La historia del cristianismo ha sido una constante ida y vuelta entre la prédica evangélica original y las deducciones teológicas posteriores, consecuencia estas últimas de haber desconfiado de la efectividad de la primera. Las divisiones posteriores entre cristianos y la apertura hacia el ingreso de religiones menos complejas, como el islamismo, se debió principalmente a la necesidad de fundamentar o compatibilizar el cristianismo con diversas filosofías, en lugar de buscar el fundamento en las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales y colectivas.
Si una religión auténtica, que une a los adeptos, ha de estar fundamentada en las leyes de Dios, o leyes naturales, un posible fundamento adicional habrá de provenir de la ciencia experimental, y no de la lógica o de la filosofía. Maimónides escribió: “Los primeros teólogos, lo mismo los cristianos griegos que los mahometanos, al formular sus proposiciones, no investigaron las propiedades reales de las cosas; ante todo, lo que buscaban eran las propiedades que las cosas debían tener para constituir prueba a favor o en contra de cierta creencia; y cuando las descubrían, aseguraban ya que tal cosa estaba dotada de tales propiedades; entonces empleaban la misma aserción como prueba para los mismos argumentos que les habían conducido a tal aserto y por los cuales sostenían o rechazaban determinada opinión”.
Al respecto Etienne Gilson escribió: “En una palabra –concluye Maimónides-, estos hombres venían a hacer exactamente lo inverso de lo que nos aconsejaba con razón Themistio, que es adaptar las opiniones a las cosas, en lugar de adaptar las cosas a las opiniones; porque esto último no puede hacerse y es perder el tiempo intentarlo” (De “La unidad de la experiencia filosófica”-Ediciones Rialp SA-Madrid 1966).
Como casi siempre ocurre, las crisis tienden a limitarse cuando adoptamos la actitud estoica de dar importancia principalmente a lo que depende de nuestras decisiones. Gilson escribió acerca de Nicolás de Autrecourt: “Se sentía completamente a disgusto con los hombres que malgastaban toda su vida, desde la juventud a la ancianidad, en Aristóteles y Averroes; pero estaba seguro de que las pocas cosas que es útil al hombre saber sobre la Naturaleza las podría saber en mucho menos tiempo si atendiese menos a los libros y más a las cosas mismas. Entonces los mejores entre los miembros de la comunidad política podrían consagrar toda su vida a los altos intereses de la moral y la religión. Si lo hiciesen así, conservarían la paz y la caridad”.
Entre los pensadores medievales que sugerían, a veces implícitamente, volver a los Evangelios, se encontraban Juan de Salisbury, Nicolás de Autrecourt, Petrarca y Erasmo de Rótterdam. Al respecto Gilson escribió: “Concibieron espontáneamente un método similar para salvar la fe cristiana. Para ellos, la lógica era solamente una disciplina introductoria que se debe conocer, e incluso usar eventualmente frente a las ambiciones de la filosofía, pero que no puede arrojar luz alguna sobre los problemas realmente importantes, a saber, los morales”.
“La respuesta a estos problemas ha de venir ineludiblemente del Evangelio, de los Padres de la Iglesia y de los moralistas paganos, a los cuales los mismos Padres son en buena parte deudores. La filosofía, concebida como disciplina especial, debería ser regulada por la ética práctica e invitada a darle paso. Una de las soluciones era ésta; otra era recurrir al misticismo, es decir, no sólo regular la filosofía, sino trascenderla”.
En la actualidad, las cosas no han cambiado esencialmente. Al respecto, el sacerdote Bruckberger escribió a los autores de “¿Está Dios contra la economía?”: “Pierden su tiempo, amigos. Las orgías de argumentación filosófica, en ocasión de la Reforma y la Contrarreforma, hicieron perder a la Iglesia el sentido de lo concreto; ese gusto por lo real que se siente tan fuerte en el Evangelio, ese sabor de pan y vino, ese olor a sudor y sangre. En la actualidad sólo está cómoda en las especulaciones intelectuales, lo cual la mete en cuerpo entero con las ideologías. La observación, los frutos, como ustedes dicen, no le interesan demasiado. Este mensaje, que apela constantemente a los hechos, corre el peligro de no ser recibido” (De “¿Está Dios contra la economía?” de J. Paternot y G. Veraldi-Editorial Planeta SA-Barcelona 1991).
Cuando las ideologías dominan las mentes individuales tienden a reemplazar en ellas el sentido de la realidad. La Iglesia Católica actual ha llegado al extremo de apoyar ideológicamente al totalitarismo marxista-leninista, pareciendo ignorar las catástrofes sociales que produjo en el pasado. La férrea oposición al liberalismo y a la economía de mercado, conduce indefectiblemente al socialismo y a restablecer las trágicas circunstancias de épocas pasadas.
En el mejor de los casos, la Iglesia buscó el poder terrenal para una mejor difusión de los Evangelios. Sin embargo, en muchas ocasiones esa lucha se desvió para consolidar un poder que excedió ampliamente las necesidades para una adecuada difusión. Karlheinz Deschner escribió: “Lo mismo que Atanasio. Ambrosio (en su cargo de 374 a 397), era no tanto teólogo como político de la Iglesia: igualmente inflexible e intolerante, aunque no tan directo; más versado y dúctil; conocedor del poder desde su nacimiento. Y sus métodos, más que los de Atanasio, siguen siendo hasta la fecha ejemplo para la política eclesiástica”.
“Los agentes del santo se encuentran situados entre los más altos funcionarios del Imperio. Actúa hábilmente desde un segundo plano y prefiere dejar que quien haga las cosas sea la «comunidad», a la que fanatiza con tanto virtuosismo que incluso fracasan las proclamas militares dirigidas contra ellas. Con mayor destreza que Atanasio protege a Dios, a los religiosos, a la «fe en Cristo», aunque su interés por la influencia, por el poder, no sea ni un ápice menor”.
“No obstante, opera bajo otras condiciones, con los emprendedores católicos de buena fe, declarados seguidores del dogma de Nicea. Y cuanto más les instiga menos concesiones hace; declara con especial énfasis no ocuparse de asuntos de Estado y se considera a sí mismo, de manera típica para el pastor politicus que ha perdurado hasta la actualidad, teólogo, cuidador de almas”.
“Con extraordinaria tenacidad se presenta humildemente, despierta compasión, emoción, manifiesta poses de mártir y afirma con voz apostólica: «Cuando soy débil, soy fuerte»; (Habemus tyrannidem nostram: La tiranía de los clérigos es su debilidad). En las crisis graves distribuye magnánimamente el oro entre el pueblo y saca de las profundidades de la tierra, por arte de magia, milagrosos huesos de santos. Cuatro soberanos de Occidente caen en su tiempo; él sobrevive. «Estamos muertos para el mundo, ¿qué nos preocupa?» (Ambrosio)” (De “Historia criminal del cristianismo”-Ediciones Martínez Roca SA-Barcelona 1991).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
La ciencia tiene que ser el punto de apoyo fundamental y preferente de cualquier cosmovisión para así dificultar sobremanera los simples deseos individuales, por ser los hechos mucho más difíciles de manipular que los discursos alegóricos cuando se trata de edificar y mantener una posición moral compartida.
Publicar un comentario