Aunque resulte evidente que el amor al prójimo, predicado por el cristianismo, sea una actitud totalmente opuesta al odio colectivo, promovido por el marxismo, un sector importante de la Iglesia Católica dedica todos sus esfuerzos a la propagación de esta nefasta ideología. No deberíamos, sin embargo, sorprendernos demasiado por cuanto incluso varios sacerdotes se consideran “cristianos” aun cuando cometan abusos contra los niños o cuando el narcotraficante Pablo Escobar, cuya cantidad de asesinatos por él promovidos se estima en unos diez mil, se consideraba “creyente” y “cristiano”. De ahí que deba decirse que cristiano ha de ser quien cumpla con el mandamiento del amor al prójimo, o al menos, haga el esfuerzo por cumplirlo, en forma independiente de la fe o la creencia que pueda tener en materia filosófica o religiosa.
En épocas pasadas, quienes no estaban de acuerdo con la Iglesia, una vez que formaban parte de ella, simplemente se retiraban de la institución. En la actualidad, por el contrario, tratan de utilizarla para predicar el marxismo. Carlos A. Sacheri escribió al respecto: “Ahora, el hereje «hace voto» de permanecer dentro de la Iglesia, cueste lo que costare, no por un último lazo doctrinal o afectivo, sino en el convencimiento de que le será mucho más fácil ganar adeptos permaneciendo dentro de la comunidad cristiana, que marginándose de ella. Es innegable que la táctica subversiva así desplegada es mucho más eficaz que las anteriores, y trasunta esa duplicidad de procederes que los últimos Papas han asignado siempre al modernismo como característica esencial” (De “La Iglesia clandestina”-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1970).
El citado autor fue asesinado por la guerrilla marxista por cuanto no se le perdonó haber denunciado el accionar de grupos de “sacerdotes” que intentaban tergiversar el cristianismo para afianzar la penetración totalitaria en sociedades tradicionalmente católicas, siendo dicha religión considerada por el marxismo como el principal enemigo ideológico. Nikita Kruschev expresó: “Permanecemos ateos como siempre lo hemos sido; hacemos todo lo posible por liberar de la religión a aquellos pueblos que todavía la sufren”, mientras que Vladimir Lenin dijo: “La religión, este opio que idiotiza al pueblo” (Citado en “Marxismo; mito y realidad”-La Nación-Buenos Aires 1985).
El socialismo se presenta al ciudadano común como una solución simple para todos los problemas de la vida. Se supone que, luego de la transformación económica de la sociedad, e ignorando los demás “detalles”, surgirá mágicamente un hombre y un mundo nuevos. Wanda Bronska-Pampuch escribió: “La teoría comunista mostraba el camino, por el cual lo bueno podía introducirse en el mundo en forma rápida y efectiva. La palabra mágica era: eliminación de la propiedad privada de los medios de producción. En el mismo momento en que todas las fábricas y toda la tierra pertenecieran a los hombres en conjunto, cuando ya no hubiera propietarios individuales que explotaran a los demás en su afán de usufructo propio, entonces –así creíamos- los seres humanos se volverían automáticamente buenos. Ya no se engañarían ni se mentirían mutuamente. Nadie tendría ya puesta su mirada en la propiedad del prójimo”.
Esta confianza en la solución socialista deriva de una creencia previa: la de la existencia de dos tipos de hombres, los buenos (el proletariado) y los malos (la burguesía). Ya que tanto el bien como el mal están tan bien definidos, la solución evidente implica que los buenos destruyan a los malos. Luego, una vez destruido el mal, surgirá una sociedad óptima. Tal división implica promover una acción destructiva a realizar por quienes se consideran exentos de culpa, y en contra de aquellos sobre los cuales se asigna toda la responsabilidad por los males sociales. Nicolás Berdiaeff escribió:
“Los adeptos convencidos de esta doctrina no admiten discusión alguna, exactamente como los representantes convencidos de las ortodoxias religiosas. Cualquier crítica es considerada por ellos como un complot, como un ataque de las fuerzas perversas de la reacción capitalista. Siguiendo una concepción maniquea, los marxistas-comunistas dividen al mundo en dos partes; para ellos, el mundo que quieren destruir está gobernado por un Dios perverso; de este modo, todos los medios son permisibles a sus ojos”.
“Existen dos mundos, dos campos, dos religiones, dos partidos. Esta es una división militar. No existe ninguna pluralidad de formas; la pluralidad de las formas es una invención y un ardid del enemigo. También es un ardid del enemigo, que trata de debilitar la lucha, toda referencia a una moral universal, valedera para toda la humanidad, sea la moral cristiana o la moral humanista. De esta forma, se traza un círculo vicioso, sin salida” (De “Reino del espíritu y Reino del César”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1953).
La diferencia esencial del marxismo, respecto del cristianismo, es que este último considera que la sociedad está compuesta por justos y pecadores, considerando que “todos somos pecadores”, sin atribuir su existencia a sectores sociales determinados, por lo cual promueve una mejora individual excluyendo todo tipo de violencia. De ahí que el marxismo adopte ciertas posturas similares a una religión. El citado autor escribió: “La filosofía de la historia ha incluido siempre un elemento profético y mesiánico. El descubrimiento del sentido de la historia es siempre profético y mesiánico. Este es el profetismo y mesianismo que penetra la filosofía de Hegel, de Marx, de Comte. Cuando se divide a la historia en tres épocas y en la última de estas épocas se ve el advenimiento de un orden perfecto, siempre es esto expresión de un mesianismo secularizado”.
