El término “socialismo” fue adoptado en oposición a “individualismo”. También la palabra “colectivismo” cumple tal función negadora de la individualidad natural que poseemos. Algunos autores, sin embargo, distinguen entre un individualismo “bueno” (que produce buenos resultados) y un individualismo “malo” (que produce malos resultados).
Un excesivo individualismo tiende a limitar el carácter social inherente a nuestra naturaleza humana, haciendo de cada ser humano un elemento aislado del resto de sus semejantes, por lo que tiende a hacer desaparecer a la sociedad como tal. Puede establecerse una síntesis de ambos individualismos considerando el doble aspecto emocional y racional del que hemos sido provistos por el proceso evolutivo:
Individualismo bueno = Emocionalidad + Racionalidad
Individualismo malo = Racionalidad
Los promotores de una prioritaria racionalidad tienden a despreciar lo emocional, a lo que consideran como fuente de perturbación de lo racional, conduciendo hacia cierta atomicidad del individuo en forma similar a la atomicidad a la que conllevan los sistemas totalitarios, esta vez con su consabida imposición del miedo o del terror. Gustavo D. Perednik escribió respecto del “elemento totalitario que puede encontrarse también en la tradición liberal”: “Su fuente ha sido explicada por Hayek en el primer capítulo de Individualismo y orden económico (1949), en el que marca el contraste entre dos escuelas denominadas individualistas. Una es la tradición inglesa, representada por Adam Smith, que ve al hombre como siempre falible, y cuyos errores individuales son corregidos en el curso del proceso social”.
“La segunda es la tradición francesa, personificada en Descartes, en la que aparece la concepción de una Razón con R mayúscula. Según ésta, el raciocinio que puede alcanzarse es uno solo, por lo que se deduce que la verdad política es una, y uno es el camino correcto, incluso en sus detalles”.
“El contraste entre las dos escuelas se desgrana asimismo en Los orígenes de la democracia totalitaria (1955) de Jacob Talmón, que también rastrea hasta Francia el espejismo de que la política pudiera ser concebida como una ciencia exacta. Talmón mostró que las raíces del fascismo y del comunismo están en la propia Revolución Francesa, que se asumió con arrogancia como la cristalización de la racionalidad”.
“El pensamiento liberal más sublime supone, por el contrario, que la política es una cuestión de ensayo y error, y de aprendizaje de la experiencia. Ve, en los regimenes políticos, ajustes pragmáticos para un momento determinado. Elige la mejor alternativa de entre muchas, siempre repensándola y controlando cada alteración y vaivén, para que los resultados no se aparten demasiado de lo previsible” (De “Autopsia del socialismo” de A. Benegas Lynch (h) y G. D. Perednik-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2013).
Algunas tendencias racionalistas tienden a adoptar como referencia, no las leyes naturales que rigen las conductas humanas, sino la opinión de un ideólogo racionalista que tiende a imponer sus creencias, que serán luego aceptadas y promovidas por sus adeptos, como lo es la visión favorable al aborto, la aceptación de que “el amor al prójimo es inmoral”, que el egoísmo es una virtud, etc. Al adoptar como referencia la opinión de otra persona, se establece cierto gobierno mental del ideólogo sobre sus seguidores, algo que poco o nada tiene que ver con el liberalismo. Friedrich A. Hayek escribió: “La creencia de que sólo un sistema sintético de moral, un idioma prefabricado o aun una sociedad artificial puede ser justificada en una era científica, así como la creciente repugnancia en aceptar ninguna regla moral cuya utilidad no se demuestre racionalmente, o en conformarse a convenciones cuyo sistema lógico no sea conocido, son todas manifestaciones del mismo punto de vista básico que pretende definir toda actividad social como parte identificable de un único plan coherente. Ellas son el resultado del mismo «individualismo» racionalista que quiere ver en todas las cosas el producto de la razón individual consciente”.
Así como el marxista cree necesario imponer un orden al aparente “caos económico” que él observa en una economía de mercado, el individualista racional cree necesario imponer su criterio para que la sociedad salga del “caos mental” que él observa. Hayek agrega: “Tal tipo de individualismo no solamente no tiene nada que ver con el verdadero individualismo, sino que puede resultar un grave obstáculo para el cómodo funcionamiento de un sistema individualista. Queda el interrogante de si una sociedad individualista y libre puede funcionar con éxito si la gente es demasiado individualista en su acepción falsa, si es demasiado renuente en adaptarse a las tradiciones y convenciones, y si rehusa reconocer cualquier cosa que no haya sido conscientemente ideada o demostrada como racional a todo individuo”.
“Es al menos comprensible que la prevalencia de esta clase de «individualismo» ha hecho a menudo a la gente de buena voluntad perder toda esperanza en lograr orden en una sociedad libre y aun hacerles desear un gobierno dictatorial, con el poder de imponer a la sociedad el orden que ella no quiere producir por sí misma”.
“En Alemania, particularmente, esta preferencia por la organización deliberada y el respectivo desprecio por lo espontáneo e incontrolado, fueron apoyados de modo intenso por la tendencia hacia la centralización, producida por la lucha a favor de la unidad nacional. Los esfuerzos de un país –cuyas tradiciones son esencialmente locales- para obtener unidad, implicaban una oposición sistemática hacia casi todo lo que manifestara crecimiento espontáneo, sustituyéndolo coherentemente por creaciones artificiales. Que en este proceso descrito acertadamente por un historiador de nuestros días como la «desesperada búsqueda de una tradición que no tenían» (E. Vermeil), los alemanes hubieran terminado por crear un Estado totalitario cuya violencia les impuso lo que ellos sentían les faltaba, no debería haberlos sorprendido tanto como nos sorprendió” (De “Individualismo: verdadero y falso”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1968).
Cuando Hayek asocia a los socialistas la posesión de una “fatal arrogancia”, por cuanto suponen conocer el método adecuado para solucionar todos los problemas humanos y sociales a partir de la economía, podría también haber asociado tal posesión a los racionalistas extremos, debido al desprecio que manifiestan por todo lo que sea “irracional”, es decir, por todo lo que se opone a la lógica simbólica en que se basan, Desconocen que existe una lógica asociativa, con bastante mayor poder creativo y descriptivo, que podría liberarlos del pequeño círculo en el que se desenvuelven sus pensamientos.
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1 comentario:
Los intelectuales alemanes que crearon una tradición conjunta desde donde no la había, mejor hubiesen hecho fomentando ideales colectivos que alcanzar sacados de la mejor tradición cultural occidental. De esa forma lo más probable es que el nuevo estado alemán hubiese tenido otro devenir histórico.
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