Tanto la conducta cotidiana de los seres humanos como sus atributos (naturaleza humana) han sido consideradas, a lo largo de la historia, por religiosos, filósofos, escritores y científicos, principalmente. Debido a la aparición tardía de la ciencia, el desarrollo de tales descripciones se inicia bajo la perspectiva de la religión, siendo la separación de cuerpo y alma la idea predominante.
La creencia en una vida posterior a la muerte, posiblemente surgida por la búsqueda de una compensación ante la insatisfacción ofrecida por la primitiva vida cotidiana de los seres humanos, requiere la mencionada dualidad cuerpo-alma, siendo el animismo una primitiva creencia que la contempla. Enrique Cerdá escribió: “Para el hombre primitivo todo era enigmático, misterioso, incomprensible. ¿Qué pasa cuando se duerme? ¿Cómo es posible que un hombre en determinadas circunstancias hable con los muertos?...Evidentemente estos y otros fenómenos del comportamiento sólo podía comprenderlos una mentalidad primitiva pensando que en la naturaleza humana debía haber algo aparte del cuerpo que se iba y más tarde retornaba”.
“Estas observaciones dieron lugar a la más remota de las concepciones psicológicas: el «animismo». El animismo es un «dualismo»; por un lado está el «ánima» y, por otro, el cuerpo, dos cosas, sí, que pueden estar integradas, conexionadas, pero que en substancia son distintas” (De “Una psicología de hoy”-Editorial Herder SA-Barcelona 1965).
Esta creencia reaparece con Platón, teniendo gran influencia en Occidente, siendo también una idea esencial del cristianismo. Cerdá escribe al respecto: “Platón iba a acentuar todavía más la primitiva concepción dualista alma-cuerpo. Para Platón, el alma es inmaterial y merced a ella puede aprehenderse no solamente el mundo que nos rodea, sino también el mundo de las ideas y, además, es inmortal, sobreviviendo al cuerpo”.
Mientras que Platón basa su visión en los supuestos atributos del alma, Aristóteles centra su atención en los aspectos observables de la conducta humana, sin negar la dualidad platónica. “Aristóteles, su discípulo, piensa que a fuerza de afirmar el carácter sobrenatural del alma, Platón llegó a olvidarse de las condiciones físicas y orgánicas de su existencia. El alma no puede subsistir sin un cuerpo que la anime”.
En la mayor parte de las actividades humanas existe la “teoría” y la “práctica”. Mientras que los teóricos del cuerpo y del alma se basan en la razón especulativa, otros filósofos se encargan de cuestiones inmediatas y cercanas a la vida cotidiana. Entre ellos están los estoicos. El citado autor escribe al respecto: “La escuela filosófica grecorromana estoica (300 a 200 a.C.) y cuyas figuras más destacadas fueron Zenón, Posidonio, Séneca y Marco Aurelio, dio poca importancia a la especulación metafísica, y su doctrina se orientó principalmente hacia la ética, consistiendo en esencia en una doctrina personal y de educación del carácter. El estoicismo romano hizo hincapié en la voluntad humana como único medio mediante el cual se adquiere dominio de sí mismo, manteniendo así una fortaleza de alma inquebrantable”.
En el ámbito medieval europeo se encuentran también los teóricos, como Tomás de Aquino, y los prácticos, como Francisco de Asís. El primero tratando de fusionar el aristotelismo con el cristianismo y el segundo tratando de mejorar la ética mundana a través de su ejemplo personal y de su interpretación de los Evangelios. Las propias prédicas cristianas dejan un tanto de lado los detalles internos del funcionamiento del cuerpo y del alma. G. K. Chesterton escribió: “Santo Tomás fue un ingente y pesado toro, un hombre grueso, lento y tranquilo, muy apacible y magnánimo pero no sociable, reservado aún más allá de sus ocasionales y cuidadosamente ocultadas experiencias de trance o éxtasis. San Francisco era tan fogoso e inquieto que los eclesiásticos ante quienes se presentaba de súbito pensaban que era un loco”.
