Por lo general se culpa a los diversos ideólogos de ofrecer al público ciertas sociedades artificiales, o utópicas, que poco o nada tienen en cuenta a la naturaleza humana. Debe también tenerse presente que existe previamente una demanda de tales sociedades, a las cuales alguien ha de satisfacer.
La demanda de utopías depende esencialmente de personas que nunca tratan de mejorarse a ellas mismas, sino que buscan cambiar toda la sociedad, y todo el planeta, para, de esa forma, sentirse plenamente adaptados a la sociedad y al planeta.
La búsqueda de las sociedades ideales constituye el sentido de la vida adoptado por muchos, por lo que no les resultará sencillo renunciar a esos ideales, ya que tal sentido implica la vida misma de quienes lo adoptan. De ahí que sea difícil que un socialista cambie de opinión aún cuando le muestren los fracasos y desastres asociados a la sociedad que él mantiene como un ideal.
Como consecuencia de todo esto, resulta recomendable tratar de que algunos ilusos no caigan bajo la prédica socialista, en lugar de empecinarse por hacer cambiar de opinión a los creyentes con varios años de marxismo encima. Es oportuno mencionar el caso de Arthur Koestler, un intelectual muy capaz a quien le costaron ocho años de su vida para despertar del engaño marxista. Por lo que uno puede imaginarse el tiempo que demandará la conversión de aquellos que poca vocación por el razonamiento tienen.
Por lo general, el marxista tiende a solucionar todas las fallas visibles de las sociedades comunistas aduciendo que “ya está prevista la planificación para solucionarlo en el futuro”, u otras salidas similares. Helmut Schoeck escribió: “Tanto en Norteamérica cuanto en la República Federal Alemana, he encontrado algunos jóvenes que se empeñan en una rara actitud de obstinación. No hace falta conversar largamente con ellos para advertir que un sentimiento destructor los consume”.
“No están conformes con la sociedad en que viven, o sea, con la de Occidente. No les agrada porque es cómoda; y les es incómoda, es decir, no les conviene o no es decente (tal la significación de la palabra «unbequem» en su forma primitiva), debido a que no todos viven igualmente mal, o igualmente bien, e incluso algunos viven demasiado bien”.
“Algunos se hallan en muy mala situación, sin embargo, casi nunca lo están mis interlocutores. Éstos, incluso, pueden tener padres adinerados, lo cual empeora más el asunto. Es el pesimismo melancólico de un alma igualitaria que se halla en una realidad que posee una cierta, pero no suficiente, consideración para con este hecho. La mayoría de las veces, ellos se encuentran en una posición demasiado buena como para compararse con los demás”.
“Generalmente suelen decir: «¡Observe usted a esa gente, y luego el lujo de ese o de aquel ricachón que gana tanto dinero!». Muy a menudo se escandalizan por los ingresos de conocidos médicos, promotores artísticos o empresarios. Nosotros siempre les insistimos para que nombren sobre esta tierra una sociedad que les agrade y en donde se apacigüe su conciencia. Con una sinceridad que desarma, responden: «Tal sociedad no existe, pero creemos que en la Unión Soviética o en Cuba se ha de vivir mejor que en Estados Unidos o en la República Federal Alemana»”.
“Entonces comienzo a citar hechos económicos de la Unión Soviética, los que casi siempre aceptan sin protestar y hasta sin dudar de ellos, como por ejemplo, de que los ingresos máximos en Rusia, en 1960, estaban distanciados de los mínimos en una proporción de 40 a 1, mientras que esta relación en los países de Occidente, en EEUU, RFA, Suiza, Inglaterra, etc., es más bien de 10 a 1”.
“Formulo la siguiente pregunta: ¿No se escandalizaría usted por el hecho de que la diferencia entre la posición económica de un empresario altamente dotado, general, administrador, director o profesor, y el obrero que se desempeña con un ínfimo sueldo bajo sus órdenes es, en la Unión Soviética, mucho mayor que en el Occidente capitalista? Mi contrincante no se desconcierta; objeta que este caso es muy distinto, pues aquella gente hace algo por el pueblo, esforzándose para que los rusos que todavía no estén tan bien económicamente, un día puedan vivir mejor”.
“Este empeño disculpa sus altos ingresos. Los jóvenes iracundos encuentran muy bien cuando el comisario X, empleado en la ejecución de un plan estatal recibe, en el año 1965, un salario 50 veces mayor que el obrero, porque trabaja en un plan que, dentro de 50 años (si todo anda bien, y esto presumiblemente a pesar de su plan y no a causa del mismo), hará posible a la clase media de Rusia la adquisición de un auto, casa propia y de televisión en colores”.
“Nuestro critico social, en cambio, califica como «socialmente intolerante» la proporción 1 a 5 que rige para un gerente o empresario en los EEUU, los cuales, desde hace años, han posibilitado estas cosas y muchas otras más a los que ganan un salario promedio. ¿Les molesta acaso a esos jóvenes iracundos que los empresarios norteamericanos hoy hagan posible el porvenir, mientras que ellos mismos prefieran el lejano día de mañana sólo para que no tengan que decidirse ahora por un puesto fijo en la sociedad actual?” (De “La envidia”-Club de Lectores-Buenos Aires 1969).
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1 comentario:
A los postulados utópicos no se llega por el uso de la capacidad de razonamiento sino por motivos de orden sentimental. Y sólo cuando existe desengaño o trauma, es decir, sentimiento de frustración, se consigue cambiar de postura, muy rara vez por el convencimiento racional.
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