En la Argentina nos caracterizamos, entre otras cosas, por hacer siempre las mismas cosas esperando resultados distintos. De ahí la caída permanente en el ranking económico entre los diversos países del planeta. Desde algunos años antes de iniciado el siglo XX (1882) hasta el año 1949, la Argentina ocupaba un lugar entre los 10 países con mayor PBI per capita. A partir del acceso al poder de Perón, en 1946, se inicia un retroceso casi permanente que nos ubica allá por el lugar 70 o algo más abajo.
Como el peronismo implicó una política efectiva para la conquista de votos, aunque negativa económicamente hablando, fue imitada en el futuro por seguidores y "opositores". Actualmente se sigue criticando al liberalismo como algo nefasto y al peronismo como algo exitoso, en total contradicción con las estadísticas mencionadas, lo que implica una especie de autodestrucción voluntaria.
A continuación se transcriben unos párrafos de un libro editado hace unos 15 años, que no pierde actualidad (y quizás no la pierda en el futuro) porque en este país siempre hacemos lo mismo, es decir, hacemos lo que nos destruye un poco más cada día:
El mundo es cada vez más complejo. Los cambios se aceleran, las incertidumbres predominan y las personas, las empresas, los países, requieren cada vez mayor flexibilidad y capacidad de adaptación al medio. Con capacidad para enfrentar un entorno impredecible e imprevisto.
Las políticas públicas, en la Argentina, en cambio, se diseñan, a contramano de esta tendencia, incorporando rigideces en lugar de flexibilidades, lo que impide la adaptación rápida a entornos cambiantes, en lugar de facilitarlos. Algo paradójico para un país cuyo ciclo económico depende, sistemáticamente, de un escenario internacional que no domina ni controla.
Y aquí, otra vez, se muestra con toda su potencia el populismo más rancio. En los momentos de bonanza, políticos cortoplacistas, impulsados por las demandas de una sociedad más cortoplacista aún, votan leyes, reglamentos, medidas, que sólo tienen sentido cuando la economía progresa y hay recursos excedentes.
Todas estas normas culminan incorporando ajustes automáticos hacia arriba que aumentan el gasto cuando la economía se expande, pero que no lo bajan cuando se contrae. Movilidad jubilatoria. Incrementos en el presupuesto educativo en función del aumento del PBI. Pases a planta permanente de empleados contratados. Obras públicas faraónicas, sin financiamiento de largo plazo y sin imputar ni calcular gastos de mantenimiento. Y mucho más.
Obviamente, mientras el país mantiene su buena senda y los recursos públicos se multiplican, no hay problemas y todos contentos. De pronto, no importa la razón, la economía ingresa en un ciclo negativo, empiezan a faltar los recursos y no estamos en condiciones de financiarnos con deuda, para cubrir el bache financiero derivado de la necesidad de cumplir con los compromisos votados en la bonanza. Es decir, solucionando con ingresos extras por endeudamiento la falta de fondos hasta el momento.
Hasta que vuelvan las buenas épocas y se pueda repagar como hacen la mayoría de los países con las deudas contraídas en la parte negativa del ciclo. Y no podemos emitir nueva deuda, porque ya hemos acumulado una deuda muy grande y no nos caracterizamos, precisamente, por ser buenos pagadores. Tampoco tenemos un fondo anticíclico ahorrado. En esas circunstancias, no existen, por lo tanto, recursos para cumplir con los compromisos automáticos votados y asumidos en la parte positiva del ciclo.
Surgen, entonces, las "soluciones" argentinas. Leyes de emergencia. Violaciones a las normas. Y la solución más mágica de todas, la devaluación y la inflación para estafar sin culpas, sin responsables directos, licuando los gastos no indexados. Como se incumplen leyes genuinamente votadas en su momento, surgen los juicios de los damnificados. Y allí, entonces, la necesidad de los gobiernos por "controlar" el Poder Judicial para que, al menos, demore un tiempo sus fallos.
Varios años después, entonces, alguna Corte Suprema reconoce que se han violado leyes y obliga a cumplirlas. Con suerte, para ese entonces, el ciclo positivo ha retornado. Se retoma, entonces, lo previsto en materia de ajustes automáticos y, por lo acumulado y no cumplido durante el ciclo negativo, se emite nueva deuda, se paga con bonos y sigue la fiesta, hasta el próximo ciclo. Por supuesto que, en el mientras tanto, lo que se puede reducir sin problemas, en ese contexto, es la inversión pública en infraestructura, se sacrifica a las generaciones futuras y se atrasa el progreso, porque esas obras llevan tiempo para construirse y mantenerse.
Al final del día, por lo tanto, otra vez el futuro empeñado por el presente. Menos inversión pública, más deuda acumulada. Y como la estafa previa va reduciendo el margen de maniobra para estafar para delante, los nuevos compromisos que se votan también llevan cláusulas de supuesta protección y ajuste automático.
En síntesis, más rigideces todavía. El populismo condenando la posibilidad de tener un país ordenado, con normas y leyes cumplibles, con legisladores responsables y una justicia independiente y eficaz. Sobre todo, la estafa y la mentira encubiertas e implícitas, como medios de resolución de conflictos.
(De "La eterna novela argentina" de Enrique Szewach-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2008).
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1 comentario:
Las generaciones más jóvenes y los todavía no nacidos serán los llamados a pagar con su sudor y renuncias la irresponsabilidad de sus antecesores, padres y abuelos a los que les gusta, generalizando algo injustamente, viajar en primera habiendo pagado billete de tercera. Y no sólo en Argentina, aunque allí es para nota, en prácticamente todo Occidente.
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