El fundamento de la ética cristiana es el amor al prójimo; actitud tergiversada por sus detractores e interpretada subjetivamente por gran parte de sus adherentes. De ahí una de las causas del masivo alejamiento de la religión moral. Por el contrario, interpretado como un proceso natural (empatía), mediante el cual se comparten penas y alegrías ajenas como propias, se advierte que se trata de un mandamiento que nos sugiere la adopción de una predisposición (actitud) antes que una acción concreta a cumplir, por cuanto el vínculo emocional con diferentes personas se establece de una manera espontánea, y no razonada. Es decir, al razonamiento lo ocupamos para adoptar la predisposición favorable a la cooperación social rechazando otras actitudes posibles como el odio y el egoísmo.
Es evidente que "el prójimo" (cualquier persona) es también un delincuente o un asesino. Sin embargo, muy pocos compartirán las penas y alegrías de tales individuos de la misma forma en que compartirán las de sus propios familiares, si bien es posible que exista la predisposición a hacerlo, en el mejor de los casos. Quienes aducen que en realidad deberíamos amar al delincuente, porque así interpretan al mandamiento bíblico, adoptan una postura que, de generalizarse, implicaría favorecer el mal hasta hacerlo predominar sobre el bien; siendo un objetivo totalmente opuesto a la finalidad buscada por la religión moral.
El propio Cristo, que posee la predisposición a amar al prójimo como a sí mismo, reacciona de manera severa ante los pecadores, por cuanto impiden que se establezca el vínculo afectivo, además de oponerse al orden social buscado por la religión.
Cuando sugiere "amar al enemigo", en realidad trata de limitar la violencia predominante en las diversas épocas y pueblos. Cuando sugiere "ofrecer la otra mejilla", lo hace para detener la secuencia de las venganzas interminables, y no para sugerir una actitud servil, favorecedora de la violencia. Sólo podrá lograrse éxito cuando la persona que ofrece la otra mejilla sea quien previamente logró la predisposición a amar al prójimo como a sí mismo. Giovanni Papini escribió: "La historia del hombre es la historia de una enseñanza. Historia de una guerra entre los menos fuertes de espíritu y los más fuertes en número. Es la historia de una educación siempre fallida y siempre reanudada, de una educación ingrata, dificultosa, soportada con disgusto, frecuentemente rechazada, abandonada de vez en cuando y, poco después, reasumida".
"Los hombres, trabados pero reacios, habían caído en la simulación de la obediencia; hacían un poco de bien a la vista de todos a fin de estar más libres para hacer el mal en secreto, y exageraban la observancia de los preceptos exteriores para burlarse mejor del fundamento y del espíritu de la ley".
"Jesús va derechamente a los extremos. No admite ni siquiera la posibilidad de matar; no quiere pensar que haya un hombre capaz de matar a un hermano. Ni aún de herirlo. No concibe siquiera la intención, la voluntad de matarlo. Un solo instante de ira, una sola palabra de insulto, un solo arranque de ofensa, equivalen al asesinato. Los espíritus muelles y flojos gritarán: ¡Exageración! Porque no hay grandeza donde no hay pasión, es decir, exageración".
"Jesús tiene su lógica y no se equivoca. El homicidio no es más que la última manifestación de un sentimiento. De la ira se pasa a las malas palabras, de las malas palabras a las malas acciones, de los golpes al asesinato. No basta, pues, prohibir el acto final, acto material y externo. Este no es más que el momento resolutivo de un proceso interior que, al fin, lo ha hecho como necesario. Conviene, en cambio, cortar el mal desde su primera raíz; quemar la mala planta del odio, que reproduce frutos venenosos, desde la primera semilla".
"Pero Jesús no ha llegado aún a la más estupenda de sus subversiones. «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo que no resistáis al mal; antes si alguno te hiere la mejilla derecha, preséntale también la otra...»".
"La vieja Ley del Talión no podía ser subvertida con palabras más absolutas. La mayor parte de los que se dicen cristianos, no sólo no han observado nunca este mandamiento nuevo, pero ni aún han querido simular que lo aprobaron. El principio de la no resistencia al mal ha sido para una infinidad de creyentes el escándalo insoportable e inaceptable del cristianismo".
"La respuesta de los hombres a la violencia puede ser de tres maneras: la venganza, la fuga y el presentar la otra mejilla. La primera es el principio bárbaro del talión, hoy ennoblecido y disfrazado en los códigos; pero todavía dominante en la práctica....La Ley del Talión puede ser un consuelo bestial para quien ha sido herido primero, pero lejos de disminuir el mal, lo multiplica".
