viernes, 1 de enero de 2021

Los excesos del egoísmo

El egoísmo es una actitud básica del ser humano, ya que, por el hecho de existir, debe considerarse como un atributo aportado por el proceso evolutivo y que ha de favorecer nuestra supervivencia. De ahí que resulte necesario limitar su alcance, aunque sin llegar al extremo de intentar anularlo. Tal predisposición de la conducta individual implica interesarse principalmente por uno mismo y muy poco, o nada, por lo que le ocurra a los demás. Émile Alain escribió: “El egoísta hace de su propia felicidad la ley de quienes le rodean. Pero las cosas no marchan de este modo; el egoísta está triste porque espera la felicidad; es, por tanto, la ley del aburrimiento y la desgracia lo que el egoísta impone a quienes le aman o le temen” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Si bien esta conducta apunta hacia una supervivencia individual, se advierte que no basta para una supervivencia social o colectiva. Si todos los seres humanos motivaran sus vidas con fines netamente egoístas, la sociedad humana no existiría como tal. Tampoco los egoísmos colectivos resultan beneficiosos por cuanto, si todos los países contemplaran sólo beneficios propios y excluyentes, la paz en el planeta sería imposible.

Para limitar el egoísmo individual y sectorial, para entrar en una fase de cooperación social, se hacen necesarios los intercambios, ya sean económicos, culturales, deportivos o de otra índole. Bajo el sistema de la economía de mercado, se advierte que, para que los intercambios se mantengan en el tiempo, es necesario e imprescindible que ambas partes intervinientes se beneficien en forma simultánea, mientras que si solamente trataran de beneficiarse unilateralmente, desaparecería la cooperación social. De ahí que la economía de mercado pueda funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo humano y no necesariamente por el egoísmo humano. También al nivel de los países se requieren intercambios comerciales de tipo cooperativo.

En los últimos tiempos se advierte un crecimiento exagerado del egoísmo individual, pero esta vez acompañado de cierta dosis de odio. Mientras que el egoísmo en estado “puro” presenta cierta neutralidad ética, ya que el egoísta tiende a aislarse socialmente sin hacer el mal, pero tampoco el bien, cuando se lo asocia al odio tiende a producir graves consecuencias.

Uno de esos casos es el machismo, por el cual los individuos que presienten poseer pocas virtudes o pocos atributos personales de valía, se amparan en su condición de varones y, egoísmo de por medio, tratan de magnificar o exagerar esa pertenencia. De ahí que lleguen al extremo de descalificar a las mujeres hasta adoptar posturas adversas. En respuesta al egoísmo masculino surge el egoísmo femenino, o feminismo, que implica una actitud similar, pero desde el ámbito de las mujeres. Las personas equilibradas, por el contrario, seguras de sus valores personales, se sienten integrantes de la especie humana, sin caer en la necesidad de valorarse por su pertenencia a alguno de los sectores mencionados.

Puede considerarse al egoísta adulto como alguien inmaduro que todavía no descubrió su esencia social y mantiene vigentes los instintos de conservación y supervivencia propios de las edades tempranas de su vida.

La violencia a gran escala siempre ha surgido del egoísmo colectivo. Al existir la necesidad egoísta de formar parte de un sector de la sociedad y no de la sociedad misma, y menos de la humanidad, se crean las condiciones necesarias para posibles conflictos entre sectores, lo que no resulta demasiado novedoso. Este ha sido el principio de los totalitarismos, causantes de las mayores catástrofes humanitarias. Michael A. Hogg y Graham M. Vaughan escribieron: “Los peores actos de deshumanización son cometidos hacia la propia humanidad. La guerra no es posible sin un marco estructural psicológico que involucre las creencias y las emociones. Si falta esta estructura, los líderes usarán la propaganda para crearla”.

“Algunos regímenes políticos han fomentado creencias sobre las diferencias genéticas entre los grupos de personas para justificar la opresión y la masacre. Las ideologías de la inferioridad racial, moral y social fueron los pilares de los programas nazis en contra de los gitanos, los opositores políticos, los homosexuales, los discapacitados mentales, los enfermos, los negros y los judíos…El último eslabón horroroso de la cadena fue la masacre de millones de personas” (De “Psicología Social”-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2010).

Para lograr resultados similares a los logrados por los nazis, sólo basta reemplazar la palabra “raza” en todo texto nazi, cambiándola por “clase social”, para tener un texto marxista-leninista. Sin embargo, el disfraz preferido del marxista es el altruismo; luego de vociferar descalificativos al sector productivo, principal destinatario de su odio personal, finge interesarse por los pobres exigiendo al Estado que redistribuya lo producido por sus enemigos. Jean Rostand escribió: “Siento una cierta repugnancia por esos chorros de altruismo que se escapan de los egoísmos saciados” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

Muchos autores describen las conductas individuales como si solamente existieran el egoísmo y el altruismo; apuntando el egoísmo al beneficio propio y el altruismo al beneficio ajeno, olvidando la posibilidad del beneficio simultáneo, que implica el amor al prójimo, en donde aparece la condición de la igualdad. Igualdad significa justamente que dos personas entre las que se establece un vínculo social, deben beneficiarse “igualmente”, mientras que, tanto el egoísmo como el altruismo serán consecuencias de cierta desigualdad entre ambas.