“El determinismo económico no puede suscitar el entusiasmo revolucionario e incitar a la lucha. Este entusiasmo está suscitado por la idea mesiánica del proletariado y de la liberación de la humanidad. Al proletariado se le transfieren todas las cualidades del pueblo elegido”. “La idea del proletariado, que no tiene nada de común con el proletariado de la realidad empírica, es una idea místico-mesiánica. Esta idea del proletariado, y no el proletariado empírico, es la que debe ser investida de la autoridad dictatorial. Se trata, pues, de una dictadura mesiánica”.
Si bien las prédicas cristianas alaban la sencillez y la pobreza, rechazando simultáneamente la búsqueda de las riquezas, sobre todo porque se valora y se promueve principalmente a los valores éticos, cuando se interpreta que el pobre está libre de pecado y se supone que todas las culpas están en los ricos, se desvirtúa el mensaje cristiano y se difunde, no el espíritu de los Evangelios, sino frases fuera de contexto que se adaptan a la ideología marxista; la de la clase social “elegida”. P.A. Mendoza, C.A. Montaner y A. Vargas Llosa escribieron:
“[El sacerdote Gustavo Gutiérrez] buscó los libros sagrados y encontró la lectura adecuada para convertir a los pobres en el sujeto histórico del cristianismo. Estaba en los orígenes, en los salmos, en diferentes pasajes bíblicos, en anécdotas del Viejo y del Nuevo Testamento. Resultaba perfectamente posible, sin incurrir en herejía, afirmar que la misión principal de la Iglesia era redimir a los pobres, pero no sólo de sus carencias materiales, sino también de las espirituales. El concepto de liberación era para Gutiérrez mucho más que dar de comer al hambriento o de beber al sediento: era –como el «hombre nuevo» del Che y de Castro, a quienes cita- construir una criatura solidaria y desinteresada, despojada de viles ambiciones mundanas”.
“El problema se complica cuando Gutiérrez pasa de la teología a la economía y propone a su Iglesia el análisis convencional de la izquierda marxista para lograr el cambio. Dice el cura peruano: «Los países pobres toman conciencia cada vez más clara de que su subdesarrollo no es sino el subproducto del desarrollo de otros países debido al tipo de relación que mantienen actualmente con ellos. Y, por lo tanto, que su propio desarrollo no se hará sino luchando por romper la dominación que sobre ellos ejercen los países ricos»”. “Quien lo haya leído con cuidado [al libro “Hacia una teología de la liberación”], no puede ignorar su inmenso, doloroso y –seguramente sin proponérselo- sangriento disparate. Al final, su teología no ha servido a los pobres ni a la Iglesia” (Del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).
Respecto a la “religiosidad” del marxismo, Nicolás Berdiaeff escribió: “Pueden distinguirse en el marxismo los siguientes rasgos religiosos: un estricto sistema dogmático, a pesar de su flexibilidad práctica; la distinción entre ortodoxia y herejía; la inmutabilidad de la filosofía de la ciencia: las santas escrituras de Marx, Engels, Lenin y Stalin, que pueden ser interpretadas, pero no puestas en duda; la división del mundo en dos partes: los creyentes-fieles y los descreídos-infieles; la iglesia comunista organizada jerárquicamente, con sus directrices procedentes de lo alto; la consciencia transferida al órgano supremo del partido comunista: el concilio; un totalitarismo que no es propio más que de las religiones; el fanatismo de los creyentes; la excomunión y la ejecución de los heréticos; la oposición a toda secularización en el seno de la colectividad de los fieles; el reconocimiento de un pecado original (la explotación). La enseñanza relativa al salto del mundo de la necesidad al mundo de la libertad es también de orden religioso. Es la esperanza de la transformación del mundo y el advenimiento del reino de Dios. La teoría marxista anticuada según la cual la situación de los obreros no hace más que empeorar y toda la economía camina hacia inevitables catástrofes, recuerda la explosión apocalíptica del mundo. Esta teoría no procede sólo a partir de la observación y del análisis del proceso económico real, sino también de un estado de espíritu escatológico, de la espera en la destrucción del mundo”.
Muy ligada a la teología de la liberación se encuentra la teoría de la dependencia, por la cual se atribuyen las culpas por el subdesarrollo latinoamericano a los EEUU. Sin embargo, si se tiene en cuenta el porcentaje del PBI de ese país vinculado al comercio con los países de la región mencionada, se observará que los motivos del subdesarrollo son otros. Michael Novak escribió:
“La teología de la liberación se ve especialmente obstaculizada por una antigua tradición latina que tiende a echarle la culpa a los de afuera, liberándose uno mismo de toda responsabilidad por su propio futuro. La forma actual de dicha tradición es aspirar a los beneficios del capitalismo negándose al mismo tiempo a reconocer la validez moral de sus costumbres e instituciones necesarias: las de la invención, la prudencia, el ahorro, la inversión, la puntualidad, la pericia, etc. Se trata quizá de un prejuicio étnico, en el fondo, basado en el desprecio por la cultura angloestadounidense (y japonesa)” (De “Libertad con justicia”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario