Con la palabra populismo se designa a varios procesos políticos diferentes que tienen algunos atributos en común y que por ello legitiman su empleo. El primer aspecto a considerar es la falsa opción por los pobres, ya que, la mayoría de las veces, resultan ser los más perjudicados con tales procesos, excepto el sector adepto al líder de turno que puede beneficiarse a costa de los demás. En realidad, cuando la situación económica de una sociedad mejora, o empeora, tiende a beneficiarse, o a perjudicarse, toda la sociedad, aunque de distintas maneras.
El destinatario del mensaje populista es el hombre-masa. Así, este hombre es el que se proyecta en el espacio y en el tiempo en forma limitada. Olvida el pasado muy pronto y vislumbra un futuro apenas un poco más allá del presente. Para él no existe el mediano ni el largo plazo, que tampoco es tenido en cuenta por el líder populista. Ignora todo lo que sucede en el mundo por cuanto sólo se preocupa por su propio bienestar. Chantal Delsol escribió: “El término «populismo» es, en primer lugar, un insulto: hoy en día hace mención a aquellos partidos o movimientos políticos que se considera que están compuestos por gente idiota, imbécil o incluso tarada. De tal modo que si detrás de ellos hubiera un programa o unas ideas, serían por tanto unas ideas idiotas, o un programa idiota. Hablamos de idiota en su doble acepción: moderna (un espíritu estúpido) y antigua (un espíritu engreído por sus propias particularidades). En la comprensión del fenómeno populista, una y otra acepción dialogan y se superponen de una manera característica” (De “Populismos”-Ariel-Buenos Aires 2015).
El individuo masificado se guía por sus impresiones personales sin intentar acceder al pensamiento de validez universal. “En su sentido antiguo y etimológico, un idiota era un particular, es decir, alguien que pertenece a un grupo pequeño y ve el mundo a partir de su propia mirada, careciendo de objetividad y desconfiando de lo universal. El ciudadano se caracteriza por su universalidad, su capacidad de contemplar la sociedad desde el punto de vista de lo común, y no desde un punto de vista personal. Es decir, su capacidad de dejar a un lado el prisma propio”.
“La democracia está fundada sobre la idea de que todos, gracias al sentido común y a la educación, podemos acceder a ese punto de vista universal, que es el que forma al ciudadano. Pero ya en las antiguas democracias, la elite recelaba del pueblo y a veces incluso lo acusaba, a todo el pueblo entero o a una parte al menos, de faltar a lo universal, de estar demasiado pendientes de sus propias pasiones e intereses particulares en detrimento de lo común”.
“El que llamamos demagogo atiza esas pasiones en el pueblo. El adulador del pueblo opone el bienestar al bien, la facilidad a la realidad, el presente al porvenir, las emociones e intereses primarios a los intereses sociales, elecciones que son siempre éticas. El medio popular, ¿está más dominado por sus pasiones particulares que por la elite? Esa idea oligárquica sigue viva, tenazmente, en el seno mismo de la democracia. El populismo recurre a la demagogia, pero de un modo totalmente distinto”.
El líder populista divide a la sociedad entre adeptos y opositores de una manera casi definitiva, por cuanto al mentir y al descalificar al opositor en forma sistemática, impide todo tipo de diálogo y de acercamiento entre las distintas posturas. Luego, las sociedades divididas difícilmente podrán alcanzar la etapa del desarrollo. Perón y los Kirchner fueron los políticos más efectivos en la tarea de la inoculación del odio colectivo, siendo el populismo el mismo proceso conocido como la “rebelión de las masas”, ya que implica la entronización del hombre-masa que impone su voluntad a través del líder populista, que a su vez es dirigido por tal estereotipo social.
La mentalidad populista no sólo domina la escena política, ya que en otros ámbitos sus atributos psicológicos surgen de similar manera. James Neilson escribió: “Para los obreros….la inflación ha sido una tragedia sin atenuantes: los ha destrozado. Sin embargo, los dirigentes sindicalistas no han vacilado en oponerse con dureza a todo intento por extirparla. Para ellos la inflación es una inagotable fuente de poder: cuando se hace virulenta, su protagonismo está asegurado; siempre hay motivos para justificar un nuevo «plan de lucha»” (De “El fin de la quimera”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
El populismo se fue introduciendo en la sociedad argentina desplazando todo intento de retorno al camino hacia el desarrollo. “Yrigoyen se dedicó a desprestigiar por completo al régimen «oligárquico» capitaneado por Julio A. Roca. Según él, era una tiranía vil y mendaz como las peores de la historia del género humano. Logró su propósito: los radicales siguen creyendo que «la oligarquía» era una casta singularmente despreciable”. “El aporte de Yrigoyen al fracaso argentino fue notable. Su ejemplo contaminó a muchos dirigentes representativos de las generaciones siguientes, para quienes «el viejo» dejó sentado que la democracia era sinónimo de incapacidad defendida con sermones. Su retórica fatua, tan vaga como portentosa y atiborrada de apotegmas sentenciosos adorados por las nuevas clases medias, su moralismo sensiblero –desconectado por completo de lo que en efecto hicieron los radicales en el poder y empleado sobre todo para ocultar del público su desconcierto ante problemas espinosos-, todo contribuyó a potenciar las características más negativas de la política populista”.
“El patrimonialismo es una faceta del caudillismo: la idea, difundida en América Latina, de que es deber del dirigente ocuparse de sus simpatizantes y aliados que, por su parte, aportan la fidelidad a prueba de todo. Esta relación feudal es de suma importancia en todos los partidos, pero sobre todo en la UCR y el Partido Justicialista. Pocos son conscientes de que se trata de algo muy latinoamericano. Parece natural, universal, tal vez porque sus raíces se remontan a épocas olvidadas”.
