Es posible describir la conducta de los hombres a través de dos tendencias principales, que son la cooperación y la competencia. Si existiese sólo una de ellas, la humanidad sería distinta de lo que ha sido y de lo que es. Así, si no existiese la cooperación, no habría más que luchas, conflictos y guerras, es decir, lo que sucede cuando la competencia predomina totalmente. Si no existiese competencia, muchas de las actividades humanas apenas se habrían desarrollado.
Incluso Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, posiblemente, no habrían llegado a realizar sus proezas deportivas si no fuese por la rivalidad impuesta por el otro. En la mayor parte de las actividades, se requiere de la competencia para que cada ser humano pueda dar lo mejor de sí mismo, desarrollando todas sus potencialidades. Este fue, históricamente, el primer resultado y la primera conclusión de la psicología social. “Se celebra el año de 1897 como aquel en el cual se realizó el primer experimento de psicología social. Norman Triplett examinó los registros oficiales de las carreras de bicicletas y observó que la velocidad máxima de los ciclistas era aproximadamente 20 por ciento mayor cuando competían con otros que cuando corrían solos. Entonces, Triplett concibió un estudio de laboratorio para demostrar el efecto. Hizo que unos niños recorrieran una línea de un carril de pesca ya fuera solos o ya en la presencia de otros niños que realizaban el mismo cometido….” (De “Psicología Social” de Stephen Worchel y otros-International Thomson Editores SA-México 2002).
La cooperación, por otra parte, promueve los mejores resultados y es el atributo indispensable de toda especie o de todo grupo que pretenda lograr su supervivencia. La unión de sus integrantes no podría establecerse si no existiese una predisposición a cooperar con los demás.
Todos actuamos tanto cooperativa como competitivamente, debiendo existir un equilibrio entre ambas tendencias. Siguiendo con el ejemplo deportivo, se observa que un jugador actúa en forma cooperativa con sus compañeros mientras que lo hace en forma competitiva respecto de sus rivales. Pero la competencia no debe ser “destructiva” hacia el otro equipo, sino que debe apuntar a una competencia cooperativa, para que el partido sea atractivo para los espectadores. También debe apuntar hacia una competencia cooperativa respecto de sus propios compañeros, tratando de hacer mayores aportes positivos que los demás. Existe, por lo tanto, una manera de compatibilizar ambas tendencias naturales.
Cuando un jugador presenta cierto desequilibrio entre ambas, predominando su espíritu competitivo, tiende a competir destructivamente con los rivales, cometiendo infracciones, e incluso compitiendo destructivamente con sus propios compañeros, especialmente con los que se desempeñan ocasionalmente en el mismo puesto. Además, quienes muestran una tendencia poco competitiva, no estarán predispuestos a la ardua lucha que exige cada partido.
En una economía de mercado, puede observarse el proceso de producción y consumo como si se fuese una disputa deportiva. En lugar de dos equipos que compiten para deleitar y entretener al público, se observan dos empresas que compiten entre ellas (en un “campeonato” junto con otras) tratando de beneficiar al consumidor. Todo empleado ha de mostrarse cooperativo con el restante personal de su empresa y sentir la necesidad de superar a la empresa rival, pero sin llegar a acciones conflictivas. De la misma manera en que los deportistas a veces cambian de club, los empleados a veces cambian de empresa.
Los socialistas, por otra parte, suponen que la competencia es una actitud negativa y que no debe existir en la economía ni tampoco en otros ámbitos sociales. De ahí que proponen una economía planificada desde el Estado en donde sólo existirán los estímulos “morales”, y no materiales, y también un partido político único, ya que al suprimir toda competencia se habrá llegado a la “sociedad ideal”; igualitaria al no existir vencedores ni vencidos. Ello equivale a que las autoridades deportivas decidirán cuáles son los resultados de los partidos, por lo que ya no tendría sentido ninguna otra competencia deportiva.
Al promover la igualitaria distribución de la riqueza, se tiende a confiscar la producción o bien las ganancias empresariales, olvidando que la desigualdad de la riqueza proviene generalmente de una desigualdad de la capacidad productiva. Si alguien tiene capacidad para producir valores cien o mil veces mayores que otro, y se le quita lo que produce, seguramente dejará de producir y de ahí que en lugar de promover la “justicia social”, se promoverá una crisis económica y el colapso de la sociedad. André Maurois escribió: “Usted sabe tan bien como yo que sólo se puede compartir lo que se tiene. La única llave para un acrecentamiento del poder adquisitivo es el incremento de la producción. Es vano creer (o fingir creer) que la redistribución de los bienes constituye por sí una solución. El cálculo ha sido hecho cien veces. Las grandes remuneraciones son poco numerosas, innumerables los que esperan la participación. No cabe duda de la justicia de que todos los trabajadores reciban una equitativa proporción del acrecentamiento de la producción. Los sindicatos tienen el deber de exigirlo; tienen también la obligación de ayudar al aumento de la producción. Sin esto, cualquier reivindicación golpea en el vacío. Arruinar una empresa no es enriquecer a los trabajadores” (De “Carta abierta a la juventud de hoy”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1968)
El socialista “soluciona” estos problemas suponiendo que cualquier persona puede dirigir una empresa para reemplazar al antiguo propietario “explotador”. Este sería el mayor hallazgo de la ciencia económica ya que permitiría vencer las dificultades económicas en los distintos países. Sin embargo, la realidad indica otra cosa. Así como cualquiera no puede llegar a ser un médico excepcional, o un científico destacado, no cualquiera puede transformarse de la noche a la mañana en un empresario innovador, capaz de tomar las decisiones empresariales adecuadas para el funcionamiento de una empresa que apenas conoce. Debe sugerirse al socialista que trate de formar empresas en lugar de apropiárselas desde el Estado, si es que en realidad busca mejorar la situación económica de la sociedad.
