Por lo general, nuestros razonamientos cotidianos están sustentados en imágenes simples que sirven de soporte de una sucesión casi interminable de deducciones posteriores. Esto también ocurre en cuestiones de economía. En este caso, predominan dos acciones básicas que sustentan las dos visiones o posturas, antagónicas e irreconciliables, que constituyen la economía de mercado (o capitalista) y la economía planificada por el Estado (o socialismo).
El “derrame capitalista” se basa en la idea de que todo ser humano tiene limitadas necesidades de alimentos, vestimenta, vivienda, etc. Luego, si se le concede la libertad de producir bienes y servicios en cantidades ilimitadas, necesariamente se producirá el “derrame” hacia el resto de la sociedad, que se verá beneficiado con la productividad superior del innovador o del eficiente productor. Pero la forma en que se distribuirá el “derrame” será a través del intercambio por trabajo, o el intercambio de bienes y/o servicios, promoviendo en la sociedad el hábito del trabajo y la producción.
Cuando son pocos los empresarios, respecto de la cantidad de habitantes, el derrame mencionado será bastante pobre. También lo será cuando los hábitos del trabajo son superados por los hábitos de la vagancia y el robo. Sin embargo, los opositores a la economía de mercado aducen que el “sistema fracasa” y que, por lo tanto, resulta necesario expropiar ganancias y/o empresas al limitado sector productivo y repartir planes sociales a las masas, que incluyen a vagos y ladrones habituales.
Desde el punto de vista socialista, que por lo general sólo advierte el trabajo manual e ignora el trabajo intelectual asociado al manejo de información, se considera que en toda empresa capitalista existe “explotación laboral”, razón por la cual considera que el Estado debe “succionar” (o absorber) las ganancias empresariales, o las empresas “explotadoras”, para redistribuir equitativamente (al menos en teoría) el producto del emprendedor o del eficiente productor.
Uno de los primeros inconvenientes que se advierten bajo el sistema de la administración estatal de las empresas cuyas ganancias han sido confiscadas, o bien cuando sus decisiones han sido asociadas a un interventor político, es la inmediata decadencia de tal organización productiva. Esto es fácil de advertir en el caso de un negocio sencillo, como una panadería. Si una prestigiosa panadería es vendida a gente con poca experiencia en su manejo, puede resultar que deje de ser eficiente en muy poco tiempo. Este es el caso de una panadería que, al cambiar de dueño, vendía masas del día anterior, algo impensado para los dueños originales. Poco a poco fueron perdiendo la clientela, que se sentía estafada, por lo que en pocos meses la prestigiosa panadería dejó de serlo. Podemos imaginar fácilmente la decadencia económica que se produce luego de la repartición compulsiva de empresas cuando un partido socialista accede al poder en cualquier país del mundo.
Los sectores anticapitalistas, esencialmente socialistas, aducen que, tanto el “derrame capitalista” como el sistema auto-organizado del mercado, nunca han funcionado adecuadamente. En realidad, si en una sociedad existe una vocación predominante por el empleo público, o por la vagancia, nunca ha funcionado bien y nunca funcionará bien. Cuando en las mentes predomina el lema “De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad”, el vago y el inepto, con sus respectivas necesidades, esperan que les llegue vía Estado lo que produce el sector productivo, lo que será poco factible. Es decir, el “derrame capitalista” presupone una generalizada predisposición hacia el trabajo, y no hacia la vagancia o hacia la perversa intención de vivir a costa del trabajo ajeno.
Uno de los principales líderes socialistas, Jorge M. Bergoglio, escribió: “Algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.
“Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.
“En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta”.
“Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión”.
“Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”. (De la “Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium”-Conferencia Episcopal Argentina-Buenos Aires 2013).
Para Bergoglio, tanto los Castro, en Cuba, como Maduro, en Venezuela, ejercen controles de la economía pensando en “el bien común”, mientras que el sector productivo carecería totalmente de virtudes y méritos, por lo cual promueve expropiar sus capitales o bien aplicarles impuestos casi ilimitados. Como el actual (2021) gobierno kirchnerista adhiere a similares creencias, se sigue agudizando la decadencia con el agravante del éxodo de empresas y gente capacitada que emigran del país.
Mientras que Bergoglio observa en Cuba y Venezuela un modelo de sociedad aplicable al resto de los países, ya que son las materializaciones necesarias de la propuesta papal, parece no advertir el masivo éxodo de venezolanos (entre 3 y 4 millones) debido al severo deterioro económico y social que produjo el socialismo. Sin embargo, Bergoglio “se preocupa” por la inseguridad y el sufrimiento de los emigrantes, escribiendo al respecto: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo” (De “Carta encíclica Laudato si”-Agape Libros-Buenos Aires 2015).
El justificativo que Bergoglio otorga a la violencia en contra del sector productivo, resulta ser una forma de promoverla. En la Argentina se lo considera como el ideólogo de las usurpaciones de tierras productivas, dirigidas por su aliado Juan Grabois. Respecto de la propiedad privada, escribió: “El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»” (De “Laudato si”).
El ideólogo mencionado parece ignorar que, bajo el socialismo, las expropiaciones de medios de producción y de bienes en general, no van a manos de los pobres o de los necesitados, sino al Estado dirigido por la “nueva clase”; la de los agitadores sociales y revolucionarios a cargo del Estado socialista. Es decir, aparentemente luchan para “darle a los pobres”; algo que jamás han hecho en sus vidas ni tampoco harán, al menos de lo propio o producido por ellos.
Bergoglio critica el bienestar de "las minorías" en un sistema capitalista, mientras que en el país con mayor experiencia socialista, la Unión Soviética, Andrei Sajarov se refería a la "nueva clase" (o nomenklatura), expresando: "Atrincherada en su bienestar la minoría satisfecha..." (De "Mi país y el mundo"-Editorial Noguer SA-Barcelona 1977)-
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1 comentario:
Si en un país europeo un obispo católico se expresara tal como lo hace Bergoglio en las líneas transcritas resultaría todo un escándalo por su parcialidad e implicación directa en la lucha ideológica y política. Además, la calidad de sus ideas es pobre, esquemática y recurre con demasiada facilidad a la adulteración, como cuando vincula autonomía de los mercados y especulación financiera, es decir, pone en relación directa una cualidad del sistema privado de mercado libre con una actividad inducida, permitida o ejercida por los bancos centrales que forman parte del aparato regulador público.
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