La orden católica de los jesuitas, o Compañía de Jesús, fue fundada por Ignacio de Loyola con el fin de fortalecer la prédica católica ante la aparición del protestantismo. Caracterizada por una, entonces, novedosa organización, logra que, con los años, uno de sus integrantes acceda a la máxima jerarquía de la Iglesia (Francisco I).
A pesar de los elogios que por mucho tiempo ha recibido tal orden religiosa, nos encontramos actualmente con un pontífice que promueve una ideología bastante más cercana al marxismo-leninismo que al cristianismo. Incluso se advierte que el ciudadano común, luego de leer los casi cotidianos mensajes del Papa por Twitter, poco ha de aprender de ellos, por cuanto están asociados casi todos a la tradicional religión de los pedidos a un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, a pesar de que Cristo haya manifestado que "Dios sabe qué os hace falta antes que se lo pidáis", por cuanto el cristianismo es una religión moral debiendo quedar toda acción orientada por los mandamientos bíblicos.
De la organización jesuita surgen dudas acerca de su compatibilidad con la idea del Reino de Dios, es decir, del gobierno de Dios sobre los hombres a través de la ley natural en oposición de todo gobierno, mental y material, del hombre sobre el hombre. John R. Saul escribió: "Lo que Loyola se proponía crear en 1539 era precisamente una elite occidental unificada, que usara un solo sistema de razonamiento".
"Gracias a su extraordinaria invención, los jesuitas constituyeron el primer sistema intelectual internacional. Aún así, en los pocos años transcurridos entre la creación de la orden y la muerte de Loyola, la infortunada realidad de su invención se aclaró. Los jesuitas pronto se convirtieron en instrumento o sustituto de los intereses locales. A los cuarenta años el método moderno, aun siendo profundamente internacional, se había asociado inextricablemente con el nacionalismo".
"El ejército intelectual de Loyola cobró un aire dramático durante las turbulencias de la Contrarreforma. Pero el corazón de su concepto era una estructura militar moderna y poco dramática. No tenía la menor relación con la tradición del caballero errante ni el coraje personal. Su concepto se valía del profesionalismo de los ejércitos mercenarios que tanto prevalecían en sus tiempos. Loyola convirtió esto en profesionalismo moderno".
"Dio a los jesuitas una estructura centralizada y autocrática. El general era elegido de por vida. Ejercía poder absoluto para designar la siguiente jerarquía de liderazgo, los provinciales. Pero el modelo de Loyola trascendía la autocracia militar. Introdujo dos elementos revolucionarios: una nueva clase de educación y la rendición de cuenta ante sus superiores".
"La institucionalización de la segunda prolongaba los efectos de la primera. La obediencia absoluta estaba en el corazón de la educación y la rendición de cuentas ante los superiores. Al definir la obediencia, Loyola mencionaba que los jesuitas podían permitir que otras órdenes los superasen en el ayuno, la vigilia y otras austeridades, pero que en auténtica y perfecta obediencia y en la abnegación de su juicio y voluntad, deseaba que la sociedad fuera conspicua. La abnegación y el juicio estaban en el centro del nuevo modelo. Han viajado sin modificaciones por los últimos cuatro siglos y hoy determinan la forma de nuestras elites contemporáneas".
"El nuevo estilo de obediencia de Loyola se inducía mediante un entrenamiento riguroso, que comenzaba con un noviciado de dos años. Un año habría sido lo normal. El propósito de estos veinticuatro meses era desmantelar la voluntad de un joven en sus componentes, con el objeto de aislar dentro de esas partes todo lo indeseable. La idea no era cambiar las ideas o creencias del joven, sino eliminar los elementos problemáticos. Luego se procedía a purificar lo que era adaptable y útil y a unirlo con la estructura de la Compañía".
"Seguían de diez a quince años de intensa formación. Mientras la Compañía observaba y decidía si el candidato era adecuado para la pertenencia plena, se sucedían largos periodos de aprendizaje, de disciplina espiritual pura, de enseñanza, de pruebas en la acción".
"Ningún detalle carecía de importancia. Comidas. Hábitos de sueño. Loyola hablaba, casi seriamente, de contar y consignar las mordeduras de pulgas. Esto parecía ser paternalismo. Gradualmente se formalizó como parte del sistema, parte de la obediencia o profesionalismo de los jesuitas. Los observadores han hablado de despotismo del alma. Y por cierto no quedaba ningún sitio donde ocultar las características individuales. El mejor término moderno para este proceso sería despersonalización".
"A primera vista la formación jesuítica parece semejarse a nuestros métodos contemporáneos de lavado de cerebro o reeducación. Los interrogatorios y adoctrinamientos modernos no usan la violencia, ni siquiera la amenaza de violencia. Procuran desmantelar y desinfectar la mente de la víctima antes de reorganizarla de otra manera. En cuanto a las rendiciones de cuenta e informes de los jesuitas, parecen ser los originales de los sistemas de control del siglo veinte por medio de informadores anónimos, sistemas que solemos identificar con las sociedades represivas, los servicios secretos y los ministerios del interior".
"No es coincidencia que Richelieu y Descartes se formaran en ese sistema, al igual que Voltaire y Diderot. Pero la resistencia al mensaje implícito y a las manipulaciones políticas de la Compañía comenzó a crecer. Más aún, una vez que se formalizó la Ratio Studiorum, todo el sistema dejó de evolucionar. Era como si una máquina sumamente efectiva funcionara sin referencia a la realidad. Esta desconexión resultó obvia en 1755, después del terremoto de Lisboa. Fue un importante jesuita, Gabriele Malagrida, quien proclamó el argumento de que esa mortandad y destrucción era un juicio de Dios. La reacción popular fue totalmente opuesta a la que él había buscado" (De "Los bastardos de Voltaire"-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1998).
Ciertas semejanzas entre el sistema adoctrinador de los jesuitas y del sistema marxista-leninista, facilitan la comprensión de aquella expresión de Jorge Bergoglio cuando afirmaba que tenía "una relación personal", cercana, con Raúl Castro, uno de los líderes totalitarios que esclavizaron, y esclavizan, a sus compatriotas por muchos años.
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1 comentario:
Las finalidades reales y efectivas de la Compañía de Jesús han sobrepasado con creces esa misión propagandística oficial. Han sido la mano derecha del papado y sus agentes secretos en todo tipo de asuntos profanos relacionados con la lucha por el poder, las guerras y la consecución de los objetivos terrenales de la Santa Sede gracias a ellos. Sin ir más lejos existió una sintonía realmente llamativa por lo macabro entre el régimen de Hitler, muchos de cuyos principales dirigentes eran de formación católica, y el papa Pío XII, antiguo embajador del Vaticano en Berlín.
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