En las etapas iniciales de la ciencia económica, se considera que todo objeto susceptible de intercambio tiene cierto valor intrínseco, siendo el causante de ese valor la cantidad de trabajo empleado para producirlo. Luego se consideró que tal valor dependía del costo total requerido para tal producción. Pronto se advirtió que uno puede emplear mucho tiempo para realizar una obra de arte, un libro o cualquier otra cosa que carece totalmente de valor de intercambio.
Esta teoría errónea del valor, mantenida aún cuando apareció posteriormente otra más ajustada a la realidad, fue la de mayor importancia histórica, ya que Karl Marx realiza todo su análisis y una posterior “corrección de la sociedad” en base a tal error. Marx considera que el valor de todo bien depende exclusivamente del trabajo, incluso sin tener en cuenta el costo total, que depende también de otros factores.
Si todo valor depende sólo del trabajo, realizado principalmente por los proletarios, surge el concepto de “explotación laboral” y de “plusvalía”, esto es, se supone que necesariamente el dueño de una empresa se queda con gran parte del beneficio económico que le correspondería al trabajador. La “corrección” propuesta implica la expropiación de los medios de producción y el surgimiento del socialismo, que tantos sufrimientos produjo y produce en quienes lo padecen.
Posteriormente se asocia el valor a la escasez solamente, o bien a la utilidad solamente, mientras que finalmente se concluye que el valor de un bien o de un servicio depende conjuntamente de la escasez y de la utilidad. Como la utilidad depende de factores subjetivos, es decir, distintas personas valoran en distinta forma un mismo bien, incluso una misma persona valora un mismo bien en distinta forma según las circunstancias que se le presentan. Surge así el valor subjetivo de bienes y servicios, dejándose de lado la anterior valoración objetiva asociada al trabajo o al coste total.
Si bien un productor asocia el valor de un bien al costo total requerido para su fabricación, y lo pone a la venta, es posible que no encuentre compradores debido precisamente a que podría ocurrir que pocos estarán dispuestos a comprarlo. De ahí que el proceso de intercambio en el mercado depende de la valoración subjetiva de los demandantes. Luego, el fabricante dejará de producir lo que los demandantes rechazan.
Mientras que en las primeras etapas de la economía se sostiene que el valor de un objeto viene determinado por el trabajo requerido para su fabricación, en la actualidad se sostiene que es el valor del trabajo el que queda determinado por el valor subjetivo asignado al objeto por los demandantes. Luis Pazos escribió: “Uno de los corolarios de la teoría subjetivista es que el valor del trabajo debe determinarse a partir del valor del producto y no el valor del producto a partir del valor del trabajo” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1981).
Como los intercambios en el mercado se establecen con continuidad si ambas partes intervinientes se benefician, ello se debe principalmente a que cada uno realiza un intercambio suponiendo que lo que adquiere vale más que lo que da a cambio. Así, si alguien posee una novela que jamás va a leer y la intercambia por un libro de matemáticas que otra persona posee y que tampoco va a leer, ambos realizan el intercambio convencidos de que se han beneficiado ampliamente. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “En la antigüedad, y sin atinar a señalar los elementos que hacían que aparezcan las valoraciones, distintos autores sostenían que para que el intercambio se llevara a cabo la cosa entregada y la recibida debían tener valor equivalente”.
“Con esta tesis afirmaban que existía una «ley de reciprocidad en los cambios». Los referidos autores no llegaban a percibir que es justamente la disparidad en las valoraciones lo que genera todo cambio. Si para mí, lo que poseo y lo que me ofrecen a cambio tienen el mismo valor no realizo transacción alguna. Desde luego que si aquel bien que me ofrecen tiene, a mi juicio, menos valor que lo que tengo, tampoco habrá cambio. Solamente cuando a lo que se me ofrece le atribuyo mayor valor que a mi objeto, habrá intercambio. El cambio se produce exclusivamente cuando ambas partes asignan valores dispares a lo que ofrecen y a lo que demandan. En otras palabras, indefectiblemente, en todo cambio voluntario ambas partes ganan siempre” (De “Fundamentos de análisis económico”-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1979).
viernes, 9 de mayo de 2025
jueves, 8 de mayo de 2025
Los totalitarismos y la violencia contra los decentes
Los diversos totalitarismos intentan afianzar su postura ideológica promoviendo una lucha contra el mal, es decir, contra un sector de la sociedad que lo materializaría. De acuerdo a cuál ha sido el sector elegido, se caracteriza a un totalitarismo en particular, siendo los principales el totalitarismo racial (nazismo), el totalitarismo de clases sociales (marxismo-leninismo) y el totalitarismo de creencias religiosas (teocracia islámica).
En todos los casos, una persona decente, que no pertenezca a la “raza superior” o a la “clase social correcta” o profece una fe distinta a la “fe verdadera”, es posible que, en ciertas circunstancias, su vida corra peligro. Este es el mayor absurdo y la mayor injusticia cometida por los diversos totalitarismos, que en la actualidad reciben el apoyo y la adhesión de muchos seres humanos.
En el caso del Islam, cuya ideología proviene de Dios a través de Mahoma, según se afirma, promueve la lucha contra los infieles, es decir, contra los que no pertenecen a esa fe. Lo interesante y absurdo del caso es que sería el mismísimo Dios el que da las “órdenes” para la lucha, en forma independiente de los méritos morales que un “infiel” pueda mostrar.
La actual lucha en países de Occidente contra todo lo asociado a la civilización occidental, especialmente su fundamento cristiano, en cierta forma favorece el auge del Islam, con oscuras perspectivas futuras para quienes tengan que padecer el totalitarismo teocrático.
A continuación se menciona un artículo al respecto:
Déjenme explicarles por qué un musulmán conduciría un automóvil contra una multitud de personas inocentes. Yo fui criado como mulsulmán y sé exactamente porqué sucede esto. No es pobreza ni opresión, ni siquiera radicalización. Es el resultado lógico de la doctrina islámica en sí.
No importa si eres musulmán o no. Los seres humanos llevamos la culpa muy dentro de nosotros. Sabemos que no somos lo suficientemente buenos y pasamos la vida intentando redimirnos mediante buenas acciones, pensando que con ello desaparecerá la culpa.
El cristianismo, por ejemplo, ofrece una salida a la culpa, una solución que no se basa en tus obras, sino en las de Cristo. La salvación no se gana, se da. Aceptas que no puedes redimirte porque Cristo hizo todo por ti. Eso significa que eres libre. Libre para vivir, libre para construir, libre para servir, libre para amar.
Cuando los cristianos se sienten perdidos, destrozados y necesitan perdón, pueden ir a la iglesia, hablar con un pastor o sacerdote y salir sabiendo que han sido perdonados.
El Islam, por otra parte, no ofrece redención, sino que convierte la culpa en un arma. En lugar de brindarnos salvación, Alá nos expone, nos hace recaer sobre nuestros pecados y nos amenaza con el fuego del infierno y la tortura de la tumba.
El Corán no es un libro de paz, sino un libro de amenazas. Obliga a los musulmanes a obedecer mediante el miedo, la humillación y el castigo.
Entonces, ¿qué sucede cuando un musulmán busca la redención? Trata de ser mejor musulmán. Reza, ayuna, hace caridad, va al Haij y hace todo lo que Alá ordena. Pero nunca funciona. Lo sé. Yo lo hice.
Y por mucho que reces, por mucho que lo intentes, la culpa nunca desaparece. Porque en el fondo, todo musulmán sabe que no es suficiente. Alá siempre exige más.
Dios ama a quienes mueren luchando contra los infieles. No es una opinión, está en el Corán, en los hadices y en todas las lecciones que se enseñan a los niños.
Por eso los musulmanes, incluso los llamados "moderados", siempre dudan en condenar el terrorismo; saben que Alá exige la yihad. Puede que no estén dispuestos a cometerla, pero no pueden decir que está mal.
Entonces, cuando un musulmán no logra alcanzar la paz a través de los rituales religiosos, tiene dos opciones:
Ríndete, deja de ser devoto y aprende a vivir con la culpa, o comprométete con la yihad porque esa es la única manera de ser fiel a ti mismo.
El Corán lo explica claramente: "Matad a quienes no adoren a Dios ni obedezcan al Profeta" (9:29).
De modo que cuando un musulmán abraza plenamente esta identidad, matar a los infieles no sólo está justificado, sino que es motivo de alegría. Es un acto de:
Salvarse a si mismo
Obedecer a Allah
Asegurando tu eternidad
Finalmente escapando del peso aplastante de la culpa.
Es por esto que un musulmán puede conducir su coche contra una multitud de personas inocentes y no sentir nada más que satisfacción. Porque por primera vez en su vida, finalmente cree que ha hecho algo digno de redención.
Por Dan Burmawi
(Publicado en facebook por Pablo Lato)
El autor del artículo supone, como muchos “cristianos”, que con sólo “creer” o “aceptar” a Cristo, ya se hizo todo lo que hay que hacer, olvidando que la salvación o la liberación respecto de nuestros defectos morales sólo se produce con el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, ya que se trata de una religión moral y no una religión pagana o una religión “cognitiva”.
En todos los casos, una persona decente, que no pertenezca a la “raza superior” o a la “clase social correcta” o profece una fe distinta a la “fe verdadera”, es posible que, en ciertas circunstancias, su vida corra peligro. Este es el mayor absurdo y la mayor injusticia cometida por los diversos totalitarismos, que en la actualidad reciben el apoyo y la adhesión de muchos seres humanos.
En el caso del Islam, cuya ideología proviene de Dios a través de Mahoma, según se afirma, promueve la lucha contra los infieles, es decir, contra los que no pertenecen a esa fe. Lo interesante y absurdo del caso es que sería el mismísimo Dios el que da las “órdenes” para la lucha, en forma independiente de los méritos morales que un “infiel” pueda mostrar.
La actual lucha en países de Occidente contra todo lo asociado a la civilización occidental, especialmente su fundamento cristiano, en cierta forma favorece el auge del Islam, con oscuras perspectivas futuras para quienes tengan que padecer el totalitarismo teocrático.
A continuación se menciona un artículo al respecto:
Déjenme explicarles por qué un musulmán conduciría un automóvil contra una multitud de personas inocentes. Yo fui criado como mulsulmán y sé exactamente porqué sucede esto. No es pobreza ni opresión, ni siquiera radicalización. Es el resultado lógico de la doctrina islámica en sí.
No importa si eres musulmán o no. Los seres humanos llevamos la culpa muy dentro de nosotros. Sabemos que no somos lo suficientemente buenos y pasamos la vida intentando redimirnos mediante buenas acciones, pensando que con ello desaparecerá la culpa.
El cristianismo, por ejemplo, ofrece una salida a la culpa, una solución que no se basa en tus obras, sino en las de Cristo. La salvación no se gana, se da. Aceptas que no puedes redimirte porque Cristo hizo todo por ti. Eso significa que eres libre. Libre para vivir, libre para construir, libre para servir, libre para amar.
Cuando los cristianos se sienten perdidos, destrozados y necesitan perdón, pueden ir a la iglesia, hablar con un pastor o sacerdote y salir sabiendo que han sido perdonados.
El Islam, por otra parte, no ofrece redención, sino que convierte la culpa en un arma. En lugar de brindarnos salvación, Alá nos expone, nos hace recaer sobre nuestros pecados y nos amenaza con el fuego del infierno y la tortura de la tumba.
El Corán no es un libro de paz, sino un libro de amenazas. Obliga a los musulmanes a obedecer mediante el miedo, la humillación y el castigo.
Entonces, ¿qué sucede cuando un musulmán busca la redención? Trata de ser mejor musulmán. Reza, ayuna, hace caridad, va al Haij y hace todo lo que Alá ordena. Pero nunca funciona. Lo sé. Yo lo hice.
Y por mucho que reces, por mucho que lo intentes, la culpa nunca desaparece. Porque en el fondo, todo musulmán sabe que no es suficiente. Alá siempre exige más.
Dios ama a quienes mueren luchando contra los infieles. No es una opinión, está en el Corán, en los hadices y en todas las lecciones que se enseñan a los niños.
Por eso los musulmanes, incluso los llamados "moderados", siempre dudan en condenar el terrorismo; saben que Alá exige la yihad. Puede que no estén dispuestos a cometerla, pero no pueden decir que está mal.
Entonces, cuando un musulmán no logra alcanzar la paz a través de los rituales religiosos, tiene dos opciones:
Ríndete, deja de ser devoto y aprende a vivir con la culpa, o comprométete con la yihad porque esa es la única manera de ser fiel a ti mismo.
El Corán lo explica claramente: "Matad a quienes no adoren a Dios ni obedezcan al Profeta" (9:29).
De modo que cuando un musulmán abraza plenamente esta identidad, matar a los infieles no sólo está justificado, sino que es motivo de alegría. Es un acto de:
Salvarse a si mismo
Obedecer a Allah
Asegurando tu eternidad
Finalmente escapando del peso aplastante de la culpa.
Es por esto que un musulmán puede conducir su coche contra una multitud de personas inocentes y no sentir nada más que satisfacción. Porque por primera vez en su vida, finalmente cree que ha hecho algo digno de redención.
Por Dan Burmawi
(Publicado en facebook por Pablo Lato)
El autor del artículo supone, como muchos “cristianos”, que con sólo “creer” o “aceptar” a Cristo, ya se hizo todo lo que hay que hacer, olvidando que la salvación o la liberación respecto de nuestros defectos morales sólo se produce con el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, ya que se trata de una religión moral y no una religión pagana o una religión “cognitiva”.
miércoles, 7 de mayo de 2025
La irrupción de las masas
Puede decirse que el hombre masa es el que ignora la realidad ya que nunca la adopta como referencia, ya sea en forma directa o bien indirectamente. Por el contrario, piensa y cree en lo que la mayoría piensa y cree, sin hacer el menor esfuerzo mental por elevar su punto de vista. El principal problema que presenta implica su ambición por ocupar puestos directivos en la sociedad, aun cuando carece de vocación, preparación y capacidad para ello.
En toda organización o agrupación humana, ya sea social, económica, política, empresarial, etc., resulta evidente que su buen funcionamiento debe estar asociado a la dirección de los más capaces para esa función. Para permitir el ascenso de los más capaces, no debe haber impedimentos por parte de quienes no están suficientemente aptos para dicha dirección. Cuando éstos, que son los más numerosos, intentan ubicarse en los puestos de mando, se distorsiona la posibilidad del mejor mando y ello conlleva a la debilitación o a la destrucción de la institución en cuestión.
Este proceso de usurpación del mando por parte de los menos capaces es esencialmente lo que Ortega y Gasset define como “la rebelión de las masas”, las que no aceptan ocupar el lugar que les corresponde e irrumpen en toda institución motivadas por ilimitadas ansias de poder y de dinero. En algunos países, se generan destructivas guerras civiles por cuanto todos quieren llegar al poder mientras que pocos son los que dan un paso al costado para permitir el acceso al gobierno por parte de los mejores. José Ortega y Gasset escribió: “Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. Cualquiera que sea nuestro credo político, nos es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquel donde se agitan los problemas políticos”.
Para Ortega, una sociedad es esencialmente un conjunto de seres humanos en el cual se respeta el liderazgo de los mejores. Respecto de la España previa a la etapa de la Guerra Civil (1936-1939), escribió: “La enfermedad española es, por malaventura, más grave que la susodicha «inmoralidad pública». Peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad. Que una sociedad sea inmoral, tenga o contenga inmoralidad, es grave; pero que una sociedad no sea una sociedad, es mucho más grave. Pues bien: éste es nuestro caso. La sociedad española se está disociando desde hace largo tiempo porque tiene infeccionada la raíz misma de la actividad socializadora”.
“El hecho primario social no es la mera reunión de unos cuantos hombres, sino la articulación que en ese ayuntamiento se produce inmediatamente. El hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en unos cierta capacidad para dirigir; en otros cierta facilidad íntima para dejarse dirigir. En suma: donde no hay una minoría que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya” (De “España invertebrada” en “Obras completas” Tomo III de José Ortega y Gasset-Revista de Occidente-Madrid 1957).
La “igualdad social” proclamada por los políticos y por los medios de difusión, cuando está sobreentendida en un marco de relativismo moral y cultural, conduce al proceso de la “rebelión de las masas”, desconocedoras de todo lo que sea mérito. Así, no es difícil ver, en el Congreso Nacional argentino, diputados y senadores sin una mínima preparación para el cargo mientras que todo “mérito” viene asociado a la pertenencia y a la antigüedad en un partido político.
En toda organización o agrupación humana, ya sea social, económica, política, empresarial, etc., resulta evidente que su buen funcionamiento debe estar asociado a la dirección de los más capaces para esa función. Para permitir el ascenso de los más capaces, no debe haber impedimentos por parte de quienes no están suficientemente aptos para dicha dirección. Cuando éstos, que son los más numerosos, intentan ubicarse en los puestos de mando, se distorsiona la posibilidad del mejor mando y ello conlleva a la debilitación o a la destrucción de la institución en cuestión.
Este proceso de usurpación del mando por parte de los menos capaces es esencialmente lo que Ortega y Gasset define como “la rebelión de las masas”, las que no aceptan ocupar el lugar que les corresponde e irrumpen en toda institución motivadas por ilimitadas ansias de poder y de dinero. En algunos países, se generan destructivas guerras civiles por cuanto todos quieren llegar al poder mientras que pocos son los que dan un paso al costado para permitir el acceso al gobierno por parte de los mejores. José Ortega y Gasset escribió: “Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. Cualquiera que sea nuestro credo político, nos es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquel donde se agitan los problemas políticos”.
Para Ortega, una sociedad es esencialmente un conjunto de seres humanos en el cual se respeta el liderazgo de los mejores. Respecto de la España previa a la etapa de la Guerra Civil (1936-1939), escribió: “La enfermedad española es, por malaventura, más grave que la susodicha «inmoralidad pública». Peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad. Que una sociedad sea inmoral, tenga o contenga inmoralidad, es grave; pero que una sociedad no sea una sociedad, es mucho más grave. Pues bien: éste es nuestro caso. La sociedad española se está disociando desde hace largo tiempo porque tiene infeccionada la raíz misma de la actividad socializadora”.
“El hecho primario social no es la mera reunión de unos cuantos hombres, sino la articulación que en ese ayuntamiento se produce inmediatamente. El hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en unos cierta capacidad para dirigir; en otros cierta facilidad íntima para dejarse dirigir. En suma: donde no hay una minoría que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya” (De “España invertebrada” en “Obras completas” Tomo III de José Ortega y Gasset-Revista de Occidente-Madrid 1957).
La “igualdad social” proclamada por los políticos y por los medios de difusión, cuando está sobreentendida en un marco de relativismo moral y cultural, conduce al proceso de la “rebelión de las masas”, desconocedoras de todo lo que sea mérito. Así, no es difícil ver, en el Congreso Nacional argentino, diputados y senadores sin una mínima preparación para el cargo mientras que todo “mérito” viene asociado a la pertenencia y a la antigüedad en un partido político.
domingo, 4 de mayo de 2025
Totalitarismo en el vecindario
Por Guillermo Belcore
En su primer libro, Karina Mariani desenmascara el origen y la naturaleza del pensamiento woke.
En el siglo XX, una mujer extraordinaria explicó -mejor que nadie- el origen y la naturaleza del totalitarismo en Occidente. Hannah Arendt se llamaba. En nuestro tiempo, ha aparecido otra pensadora formidable para denunciar y esclarecer "una ideología fundamentalista que ha colonizado nuestra cultura, nuestras principales instituciones y, en muchos casos, los gobiernos". Esa ensayista nació en la Argentina y acaba de publicar su primer libro. Su nombre es Karina Mariani.
Las guerras que perdiste mientras dormías. Cómo la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro fue entregado a la imprenta en enero de este año. Desmenuza esa corriente de ideas -hija maldita de la hegemonía progresista del último cuarto del siglo pasado- que predomina hoy en casi toda Europa occidental, la Anglo Oceanía y las Américas. Básicamente, explica Mariani, el wokismo "considera que la cultura occidental es inherentemente injusta y que necesita una deconstrucción radical de todos sus cimientos porque son esos los que reproducen las injusticias".
Para ello, es menester un lavado de cerebro, orquestado desde el poder: "...la vieja y conocida ingeniería social que todos los totalitarismos de la historia han adoptado para que las personas se ajusten a su guión ideológico".
Este libro imprescindible nos advierte que, justamente, hay una terrible novedad del siglo XXI: las democracias liberales pueden imponer también condiciones totalitarias. Ya no es necesario un Stalin para aplicarle a una comunidad macabros experimentos ideológicos.
"Basta que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por expertos cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales de un país: medios y escuelas", explica Mariani.
QUEMA COMO LA FIEBRE
La fiebre woke ha infectado, además de la política y a la educación, a la ciencia, la medicina y el entretenimiento. La ideología -basada en el voluntarismo, la intolerancia y la frustración camuflada de derechos humanos- no reconoce ningún principio limitante. El Cielo es el límite, recalca Mariani.
Se suele criminalizar a quienes no comulgan con el dogma. Es una verdadera guerra cultural que se despliega contra la biología (el terrorismo de la autopercepción), contra la inocencia (hay una especie de obsesión por la sexualidad infantil), contra la condición femenina, contra la masculinidad y contra la familia burguesa que se percibe como una afrenta ético-ideológica.
Cada una de estas ofensivas se describen en detalle en el libro, con referencia siempre a casos concretos de imperialismo woke, como la bochornosa apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. El lector de este diario conoce la destreza conceptual y expresiva de la autora. Karina Mariani una rara avis entre los ensayistas argentinos. No desdeña el dato y su prosa es una sabrosa claridad.
Filosóficamente, aclara, "el fenómeno woke niega la complejidad de la vida humana y la capacidad de los individuos para tomar decisiones, superar desafíos y ser responsables de su destino”. A partir de la llamada identidad colectiva quiere pulverizar a la noción de persona. Se trata de una venganza sin fin y sin redención.
En la práctica, la lucha es en gran medida por dinero, figuración, ascenso social, pero uno concluye que la principal motivación no es económica. Dejemos un lado a Marx y volvamos el Nietszche: el resentimiento por un lado, y la voluntad de poder por el otro puede que sean los principales motores de este totalitarismo de nuevo cuño.
Mariani se pregunta por qué mansamente las sociedades occidentales han aceptado dogmas que no sólo no tienen ningún basamento científico, sino que su simple declaración ofende el sentido común. ¿Por qué se acepta, por ejemplo, la normalización del secretismo entre padres e hijos, el poder brutal del Estado, una Educación Sexual Integral que no es otra cosa que un proyecto político? ¿Cobardía? ¿Comodidad? Al final del libro, se conjetura que el wokismo no es causa sino consecuencia de la destrucción de los lazos familiares, “y de la familia como espacio de contención, socialización, protección y pertenencia. Tal vez la cultura identitaria tan divisiva sea la solución tóxica a un problema que viene creciendo dede hace décadas”.
LA BUENA CAUSA
El propósito del libro es luminoso. Se trata de la misma pasión por la verdad que había inspirado a Juan José Sebreli a escribir El asedio a la modernidad. También Mariani quiere salvaguardar los logros de la civilización occidental. Le alarma que el wokismo haya erosionado tres pilares laboriosamente edificados durante siglos: el pensamiento crítico, los derechos individuales y la libertad de expresión. Todos estos años de locura y bobería no serán inocuos, avisa Mariani.
Intelectual al fin, le duele a Kariani la traición de las universidades, tanto públicas como privadas, tremendamente condicionadas por la intolerancia ideológica. Como hemos comprobado en la Argentina, son éstas el bastión primordial del wokismo, incluso en sus variantes más rabiosas de anticapitalismo y antisemitismo.
En el capítulo tres, la investigadora expresa su pesimismo sobre los partidos tradicionales: "Respecto de la política es necesario abandonar toda esperanza, la comunidad política baila al son de cualquier moda, por más aberrante que sea, sin ser alcanzada nunca por cualquier consecuencia…", escribió.
No obstante, uno podría decir, esperanzado, que los pueblos están reaccionado, hay millones de ciudadanos que creen que las cosas han ido de demasiado lejos. De hecho, los triunfos de Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni responden en buena medida al hartazgo con esa ideología chirle.
Naturalmente, la obra puede ser leída como un llamado a la acción. Esa extraña confabulación entre minorías intensas, burocracia internacional y poder económico ha puesto todo patas para arriba, pero no se trata de un triunfo definitivo. Es un tigre de papel, que necesita para perpetuarse de la sobreactuación de las agencias de la ONU, las empresas, las ONG, los políticos, los académicos y los artistas.
El cambio es una tarea urgente de todos modos. La civilización occidental -ese milagro- no sólo está bajo asedio de sus enemigos históricos, también se ha embarcado en una cruzada culposa y autodestructiva. Nuestras libertades, nuestro derecho a la intimidad, son frágiles, en tiempos de omnipotente Inteligencia Artificial. “Nada como la arbitrariedad y el sinsentido para que florezca el autoritarismo”, nos recuerda Karina Mariani.
(De www.laprensa.com.ar)
En su primer libro, Karina Mariani desenmascara el origen y la naturaleza del pensamiento woke.
En el siglo XX, una mujer extraordinaria explicó -mejor que nadie- el origen y la naturaleza del totalitarismo en Occidente. Hannah Arendt se llamaba. En nuestro tiempo, ha aparecido otra pensadora formidable para denunciar y esclarecer "una ideología fundamentalista que ha colonizado nuestra cultura, nuestras principales instituciones y, en muchos casos, los gobiernos". Esa ensayista nació en la Argentina y acaba de publicar su primer libro. Su nombre es Karina Mariani.
Las guerras que perdiste mientras dormías. Cómo la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro fue entregado a la imprenta en enero de este año. Desmenuza esa corriente de ideas -hija maldita de la hegemonía progresista del último cuarto del siglo pasado- que predomina hoy en casi toda Europa occidental, la Anglo Oceanía y las Américas. Básicamente, explica Mariani, el wokismo "considera que la cultura occidental es inherentemente injusta y que necesita una deconstrucción radical de todos sus cimientos porque son esos los que reproducen las injusticias".
Para ello, es menester un lavado de cerebro, orquestado desde el poder: "...la vieja y conocida ingeniería social que todos los totalitarismos de la historia han adoptado para que las personas se ajusten a su guión ideológico".
Este libro imprescindible nos advierte que, justamente, hay una terrible novedad del siglo XXI: las democracias liberales pueden imponer también condiciones totalitarias. Ya no es necesario un Stalin para aplicarle a una comunidad macabros experimentos ideológicos.
"Basta que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por expertos cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales de un país: medios y escuelas", explica Mariani.
QUEMA COMO LA FIEBRE
La fiebre woke ha infectado, además de la política y a la educación, a la ciencia, la medicina y el entretenimiento. La ideología -basada en el voluntarismo, la intolerancia y la frustración camuflada de derechos humanos- no reconoce ningún principio limitante. El Cielo es el límite, recalca Mariani.
Se suele criminalizar a quienes no comulgan con el dogma. Es una verdadera guerra cultural que se despliega contra la biología (el terrorismo de la autopercepción), contra la inocencia (hay una especie de obsesión por la sexualidad infantil), contra la condición femenina, contra la masculinidad y contra la familia burguesa que se percibe como una afrenta ético-ideológica.
Cada una de estas ofensivas se describen en detalle en el libro, con referencia siempre a casos concretos de imperialismo woke, como la bochornosa apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. El lector de este diario conoce la destreza conceptual y expresiva de la autora. Karina Mariani una rara avis entre los ensayistas argentinos. No desdeña el dato y su prosa es una sabrosa claridad.
Filosóficamente, aclara, "el fenómeno woke niega la complejidad de la vida humana y la capacidad de los individuos para tomar decisiones, superar desafíos y ser responsables de su destino”. A partir de la llamada identidad colectiva quiere pulverizar a la noción de persona. Se trata de una venganza sin fin y sin redención.
En la práctica, la lucha es en gran medida por dinero, figuración, ascenso social, pero uno concluye que la principal motivación no es económica. Dejemos un lado a Marx y volvamos el Nietszche: el resentimiento por un lado, y la voluntad de poder por el otro puede que sean los principales motores de este totalitarismo de nuevo cuño.
Mariani se pregunta por qué mansamente las sociedades occidentales han aceptado dogmas que no sólo no tienen ningún basamento científico, sino que su simple declaración ofende el sentido común. ¿Por qué se acepta, por ejemplo, la normalización del secretismo entre padres e hijos, el poder brutal del Estado, una Educación Sexual Integral que no es otra cosa que un proyecto político? ¿Cobardía? ¿Comodidad? Al final del libro, se conjetura que el wokismo no es causa sino consecuencia de la destrucción de los lazos familiares, “y de la familia como espacio de contención, socialización, protección y pertenencia. Tal vez la cultura identitaria tan divisiva sea la solución tóxica a un problema que viene creciendo dede hace décadas”.
LA BUENA CAUSA
El propósito del libro es luminoso. Se trata de la misma pasión por la verdad que había inspirado a Juan José Sebreli a escribir El asedio a la modernidad. También Mariani quiere salvaguardar los logros de la civilización occidental. Le alarma que el wokismo haya erosionado tres pilares laboriosamente edificados durante siglos: el pensamiento crítico, los derechos individuales y la libertad de expresión. Todos estos años de locura y bobería no serán inocuos, avisa Mariani.
Intelectual al fin, le duele a Kariani la traición de las universidades, tanto públicas como privadas, tremendamente condicionadas por la intolerancia ideológica. Como hemos comprobado en la Argentina, son éstas el bastión primordial del wokismo, incluso en sus variantes más rabiosas de anticapitalismo y antisemitismo.
En el capítulo tres, la investigadora expresa su pesimismo sobre los partidos tradicionales: "Respecto de la política es necesario abandonar toda esperanza, la comunidad política baila al son de cualquier moda, por más aberrante que sea, sin ser alcanzada nunca por cualquier consecuencia…", escribió.
No obstante, uno podría decir, esperanzado, que los pueblos están reaccionado, hay millones de ciudadanos que creen que las cosas han ido de demasiado lejos. De hecho, los triunfos de Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni responden en buena medida al hartazgo con esa ideología chirle.
Naturalmente, la obra puede ser leída como un llamado a la acción. Esa extraña confabulación entre minorías intensas, burocracia internacional y poder económico ha puesto todo patas para arriba, pero no se trata de un triunfo definitivo. Es un tigre de papel, que necesita para perpetuarse de la sobreactuación de las agencias de la ONU, las empresas, las ONG, los políticos, los académicos y los artistas.
El cambio es una tarea urgente de todos modos. La civilización occidental -ese milagro- no sólo está bajo asedio de sus enemigos históricos, también se ha embarcado en una cruzada culposa y autodestructiva. Nuestras libertades, nuestro derecho a la intimidad, son frágiles, en tiempos de omnipotente Inteligencia Artificial. “Nada como la arbitrariedad y el sinsentido para que florezca el autoritarismo”, nos recuerda Karina Mariani.
(De www.laprensa.com.ar)
sábado, 3 de mayo de 2025
Personalidades individualistas y colectivistas
En toda sociedad coexisten distintos tipos de personalidades. Desde el punto de vista de los objetivos a lograr en el futuro, se advierten dos extremos: uno de ellos es el de los individualistas, que miran el futuro pensando primeramente en construir una personalidad que exalte sus atributos físicos, morales e intelectuales. En el otro extremo están los colectivistas, que miran el futuro contemplando proyectos comunes con otros individuos; participando de una iglesia, un club, una universidad, etc., sin establecer proyectos personales de ningún tipo.
Por lo general, los colectivistas miran negativamente a los individualistas caracterizándolos como “egoístas”, suponiendo erradamente que se desinteresan por el resto de la sociedad. Sin embargo, una sociedad que estuviese integrada mayormente por personas con buenos proyectos individuales sería bastante mejor que una constituida sólo por colectivistas. El pensamiento corto, o limitado, no advierte que el que tuvo como objetivo personal ser un médico destacado, no es un egoísta, ya que tal objetivo será materializado sólo si presta sus funciones beneficiando a gran parte de sus conciudadanos. Por el contrario, generalmente el egoísta es el colectivista que tiende a unirse a los demás para recibir algo antes que para dar algo. Este es el caso de los socialistas, que sólo son “generosos” distribuyendo algo de lo ajeno, nunca de lo propio.
Todo parece indicar que es posible una complementación positiva entre individualistas y colectivistas en toda sociedad real. Esto ocurre cuando los colectivistas, en el sentido indicado, se “reparten” entre varias instituciones (religiosas, deportivas, científicas, educativas, etc.). El peligro real aparece cuando los colectivistas se unen a través de partidos políticos que buscan apoderarse del Estado, algo de lo cual el siglo XX, especialmente, nos ha dejado numerosas experiencias y enseñanzas que debemos tener presente para no repetirlas.
Manuel García Morente escribió al respecto: “Me saltó a la vista que Goethe es una figura que no es actual. Yo me pregunté: ¿por qué no tiene actualidad Goethe? Y pensando sobre esto llegué a la conclusión de que no tiene actualidad porque para las generaciones jóvenes de hoy, Goethe no representa un ideal, porque es justamente el representante perfecto del ideal transcurrido a principios del siglo pasado [se refiere al siglo XIX], del ideal del desarrollo armónico de la libre e individualísima personalidad. En cambio, las generaciones actuales orientan la proa hacia un tipo de vida de carácter colectivo o colectivista, como se quiera llamar”.
“El ideal de Goethe es hacer de la propia vida individual una obra de arte, ideal que tiene expuesto en su gran obra de carácter educativo. La vida es la obra que uno hace consigo mismo; transforma uno su propia vida en una obra de arte; es la exaltación más perfecta del individualismo. El ideal de la sociedad es optimista en el sentido de que cada cual, haciendo por desarrollar su personalidad individual de la manera más plena, más armónica, más llena de valores posibles, inmediatamente y sin que nadie se lo proponga, el conjunto social resulta de plenitud, de armonía”.
“En cambio, las generaciones de hoy no sienten ya ese ideal; buscan, por el contrario, una forma de vida en donde lo esencial, el centro de gravedad no está en el propio ser individual, sino en el ligamen o vinculación de grupos colectivos, más o menos amplios, principalmente profesionales. El hombre joven de hoy, lejos de fiar el porvenir de su propia existencia al esfuerzo personal de autodesarrollo, de autoeducación, busca que la garantía de su porvenir le venga de la adhesión que él presta a un grupo, o colectividad profesional que le ampare, que esté la meta dentro del marco colectivo o profesional y que le lleve a una especie de escalafón hasta el término de su vida”.
“Estamos en un momento que puede llamarse de crisis de autoridad en el Estado. El Estado no tiene autoridad. ¿Por qué? Porque para ello es menester que el individuo confíe primero en sí mismo y después en que su expansión individual ha de ser protegida por el Estado. Pero ahora el individuo no confía en sí mismo, sino en la fuerza del grupo colectivo a que se adhiera (el sindicato, la sociedad obrera, la colectividad de funcionarios de un mismo ramo), grupo que tiene sus intereses y los siente distintos del Estado y quiere imponer al Estado su propia fuerza y su interés” (De “Estudios y ensayos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2005).
Las religiones bíblicas están orientadas y dirigidas hacia la individualidad de los seres humanos, principalmente para que todo individuo dedique su vida a una mejora continua de los atributos que caracterizan a toda personalidad. De ahí que las tendencias católicas de tipo colectivista apuntan en una dirección completamente distinta a la que aparentan promover.
Si prevalecieran las ideas que apuntan hacia el individualismo, predominaría el “ciudadano del mundo”, desapareciendo los nacionalismos extremos que favorecen los conflictos armados que actualmente se evidencian a lo largo y a lo ancho del planeta. Desaparecerían también los apoyos a los gobiernos totalitarios que mantienen a sus poblaciones encarceladas bajo el yugo del terror y muchas veces del hambre y la inseguridad.
Por lo general, los colectivistas miran negativamente a los individualistas caracterizándolos como “egoístas”, suponiendo erradamente que se desinteresan por el resto de la sociedad. Sin embargo, una sociedad que estuviese integrada mayormente por personas con buenos proyectos individuales sería bastante mejor que una constituida sólo por colectivistas. El pensamiento corto, o limitado, no advierte que el que tuvo como objetivo personal ser un médico destacado, no es un egoísta, ya que tal objetivo será materializado sólo si presta sus funciones beneficiando a gran parte de sus conciudadanos. Por el contrario, generalmente el egoísta es el colectivista que tiende a unirse a los demás para recibir algo antes que para dar algo. Este es el caso de los socialistas, que sólo son “generosos” distribuyendo algo de lo ajeno, nunca de lo propio.
Todo parece indicar que es posible una complementación positiva entre individualistas y colectivistas en toda sociedad real. Esto ocurre cuando los colectivistas, en el sentido indicado, se “reparten” entre varias instituciones (religiosas, deportivas, científicas, educativas, etc.). El peligro real aparece cuando los colectivistas se unen a través de partidos políticos que buscan apoderarse del Estado, algo de lo cual el siglo XX, especialmente, nos ha dejado numerosas experiencias y enseñanzas que debemos tener presente para no repetirlas.
Manuel García Morente escribió al respecto: “Me saltó a la vista que Goethe es una figura que no es actual. Yo me pregunté: ¿por qué no tiene actualidad Goethe? Y pensando sobre esto llegué a la conclusión de que no tiene actualidad porque para las generaciones jóvenes de hoy, Goethe no representa un ideal, porque es justamente el representante perfecto del ideal transcurrido a principios del siglo pasado [se refiere al siglo XIX], del ideal del desarrollo armónico de la libre e individualísima personalidad. En cambio, las generaciones actuales orientan la proa hacia un tipo de vida de carácter colectivo o colectivista, como se quiera llamar”.
“El ideal de Goethe es hacer de la propia vida individual una obra de arte, ideal que tiene expuesto en su gran obra de carácter educativo. La vida es la obra que uno hace consigo mismo; transforma uno su propia vida en una obra de arte; es la exaltación más perfecta del individualismo. El ideal de la sociedad es optimista en el sentido de que cada cual, haciendo por desarrollar su personalidad individual de la manera más plena, más armónica, más llena de valores posibles, inmediatamente y sin que nadie se lo proponga, el conjunto social resulta de plenitud, de armonía”.
“En cambio, las generaciones de hoy no sienten ya ese ideal; buscan, por el contrario, una forma de vida en donde lo esencial, el centro de gravedad no está en el propio ser individual, sino en el ligamen o vinculación de grupos colectivos, más o menos amplios, principalmente profesionales. El hombre joven de hoy, lejos de fiar el porvenir de su propia existencia al esfuerzo personal de autodesarrollo, de autoeducación, busca que la garantía de su porvenir le venga de la adhesión que él presta a un grupo, o colectividad profesional que le ampare, que esté la meta dentro del marco colectivo o profesional y que le lleve a una especie de escalafón hasta el término de su vida”.
“Estamos en un momento que puede llamarse de crisis de autoridad en el Estado. El Estado no tiene autoridad. ¿Por qué? Porque para ello es menester que el individuo confíe primero en sí mismo y después en que su expansión individual ha de ser protegida por el Estado. Pero ahora el individuo no confía en sí mismo, sino en la fuerza del grupo colectivo a que se adhiera (el sindicato, la sociedad obrera, la colectividad de funcionarios de un mismo ramo), grupo que tiene sus intereses y los siente distintos del Estado y quiere imponer al Estado su propia fuerza y su interés” (De “Estudios y ensayos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2005).
Las religiones bíblicas están orientadas y dirigidas hacia la individualidad de los seres humanos, principalmente para que todo individuo dedique su vida a una mejora continua de los atributos que caracterizan a toda personalidad. De ahí que las tendencias católicas de tipo colectivista apuntan en una dirección completamente distinta a la que aparentan promover.
Si prevalecieran las ideas que apuntan hacia el individualismo, predominaría el “ciudadano del mundo”, desapareciendo los nacionalismos extremos que favorecen los conflictos armados que actualmente se evidencian a lo largo y a lo ancho del planeta. Desaparecerían también los apoyos a los gobiernos totalitarios que mantienen a sus poblaciones encarceladas bajo el yugo del terror y muchas veces del hambre y la inseguridad.
viernes, 2 de mayo de 2025
La conversión de católicos al marxismo
En los últimos años se ha advertido un gran acercamiento entre sectores de la Iglesia Católica y la ideología marxista, llegando a la expresión de Jorge Bergoglio de que “Son los comunistas los que piensan como los cristianos”, orientando a millones de católicos hacia un acercamiento y hasta una posible conversión al marxismo-leninismo, quizá no como objetivo institucional, pero sí como un efecto de tal creencia.
Al respecto, conviene comparar al “hombre nuevo cristiano” con el “hombre nuevo soviético” para observar diferencias y/o coincidencias. El hombre nuevo cristiano es aquel que cumple con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” o bien: compartirás como propias las penas y las alegrías ajenas, ya que, buscando el Reino de Dios, “…lo demás se os dará por añadidura”.
El hombre nuevo soviético, por el contrario es el que se ha de unir en el trabajo con sus semejantes, entregando altruistamente el fruto de su trabajo al Estado, quien distribuirá sabia y equitativamente ese fruto bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, imitando un tanto a un hormiguero o a una colmena.
Es de esperar que el nuevo Papa, sea quien sea, tenga al menos un elemental conocimiento del cristianismo y del marxismo y pueda así poner en evidencia las enormes diferencias entre ambas posturas. Que tenga, además, la decencia de reconocer las tremendas catástrofes sociales producidas a lo largo de la historia por los regímenes marxistas-leninistas, bastante más peligrosos que el nazismo.
Se menciona a continuación un artículo que trata el tema en cuestión:
DEL OPIO DE LOS PUEBLOS A LA COCA DE LOS PROLETARIOS
Por Armando Ribas
Antes de empezar creo procedente aclarar que no soy crítico de cine, por lo tanto lo que voy a escribir acerca de la película “Si la Cosa Funciona” dirigida por Woody Allen tiene otras connotaciones. Igualmente debo hacer otra aclaración. Yo aprendí del Génesis que a Adán y Eva los habían echado del paraíso, por querer ser como dioses y comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Por tanto no voy a criticar la discusión sobre las moralejas que plantea el desarrollo de la película en cuestión.
Ahora bien, sigo preocupado por lo que considero una creciente confusión en el mundo, a partir del racionalista pensamiento socialista. Por tanto voy a plantear una discrepancia fundamental con las expresiones iniciales del protagonista, al respecto de Jesús y Marx. Y creo que, a su vez, tengo tal derecho a discutir su proposición pues él le habló al público (cosa que no había visto nunca antes) y yo formaba parte de él. Así, si mal no recuerdo y como muestra del planteo moral posterior, planteó la siguiente preposición: “Marx y Jesús tenían una propuesta similar, pero se equivocaron porque los dos tenían la ilusión de que el hombre era como no era” (SIC).
Podría decir que esa proposición inicial, constituye una falacia de composición, que muestra la ignorancia del protagonista o de su director. Por esa razón le recomendaría a Woody Allen que leyera El Nuevo Testamento y El Manifiesto Comunista antes de plantear a la platea una disquisición tan falaz.
Empecemos por El Nuevo Testamento y allí nos encontramos que “El justo peca siete veces y el que esté libre de pecado arroje la primera piedra”. Creo que las anteriores observaciones constituyen una noción clara de la falibilidad de la naturaleza humana y en consecuencia la tolerancia como presupuesto de la libertad individual. Por el contrario Marx en el Manifiesto Comunista, decididamente influenciado por Rousseau, cree en la creación de un “hombre nuevo” que disfrutará de su condición idílica, en el paraíso comunista, una vez que hayan desaparecido los capitalistas y por consiguiente la propiedad privada. En ese mundo idílico el Estado desaparecería y se viviría en un supuesto paraíso anárquico.
Siguiendo entonces con El Nuevo Testamento, nos encontramos con otro principio que significó magníficamente el presupuesto de la libertad y así dice Cristo: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ese principio significa el reconocimiento de la existencia del gobierno y la consecuente separación del Estado de la Iglesia. Durante mucho tiempo en la historia este principio liminar fue ignorado y finalmente criticado por Locke, fue puesto en práctica en Inglaterra después de la “Glorius Revolution” de 1688.
