Por lo general, no le damos demasiada importancia a la diferencia entre saber y comprender, entendiendo como "saber"
el hecho de conocer algo del mundo real, mientras que "comprender" implica haberle dado un significado o una conclusión que nos sirva posteriormente para ampliar nuestros conocimientos. Julián Marías escribió: "La laboriosidad de un erudito empieza a ser ciencia cuando moviliza los hechos y los saberes hacia una teoría. La ciencia no es saber. La ciencia consiste en sustituir el saber que parecía seguro por una teoría, esto es, por algo siempre problemático".
"Esa «omnípoda conexión» que es la filosofía lleva a Ortega a contraponer el «mero saber» y el «comprender». Sabemos muchas cosas que no comprendemos; toda sabiduría de hechos es incomprensiva, y sólo se justifica entrando al servicio de una teoría" (De "Ortega. Circunstancia y vocación"-Alianza Editorial SA-Madrid 1983).
Por otra parte, el conde Keyserling expresó: “El saber corresponde a los hechos, la comprensión a su significado. Comprender es más necesario que saber” (Citado en “Nuestra civilización apóstata frente al cristianismo” de Jorge P. Howard-Editorial Círculo de Estudios Cristianos-Buenos Aires 1935).
En el ámbito de la ciencia experimental se advierte más claramente la diferencia mencionada, ya que los científicos observan por lo general una gran diversidad de fenómenos aislados que deben ser sintetizados mediante alguna teoría. De ahí que Theodosius Dobzhansky escribió: “Durante casi un siglo, la influencia de la teoría de la evolución se ha hecho sentir más allá de los límites de la biología. En realidad, esta influencia ha crecido aceleradamente, y en la actualidad la idea de la evolución ha llegado a formar parte del capital intelectual de la civilización occidental. En biología esta idea es fundamental. Para el estudiante principiante, y no menos para el profesor y el especialista, la idea de evolución da sentido a lo que de otro modo sería una tediosa descripción de hechos áridos que deberían memorizarse y que pronto se olvidarían una vez finalizados los cursos. Esos mismos hechos y descripciones de seres que alguna vez o nunca hemos visto, a la luz de la evolución se transforman en fascinantes. Conocerlos se convierte en una aventura intelectual” (De “La evolución, la genética y el hombre”-EUDEBA-Buenos Aires 1966).
En el ámbito de la educación también debería seguirse el criterio científico, lo que no siempre ocurre. Ante la programación de la educación como si el alumno fuese una computadora, Fernando Savater escribió: “Puede aprenderse mucho sobre lo que nos rodea sin que nadie nos lo enseñe ni directa ni indirectamente (adquirimos gran parte de nuestros conocimientos más funcionales así), pero en cambio la llave para entrar en el jardín simbólico de los significados siempre tenemos que pedírsela a nuestros semejantes. De ahí el profundo error actual… de homologar la dialéctica educativa con el sistema por el que se programa la información de los ordenadores. No es lo mismo procesar información que comprender significados”.
“La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa y este momento reflexivo –el que con mayor nitidez marca nuestro salto evolutivo respecto a otras especies- exige constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes. Todo puede ser privado e inefable –sensaciones, pulsiones, deseos…- menos aquello que nos hace partícipes de un universo simbólico y a lo que llamamos «humanidad»” (De “El valor de educar”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1997).
Jorge Bosch advirtió el reemplazo de criterios científicos en la educación por cierto adoctrinamiento ideológico que no contempla las ventajas educativas de los alumnos, sino una preparación de tipo antiliberal, en donde la idea esencial es combatir el "consumismo", olvidando que el capital se construye con ahorros, algo que poco o nada tiene que ver con el consumismo. Al respecto escribió: “Para los ideólogos –y hay abundante literatura al respecto- la cosa es de una simplicidad atroz: el que emite el mensaje es creativo-productivo y el que lo recibe es pasivo y consumista; de ahí que la mejor manera de difundir la cultura no es conducir a la gente hacia la comprensión de las grandes obras de arte, de la ciencia y de la filosofía, sino dar a todos los medios materiales para que «se expresen»: repartir lápices, pinceles, instrumentos musicales, ¡y que empiecen a crear! Y aquél que, en medio de esa fiesta exultante de la creatividad, se detiene a contemplar la obra de algún Maestro, es castigado con el anatema del consumismo” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
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1 comentario:
Con la excusa de combatir el consumismo, que por cierto no tiene nada de malo en sí (pensemos que sus contarios son la escasez y el desabastecimiento), lo que se hace es privar de herramientas intelectuales que permiten entender cómo funciona la naturaleza y la sociedad a las víctimas de la pedagogía postmoderna.
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