Existe en la Argentina una división de la sociedad que puede considerarse como un enfrentamiento entre un sector pro-Occidental enfrentado a otro anti-Occidental. Cada grupo tiene sus propios héroes patrios, sus figuras representativas, que por lo general resultan ser los antihéroes del sector opositor. Este es el caso de Jorge Luis Borges, alabado por unos y denostado por otros. Néstor Montenegro escribió sobre el escritor: “No creía en las sociedades ni en los Estados; lo hacía en el individuo y en aquellos actos de fe que ayudan a construir el porvenir”. “Como ciudadano padeció reiteradas veces el fenómeno de la censura y su aledaño, la fragmentación. Tal vez por ello, fue siempre reacio a manifestarse públicamente en temas relacionados con la actualidad”.
Borges expresó: “Los estoicos se declararon cosmopolitas, ciudadanos del mundo. Debemos tratar de ser dignos de ese antiguo propósito”. “El nacionalismo es el mayor de los males de nuestro tiempo. Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología peculiar, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras” (De “Borges por el siglo de los siglos” de Néstor Montenegro-Ediciones Simurg-Buenos Aires 1999).
Por tener una abuela inglesa, y por aprender de ella tempranamente su idioma, Borges recibió críticas de los sectores “nacionalistas” quienes lo calificaron de “anglófilo”, sin tener presente que nuestro país se conoce en el ambiente literario principalmente a través de su obra, y nunca por la de sus opositores. Entre los autores argentinos más citados en el extranjero, incluso en libros no especializados, como los de divulgación científica, aparece Borges. “La patria es ahora todas mis patrias, todos los árboles que me dieron su sombra, todos los libros que he leído para mi bien, todos los hombres de buena voluntad que serán, fueron y son”. “Creo ser un buen argentino, un buen europeo, un buen cosmopolita, un buen ciudadano de esa Utopía, clara remota, que nos librará de fronteras y de batallas”.
A Borges se lo ha calificado también como “anti-peronista”, lo cual es incorrecto puesto que todo “anti-algo” da idea de que se carece de un “pro-algo”, que orienta y le da sentido a la vida. En realidad fue un escritor que hizo cosas positivas, mientras que Perón fue un tirano que sembró la división y el odio entre los argentinos, por lo cual todo individuo que estaba a favor del país necesariamente era opositor al peronismo. También se oponía al fascismo y al nazismo, ideologías afines al peronismo, por cuanto constituían un serio peligro para la civilización occidental. Luis Fernando Beraza escribió: “Es indudable que Borges admiraba la cultura judía. Para demostrarlo no hace falta más que citar sus obras sobre la Cábala, el Golem o el Aleph. Sin embargo, en él había otro motivo para cargar contra los germanófilos o nazis criollos: el deseo de éstos de destruir a Inglaterra. Para él, además de su repulsión por los totalitarismos y el antisemitismo, estaban presentes sus simpatías británicas, ya que los enemigos de los ingleses eran sus propios enemigos”.
Con el ascenso de Perón, es denigrado como tantos otras personas decentes; opositoras al régimen. El citado autor agrega: “Por esos días, para sostenerse económicamente, trabajaba en un puesto de auxiliar en una modesta biblioteca municipal”. “Como era y es lamentablemente clásico en nuestro país, el gobierno recién instalado en el poder tomó revancha. Lo sacó de ese lugar lleno de libros y le dio un cargo de «Inspector de aves en los Mercados Municipales». Era una provocación y un insulto, además de un gran error político por parte del gobierno peronista”.
“Como era lógico, Borges renunció de inmediato. En esos momentos sus amigos de la revista «Sur» le hicieron una comida de desagravio. Quizás lo más interesante del asunto fueron las palabras que pronunció: «…las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad, más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez»” (De “Antiperonistas”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2010).
El valor cultural de una nación está asociado a la cantidad y a la calidad de sus aportes a la cultura universal. Sin embargo, sus aportes fueron descalificados casi tanto como su persona, principalmente por aquellos que poco o nada hacen ni dejan hacer a los demás. Uno de tales argumentos radica en la dudosa compatibilidad de la obra borgeana con la “identidad nacional”. Elena Poniatowska escribió: “Borges se apoyó en la idea de Alfonso Reyes de que para ser provechosamente nacional hay que ser generosamente universal. Escribió en la revista Sur, a un año de la muerte de don Alfonso y en un intento de descubrir la clave de la obra de Reyes: «El inglés, el portugués y el español son las lenguas de América, y la contingencia de que éstas formen otras más adecuadas a la expresión de nuestro continente puede ser un temor o una esperanza, pero no el tema de un proyecto inmediato. El uso de aquellas lenguas no significa que nos sintamos ingleses, portugueses o españoles; la historia atestigua nuestra voluntad de dejar de serlo. Esa voluntad no es una renuncia; quiere decir que somos hombres de todo el pasado y no de los hábitos o pasiones de tal o cual estirpe. Como el judío de la tesis de Veblen, manejamos la cultura de Europa sin excesos de reverencia. (En cuanto a las culturas indígenas, imaginar que las continuamos es una afectación arbitraria o un alarde romántico)»”.
