Por lo general, los nacionalistas aborrecen a los imperialismos que amenazan a su nación hasta llegar al extremo de promover que, a su vez, su propia nación intente convertirse en un imperialismo, o bien que se asocie a uno ya vigente. Una misma acción puede resultar deplorable o bien puede justificarse según quien la realice, siendo un aspecto del relativismo moral aplicado a la política.
Así como Cuba se asoció al imperialismo soviético colaborando con su expansión, traicionando los ideales de los libertadores de América, la Argentina peronista se asoció ideológicamente al imperialismo nazi-fascista suponiendo que el Eje triunfaría en la Segunda Guerra Mundial. Perón buscaba la difusión de la “doctrina justicialista” en los restantes países latinoamericanos intentando unificarlos bajo su tutela. Ezequiel González Madariaga escribió: “Todo fue bien hasta tanto el General Perón asumía el Poder. Después la Dictadura hizo desviar las manifestaciones del espíritu a medida que el Dictador se sentía con ímpetus suficientes para infiltrar la doctrina del «Justicialismo» a lo largo del continente. Cuantiosos caudales ha costado al erario argentino el capricho justicialista, porque siempre los gobernantes ambiciosos han pagado con largueza a los traidores, como también a los favoritos que le sirven mientras satisfacen sus destinos”.
“Nosotros los chilenos no podremos olvidar fácilmente el nombre de Juan Domingo Perón. Adicto militar argentino en Santiago, intrigó para apoderarse de documentos secretos, lo que dio lugar a un bullado proceso. Presidente de la República más tarde, organiza legiones de espías dependientes de una Subsecretaría de Prensa y Propaganda la que, con el apoyo de malos chilenos, adquiere en Santiago radioemisoras y organiza en el territorio la distribución de noticias encaminadas a destruir el Parlamento y a instaurar una dictadura, que respalde su máxima ambición de hacer de Argentina y Chile un solo Estado, con frente a dos océanos. Es la época en que lo trastornan delirios de grandeza y cae en la manía de anunciar para el futuro el proceso de las guerras continentales, en el que la Argentina, como es de esperarlo, está llamada a regir los destinos de la América del Sur, como el dictador alemán, de quien se sintió su discípulo, pensó en su tiempo ordenar la Europa” (Citado en “Patria y traición” de Ginna Maggi-Ediciones Gure-Buenos Aires 1957).
Por su parte, Eduardo Moore Montero expresaba: “Chile vivió días de zozobra, de peligro inaparente y subterráneo, cuando el peronismo de la otra banda derramó sus aguas pestilentes reblandeciendo conciencias e inundando nuestro ambiente cívico. En radios, periódicos, sindicatos obreros y hasta en el Parlamento de la República, afloró como una planta maldita y exótica. María de la Cruz, en histéricas declaraciones, se arrodillaba, en peroratas de una vaciedad y de una cursilería netamente justicialista, frente al ídolo argentino que ya en su patria se había apoderado de lo ajeno con sin igual cinismo, explotando con mañas de pícaro, la candidez de sus compatriotas y las aspiraciones de las clases más humildes” (De “Patria y traición”).
Las falsas ideas de superioridad fueron instalándose en la sociedad argentina hasta llegar a las ambiciones imperialistas del peronismo. Leonor Machinandiarena de Devoto y Carlos Escudé escribieron: “El estudio de los contenidos educativos argentinos desde principios del siglo XX hasta tiempos muy recientes revela que un elemento con el cual la población ha sido permanentemente adoctrinada es el dogma de la superioridad nacional argentina. Desde los tiempos de las reformas educativas llamadas de «educación patriótica», instrumentadas por José María Ramos Mejía en 1908, proyectar una imagen de la presunta grandeza nacional en la mente del niño argentino ha sido un permanente objetivo de las autoridades educativas. Típica manifestación de esa política fue la exhortación de 1910 del vocal del Consejo Nacional de Educación y rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, Enrique de Vedia: «Formemos (…) con cada niño de edad escolar un idólatra frenético de la República Argentina, enseñándole –porque es cierto- que ningún país de la Tierra tiene en su historia timbres más altos, ni afanes más altruistas, ni instituciones más liberales, ni cultos más sanos, ni actuación más generosa, ni porvenir más esplendoroso. Lleguemos en este camino a todos los excesos, sin temores ni pusilanimidades….»” (De “Argentina-Chile ¿Desarrollos paralelos?” de Torcuato S. Di Tella-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1997).
Los intentos expansivos del peronismo estaban motivados por las ambiciones personales del tirano y por la rivalidad con los EEUU, ya que las ideas de grandeza parecían no tener límites. Los citados autores agregan: “La dirigencia política argentina no parecía caracterizada por su rápido aprendizaje, y ya terminada la guerra y entronizado el peronismo en el poder, la confrontación con Estados Unidos continuó a través de mecanismos diversos. Uno de ellos era la penetración en otros países de la América Latina, a través del ideario justicialista y de la «tercera posición», que alentaba a los países vecinos a alejarse política y diplomáticamente de los Estados Unidos. Para intentar alcanzar esos objetivos, la política exterior de Perón se valió de cuatro técnicas principales:
1- La negociación de pactos económicos bilaterales.