Por su parte Marx, que era ateo, consideraba a la religión el “opio de los pueblos” y por tanto era supuestamente el deber de la sociedad el prohibir su ejercicio. No obstante el derecho al ateísmo, que desde mi punto de vista es otra creencia, lo que considero otro de los presupuestos del totalitarismo es que a partir de lo que he llamado el oscurantismo de la razón, se pretendía sustituir la muerte a los infieles por muerte a los fieles. Así ocurrió durante la Revolución Francesa en nombre de la Diosa Razón, y siguió con el comunismo en el Imperio Soviético.
Debemos recordar también lo que dijera John Locke en su Carta Sobre la Tolerancia y que por supuesto condice con el principio de dar al Cesar lo que es del Cesar..”Se dice que el Evangelio frecuentemente declara que los verdaderos discípulos de Cristo deben sufrir persecución: pero que la Iglesia de Cristo debe perseguir a otros, y forzar a otros mediante fuego y espada, abrazar su Fe y su Doctrina, nunca lo he podido encontrar en ninguno de los libros del Nuevo Testamento”.
Volviendo a la noción de la propiedad privada, ya sabemos que Marx otra vez siguiendo las nociones de Rousseau consideraba que el origen de las desigualdades del hombre era la propiedad. Y ese lamentable principio rige hoy a través de los llamados derechos humanos que justifican los planteos socialistas que han determinado la crisis actual en el llamado mundo occidental. Pasando entonces al Evangelio nos encontramos con principios antitéticos en la parábola de la Hora Nona donde se plantea la problemática siguiente:
“El propietario de un predio ha contratado el trabajo de sus trabajadores por un precio determinado. Pasada la hora Nona contrata a otros por el mismo sueldo. Los primeros trabajadores consideran esta contratación injusta y van a protestar al dueño.. El dueño de la tierra contesta: yo contraté con ustedes en determinados condiciones y las cumplí, lo que yo contrate con los otros no es de su incumbencia". En esta parábola del Evangelio nos encontramos el reconocimiento pleno de lo que Marx llamaría el sistema capitalista, o sea el reconocimiento de la propiedad privada y de la validez de los contratos.
Siguiendo pues con las tesis marxistas, en la “Ideología Alemana” Marx escribe: “En la sociedad comunista, donde nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada cual puede estar satisfecho con cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y así hace posible para mí el hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, arrear ganado en la noche y criticar después de la cena, tal como yo lo tengo en mente, sin que jamás me convierta en cazador, pescador, pastor o critico.” Sandeces de esta naturaleza jamás se encuentran en el Evangelio.
Predicha esta estupidez, pasamos nuevamente al Nuevo Testamento y en San Mateo nos encontramos la parábola de los talentos. En la misma se reconoce la responsabilidad individual por los resultados de la acción y por el contrario se descalifica, a quien no se toma el trabajo de crear.
Por todo lo dicho anteriormente creo que entre el cristianismo original y el marxismo nos encontramos la antítesis entre la libertad individual y el totalitarismo, ya fuere comunista o nacional socialista. Hegel mediante. Este reconocimiento lo encontramos en la Rerum Novarun donde León XIII saca a la Iglesia del ultramontanismo del Syllabus (lista de errores) y en 1891 publica la encíclicas Rerum Novarum donde dice, en contra de los socialistas: “Porque ha puesto en sus hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales las facultades de todos ni igual el ingenio ni la salud ni las fuerzas: y la necesaria desigualdad de estas cosas sigue necesariamente la desigualdad en la fortuna. La cual es por cierto conveniente a la utilidad así de los particulares como de la comunidad; porque necesita para su gobierno, la vida común de facultades diversas y oficios diversos”.
Perdón por la longitud de la cita, pero me parece trascendente en estos momentos en que con posterioridad a 1931, pareciera que la Iglesia abandonara la sabiduría de León XIII de reconocer la mano invisible, y acercarse a los principios igualitarios del socialismo.
He traído a colación esta problemática a partir de Woody Allen pues insisto en mis preocupaciones, por la demagogia socialista reinante. Así creo que es propicia la oportunidad para recordar que en el Cristianismo se encuentran las fuentes del sistema político que a partir del reconocimiento de la falibilidad del hombre permitió la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Nada más apartado y antitéticos que los principios cristianos y el marxismo y espero que así se comprenda, para bien de todos, pues “un espectro sigue rondando a Europa y América Latina".
(De elindependent.org).
Al respecto, conviene comparar al “hombre nuevo cristiano” con el “hombre nuevo soviético” para observar diferencias y/o coincidencias. El hombre nuevo cristiano es aquel que cumple con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” o bien: compartirás como propias las penas y las alegrías ajenas, ya que, buscando el Reino de Dios, “…lo demás se os dará por añadidura”.
El hombre nuevo soviético, por el contrario es el que se ha de unir en el trabajo con sus semejantes, entregando altruistamente el fruto de su trabajo al Estado, quien distribuirá sabia y equitativamente ese fruto bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, imitando un tanto a un hormiguero o a una colmena.
Es de esperar que el nuevo Papa, sea quien sea, tenga al menos un elemental conocimiento del cristianismo y del marxismo y pueda así poner en evidencia las enormes diferencias entre ambas posturas. Que tenga, además, la decencia de reconocer las tremendas catástrofes sociales producidas a lo largo de la historia por los regímenes marxistas-leninistas, bastante más peligrosos que el nazismo.
Se menciona a continuación un artículo que trata el tema en cuestión:
DEL OPIO DE LOS PUEBLOS A LA COCA DE LOS PROLETARIOS
Por Armando Ribas
Antes de empezar creo procedente aclarar que no soy crítico de cine, por lo tanto lo que voy a escribir acerca de la película “Si la Cosa Funciona” dirigida por Woody Allen tiene otras connotaciones. Igualmente debo hacer otra aclaración. Yo aprendí del Génesis que a Adán y Eva los habían echado del paraíso, por querer ser como dioses y comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Por tanto no voy a criticar la discusión sobre las moralejas que plantea el desarrollo de la película en cuestión.
Ahora bien, sigo preocupado por lo que considero una creciente confusión en el mundo, a partir del racionalista pensamiento socialista. Por tanto voy a plantear una discrepancia fundamental con las expresiones iniciales del protagonista, al respecto de Jesús y Marx. Y creo que, a su vez, tengo tal derecho a discutir su proposición pues él le habló al público (cosa que no había visto nunca antes) y yo formaba parte de él. Así, si mal no recuerdo y como muestra del planteo moral posterior, planteó la siguiente preposición: “Marx y Jesús tenían una propuesta similar, pero se equivocaron porque los dos tenían la ilusión de que el hombre era como no era” (SIC).
Podría decir que esa proposición inicial, constituye una falacia de composición, que muestra la ignorancia del protagonista o de su director. Por esa razón le recomendaría a Woody Allen que leyera El Nuevo Testamento y El Manifiesto Comunista antes de plantear a la platea una disquisición tan falaz.
Empecemos por El Nuevo Testamento y allí nos encontramos que “El justo peca siete veces y el que esté libre de pecado arroje la primera piedra”. Creo que las anteriores observaciones constituyen una noción clara de la falibilidad de la naturaleza humana y en consecuencia la tolerancia como presupuesto de la libertad individual. Por el contrario Marx en el Manifiesto Comunista, decididamente influenciado por Rousseau, cree en la creación de un “hombre nuevo” que disfrutará de su condición idílica, en el paraíso comunista, una vez que hayan desaparecido los capitalistas y por consiguiente la propiedad privada. En ese mundo idílico el Estado desaparecería y se viviría en un supuesto paraíso anárquico.
Siguiendo entonces con El Nuevo Testamento, nos encontramos con otro principio que significó magníficamente el presupuesto de la libertad y así dice Cristo: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ese principio significa el reconocimiento de la existencia del gobierno y la consecuente separación del Estado de la Iglesia. Durante mucho tiempo en la historia este principio liminar fue ignorado y finalmente criticado por Locke, fue puesto en práctica en Inglaterra después de la “Glorius Revolution” de 1688.
Por su parte Marx, que era ateo, consideraba a la religión el “opio de los pueblos” y por tanto era supuestamente el deber de la sociedad el prohibir su ejercicio. No obstante el derecho al ateísmo, que desde mi punto de vista es otra creencia, lo que considero otro de los presupuestos del totalitarismo es que a partir de lo que he llamado el oscurantismo de la razón, se pretendía sustituir la muerte a los infieles por muerte a los fieles. Así ocurrió durante la Revolución Francesa en nombre de la Diosa Razón, y siguió con el comunismo en el Imperio Soviético.