“Santo Tomás fue tan callado y retraído que en las escuelas que frecuentó regularmente los maestros lo tuvieron por un zote. En verdad pertenecía a ese tipo de alumnos, no infrecuentes, que prefieren se los tome por un zote antes que ver sus sueños invadidos por otros zotes más activos y animados. Este contraste externo se extiende a todos y cada uno de los rasgos de ambas personalidades”.
“Lo paradójico en san Francisco está en que apasionado como era por los poemas desconfiaba de los libros. El rasgo característico de santo Tomás está en su amor por los libros y en que vivía de ellos, en que vivía la vida del escribiente o estudioso de The Canterbury Tales que prefería tener cien libros de Aristóteles y su filosofía a cuanta riqueza pudiera darle el mundo”.
“Cuando a santo Tomás le preguntaron qué era lo que más agradecía a Dios respondió con simplicidad: «He entendido todas y cada una de las páginas que he leído». San Francisco fue sumamente vívido en sus poemas y más bien vago en sus documentos; santo Tomás consagró toda su vida a documentar sistemas completos de la literatura pagana y cristiana y ocasionalmente escribió un himno como quien se toma un descanso”.
“Los dos vieron el mismo problema pero desde ángulos distintos, el de la simplicidad y el de la sutileza; san Francisco creyó que le bastaba abrir su corazón a los mahometanos para persuadirlos de que no veneraran a Mahoma. Santo Tomás fatigó su mente con toda suerte de distinciones y deducciones, más sutiles que un cabello, acerca de lo absoluto y el accidente, con el solo propósito de impedir malas interpretaciones de Aristóteles” (De “Santo Tomás de Aquino”-Ediciones Carlos Lohlé SA-Buenos Aires 1986).
Los filósofos posteriores intentaron resolver racionalmente el problema de la dualidad cuerpo-alma. Incluso René Descartes intentó encontrar el vínculo fisiológico entre ambos entes. “Para Descartes los impulsos nerviosos estaban producidos por movimientos de «espíritus animales», cuya acción y movimiento se engendraban por la acción del alma sobre ellos, por intermedio de la glándula pineal, punto en el cual Descartes creía que asentaba el alma y que podía también considerarse como el gozne entre el alma y el cuerpo” (De “Una psicología de hoy”).
Para Gottfried Leibniz existe una “armonía preestablecida”, entre cuerpo y alma, que permite la libre actuación de ambos entes sin interferirse. Por otra parte, Baruch de Spinoza aduce que tanto el cuerpo como el alma constituyen un único sistema, coincidiendo esencialmente con los conocimientos aportados por la neurociencia actual.
Mientras que filósofos como Descartes y Leibniz intentaban compatibilizar sus ideas con las creencias religiosas predominantes, Spinoza intenta acentuar los aspectos éticos de la religión; de ahí que considera innecesaria la dualidad cuerpo-alma, adoptando como referencia las leyes naturales que rigen a todo ser humano dejando de lado las creencias religiosas dominantes e incluso los Libros Sagrados, actitud que posteriormente adoptarán los psicólogos en la etapa científica (o que debieran adoptar).
Spinoza establece una definición del amor y también del odio, que contempla el principal proceso de supervivencia del ser humano: la empatía emocional, que ha de constituir posteriormente el vínculo esencial entre la ética cristiana y la psicología social. Finalmente podrá advertirse la unificación de la religión moral con las ciencias sociales, quedando reservada a la religión la tarea de adaptar al ser humano a las leyes que conforman el orden natural.
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1 comentario:
Con mucha probabilidad la creencia en la reencarnación fue y sigue siendo, seguramente en la gran mayoría de los casos en que se da, una consecuencia espontánea a modo de compensación ante las frustraciones de la vida humana, una vida que comporta espiritualidad, deseos de mejora y, en general, de todo lo percibido naturalmente como bueno.
Y que moderno y naturalista era Spinoza. De los primeros si no el primero.
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