Es deseable encontrar coincidencias entre los distintos sectores a fin de orientarnos en una misma dirección. De lo contrario, ante la presencia de dos fuerzas antagónicas, sólo se logrará como resultado el estancamiento. Existen, sin embargo, aparentes coincidencias, como el reconocimiento de las ventajas que presenta la democracia política; aunque, mientras unos creen en la división de poderes y la alternancia de los gobiernos, otros, hipócritamente, aparentan reconocer tales ventajas pero buscan todo lo contrario, intentado preservar el poder guiados por ambiciones de tipo sectorial o personal.
La mayor divergencia se encuentra en el caso de la orientación económica, ya que por lo general no se acepta la democracia económica, que es la economía de mercado. De ahí que la hipocresía parece ser más general de lo pensado. Así, mientras se confía en la madurez del pueblo respecto de su capacidad para elegir las autoridades mediante elecciones libres, se supone al mismo tiempo que no es tan maduro como para elegir libremente lo que le conviene consumir o invertir, por lo que tal papel quedará reservado a los políticos a cargo del gobierno que, por alguna razón desconocida, poseen mayor sabiduría que el conjunto de los ciudadanos. De ahí que se hable del mercado con cierto desdén, ya que implica millones de decisiones cotidianas establecidas por la población; siendo una actitud similar a hablar despectivamente del proceso electoral. O somos democráticos plenos (en lo político y en lo económico) o no lo somos en ningún sentido; quizás sea ésta la principal elección que debamos adoptar para el futuro. La semi-democracia no nos ha llevado a buenos resultados. Incluso la democracia económica le permite progresar a países que carecen de democracia política, como China.
Los dilemas a resolver para el futuro son expuestos, en una forma diferente, aunque equivalente, por Martín Redrado, que los expresó bajo el titulo “Superar las antinomias” (De “La democracia inconclusa”-El Cronista-Buenos Aires 2013).
a) Integración o aislamiento
b) Productivismo o desarticulación industrial
c) Federalismo o centralización
d) Institucionalidad o discrecionalidad
Puede decirse que el kirchnerismo opta por el aislamiento del país del contexto internacional; también por la desarticulación industrial por cuanto el proceso inflacionario tiende a destruir toda actividad productiva, mientras que la fuga de capitales, promovida como consecuencia de las confiscaciones, priva al país del principal factor de la producción. Eligió la centralización ya que, para presionar políticamente a los distintos gobiernos provinciales, manejó discrecionalmente el envío de fondos que, en un país serio, se realiza mediante leyes consensuadas previamente. También optó por la discrecionalidad en la asignación de la publicidad oficial y en la asignación de subsidios a distintos sectores de la economía.
En cuanto al futuro, una alternativa es el “buen kirchnerismo”, es decir, la de seguir con la tendencia central vigente en la actualidad, pero dejando de lado la corrupción del sector gobernante. Recordemos que tanto la Unión Cívica Radical como el Partido Socialista forman parte de la Internacional Socialista, manifestando cierta preferencia por el Estado de Bienestar, lo que implica la aceptación de la democracia política, pero bastante menos de la económica. Incluso llama la atención de que mantienen el mismo rechazo que hizo en su momento el candidato presidencial Ricardo Alfonsin (hijo del ex-presidente) cuando afirmó “mi limite es Macri”, es decir, el radicalismo puede hacer pactos con cualquiera, pero no con una tendencia que proponga la democracia económica, lo que implica confirmar que, en cierta forma, buscan mantener la vigencia del camino seguido durante los últimos años. Roberto Cachanosky escribió: “Cuando digo que no hay saqueadores buenos y malos, quiero decir que la nueva generación de políticos debe descartar la idea de que aplicando las mismas políticas que Kirchner, pero siendo ellos honestos, la Argentina podría cambiar en un sentido positivo”.
En cuanto al Estado de Bienestar (o de beneficencia) podemos tener una idea al respecto considerando el caso de un trabajador italiano (acondicionador de yates) que decide iniciarse como empresario independiente. Luego del comienzo, se entera que debe pagar al Estado algo más del 50% de su ganancia. De ahí que, ante la presencia de un “socio” que comparte ganancias pero no las posibles pérdidas, decide volver a trabajar en relación de dependencia.
Los políticos a cargo del Estado repartirán ese porcentaje, confiscado en forma coercitiva a los empresarios existentes, entre personas que, por alguna razón, no pueden trabajar, pero también entre aquellos poco adeptos al trabajo. En caso de que los impuestos fuesen menores, digamos un 10%, el restante 40% habrá sido invertido por el empresario en actividades productivas, volcándolo a la sociedad a través del intercambio por trabajo. A mayor confiscación, menor inversión: a menor inversión, menores salarios. Los sectores de izquierda, sin embargo, sospechan que el empresario ha de “consumir” toda su ganancia, de ahí la plena justificación de la confiscación mencionada.