Debemos recordar también lo que dijera John Locke en su Carta Sobre la Tolerancia y que por supuesto condice con el principio de dar al Cesar lo que es del Cesar..”Se dice que el Evangelio frecuentemente declara que los verdaderos discípulos de Cristo deben sufrir persecución: pero que la Iglesia de Cristo debe perseguir a otros, y forzar a otros mediante fuego y espada, abrazar su Fe y su Doctrina, nunca lo he podido encontrar en ninguno de los libros del Nuevo Testamento”.
Volviendo a la noción de la propiedad privada, ya sabemos que Marx otra vez siguiendo las nociones de Rousseau consideraba que el origen de las desigualdades del hombre era la propiedad. Y ese lamentable principio rige hoy a través de los llamados derechos humanos que justifican los planteos socialistas que han determinado la crisis actual en el llamado mundo occidental. Pasando entonces al Evangelio nos encontramos con principios antitéticos en la parábola de la Hora Nona donde se plantea la problemática siguiente:
“El propietario de un predio ha contratado el trabajo de sus trabajadores por un precio determinado. Pasada la hora Nona contrata a otros por el mismo sueldo. Los primeros trabajadores consideran esta contratación injusta y van a protestar al dueño.. El dueño de la tierra contesta: yo contraté con ustedes en determinados condiciones y las cumplí, lo que yo contrate con los otros no es de su incumbencia". En esta parábola del Evangelio nos encontramos el reconocimiento pleno de lo que Marx llamaría el sistema capitalista, o sea el reconocimiento de la propiedad privada y de la validez de los contratos.
Siguiendo pues con las tesis marxistas, en la “Ideología Alemana” Marx escribe: “En la sociedad comunista, donde nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada cual puede estar satisfecho con cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y así hace posible para mí el hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, arrear ganado en la noche y criticar después de la cena, tal como yo lo tengo en mente, sin que jamás me convierta en cazador, pescador, pastor o critico.” Sandeces de esta naturaleza jamás se encuentran en el Evangelio.
Predicha esta estupidez, pasamos nuevamente al Nuevo Testamento y en San Mateo nos encontramos la parábola de los talentos. En la misma se reconoce la responsabilidad individual por los resultados de la acción y por el contrario se descalifica, a quien no se toma el trabajo de crear.
Por todo lo dicho anteriormente creo que entre el cristianismo original y el marxismo nos encontramos la antítesis entre la libertad individual y el totalitarismo, ya fuere comunista o nacional socialista. Hegel mediante. Este reconocimiento lo encontramos en la Rerum Novarun donde León XIII saca a la Iglesia del ultramontanismo del Syllabus (lista de errores) y en 1891 publica la encíclicas Rerum Novarum donde dice, en contra de los socialistas: “Porque ha puesto en sus hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales las facultades de todos ni igual el ingenio ni la salud ni las fuerzas: y la necesaria desigualdad de estas cosas sigue necesariamente la desigualdad en la fortuna. La cual es por cierto conveniente a la utilidad así de los particulares como de la comunidad; porque necesita para su gobierno, la vida común de facultades diversas y oficios diversos”.
Perdón por la longitud de la cita, pero me parece trascendente en estos momentos en que con posterioridad a 1931, pareciera que la Iglesia abandonara la sabiduría de León XIII de reconocer la mano invisible, y acercarse a los principios igualitarios del socialismo.
He traído a colación esta problemática a partir de Woody Allen pues insisto en mis preocupaciones, por la demagogia socialista reinante. Así creo que es propicia la oportunidad para recordar que en el Cristianismo se encuentran las fuentes del sistema político que a partir del reconocimiento de la falibilidad del hombre permitió la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Nada más apartado y antitéticos que los principios cristianos y el marxismo y espero que así se comprenda, para bien de todos, pues “un espectro sigue rondando a Europa y América Latina".
(De elindependent.org).
jueves, 1 de mayo de 2025
Embaucadores ideológicos y arrepentidos
Debido a que eran más las coincidencias que las diferencias entre comunistas y nazis, Friedrich Hayek comentaba que en la Alemania nazi era muy común la “conversión” de comunistas en nazis. Algo muy distinto es el paso del comunismo al liberalismo, cuya única explicación es que hubo una prédica embaucadora y mentirosa promovida por los ideólogos marxistas. Quien intenta comparar, luego, la ideología con la realidad, pronto, o no tanto, se dará cuenta del engaño y por ello es posible que acepte los lineamientos básicos del liberalismo.
La ideología marxista propone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, si bien en muchos casos implica la eliminación de toda propiedad privada. Ello asegura la pérdida total de libertad de una población que quedará supeditada a las decisiones de quienes dirigen el Estado, que son los “dueños” efectivos de toda forma de propiedad, ya que son quienes toman las decisiones generales.
Justifican toda expropiación aduciendo que el burgués es en extremo egoísta y que por ello es necesaria la generosa acción de los marxistas a cargo del Estado, quienes cumplirán la función de redistribuir la producción equitativamente, al menos en teoría. Se advierte una discriminación moral y social previa que justificará la violencia y las catástrofes sociales que ocurrieron en varios países. Sin embargo, los incautos, al encontrar cierta veracidad en tales afirmaciones, tienden a creer todas las fantasías deducidas a partir de tales verdades parciales.
Como en todo sector de la sociedad, o en toda clase social, no existe uniformidad de valores, resulta frecuente la “generalización fácil”, por la cual se escuchan expresiones como “todos los empresarios”, “todos los políticos” o “todos los judíos”, que resulta el primer eslabón de una serie de “razonamientos” que conducen tarde o temprano a alguna forma de violencia. De ahí que sea necesario establecer juicios a nivel individual y no colectivo.
Entre los casos más conocidos de intelectuales que fueron engañados por la prédica marxista, encontramos a Arthur Koestler, que le llevó 8 años advertir su error. También Mario Vargas Llosa transitó por una etapa socialista hasta llegar a ser una figura reconocida del sector liberal. A continuación se transcribe un artículo sobre el distinguido escritor peruano:
VARGAS LLOSA ENTRA EN LA ETERNIDAD
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Con Mario Vargas Llosa desaparece el último gran liberal del Siglo XX cuando las ideas por las que luchó a lo largo de su dilatada vida, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa, las dos expresiones intelectuales de la sociedad abierta sufren el embate del colectivismo de izquierdas y de derechas. Ambos arrogan al poder el privilegio de controlar no sólo las acciones de los hombres sino de gobernar sus fantasías, sus sueños y su memoria. Contra esto luchó en su obra de ficción, en la ensayística, en la periodística, en sus innumerables apariciones públicas. Sus novelas eran un ejercicio de rebelión contra la voluntad autoritaria y totalitaria de inmovilizar el presente, ideal supremo de todas las dictaduras y sus escritos de no ficción eran la expresión de esa misma visión.
Vargas Llosa fue la encarnación del intelectual comprometido con la verdad y la libertad. Comprendió muy pronto el carácter letal de las utopías de izquierdas, esas bellísimas mujeres con la cabeza en las nubes y los pies en un charco de sangre. Eso le llevó a una ruptura temprana y dolorosa con algunos/muchos intelectuales que habían abrazado y seguían profesando la fe marxista leninista a pesar de sus crímenes. Ello le convirtió en un traidor a la “Causa” y le ganó el odio y la descalificación perenne de buena parte de sus antiguos amigos. Dejó de ser un compañero de viaje de los peregrinos a La Habana y a Moscú cuando la mayoría de los intelectuales de su mundo seguían admirando y rindiendo pleitesía al Ogro Filantrópico.
Si se tuviese que elegir una contrafigura de Vargas Llosa no sería, como se señala a veces, la de García Márquez sino la de Jean Paul Sartre. Este mantuvo su Fe en el comunismo hasta llegar a aplaudir los Juicios de Moscú y negar la inexistencia del Gulag, un invento progandístico de la derecha reaccionaria e imperialista. Y mantuvo esas ideas hasta su muerte. Vargas Llosa nunca sucumbió a lo que Julien Benda denominó en su libro de 1927 la “trahison des clercs” aunque eso le dejase en un aislamiento poco espléndido en una escena dominada por la izquierda fósil y reaccionaria satelizada por la URSS. Y Mario no adoptó frente a ella un “laissez faire, laissez passer”, un lavarse las manos, una retirada al Olimpio del arte, a una torre de marfil, sino la combatió de manera constante e irreductible a lo largo de su existencia.
La evolución ideológica de Vargas Llosa fue popperiana; esto es un ejercicio de racionalismo crítico. Toda pretensión de verdad y de conocimiento ha de pasar el tamiz de la consistencia lógica de las hipótesis que se plantean y de su contrastación empírica. Y los resultados de ese proceso nunca son definitivos. Este enfoque es antitético con la conversión de las ideas políticas en una especie de religiones seculares adoptadas de manera acrítica por sus seguidores. Este es el auténtico antídoto contra el sectarismo, contra la conversión de los idearios en teología y una vacuna de sano escepticismo frente al pensamiento mágico y único. El mundo avanza a través de un proceso de ensayo-error y eso implica libertad de pensamiento y de acción.