"La fuga no es mejor expediente que el primero. Quien se oculta redobla el valor del enemigo. El temor de la venganza puede, algunas veces, detener la mano del violento. Pero quien huye invita con esto mismo al otro a que lo persiga...El único camino, no obstante el absurdo aparente, es el impuesto por Jesús. Si uno te da una bofetada y le respondes con dos, el otro replicará con puñetazos y tu incurrirás a los puntapiés y saldrán a relucir las armas y uno de vosotros perderá, frecuentemente por una minucia, la vida. Si huyes, tu enemigo te perseguirá o bien, apenas te vuelva a encontrar, envalentonado con la primera prueba, te tomará a puntapiés" (De "Historia de Cristo"-Ediciones del Peregrino-Rosario 1984).
Si bien la mejor táctica para defenderse de la violencia depende de cada circunstancia concreta, es oportuno mencionar que la no resistencia al mal es la táctica que mejor se adapta a los casos en que un individuo es asediado por un delincuente urbano. No se hubiesen perdido muchas vidas inocentes si hubieran optado por no oponerse al robo o al asalto. Cometieron el error de no advertir que el delincuente renunció a sus atributos humanos y que la víctima ocasional debió proceder casi como lo hubiese hecho ante un perro rabioso, es decir, con la serena frialdad de quien sólo busca salvar su vida. El citado autor agrega: "Presentar la otra mejilla significa no recibir la segunda bofetada. Signiica cortar desde el primer eslabón la cadena de males invisibles. Tu adversario, que espera la resistencia o la fuga, se siente humillado ante ti y ante sí mismo. Se lo esperaba todo menos esto. Está confundido y con una confusión rayana en la vergüenza. Tiene tiempo para recapacitar. Tu inmovilidad le hiela la cólera, le da tiempo para reflexionar. No puede acusarte de miedo desde que estás dispuesto a recibir el segundo golpe...".
De la misma forma en que una economía de mercado ha de funcionar exitosamente si se cumplen varias condiciones previas, la ética social propuesta por el cristianismo ha de ser eficaz si se cumple masivamente con la adopción de la actitud del amor al prójimo. Ambos sistemas, basados en la libertad individual, tienden a fracasar si no se cumplen con tales requisitos previos. De ahí que sus detractores los critiquen injustificadamente en casos en que no existe una mínima intención a adoptar la "ley de empatía", que es la base ética de los sistemas sociales asociados a la libertad individual.
Los detractores de la religión moral la atacan por su aparente falta de fundamentos objetivos, negándole además toda posible validez. Sin embargo, la empatía resulta ser una mejora evolutiva fundamental que tiende a asegurar la supervivencia de la humanidad como también de gran parte del reino animal. Aunque no quieran reconocerlo, existe una gran semejanza entre la actitud adoptada por el religioso y por el científico, ya que ambos indagan acerca de las leyes de Dios, o leyes naturales, que son las mismas.
El error frecuente advertido en creyentes y no creyentes implica priorizar posturas filosóficas en lugar de pensar en base a cierto sentido práctico (o sentido común). Así, lo importante para el creyente es la existencia de un Dios que ha creado el universo, regido por leyes naturales invariantes; mientras que el no creyente aduce que tales leyes existen desde siempre, sin necesidad de asociarle un creador. Desde el punto de vista del sentido común (el menos común de los sentidos) podemos decir que lo prioritario ha de ser el conocimiento de tales leyes y la posterior adaptación a las mismas, ya se trate de una creación o bien de un siempre existente orden natural.
Entre los tergiversadores de la religión del amor (empatía) se encuentran los promotores de la "religión del odio", quienes aducen que la no resistencia promovida por el cristianismo implica una forma perversa de favorecer la explotación laboral, ya que el sector explotado renuncia a resistir esa situación. José Carlos Mariátegui escribió: "La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista del método de la teoría, de la técnica de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del mito. La emoción revolucionaria es una emoción religiosa. Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos, son humanos, son sociales. Hace algún tiempo que se constata el carácter religioso, místico, metafísico del socialismo" (Citado en "Construcción de la Iglesia" de Horacio W. Bauer-Editorial Biblos-Buenos Aires 2004).
También el cristianismo es descalificado por los promotores de la "religión del egoísmo", ya que pretenden que los seres humanos ignoremos una ley natural tan importante como la empatía, aduciendo que "el amor al prójimo es inmoral". Ello implicaría que "inmoral" ha de ser el propio proceso evolutivo por cuanto el cristianismo promueve una actitud, o predisposición, ya existente en la naturaleza humana.
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