las cosas (prágmata) a las personas, quienes subordinan la amistad a los bienes, es decir aquellos para quienes «el amigo resulta ser un accesorio de las cosas y no las cosas de los amigos», Podríamos pensar que estas características de los malos –el polimorfismo y la ambición- los vuelve propensos a la adulación más que a la amistad” (De “La cautela del salvaje”-Adriana Hidalgo Editora SA-Buenos Aires 2001).
Ante lo expuesto, nos da la impresión que sólo se establecerá una sociedad éticamente aceptable cuando predomine la amistad sobre la ambición y los demás defectos de los hombres. Sin embargo, algunos autores sostienen que, debido a la parcial neutralización de los defectos, será posible establecer una sociedad que resulte aceptable a pesar de las fallas de muchos de sus integrantes. Immanuel Kant escribió:
“El problema de la constitución de un Estado puede ser solucionado, por muy extraño que parezca, aun cuando se trate de un pueblo de demonios, siempre y cuando estén dotados de inteligencia. El problema se reduce a esto: cómo organizar una multitud de seres razonables que desean, todos, leyes universales para su propia conservación, aun cuando cada uno de ellos, en el secreto de su ánimo, se inclina siempre a eludir la ley. Se trata de ordenar su vida en una constitución de tal modo que aunque sus sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos a otros, se neutralicen entre sí y el resultado público de esos seres sea exactamente el mismo que si no tuvieran malas intenciones”.
Diego Tatián agrega: “Como podrá verse, se trata en esencia del programa político de Hobbes, en el que resultan cruciales los conceptos de obediencia e interés. Es decir, sólo el interés, el autointerés, el egoísmo, podrían motivar a un «demonio» o a un «lobo» a obedecer, no obstante su íntima «inclinación a eludir la ley». De manera que el problema a resolver es aquí el de cómo crear las condiciones políticas para que el interés en obedecer sea mayor que la inclinación a transgredir”.
Se advierte en este razonamiento, aplicado a la política, cierta similitud al razonamiento manifestado por Adam Smith para la economía, cuando establece que el proceso económico puede funcionar bien a pesar del egoísmo de los integrantes del grupo social. Ello no significa, como maliciosamente aduce la izquierda política, que el liberalismo “promueve el egoísmo”. Lo que en realidad afirma es que la economía de mercado funciona aceptablemente a pesar del egoísmo existente en muchos ciudadanos. Si el egoísmo se convierte en amistad y virtud, la economía funcionará mejor.
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