Quienes critican la “teoría del derrame capitalista” de la riqueza, derrame que se efectúa a través del intercambio en el mercado, aducen que tal proceso es ineficaz por cuanto la riqueza no llega a todos. Por su parte, los sectores liberales aducen, por el contrario, que, luego que el sector productivo genera suficiente riqueza, ésta llegará, necesariamente, a todos los sectores que trabajan. Si ello no ocurre, se debe a que no existe suficiente producción o suficiente cantidad de empresarios; situación que caracteriza a los países subdesarrollados.
Los adeptos al socialismo descartan que la ausencia de empresarios capaces y honestos sea la causa que impide una aceptable generación de riqueza y posterior distribución; incluso “acusan” a la economía de mercado como la “culpable” de este problema. Por ello proponen alguna forma de redistribución, como en el denominado Estado benefactor, que tiene como principal misión confiscar parte de las ganancias del sector empresarial para luego redistribuirla entre los “marginados por el mercado”. Puede hacerse un esquema de ambas propuestas:
Derrame capitalista: Productores intercambian con consumidores (El Estado garantiza el intercambio)
Redistribución socialista: El Estado confisca ganancias a los Productores; el Estado redistribuye esas ganancias
Supongamos que, en una economía de mercado, a una empresa (luego de pagar sueldos, impuestos, etc.), le queda una ganancia de 100 unidades monetarias. Los accionistas de dicha empresa invertirán parte de esa ganancia y consumirán el resto. Supongamos que los montos sean los siguientes:
Inversión: 60
Consumo: 40
La inversión productiva genera mayor cantidad de empleos y eleva los sueldos de los empleados (si se trata de una reinversión en la misma empresa). En cambio, cuando interviene el Estado benefactor confiscando parte de esas ganancias, se reduce la disponibilidad de recursos de los accionistas y los porcentajes pueden variar de la siguiente forma:
Inversión: 30
Consumo: 20
Estado benefactor: 50
Ahora es el Estado quien dispone de gran parte de los recursos que antes pertenecía al sector productivo. Sin embargo, el cambio más importante radica en que disminuyó la inversión. El país habrá de crecer menos, habrá menor cantidad de puestos de trabajo productivos (y habrá mayor cantidad de puestos estatales; generalmente improductivos o superfluos). También es posible que, ante una mayor presión fiscal, el empresariado limite sus actividades productivas o bien emigre hacia países con menor presión tributaria.
En este ejemplo elemental puede observarse que la “distribución socialista” (por medio del Estado benefactor) tiende a reducir la producción y a empeorar las cosas. Desalienta al productor y alienta al parásito social. Por el contrario, el “derrame capitalista” tiende a estimular la producción y a desalentar la vagancia. Juan Llach escribió: “La crisis del Estado Benefactor afecta a su eficiencia, los incentivos a producir y su eficacia para mejorar la equidad social. Algunos de sus aspectos más relevantes podrían sintetizarse así: el Estado Benefactor se lleva hoy mucho dinero, y se lo lleva en proporción creciente para fines distintos de los que justificaron su existencia”.
“¿Cómo podemos saber que el Estado Benefactor se lleva, realmente, «demasiado dinero»? Intuitivamente podemos ver, en primer lugar, que la «cuña» interpuesta por el Estado Benefactor ha diluido demasiado el vínculo entre los esfuerzos o productividades del capital y del trabajo, por un lado, y el acceso de sus propietarios a los frutos de ese esfuerzo, por otro lado”.
“Es cierto que todos los que pensamos que el Estado tiene que cumplir un papel importante en el logro de una mayor equidad social debemos aceptar necesariamente impuestos que ponen una distancia entre los esfuerzos y los beneficios. Pero al mismo tiempo deberíamos reconocer que, en el Estado Benefactor, esa distancia es ya demasiado grande, porque quita incentivos a trabajar y producir a quienes son «pagadores netos» de recursos al Estado, y a veces también a los que son «receptores netos» y carecen de motivación suficiente para procurarse más recursos”.
“Sin notarlo, y muy especialmente en los países desarrollados, se le fue, pues, atribuyendo al «Estado» la potestad para «producir» el bienestar con creciente independencia de lo que cada uno aportara al producto social y aun con cierta distancia de las necesidades de cada uno” (De “Otro siglo, otra Argentina”-Ariel-Buenos Aires 1997).
Una vez que el socialismo mostró su ineficacia, la mentalidad favorable al mismo no cambió en la forma esperada, por lo que persistió la actitud anticapitalista. De ahí que se mantuvo la preferencia por el Estado benefactor y la socialdemocracia. Mientras que el socialismo establecía la expropiación y nacionalización de los medios de producción, la socialdemocracia establece la expropiación parcial de las ganancias obtenidas por esos medios productivos. Este nuevo intento socializador del trabajo ajeno, tampoco ha dado buenos resultados debido esencialmente al desaliento de los productores y a la promoción de la vagancia en los receptores de lo ajeno. David A. Stockman escribió: “Para que el Estado pueda redistribuir la riqueza, antes la sociedad tiene que producirla. Si se debilitan demasiado los incentivos y el ánimo de la fracción más emprendedora de la ciudadanía, las carencias económicas resultantes harán imposible bajo toda circunstancia la justicia social”.
“Satisfacer la necesidad de incentivos y compensaciones del empresario es tan importante para la buena sociedad como satisfacer las demandas de justicia de los pobres. Lo uno no puede darse sin lo otro, que es en realidad su condición previa” (De “El triunfo de la política”-Ediciones Grijalbo SA-Barcelona 1987).
