En la antigüedad se conocían los planetas y las estrellas, con movimientos periódicos conocidos los primeros y con aparentes posiciones fijas las segundas. Pero también estaban los cometas, que aparecían y luego desaparecían, con un comportamiento aparente distinto de los demás astros, de donde viene la palabra "dis-astra" (o en contra de los astros), de la cual deriva la palabra "desastre". Ello provenía de las creencias predominantes por cuanto se aducía que los cometas eran señales del cielo que indicaban el disconformismo de Dios con las conductas humanas, por lo que vendrían castigos en un tiempo cercano.
Carl Sagan escribió al respecto: "Los cometas siempre han suscitado temor, presagios y supersticiones. Sus apariciones ocasionales desafiaban de modo inquietante la noción de un Cosmos inalterable y ordenado por la divinidad. Parecía inconcebible que una lengua espectacular de llama blanca como la leche, saliendo y poniéndose con las estrellas noche tras noche, estuviera allí sin ninguna razón, que no trajera algún presagio sobre cuestiones humanas. Así nació la idea de que los cometas eran precursores del desastre, augurios de la ira divina; que predecían la muerte de los príncipes y la caída de los reinos".
"Un obispo luterano publicó en 1578 una Advertencia teológica del nuevo cometa, donde ofrecía la inspirada opinión según la cual un cometa es «la humareda espesa de los pecados humanos, que sube cada día, a cada hora, en cada momento, llena de hedor y de horror ante la faz de Dios, volviéndose gradualmente más espesa hasta formar un cometa con trenzas rizadas, que al final se enciende por la cólera y el fuego ardiente del Supremo Juez Celestial». Pero otros replicaron que si los cometas fuesen el humo de los pecados, los cielos estarían ardiendo continuamente".
Fue Newton quien "Demostró que los cometas, como los planetas, se mueven en elipse: «Los cometas son una especie de planetas que giran en órbitas muy excéntricas alrededor del Sol». Esta desmitificación, esta predicción de las órbitas cometarias regulares, permitió a su amigo Edmund Halley calcular en 1707 que los cometas de 1531, 1607 y 1682 eran apariciones del mismo cometa a intervalos de 76 años, y predecir su regreso en 1758. El cometa llegó a su debido tiempo y le dedicaron, póstumamente, su nombre" (De "Cosmos"-Editorial Planeta SA-Barcelona 1980).
La penúltima aparición del cometa Halley fue en 1910, cuando la Argentina celebraba el primer centenario como país autónomo. Cuando se esperaba que las etapas de superstición e ignorancia hubiesen quedado en el pasado, nos encontramos con descripciones que permiten advertir otros errores cometidos. Estos errores se asocian al astrónomo Camille Flammarion. Horacio Salas escribió: "Los casi siempre cautos redactores de las páginas editoriales de La Prensa no lo fueron tanto el primero de enero de 1910. Haciéndose eco de los aspectos más pesimistas de las tesis de Flammarion, aseguraban: «El envenenamiento de la humanidad por los gases deletéreos no es probable. Pero si el oxígeno de la atmósfera llegara a combinarse con el hidrógeno de la cola, la asfixia inmediata sería inevitable»".
"Y agregaban: «Si, por el contrario, hubiera una disminución de ázoe, una sensación inesperada de actividad física se ejercería sobre todos los cerebros y la raza humana perecería en un paroxismo de alegría, de delirio y de locura universales, probablemente encantados con su suerte»" (De "El centenario"-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2009).
Estos presagios poco acertados y poco afortunados, también aparecieron en otros países, ya que parece existir una predisposición negativa en muchos pronosticadores de desgracias futuras.
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1 comentario:
Los difusores de los planteamientos de teorías acerca de la “nueva glaciación”, el “calentamiento global” y “el cambio climático” saben perfectamente de esa predisposición, no sólo de los pronosticadores no organizados, sino de amplias capas del público en general, a hacerse eco del pesimismo sobre el futuro general de la humanidad.
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