Por lo general, a las economías socialistas se las denomina como "economías planificadas centralmente" (desde el Estado). Sin embargo, tal denominación puede ser engañosa ya que en realidad, al no existir mercado ni precios, no es posible realizar una planificación mediante un cálculo de costos. Además, por ser la cantidad de datos económicos de una nación demasiado numerosa, resulta imposible su manejo por parte de individuos normales y reales. De ahí que sería más adecuada la denominación de "economías sin empresas", si bien no tiene sentido práctico establecer cambios de denominación una vez que se tiene una idea concreta con la denominación corriente.
Luego de poco tiempo transcurrido desde la Revolución Rusa de 1917, Ludwig von Mises advirtió sobre la inviabilidad de una economía como la recientemente implantada. Gustavo D. Perednik escribió: "Cuando la experiencia soviética tenía sólo tres años de edad, Mises inició su obra publicando Cálculo económico en la comunidad socialista. Con sus menos de 50 páginas, entiendo que es uno de los más importantes trabajos en la historia de la economía".
"Su argumento es que la planificación central destruye la herramienta con la que la gente toma decisiones económicas racionales: los precios. Estos dejan de formarse: se dictaminan. El socialismo provoca un corto-circuito letal en el proceso del cálculo económico y, en el marco de la economía moderna, ningún planificador puede organizar y prever eficazmente en medio de tecnologías sofisticadas y una vastísima variedad de equipamiento de capital. El conocimiento es tan variado, disperso y abundante, que resulta inasequible para el planificador, quien termina hachando la realidad con decisiones arbitrarias".
"El gobierno soviético fijaba 22 millones de precios, 460.000 tipos de salarios, 90 millones de cargos gubernamentales. Todo en base de caprichos de burócratas. El resultado fue el caos y la escasez y, en el proceso, se perdieron la ética del trabajo, las oportunidades empresariales y la iniciativa privada. Destruida la economía, las consecuencias son el desabastecimiento, la corrupción, la represión y las purgas" (De "Autopsia del socialismo" de Alberto Benegas Lynch (h) y Gustavo D. Perednik-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2013).
Como los socialistas, por lo general, están motivados por el odio a la "clase social incorrecta", tienen poca predisposición para aceptar errores, y mucho menos la inviabilidad de la economía marxista, supuestamente "científica". De ahí que las culpas por la ineficacia del método recaerán en la población, por no trabajar lo suficiente, por sabotear la producción, etc. Perednik agrega: "El caso chino es especialmente elocuente. En octubre de 1949, Mao-Tsedong se hizo cargo del país más populoso del globo. Procedió a la reforma agraria, distribuyendo las parcelas de tierra entre los campesinos más pobres. Su seguidor Liu Shaoqi pedía que los cambios fueran paulatinos: que previamente se industrializara el país a fin de que los campesinos obtuvieran la maquinaria adecuada para sus granjas".
"Pero Mao no quería esperar, y se apoderó de la agricultura de todos, por medio de crear comunas de campesinos controladas por el Partido. Cuando una hambruna feroz estalló en 1956, las voces más moderadas del partido pidieron revertir la colectivización. Nikita Kruschev llegó desde Rusia para informar que en su país la colectivización agrícola había sido un estrepitoso fracaso".
"Y aquí viene el quid: las purgas y el liberticidio respondieron a una necesidad, no a un plan. Para aventar toda crítica ante el inevitable fracaso, se hizo indispensable un enorme aparato de represión".
"Primero se llevaron a cabo las «campañas antiderechistas» dentro del Partido, pero en 1957, con la conclusión del primer plan quinquenal en un fiasco de mayores proporciones, Mao tomó el toro por las astas y se propuso erradicar las críticas por varias décadas. Su plan se denominó la «Campaña de las Cien Flores». El ardid consistió en promover las críticas, y después de un tiempo purgar a las decenas de miles de críticos que ingenuamente se habían dado a conocer".
"Mientras tanto, el segundo plan quinquenal comenzaba aún más monstruosamente. Lo llamaron el Gran Salto Hacia Adelante, un plan para industrializar China. Cuando Mao lo reveló, en enero de 1958 en Nanning, vaticinó que en pocos años la producción china de acero superaría a la de Gran Bretaña. En abril comenzó: los campesinos fueron obligados a fundir todas sus herramientas para conseguir acero. El metal resultante fue de pésima calidad, no hubo industrias, y en un lustro decenas de millones murieron de inanición. Para no revelar que la teoría fallaba, a los campesinos no se les permitió siquiera acercarse a los caminos para pedir limosna. Debían morir en silencio en sus aldeas para no desprestigiar al socialismo. En 1962 China sufrió un crecimiento económico negativo de más del 20%".
"Si todo parecía salir mal, era porque no se llegaba a entender el genio de Mao. Había que confiar ciegamente, y el culto a la personalidad fue un efecto natural del proceso. Por ello, Li Shaoqi propuso una curiosa teoría: todo comunista debía reconocer la infalibilidad del Gran Timonel. Hoy en día pueden verse en Youtube películas de propaganda de aquella época, en la que Mao nada en el río Yangtzé escoltado por centenares que loan al semidiós cuyas ideas los redimirían. Unos treinta millones de campesinos murieron de hambre silenciados por el infalible".
"Mao arremetió con más fuerza. No alcanzaba con la revolución agrícola y tecnológica; la «revolución permanente» requería ahora que se erradicaran los modos de pensar, de creer y sentir de la gente; la llamaron «Revolución cultural», y comenzó el 16 de mayo de 1966 cuando Mao apeló a luchar contra los «restauradores del capitalismo». Duró una década; decapitó a la nación de sus intelectuales; se cerraron las universidsades; se purgó al 60% de los cuadros del Partido, también a Li Shaoqi, que murió por malos tratos en la cárcel. Se persiguió a cientos de miles, y 35.000 personas fueron ejecutadas".
"No fue que los líderes chinos se volvieran crueles espontáneamente. Más bien, que un sistema en el que se desaloja la racionalidad y se monopoliza el poder, es una fábrica de crueldad".
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1 comentario:
El Gran Timonel era el jefe de una religión, y era infalible como el Papa.
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