Cuando se habla de beneficios simultáneos deben tenerse en cuenta no sólo los bienes materiales de intercambio, como en el caso del mercado, sino también los estados emocionales positivos asociados a nuestra empatía emocional. Si no se tiene en cuenta este factor, se cae en razonamientos que pueden conducir a importantes errores.

Un caso frecuente es el de considerar que alguien se “sacrifica” voluntariamente por los demás, lo que da a entender que se perjudica o sufre por hacer el bien. Si esta es la realidad, pocas serán las personas predispuestas a adoptar tal actitud, y el altruista no lo será por mucho tiempo. Sin embargo, si contemplamos la existencia de un beneficio emocional, dejará de ser un sacrificio y pasará a ser un “buen negocio”. Y el mérito no radicará tanto en hacer obras heroicas unas pocas veces en la vida sino en hacerlas con bastante frecuencia.

Como la tercera opción entre el egoísmo y el altruismo es el amor al prójimo bíblico, y los psicólogos sociales temen entrometerse en cuestiones de religión, inventaron un concepto bastante similar al que denominaron “altruismo empático”. “Distinguir los motivos egoístas de los altruistas requiere la suposición de que hay una clara división entre el yo y el otro. Pero, ¿qué pasa si no la hay? ¿Qué tal si la empatía refleja una «confusión básica entre nosotros mismos y los demás»?”.

“¿Qué tal si aquellos que tienen una relación muy estrecha incorporan al otro en el yo? Cuando uno y uno es igual a la «unidad» o a «nosotros», ayudar a esta otra persona cercana se puede considerar como ayudarse a uno mismo, o al menos ayudar a una parte importante de uno mismo. Quizás la visión egoísta y la visión altruista se fusionan realmente en este punto. En relaciones en las que la distinción entre el yo y el otro se elimina prácticamente y usted siente las necesidades de alguien tan profundamente como las suyas, la distinción entre un motivo egoísta y uno altruista también se puede eliminar” (De “Psicología Social” de S. Kassin, S. Fein y H.R. Markus-Cengage Learning Editores SA-México 2010).

Algunos autores optimistas aducen que no existe el mal como entidad independiente, sino una “ausencia de bien”. Sin embargo, los hechos cotidianos nos indican que el mal, o la maldad, existen por derecho propio. Como ejemplo podemos tomar el caso de un conductor que viaja con su automóvil tratando de no cometer ningún error, aunque de vez en cuando lo cometa. Esta sería la actitud del bien (aunque no de la perfección). Por otra parte, tenemos el caso del conductor que trata de perjudicar en forma premeditada a los demás, siendo el mal algo más que la ausencia de bien. La grave crisis moral que padecemos se debe a que existe un importante sector que ejerce el mal en forma premeditada, y no solamente como errores circunstanciales.

2 comentarios:

agente t dijo...

La humanidad ha evolucionado proviniendo de pequeñas bandas de cazadores-recolectores, y ya Hayek señaló un problema surgido del paso de esas sociedades pequeñas y cerradas a las extensas y abiertas actuales. Y es que el espíritu de banda permanece en nosotros, y sólo una cultura avanzada puede contrarrestarlo y permitirnos disfrutar de la extensión de la cooperación que suponen el comercio, la propiedad privada, el mercado, el imperio de la ley, la moral, la familia y las demás instituciones encontradas por la evolución cultural que actúan como diques y encauzan nuestros instintos naturales poniéndolos en la buena dirección.
Pero resulta que somos seres muy sensibles a la demagogia y la barbarie y hoy prende el discurso de socavamiento, vaciamiento o destrucción de esas instituciones sin que sean sustituidas por nada sustancial más allá de una retórica vacía y engañadora que alaga nuestros bajos instintos, verdadera nueva guía real que orienta hacia el éxito a una clase política parasitaria e insaciable que cada vez tiene más experiencia en cómo conseguir sus particulares metas dentro de un marco de apariencia democrática.


Bdsp dijo...

El ser humanos constituye un sistema complejo adaptativo, no muy fácil de describir y de comprender. Aún para quienes nos dedicamos a entender las sociedades humanas, nos resulta una tarea ardua. De ahí que el no especializado resulta constituir una fácil víctima de los tergiversadores de la verdad o de la realidad......