2- El nombramientos de agregados obreros en las embajadas argentinas, cuya función era básicamente de propaganda e infiltración.
3- Difundir propaganda antinorteamericana y pro peronista por medios directos.
4- Estimular, o por lo menos proporcionar el modelo para la creación de gobiernos militares en los países vecinos.
“Según el senador Contreras Labarca, la Argentina era el cuartel general del fascismo en América. Allí se escondían los cuadros hitlerianos organizados con sus fondos, los medios y los planes secretos de los industriales para organizar la Tercera Guerra. Desde allí se intervenía en la política interna de los países vecinos, Chile incluido, fomentando la actividad de los agentes fascistas que amenazaban su seguridad. La intención del GOU era agredir las democracias y conquistar la hegemonía del continente”.
“El armamentismo argentino también era señalado frecuentemente, ya que entre 1945 y 1946 los gastos en defensa habían equivalido al 50% del total de inversiones no productivas del Estado, y en los años siguientes, aunque habían bajado al 30%, seguían estando muy por encima del 18% que era lo normal de preguerra. Además, los gastos militares argentinos como porcentaje del PBI eran un 50% superiores al promedio latinoamericano. En 1949 González Videla [Presidente de Chile] intentó conseguir el apoyo de otros países de la región para acusar a la Argentina en las Naciones Unidas de representar un peligro para la paz de América, pero sólo consiguió el apoyo de Uruguay, y fue finalmente disuadido por los reproches y amenazas de sanciones alimenticias del embajador argentino. Éste amenazó con restricciones a los envíos de carne, aceite y trigo, y con la expulsión de los chilenos que trabajaban en la Patagonia”.
“A mediados de 1952 el gobierno chileno declaraba persona no grata al cónsul argentino de Antofagasta y acusaba a otros diplomáticos argentinos de introducir cantidades masivas de propaganda peronista y antigubernamental en Chile, en una clara injerencia en los asuntos internos de ese país. Simultáneamente se producía una suerte de bombardeo periodístico desde la Argentina, en apoyo de Ibáñez y criticando duramente al gobierno de Chile. Los observadores decían que Perón hacía en Chile exactamente lo mismo que Braden había hecho en la Argentina en 1946, aunque Perón tenía más éxito político”.
“Ese fue el fin de este capítulo de lo que resulta una novela por entregas, la historia de la megalomanía argentina, sus orígenes claramente identificables en los contenidos educativos con que durante décadas se adoctrinó a los argentinos, su evolución a lo largo de los años, su constatación en las percepciones de diplomáticos norteamericanos, registradas en sesudos memorándums secretos, y sus efectos políticos, especialmente sobre la política exterior de este país, claramente visibles durante la Segunda Guerra Mundial y todo el primer peronismo…..La Argentina de fines de la década de 1940 y principios de los 50 era aún un país capaz de engañar a algunos vecinos sobre su presunta grandeza y promesa”.
La expansión peronista no sólo incluyó a los países limítrofes, sino también a algunos de Centro América. Rogelio García Lupo escribió: “Cuando Fidel Castro tenía algo más de veinte años….se subrayaba su peligrosidad señalando que «es un joven agitador peronista nacido en Cuba»”. “Castro mantuvo una relación estrecha con la embajada argentina en La Habana entre 1947 y 1955, que alcanzó su momento más intenso en la primera mitad de 1948, cuando emprendió una gira de proselitismo político que debía concretarse en un congreso de estudiantes en la ciudad de Bogotá. La financiación de esta gira estuvo a cargo del gobierno argentino, que después encontraría motivos para lamentarse. Fue cuando Fidel Castro se comprometió personalmente en el estallido popular del 9 de abril de 1948, que pasó a la historia como el «bogotazo»…” (De “Últimas noticias de Fidel Castro y el Che”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).
La expansión no tuvo el éxito esperado por cuanto varios intelectuales de la época se encargaron de informar acerca de la tiranía peronista que padecía la Argentina. Feliz Luna escribió: “A pesar de la mitología de justicia social que asociaba el nombre de Perón en los pueblos del continente, para las clases políticas de esos países era desconfiable. En todos lados se conocía el trato que infligía a sus opositores y se sabía de las arbitrariedades de su régimen; los medios universitarios se dolían de la expulsión de centenares de profesores, muchos de ellos conocidos en las casas de estudio de toda la América hispanohablante; en los círculos intelectuales, culturales y periodísticos había causado indignación la expropiación de «La Prensa» y la razzia de la Comisión Visca. Este flanco vulnerable del peronismo era una carga pesada que nada podía aliviar (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
El principal perjudicado con el peronismo fue la Argentina, no sólo por haberse anclado en el subdesarrollo sino también por haber inoculado el odio peronista contra los EEUU, evidenciado tácitamente la inferioridad de quien odia. La aversión hacia ese país oscilaba, en los últimos años, desde un 41 a un 72% de la población. Incluso ese odio fue destinado también hacia el sector argentino no peronista, con lo cual se profundizó la división de la nación; fractura social que posiblemente nos mantendrá en el subdesarrollo y en la decadencia por varios años más.
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