En una sociedad “normal” existe un límite a la obediencia concedida tanto a los jefes ocasionales como a los líderes o a los gobernantes, mientras que en los Estados totalitarios tal límite se hace borroso o bien inexistente. En el primer caso existe el freno moral que nos impone nuestra propia conciencia, a veces reforzada con creencias o razonamientos de tipo religioso, mientras que en el segundo caso, la propaganda totalitaria se encarga de destruir los frenos morales individuales para favorecer la absoluta dependencia del súbdito respecto del líder totalitario.
Luego de las catástrofes sociales promovidas por nazis y comunistas, surge la explicación inmediata de que tanto los alemanes como los rusos son distintos a los demás y que la barbarie totalitaria sólo pudo materializarse en esos pueblos. Sin embargo, en China, Camboya y otros países, los comunistas produjeron catástrofes similares, por lo que se sospecha que eran las ideologías totalitarias, y los regimenes político-económicos respectivos, los que promovieron tal tipo de comportamiento inhumano.
El juicio establecido a Adolf Eichmann, ex-criminal nazi, aclaró algunos aspectos. Mientras que todos esperaban encontrar en sus declaraciones y en sus gestos algunos indicios de poseer una maldad excepcional, se advirtió que era una persona mediocre, que poco o nada culpable se sentía por sus actos ya que “se limitaba a cumplir órdenes”. Hannah Arendt escribió al respecto: “«Mi único lenguaje es el burocrático», decía Eichmann. Pero la cuestión es que su lenguaje llegó a ser burocrático porque él era verdaderamente incapaz de expresar una sola frase que no fuera un cliché….Sin duda, los jueces tenían razón cuando por último manifestaron al acusado que todo lo que había dicho eran «palabras hueras», pero se equivocaban al creer que la vacuidad estaba amañada y que el acusado encubría otros pensamientos que, aun cuando horribles, no eran vacuos….A pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un «monstruo», pero en realidad se hizo difícil no sospechar que fuera un payaso”.
“En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana. Pero fue únicamente una lección, no una explicación, ni una teoría sobre el mismo”.
“La única característica específica que uno podía detectar en su pasado y también en su conducta durante el juicio y los interrogatorios policiales previos era algo completamente negativo: no era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad de pensar”.
“En realidad, mi opinión es que el mal nunca es radical, que solo es extremo, y que no posee ni profundidad ni ninguna dimensión demoníaca. Puede crecer desordenadamente y arrasar el mundo entero, precisamente porque se extiende como un hongo en la superficie. «Desafía el pensamiento», según dije, porque el pensamiento intenta alcanzar alguna profundidad, ir a la raíz, y en el momento en que se ocupa del mal, se ve frustrado porque allí no hay nada. Esta es su banalidad”.
“Durante el interrogatorio, Eichmann declaró repentinamente, y con gran énfasis, que siempre había vivido en consonancia con los preceptos morales de Kant, en especial con la definición kantiana del deber….Esta afirmación resulta simplemente indignante y también incomprensible, ya que la filosofía moral de Kant está tan estrechamente ligada a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la obediencia ciega….Pero ante la sorpresa general, Eichmann dio una definición aproximadamente correcta del imperativo categórico: «Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales». A otras preguntas, Eichmann contestó añadiendo que había leído la Crítica de la razón práctica. Después explicó que desde el momento en que recibió el encargo de llevar a la práctica la Solución Final, había dejado de vivir en consonancia con los principios kantianos. Lo que Eichmann no explicó a los jueces fue que no se había limitado a prescindir de la fórmula kantiana por haber dejado de ser aplicable, sino que la había modificado de manera que dijera….según la fórmula del «imperativo categórico del Tercer Reich», debida a Hans Frank, y que quizás Eichmann conociera: «Compórtate de tal manera que si el Führer te viera aprobara tus actos»”.
Cristina Sánchez Muñoz escribió: “En el juicio también estaba Harry Mulisch, un joven escritor holandés en ciernes, que luego se convertiría en un reconocido novelista. Más adelante escribió sus impresiones sobre Eichmann, de una manera muy similar y complementaria de Arendt: «Hasta la muerte de Hitler, Eichmann se mantuvo fiel a su máxima orden (la eliminación de los judíos). Después se convirtió en un ‛ciudadano pacífico’, es decir; fiel a la orden de la sociedad en la que vivía entonces. Cuando lo arrestaron, se mostró fiel a la policía israelí y contestó todas las preguntas, algo que otros no habrían hecho. En Jerusalén, cuando los jueces entran en la sala, él es el primero en ponerse de pié. El ayudante de Servatius (el abogado defensor), que habla con él durante horas cada día, me contó que Eichmann sería capaz de saltar a la comba todo el día si así se lo ordenaran. Solicitó que le dieran la orden de ahorcarse él mismo; mientras no se la den, no lo hará, aunque tenga los bolsillos llenos de sogas»” (De “Arendt. La política en tiempos oscuros”-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).