Algunas estimaciones indican que, en los EEUU, de cada dólar destinado a la ayuda a los pobres, sólo les llegan 30 centavos, quedando el resto por el camino para beneficio de los burócratas que se encargan de la repartición. También resultó ineficaz la ayuda a los desocupados. William E. Simon escribió: “Otra importante suma del presupuesto federal dedicada a bienestar social…estaba dedicada al fondo de desempleados, es decir, a las personas capacitadas que temporalmente están sin trabajo, y que se supone reciben la subvención para poder sostenerse mientras se dedican a buscar una ocupación. El número a que llegaban estas personas, en 1976, era irregularmente alto debido a la recesión, pero había otros motivos dignos de señalarse. Este beneficio se ha transformado en la mina de oro de los desaprensivos, ya que un estudio realizado durante el peor momento de la recesión demostró que cerca de la mitad de las personas que habían quedado sin trabajo, no se empeñaban en conseguir otro sino que vivían del fondo de desempleo”.
“En ese año la CBS-TV presentó una sorprendente película documental en la que se mostraba cómo Florida estaba llena de gente feliz, perteneciente a la clase media, que empleaba sus asignaciones en concepto de fondo de desempleo para pasar agradables vacaciones, en un clima subtropical. En verdad, durante años, el desempleo se ha transformado en un modo de vida para un significativo número de personas que trabajan solamente el tiempo necesario para calificarse y recibir el pago del fondo de desempleo, una vez que quedan sin trabajo, y que repiten la maniobra una y otra vez” (De “La hora de la verdad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
En muchos países, si se tiene en cuenta la cantidad de pobres existentes y el monto destinado a ellos, se observa que en poco tiempo no debería haber pobreza. Pero la pobreza persiste por cuanto los “distribuidores de riquezas” absorben la mayor parte de tal ayuda y los necesitados dejan de buscar trabajo. William E. Simon escribió: “Podríamos haber hecho de cada persona pobre una persona rica. Sin embargo, no lo hicimos, y los pobres siguen siendo pobres, como siempre lo han sido. ¿Qué sucedió entonces? La respuesta es que sólo parte del dinero llegó a sus destinatarios. Diría que la mayor parte del dinero fue a la gente que los consuela, que examina sus dificultades, que trata de ayudarlos e inventa nuevas estrategias para sacarlos de sus miserias. Fue a los consejeros, planificadores, ingenieros sociales, expertos en urbanismo y a los asistentes administrativos de los asistentes administrativos que trabajan para el gobierno federal”. El autor citado se refiere a los EEUU, pero esto ocurre también en otros países.
“En una nación políticamente dominada por el pensamiento igualitarista, la nivelación –y no el hecho de sacar a los necesitados de su miseria- es el verdadero objetivo. De hecho, en la medida más desagradable, los «pobres» que son invocados para justificar casi todas las políticas contemporáneas, resultan meramente el medio por el cual se llega a un fin. Lawrence Chickering cierta vez describió irónicamente este fenómeno: «Si no hubiera pobres –dijo- los [socialdemócratas] tendrían que inventarlos»”.
Estos "generosos" burócratas (generosos para repartir el dinero ajeno) se asignan atributos éticos elevados y descalifican a quienes los critican. El motivo aparente de sus acciones es buscar la “igualdad social”. Esta tendencia es conocida como “igualitarismo”. Al respecto, William E. Simon agrega: “La igualdad del igualitarismo es muy diferente [a la propuesta por la Constitución]. Es un concepto que considera a los hombres, idealmente, como unidades intercambiables y busca negar las diferencias individuales que hay entre ellos, sobre todo las diferencias decisivas de carácter, habilidad y capacidad para el esfuerzo. El igualitarista busca una igualdad colectiva, no igualdad de oportunidades sino de resultados. Desea tomar los beneficios que otros han ganado y repartirlos entre quienes no los ganaron. El sistema que busca crear es lo opuesto a la meritocracia. El que más logra, más castigado resulta; el que menos logra, más recibe. El igualitarismo es un ataque mortal contra el esfuerzo personal y la justicia. Su objetivo no es realzar los logros individuales sino nivelar a todos los hombres”.
Generalmente se habla de la dignidad de las personas y de sus derechos a un nivel de vida aceptable. Sin embargo, al convertirlos el Estado benefactor en parásitos sociales los degrada, aunque se hable siempre de "inclusión social". Tal degradación es ciertamente una exclusión social que tiende a ser permanente.
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1 comentario:
La praxis de las administraciones públicas pone de manifiesto esa distancia creciente entre esfuerzos y beneficios: cada vez más el sector productivo es sometido a un mayor esfuerzo fiscal y cada vez más quienes no participan en el esfuerzo productivo reciben más beneficios económicos sin tener que aumentar en absoluto su esfuerzo productivo.
El caso más paradigmático de esto se ha dado recientemente en Finlandia: cuando se puso en marcha una Renta Universal consistente en un salario a percibir sin contraprestación por aquellos que tienen serias dificultades para entrar en el mercado laboral se pensó que alcanzaría a aproximadamente medio millón de personas, pero tras dos años de su introducción social y legislativa han tenido que suprimirla porque ya se alcanzaron los dos millones de beneficiarios, es decir, se estaba fomentando grandemente la vagancia.
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