“Con Waldemar Verdugo-Fuentes fue aún más explícito: «Creo que el nacionalismo es un defecto, indudablemente. Y el vicio más incorregible de los argentinos es el nacionalismo. Es como una manía general de los primates, estar siempre asegurando sus dominios territoriales. Entiendo que un país que tiene cultura antigua se puede permitir el ser nacionalista, pero aquí sólo tenemos un siglo y medio de historia nacional. No sé cómo pretendemos ser nacionalistas. No tenemos ni cultura propia siquiera»” (De “Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes: la cuestión de la identidad del escritor latinoamericano” de Amelia Barili-Fondo de Cultura Económica-México 1999).
Amelia Barili escribió: “El concepto alfonsino de inteligencia americana como libertad creativa propia del que escribe entre dos culturas impulsa a Borges a liberarse de sus ataduras al color local y lanzarse a sus revolucionarios experimentos con el legado europeo y latinoamericano, marcando un cambio de estilo que a su vez influirá en otros escritores latinoamericanos”.
Se ha pretendido, también desde la izquierda política, escindir a Borges de su nacionalidad, de la misma forma en que los soviets denigraban a todo lo auténtico y tradicional que encontraban a su paso destructivo. Un tatarabuelo formó parte del Ejército Libertador del Gral. San Martín, mientras que un abuelo intervino en batallas como Pavón, Cepeda y Puente Alsina, evidenciando ciertas raíces nacionales; incluso tenía algún parentesco con Francisco Narciso de Laprida y Juan Manuel de Rosas.
Así como las criticas adversas contra el capitalismo, cuando surgen de personajes como Hitler, Lenin, Mao o Stalin, se convierten en elogios, las criticas de quienes pretenden destruir todo lo que sea occidental, incluyendo a la propia sociedad argentina, se convierten en elogios teniendo en cuenta de quienes vienen. Horacio Salas escribió: “Al reeditar «Discusión» en 1957, Borges incluyó una conferencia…sobre «El escritor argentino y la tradición». Respondía de paso a los críticos que desde el principio de la década del treinta lo acusaban de europeísta y antiargentino. Argumento con el que sus detractores habrían de arreciar en las décadas siguientes. Allí fue terminante: «Los nacionalistas simulan venerar capacidades de la mente argentina pero quieren limitar el ejercicio poético de esa mente a unos pobres temas locales, como si los argentinos sólo pudiéramos hablar de orillas y estancias y no del universo». Y subraya: «Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos el derecho a esta tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental (…) Todo lo que hagamos con felicidad los escritores argentinos pertenecerá a la tradición argentina, de igual modo que el hecho de tratar temas italianos pertenece a la tradición de Inglaterra por obra de Chaucer y de Shakespeare (…) Debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentinos es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara. Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores»”. (De “Borges. Una biografía”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1994).
Por otra parte, Paul Verdevoye escribió: “Cuando se le ocurre a Ben Molar preparar un disco de tangos modernos, dice que lo hizo pensando en Borges, a quien pidió su colaboración así como a Sábato, Marechal, Mujica Lainez, etc., y a músicos actuales”. “En la presentación, cada uno de los poetas da su definición del tango; Borges, sintetizando el parecer de todos, afirma que en la música del tango «nos sentimos confesados ahora todos los argentinos»”.
“Esta tónica metafísica, que podría ser una de las características de la mentalidad argentina, si seguimos a Sábato, tiene un eco profundo en la literatura fantástica, género que, precisamente, tiene en el Río de la Plata una tradición secular”.
“Comprobamos una vez más que en este caso como en otros, la obra borgeana echa múltiples raíces en la cultura argentina. Pero, evidentemente, cuando Michel Foucault parte de Borges para meditar acerca de «las palabras y las cosas», no le preocupa el aspecto autóctono del escritor, sino la inventiva y el poder de las palabras en la obra borgeana”. “Ser universal no está reñido con ser argentino” (De “Identidad y literatura en los países hispanoamericanos”-Ediciones Solar SA-Buenos Aires 1984).
Así como Domingo F. Sarmiento criticaba al gaucho mientras abría escuelas para sus hijos, Jorge Luis Borges criticaba la cultura nacional para engrandecerla con sus aportes literarios. Ninguno de ellos renunció a nuestros orígenes occidentales.
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