De la misma forma en que los contribuyentes van dejando de pagar impuestos a medida que aumenta el porcentaje de la confiscación, también van desertando los posibles nuevos empresarios. El Estado de Bienestar se basa en el conocido lema: “De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad”, criterio bastante desalentador para el futuro empresario y bastante alentador para quien tenga poca predisposición para el trabajo.
El sistema se degenera totalmente cuando el partido gobernante utiliza las ganancias confiscadas a los empresarios para “comprar voluntades”, que se traducirán en votos favorables en las siguientes elecciones. Incluso crearán y repartirán puestos de trabajo improductivo en el Estado con el consiguiente aumento de los gastos fiscales, impidiendo que vayan a destinos útiles. El Estado se convierte en un organismo de saqueo organizado que compite con el trabajo genuino como medio elegido por la sociedad como fuente de sustento. Roberto Cachanosky escribió: “Los empresarios anhelan que el Estado les asegure el mercado mediante mecanismos de protección. Los trabajadores aspiran a que el Estado les asegure los puestos de trabajo y los salarios. Los consumidores quieren que el Estado les asegure bienes y servicios a precios bajos y de buena calidad, sin que los empresarios tengan que competir ni invertir. Así, parecería que la mayoría de los argentinos quiere trabajar poco y vivir bien. Pretenden invertir poco y ganar como si hubiesen invertido en forma. En definitiva, esperan los beneficios de vivir bien sin aceptar las reglas que necesariamente deben imperar para mejorar nuestra calidad de vida. Mi conclusión es que el Estado no puede garantizar todas estas cosas al mismo tiempo, y si lo intentara, sólo agudizaría el conflicto social”.
“En lugar de exigirle al Estado que utilice el monopolio de la fuerza para defender nuestra vida, nuestra propiedad y la libertad, le exigimos que saque a otros el fruto de su trabajo para repartirlo entre nosotros. Queremos vivir a costa de nuestros semejantes, por lo tanto, hemos transformado el país en una especie de sociedad de saqueadores que se roban unos a otros con el argumento de la solidaridad social y expresiones similares. Y en un país de saqueadores nadie invierte, no hay progreso y, finalmente, todo termina en un descalabro fenomenal, porque llega un momento en que ya nada queda por repartir, debido a que son pocos los que producen y muchos los que consumen”.
“Los flujos, que son los ingresos de la gente (salarios y ganancias empresariales), se reducen porque cada vez hay menos incentivos para producir. Cuando ya no quedan flujos para expropiar y repartir, el Estado dirige sus embates contra los stocks de riquezas. En el pasado fueron las confiscaciones de depósitos, y con Néstor Kirchner fue, por ejemplo, la confiscación de los ahorros de millones de argentinos en las AFJP” (De “Por qué fracasó la economía K”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2009).
El paso siguiente, para acentuar el deterioro social, consiste en dejar, en algunos casos, que el Estado confiscador sea el intermediario entre el trabajador y el vago para promover que éste sea quien directamente robe “según sus necesidades”, y de ahí que Hugo Chávez afirmaba explícitamente que “el pobre puede robar”. Recordemos que en la Argentina, muchas comisarías ni siquiera reciben denuncias por robo; lo que constituye una tácita aceptación de que tal acción no implica un delito.
Así como todo individuo necesita tener definido un sentido de la vida, aun cuando no lo pueda expresar con palabras, las naciones deben mirar hacia el futuro definiendo objetivos compartidos, ya que una nación difiere de un simple conglomerado humano por disponer de objetivos comunes. José Ortega y Gasset escribió: “El día que Roma dejó de ser este proyecto de cosas por hacer mañana, el Imperio se desarticuló. No es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista”. “Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana”.
Tanto el chavismo, como su similar, el kirchnerismo, han destruido el alma de sus naciones, porque las han fragmentado en dos, por lo cual no pueden existir metas comunes, al menos mientras sigan en vigencia. Incluso el kirchnerismo mira hacia el pasado buscando vengarse contra quienes impidieron la imposición del socialismo en el país. El citado autor escribió: “Unos cuantos hombres, movidos por codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no existiría” (De “España invertebrada”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1967).
Los pueblos progresan cuando son capaces de integrarse con otros diferentes, ya que se buscan las ventajas simultáneas de ambos, mientras que las imposiciones y las conquistas buscan beneficios unilaterales. Tanto Venezuela como Argentina ni siquiera buscan la integración de “sus dos mitades”, sino que tratan de acentuarlas peligrosamente. De ahí que, de seguir por este camino, al futuro argentino podemos verlo en la Venezuela actual, mientras que el futuro venezolano, puede verse en la Cuba actual.
Para Ortega y Gasset, la división interna de España constituía su aspecto más grave, que incluso la llevó a la Guerra Civil: “El proceso incorporativo consistía en una faena de totalización: grupos sociales que eran todos aparte quedaban integrados como partes de un todo. La desintegración es el suceso inverso: las partes del todo comienza a vivir como todos aparte. A este fenómeno de la vida histórica llamo particularismo y si alguien me preguntase cuál es el carácter más profundo y más grave de la actualidad española, yo contestaría con esa palabra”.
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