Por Juan Bautista Alberdi
La libertad no es nada cuando no es la autoridad del hombre sobre sí mismo, ni la autoridad tiene sentido cuando no significa la libertad de ejercer las facultades naturales en satisfacción de las necesidades naturales de su ser.
Autoridad, significa gobierno, poder.
Poder, es sinónimo de libertad.
Poder hacer algo, es ser libre de hacer algo. Tener la libertad de mover sus brazos, es tener poder de mover sus brazos.
La libertad pública no es más que la suma o condensación de las libertades de todos con esa facultad o autoridad que se llama poder público. Así, un mundo libre es un pueblo que se gobierna a sí mismo.
En hombre o pueblo, la libertad es la misma; ella significa el gobierno de sí mismo.
Pero gobernarse a sí mismo implica obedecerse a sí mismo.
No es gobernante de sí mismo, es decir, no es libre, el que no es obediente de sí mismo. Luego, la obediencia es un modo o faz esencial de la libertad.
Se llama, o es, gobierno libre al gobierno propio de sí mismo.
Luego, cada hombre es rey y súbdito de sí mismo, o, si queréis la misma idea de la libertad en lengua republicana, cada hombre es presidente y ciudadano de sí mismo. Cada hombre lleva en sí una Constitución microscópica, pero completa; una víscera de Constitución, de que se compone la del Estado, como, según los fisiólogos modernos, se componen de vísceras elementales de todo el cuerpo humano.
Así, aunque la libertad y la autoridad no fuesen una misma cosa, serían, al menos, dos cosas inseparables y correlativas, que de tal modo se supone la una a la otra, que es imposible imaginarlas aisladas, reunidas y separadas.
(De “El Pensamiento Democrático Argentino” de Guillermo L. Canessa-Editorial Kapelusz SA-Buenos Aires 1957).
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