La denominada “oligarquía” tampoco estuvo alejada, mentalmente, del hombre-masa, siendo también responsable del ascenso populista. James Neilson agrega: “Acaso todo le había resultado demasiado fácil. País de inmensos recursos y población escasa, la Argentina de fines del siglo XIX parecía tener la bonanza asegurada. Pero la «oligarquía» no supo entender que la mayor parte de sus logros se habían debido a una coyuntura estupenda. Como tantas otras elites privilegiadas por las circunstancias, se durmió en sus laureles. Adoptó la mentalidad rentista, de dueño ausente, que es la maldición de la gente acomodada en toda Latinoamérica. Olvidó de dónde provenía su buena fortuna. Gobernar dejó de ser una responsabilidad exigente: se convirtió en un derecho, casi en un ornamento. Le faltó no sólo la vocación del poder sino también, claro está, perspectiva histórica, deficiencia común a todos los sectores, que sólo el tiempo puede remediar”.
El populismo no sólo promueve la fragmentación de la sociedad, sino que pretende romper los lazos con el pasado y con nuestros orígenes, esencialmente europeos. El traslado de la estatua de Cristóbal Colón a un lugar secundario, en Buenos Aires, es un síntoma de la mentalidad reinante. El citado autor escribió: “Merced a la distancia geográfica, aquí ha sido posible ingeniárselas para asumir el rol de víctimas inocentes del colonialismo. Quienes se han comprometido con dicha postura quisieran pasar por alto el hecho manifiesto de que, de no haber sido por el colonialismo que denuncian con fervor justiciero, la Argentina nunca hubiera existido. El rencor apenas contenible que sienten los que intentan reemplazar el pasado por un mito a su juicio más digno puede entenderse: para un parricida, saberse producto de un pecado imperdonable constituye un motivo adicional para odiar a sus progenitores” (De “Los años que vivimos con K”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2011).
Generalmente, el líder populista posee rasgos narcisistas, por lo cual resulta frecuente que se rodee de personas inferiores a él. Mientras que la aristocracia es el gobierno de los mejores, puede decirse que el populismo es el gobierno de los peores. Fernando A. Iglesias escribió: “La oposición (entendida como oposición al peronismo) representa al conjunto de la sociedad nacional, con sus virtudes y defectos. El peronismo, en cambio, representa sólo lo peor de ella: su arribismo oportunista, su sectarismo providencialista, su mesianismo demagógico, su falta de respeto por la ley y las instituciones, su sumisión serial a sucesivos salvadores de la Patria, su autoritarismo, su gregarismo anti-individualista y a la vez egoísta, su completa falta de autocrítica, su dependencia del Estado, su victimismo y resignación, su fanático cinismo y su cínico fanatismo, su resentimiento, su necrofilia, su tendencia al egoísmo y a la unanimidad, su corporativismo disfrazado de solidaridad, su apego a las mentiras y las falsas ilusiones. Y también encarna sus cuatro creencias fundamentales: el estatismo destructor del Estado; el industrialismo destructor de la industria; el nacionalismo destructor de la nación y el populismo opresor del pueblo”.
“Si el peronismo es peornismo, si representa y potencia sólo lo peor de la sociedad nacional, el kirchnerismo ha representado y potenciado lo peor del peronismo. No el deseo de reivindicación social y participación en la vida pública que el primer peronismo deformó y frustró, pero que también expresaba, sino la devolución de la gran masa del pueblo peronista a la servidumbre y el sometimiento del entero país a una oligarquía política cuyos resultados fueron mucho peores que los obtenidos cien años antes por la oligarquía agro-ganadera” (De “Es el peronismo, estúpido”-Galerna-Buenos Aires 2015).
El líder populista, o el totalitario, es quien se encarga de engañar al pueblo desalentando sus auténticas aspiraciones. De no existir, el hombre-masa habría logrado seguramente encaminarse hacia su ciudadanía normal. Chantal Delsol escribió: “Lenin y sus compañeros, en el seno del movimiento llamado entonces «social democracia», se adjudicaban la tarea de despertarlos. En tanto intelectuales, aportaban una doctrina: la descripción de un orden justo, que debía reemplazar al otro. Era necesario además que la gente quisiera una transformación, y que se hiciera cómplice. Si no, no habría revolución”.
“Pero se produjo un fenómeno inesperado. Lenin escribía: «Un descubrimiento sorprendente amenaza con derrocar todas las ideas preconcebidas». Esta era la sorpresa: cuando las masas se expresan, no emiten la misma voluntad que el partido que trabaja para ellas. El proletariado industrial reclama poder defenderse contra sus patronos, es sindicalista, desea aumentar su salario, vivir y trabajar en condiciones decentes. El partido por su parte quiere abolir el sistema capitalista, y por consiguiente la noción misma de salario. Los campesinos, y este sería uno de los problemas más graves con los que tropezaría Lenin, dado su número, seguían deseando vivir en el seno mismo de sus tradiciones y sus costumbres comunitarias, mientras el partido quería abolir las tradiciones y sacrificar la religión. Conclusión amarga: el pueblo soñaba con volverse pequeño-burgués, categoría que el partido quería suprimir, precisamente. Allí donde Lenin esperaba batallones de descamisados revolucionarios, dispuestos a todo para cambiar el mundo, encontró cohortes de progresistas y conservadores. Decepción”.
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