Varias son las razones por las cuales las masas tienden a incorporar a su mente una ideología perversa, eso sí, revestida de nobles ideales, como es el caso de las ideologías totalitarias. Son incorporadas de igual forma en que un nuevo programa se agrega a la memoria de una computadora. Si no existen “programas previos” (ideas o creencias fundadas), la ideología termina dirigiendo la conducta individual en forma absoluta. Entre las razones a considerar se tiene la ausencia de un sentido de la vida, la sensación de insignificancia o bien la evidencia de que poco o nada le interesa el resto de la humanidad y que por ello mismo debe mostrar lo contrario (aunque falsamente), a modo compensatorio. Sánchez Muñoz agrega: “Estamos por tanto ante un mal extremo, pero sin raíces. Es un tipo de crimen que no requiere de un criminal especial. Si vamos recabando las alusiones de Arendt del mal banal –teniendo en cuenta que en cualquier caso estas son esporádicas y que ella no pretendía plantear una teoría del mal en ningún momento- nos encontramos con los siguientes elementos:
- Elementos internos al sujeto: ausencia de factores subjetivos que se concreta en la falta del juicio y del pensar.
- Elementos externos pero que posibilitan y favorecen la ausencia del pensamiento: actuar dentro de un sistema jerárquico y burocrático.
- Forma del mal: este tiene un carácter cotidiano y rutinario. Se inserta dentro de un esquema de trabajo. No es el estallido de violencia tumultuosa como los de los pogromos (linchamientos contra los judíos a finales del siglo XIX).
“Visto de esta manera, estaríamos más bien ante una serie de acciones continuadas, realizadas de una manera rutinaria, como parte de un trabajo, y no ante una acción criminal en solitario. Pero, sobre todo, Arendt nos habla de acciones que son cometidas dentro de una estructura determinada –la burocracia- que favorece la evaporación de la responsabilidad y la desvinculación moral respecto a las consecuencias de las acciones”.
Stanley Milgram confirma lo anterior a partir de experiencias realizadas en sociedades democráticas (aunque no tan “democráticas”): “El experimento consistía en reclutar voluntarios que tenían que hacer de maestros frente a otros individuos, que eran los alumnos (en realidad, colaboradores de Milgram). Bajo la presencia del investigador (vestido con la bata blanca de la autoridad científica) el maestro tenía que castigar con descargas eléctricas al alumno cada vez que éste fallaba una pregunta. Las descargas eran falsas, aunque el voluntario no lo sabía. El falso generador eléctrico de las descargas tenía 30 niveles, hasta llegar a los 450 voltios, señalados en la máquina como «mortal». Cada vez que el «alumno» se equivocaba, el investigador instaba al maestro a que le aplicase una descarga. El alumno, separado por una mampara, simulaba el dolor, gritaba y golpeaba la pared. Para que el maestro siguiera aplicando las descargas, la «autoridad científica», le daba órdenes: «Por favor continúe», «El experimento requiere que usted continúe», «Es absolutamente esencial que usted continúe», «No tiene otra opción, hay que seguir adelante»”.
“El resultado –inesperado para el equipo de Milgram- fue que un 65% de los voluntarios aplicaron los 450 voltios, y que ninguno de ellos bajó de los 300. No hubo conflicto entre la conciencia y la obediencia a la autoridad, entre las convicciones morales que tenían antes de entrar a la habitación del experimento, y las órdenes que les daba la «autoridad científica». No hubo cuestionamiento ni disidencia respecto a la autoridad”.
Milgram escribió: “La gente común solo tiene que hacer su trabajo, y sin ninguna hostilidad particular por su parte, pueden convertirse en agentes de un proceso destructivo terrible. Además, aun cuando los efectos destructivos de su trabajo son absolutamente claros, y se les pide llevar a cabo acciones incompatibles con las normas fundamentales de la moral, relativamente pocas personas tienen los recursos necesarios para resistir la autoridad”.
La gravedad de la situación, que se presenta en la actualidad, radica en la aceptación masiva y en la promoción que todavía tienen los regímenes totalitarios que provocaron decenas de millones de muertes de inocentes a lo largo y a lo ancho del mundo. Todavía hoy se justifican asesinatos colectivos aduciendo “buenas intenciones” por parte de sus ejecutores. Así, Adolf Eichmann, creía actuar motivado por “buenos fines” por cuanto previamente Hitler lo había convencido de que “cuando combato en contra del judío, combato a favor de la obra del Señor”. Aldous Huxley escribió: “No se permite ninguna clase de oposición en Rusia. Pero allí donde la oposición se tache de ilegal, automáticamente se hace subrepticia y se transforma en conspiración. De aquí los procesos por traición y las condenas de 1936 y de 1937. Se imponen, a la fuerza y en la forma más inhumana, y contra los deseos de aquellos a quienes afectan, transformaciones en gran escala de la estructura social. (Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets). La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene sofocado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de emplear mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1955).
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