De igual modo, Vargas Llosa denunció a los regímenes autoritarios de derechas. Nunca mostró complacencia alguna respecto a ellos y siempre consideró inseparable la unión entre la democracia y la libertad. Para él, el liberalismo era un sistema integral de principios y no un menú a la carta cuyos ingredientes se combinaban a gusto del consumidor. De ahí, su nula tolerancia hacia las dictaduras de derechas aunque, algunas de ellas, fuesen favorables a la libertad económica. El nacionalismo, bandera de las dictaduras conservadoras en Hispanoamérica y fuera de ella, era para Mario una expresión del colectivismo, una manera de sacrificar los derechos individuales en los altares de un interés nacional cuyo único propósito era legitimar el abuso de poder por los gobernantes; una inflamación patológica y tóxica del patriotismo.
Como autor de ficción, Vargas Llosa rechazaba todo intento de manipular la historia, de emplearla como un instrumento al servicio de los Gobiernos de turno para proporcionarles una coartada legitimadora de todas sus fechorías. En esta línea siempre recordaba el ejemplo de los incas. Muerto el Emperador, el nuevo rehacía la memoria oficial, corregía y reconstruía el pasado ayudado en esa tarea por la intelligentsia de su corte, los Amautas. La construcción de una historia oficial y la prohibición de ofrecer alternativas a ésta ha sido uno de los recursos constantes y favoritos de los sistemas autocráticos y, aunque parezca mentira, de algunos autodenominados democráticos en el Hemisferio Occidental.
Por último, Vargas Llosa tenía un don especial, el de hacer llegar con claridad, con precisión y de manera atractiva los ideales de la libertad a un público masivo. Su capacidad dialéctica rivalizaba con sus dotes literarias y quienes han tenido el honor y el placer de escucharle pueden dar testimonio de ello. También quienes han tenido la fortuna de ser sus amigos y de acompañarle durante años son testigos de su encanto, de su accesibilidad, de su magna generosidad. Era la antítesis de la pretenciosidad y de la arrogancia. De él queda una obra inmortal pero, sobre todo, un monumento al coraje y a la coherencia de un pensador liberal que ya ha entrado con pleno derecho en el panteón de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (España) el 18 de abril de 2025.
(De elcato.org)
La ideología marxista propone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, si bien en muchos casos implica la eliminación de toda propiedad privada. Ello asegura la pérdida total de libertad de una población que quedará supeditada a las decisiones de quienes dirigen el Estado, que son los “dueños” efectivos de toda forma de propiedad, ya que son quienes toman las decisiones generales.
Justifican toda expropiación aduciendo que el burgués es en extremo egoísta y que por ello es necesaria la generosa acción de los marxistas a cargo del Estado, quienes cumplirán la función de redistribuir la producción equitativamente, al menos en teoría. Se advierte una discriminación moral y social previa que justificará la violencia y las catástrofes sociales que ocurrieron en varios países. Sin embargo, los incautos, al encontrar cierta veracidad en tales afirmaciones, tienden a creer todas las fantasías deducidas a partir de tales verdades parciales.
Como en todo sector de la sociedad, o en toda clase social, no existe uniformidad de valores, resulta frecuente la “generalización fácil”, por la cual se escuchan expresiones como “todos los empresarios”, “todos los políticos” o “todos los judíos”, que resulta el primer eslabón de una serie de “razonamientos” que conducen tarde o temprano a alguna forma de violencia. De ahí que sea necesario establecer juicios a nivel individual y no colectivo.
Entre los casos más conocidos de intelectuales que fueron engañados por la prédica marxista, encontramos a Arthur Koestler, que le llevó 8 años advertir su error. También Mario Vargas Llosa transitó por una etapa socialista hasta llegar a ser una figura reconocida del sector liberal. A continuación se transcribe un artículo sobre el distinguido escritor peruano:
VARGAS LLOSA ENTRA EN LA ETERNIDAD
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Con Mario Vargas Llosa desaparece el último gran liberal del Siglo XX cuando las ideas por las que luchó a lo largo de su dilatada vida, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa, las dos expresiones intelectuales de la sociedad abierta sufren el embate del colectivismo de izquierdas y de derechas. Ambos arrogan al poder el privilegio de controlar no sólo las acciones de los hombres sino de gobernar sus fantasías, sus sueños y su memoria. Contra esto luchó en su obra de ficción, en la ensayística, en la periodística, en sus innumerables apariciones públicas. Sus novelas eran un ejercicio de rebelión contra la voluntad autoritaria y totalitaria de inmovilizar el presente, ideal supremo de todas las dictaduras y sus escritos de no ficción eran la expresión de esa misma visión.
Vargas Llosa fue la encarnación del intelectual comprometido con la verdad y la libertad. Comprendió muy pronto el carácter letal de las utopías de izquierdas, esas bellísimas mujeres con la cabeza en las nubes y los pies en un charco de sangre. Eso le llevó a una ruptura temprana y dolorosa con algunos/muchos intelectuales que habían abrazado y seguían profesando la fe marxista leninista a pesar de sus crímenes. Ello le convirtió en un traidor a la “Causa” y le ganó el odio y la descalificación perenne de buena parte de sus antiguos amigos. Dejó de ser un compañero de viaje de los peregrinos a La Habana y a Moscú cuando la mayoría de los intelectuales de su mundo seguían admirando y rindiendo pleitesía al Ogro Filantrópico.
Si se tuviese que elegir una contrafigura de Vargas Llosa no sería, como se señala a veces, la de García Márquez sino la de Jean Paul Sartre. Este mantuvo su Fe en el comunismo hasta llegar a aplaudir los Juicios de Moscú y negar la inexistencia del Gulag, un invento progandístico de la derecha reaccionaria e imperialista. Y mantuvo esas ideas hasta su muerte. Vargas Llosa nunca sucumbió a lo que Julien Benda denominó en su libro de 1927 la “trahison des clercs” aunque eso le dejase en un aislamiento poco espléndido en una escena dominada por la izquierda fósil y reaccionaria satelizada por la URSS. Y Mario no adoptó frente a ella un “laissez faire, laissez passer”, un lavarse las manos, una retirada al Olimpio del arte, a una torre de marfil, sino la combatió de manera constante e irreductible a lo largo de su existencia.
La evolución ideológica de Vargas Llosa fue popperiana; esto es un ejercicio de racionalismo crítico. Toda pretensión de verdad y de conocimiento ha de pasar el tamiz de la consistencia lógica de las hipótesis que se plantean y de su contrastación empírica. Y los resultados de ese proceso nunca son definitivos. Este enfoque es antitético con la conversión de las ideas políticas en una especie de religiones seculares adoptadas de manera acrítica por sus seguidores. Este es el auténtico antídoto contra el sectarismo, contra la conversión de los idearios en teología y una vacuna de sano escepticismo frente al pensamiento mágico y único. El mundo avanza a través de un proceso de ensayo-error y eso implica libertad de pensamiento y de acción.
De igual modo, Vargas Llosa denunció a los regímenes autoritarios de derechas. Nunca mostró complacencia alguna respecto a ellos y siempre consideró inseparable la unión entre la democracia y la libertad. Para él, el liberalismo era un sistema integral de principios y no un menú a la carta cuyos ingredientes se combinaban a gusto del consumidor. De ahí, su nula tolerancia hacia las dictaduras de derechas aunque, algunas de ellas, fuesen favorables a la libertad económica. El nacionalismo, bandera de las dictaduras conservadoras en Hispanoamérica y fuera de ella, era para Mario una expresión del colectivismo, una manera de sacrificar los derechos individuales en los altares de un interés nacional cuyo único propósito era legitimar el abuso de poder por los gobernantes; una inflamación patológica y tóxica del patriotismo.
Como autor de ficción, Vargas Llosa rechazaba todo intento de manipular la historia, de emplearla como un instrumento al servicio de los Gobiernos de turno para proporcionarles una coartada legitimadora de todas sus fechorías. En esta línea siempre recordaba el ejemplo de los incas. Muerto el Emperador, el nuevo rehacía la memoria oficial, corregía y reconstruía el pasado ayudado en esa tarea por la intelligentsia de su corte, los Amautas. La construcción de una historia oficial y la prohibición de ofrecer alternativas a ésta ha sido uno de los recursos constantes y favoritos de los sistemas autocráticos y, aunque parezca mentira, de algunos autodenominados democráticos en el Hemisferio Occidental.
Por último, Vargas Llosa tenía un don especial, el de hacer llegar con claridad, con precisión y de manera atractiva los ideales de la libertad a un público masivo. Su capacidad dialéctica rivalizaba con sus dotes literarias y quienes han tenido el honor y el placer de escucharle pueden dar testimonio de ello. También quienes han tenido la fortuna de ser sus amigos y de acompañarle durante años son testigos de su encanto, de su accesibilidad, de su magna generosidad. Era la antítesis de la pretenciosidad y de la arrogancia. De él queda una obra inmortal pero, sobre todo, un monumento al coraje y a la coherencia de un pensador liberal que ya ha entrado con pleno derecho en el panteón de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (España) el 18 de abril de 2025.
(De elcato.org)
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