Se pueden sintetizar las dos actitudes extremas respecto de la cooperación y de la competencia:
Liberalismo: Tendencias sociales = Cooperación + Competencia
Socialismo: Tendencias sociales = Cooperación – Competencia
Ello implica que el liberalismo contempla la existencia de ambas tendencias y las compatibiliza en los procesos autorregulados como la democracia política y el mercado. El socialismo, por el contrario, supone que cooperación y competencia son siempre antagónicas y que debe en cada individuo anularse todo vestigio competitivo. De ahí que la educación socialista, que apunta al logro del “hombre nuevo soviético”, busca esencialmente la anulación de una de las tendencias básicas de la conducta humana. Esto, por supuesto, en el plano teórico, por cuanto la lucha por el poder dentro y fuera del Partido Comunista siempre permaneció en plena vigencia.
Mientras que el liberalismo propone el sistema democrático, tanto en lo político como en lo económico, considerando al hombre real, el socialismo propone una sociedad sin competencia, previa transformación de la naturaleza humana. Ambas tendencias pueden sintetizarse de la siguiente forma:
Liberalismo = Cooperación + Competencia + Libertad
Socialismo = Cooperación + Obediencia + Igualdad
La libertad propuesta en el primer caso surge de la movilidad social asociada a ambas formas de democracia, ya que en principio, cualquiera puede acceder al poder mediante elecciones y cualquiera puede pasar de pobre a rico y a la inversa. La libertad inherente al sistema implica un rechazo del gobierno del hombre sobre el hombre en forma permanente, pudiendo ser sólo circunstancial.
Por el contrario, el socialismo promueve una sociedad con una economía estatalmente planificada en donde se presupone la existencia de una clase dirigente (o planificadora) y de una clase que debe obedecerla, mientras que la igualdad, en realidad, se asocia sólo a la clase inferior. Mientras el socialismo teórico propone una “sociedad sin clases”, el socialismo real no puede evadir tal desigualdad.
En el ámbito de la economía se pueden dar varios casos distintos según la forma en que intervienen la cooperación y la competencia. En el primer caso tenemos una actitud competitiva destructiva parecida a una guerra, en la cual se da el resultado “perdedor-perdedor”. “El resultado típico de una guerra de precios es que las utilidades se sacrifican para todos. Fíjese usted en lo que le ha pasado a la industria de aerolíneas de los EEUU. En la guerra de precios de 1990-1993, perdió más dinero del que había ganado antes en todo el tiempo desde los hermanos Orville y Wilbur Wright” (De “Coo-petencia” de B.J. Nalebuff y A.M. Brandenburger-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2005).
En un sistema socialista, el trabajador proletario produce para el Estado, quedando la mayor parte de su producción para beneficio de la clase dirigente. “De igual modo, se puede cooperar sin tener que olvidarse uno de sus propios intereses. Al fin y al cabo, no tendría sentido crear una torta de la cual no puede participar; eso sería perdedor-ganador”.
La tendencia promovida por el liberalismo es la del beneficio simultáneo de todas las partes, por lo cual existe un resultado de ganador-ganador. Adviértase, sin embargo, que los socialistas aducen que en todo intercambio alguien gana y, necesariamente, alguien pierde, lo que no siempre así sucede.
La alternativa restante es aquella en que se produce la situación ganador-perdedor, que no es otra cosa que la explotación laboral (que puede ser evitada cambiando de trabajo en sociedades con un mercado desarrollado). También en el caso de las empresas existe la posibilidad de que una poderosa compita con una pequeña vendiendo a precios inferiores al costo para que esta última se funda permitiendo así ser absorbida por la mayor.
En todos estos casos se advierte que la conducta adoptada es, en definitiva, una actitud moral. La actitud cooperativa viene asociada a la tendencia a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, de donde surge la sensación de igualdad. Por el contrario, el egoísmo implica buscar el beneficio propio sin interesarnos por lo que le suceda a los demás. De ahí que los intercambios que tienden a perdurar sean aquellos en los que se favorecen ambas partes. Debe aclararse que la economía de mercado puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo de la gente, aunque no necesariamente se fundamenta en el egoísmo, como muchas veces erróneamente se afirma.
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