Por lo general, el enemigo de la religión, y especialmente del cristianismo, se escuda en la ciencia para combatirlo. Sin embargo, parece no tener presente que la ciencia describe las leyes naturales, que son, para el religioso, las leyes de Dios, o las leyes adoptadas por un Creador para construir el universo.
El conjunto de leyes naturales constituyen el “orden natural”; un orden al cual nos hemos de adaptar. Si al Dios Creador lo asociamos a su obra, y suponemos además que no interviene en los acontecimientos humanos, tenemos una “religión natural” enteramente compatible con la ciencia experimental. Esta es la visión de Baruch de Spinoza, a la que adhería Albert Einstein.
Como no existe incompatibilidad entre ciencia y religión, excepto para quienes creen en la interrupción de las leyes naturales (milagros), no debe extrañar que la base de la física y de la astronomía haya sido establecida por científicos cristianos, como Copérnico (sacerdote), Kepler, Galileo, Newton, Ampére, Faraday, Maxwell, Leibniz, por nombrar los más destacados. Incluso el sacerdote George Lemaitre fue uno de los autores del modelo cosmológico conocido como “teoría del big-bang”.
Llama la atención el título de un libro surgido del Instituto del Ateísmo Científico de la Academia de las Ciencias Sociales de la URSS: “El ateísmo científico” (Versión castellana de Ediciones Júcar-Madrid 1983). Los autores parecen desconocer tanto la historia de la ciencia como la esencia filosófica y no científica del marxismo-leninismo, ya que la base de tal filosofía es la dialéctica, que poco o nada tiene que ver con el método científico empleado a lo largo y a lo ancho del mundo.
El principal conflicto entre el ateísmo soviético (materialismo dialéctico) y la “ciencia burguesa”, se produjo entre el “biólogo” stalinista Trofim Lysenko, que descalifica la genética fundada por el sacerdote Gregor Mendel. Además del encarcelamiento de algunos biólogos auténticos, opositores de Lysenko, la aplicación de su teoría produjo graves daños a la agricultura soviética. Debe advertirse el carácter “religioso” del marxismo-leninismo, ya que la referencia adoptada por sus adeptos, para evaluar todo conocimiento, no es su compatibilidad con la ley natural, sino con la ideología aceptada bajo dogmas de fe.
El primer mandamiento de Cristo implica “amar a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu mente…”. Si a Dios lo asociamos al orden natural, tal mandamiento sugiere adoptarlo como referencia, y no a las opiniones de tal o cual filósofo, y mucho menos guiarnos por las sugerencias de personajes llenos de odio, como Marx y Lenin.
Así como el auténtico cristiano es el que cumple los mandamientos bíblicos, o al menos hace el esfuerzo por cumplirlos, el auténtico ateo es el que hace todo lo opuesto. Al estar tan seguro de la falsedad de la ética bíblica, debería mostrar “científicamente” (experimentalmente), que tal ética es un fraude. Incluso algunos ateos practicantes, promotores del egoísmo racional, consideran “inmoral” al amor al prójimo, siguiendo directivas sectoriales.
Teniendo presente que el mandamiento del amor al prójimo se basa en la empatía emocional, puede sintetizarse en: “Compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias”. El mandamiento ateo implicaría: “No compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias”.
La ausencia de empatía emocional es una de las características propias de los psicópatas. De ahí que el ateo auténtico es el que se identifica con los principales grupos ideológicos integrados por psicópatas y sociópatas, es decir, se identifica con nazis y comunistas, además de hacerlo con el delincuente común. El anti-cristianismo de nazis y comunistas no resulta novedad alguna, si bien estos últimos han logrado convencer a los jerarcas católicos que el amor cristiano es “igual” que el odio marxista-leninista.
Podemos mencionar algunos atributos del ateo auténtico. Norbert Bilbeny escribió: “Entre los rasgos principales de la psicología nazi y de la psicopatía en general destacan aquellos que podemos englobar en el nombre de inmadurez emocional: insensibilidad, falta de afecto, incapacidad para sentir angustia. Puesto que cada uno de ellos, en este particular trastorno de la personalidad, tiene un significado que va más allá de lo biológico y de lo psicológico, no es desacertado, a mi juicio, reunirlos también bajo el término de apatía moral”.
“Su «insensibilidad» es asimilada a la falta de sentido moral. La «falta de afecto» es, centralmente, la incapacidad para ponerse en el puesto de otro. La «incapacidad para sentir angustia» viene a resolverse, de hecho, en la llamada falta de sentimiento de culpa. Cuando, por lo demás, el clínico alude a todos estos factores con la expresión «apatía», no se refiere, sin más, a una falta de reactividad neurológica, sino a una impasibilidad que engloba ésas y otras conductas de origen moral”.
“La apatía que describe el especialista en los trastornos sociopáticos es básicamente una apatía moral”, sin que por ello tenga que ser menos cierta su descripción. La psicopatía, dicho de otra manera, no es la amoralidad, pero los signos de la amoralidad están entre sus rasgos más destacados” (De “El idiota moral”-Editorial Anagrama SA-Barcelona 1993).
Entre las “sugerencias éticas” del nazismo, predomina evitar el cumplimiento de la ética cristiana, considerada como una “debilidad personal”. Bilbeny escribió al respecto: “El régimen de Hitler obtuvo de sus servidores una conducta generalmente insensible a fuerza de destruir en ellos toda natural tendencia humana a la empatía o participación afectiva con otros individuos. Así, el egoísmo, o su contrario, el altruismo, debían existir sólo por obediencia o derivación del vínculo mantenido con los mandos y el caudillo, nunca por generación espontánea. Muchos soldados alemanes, al ser apresados por los aliados, no lograron comprender por qué resultaban tan desagradables a sus adversarios y víctimas. Realmente no creían que sus actos constituyeran agresión alguna”.
Los ateos no totalitarios, es decir, que no son marxistas ni nazis, también arremeten contra el cristianismo en nombre de la ciencia. Ello se debe a que la ciencia experimental se basa en pruebas contundentes. Sin embargo, es relativamente sencillo poner a prueba el comportamiento social de alguien que adopta los mandamientos bíblicos para, luego, compararlo con los resultados producidos por el comportamiento de alguien que haga lo opuesto a esos mandamientos. Un científico auténtico, como Richard P. Feynman, sugería que “no importa de quien venga” una buena idea, sino que venga. Al respecto puede decirse que el ateo debería valorar la ética cristiana “por sus frutos”, sin prejuzgar algo sin haberlo puesto a prueba. Reclaman pruebas del ámbito religioso, pero se niegan a hacer las pruebas por ellos mismos.
Gran parte del conflicto entre ateos y creyentes surge del ámbito de la propia religión, por cuanto la han convertido en una extraña fuente de misterios e incoherencias lógicas, olvidando o negando el sentido de la religión moral. Esto puede advertirse en la creencia de que la profecía de Cristo acerca de su Segunda Venida, no ha de constituir un refuerzo para una mejora ética generalizada, sino que ha de venir “para llevarse a los buenos al Cielo” y para “enviar a los malos al infierno”. Es decir, imaginan un acontecimiento similar a lo que sucedió bajo los mandos de Mao, Stalin y Hitler, en donde decenas de millones perdieron la vida.
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