Es frecuente encontrarse con personas que tienen poca capacidad para afrontar los inconvenientes cotidianos que la vida les impone, y en las cuales toda contrariedad, o toda incomodidad, se traducen en alguna forma de sufrimiento, especialmente de tipo moral. Sus estados de ánimo fluctúan en función de tales contrariedades, por lo que su vida se centra en la estrategia utilizada para evitarlos o superarlos. En este caso designamos como incomodidad todo hecho desagradable que resulta soportable, mientras que el sufrimiento es el estado mental, o la situación personal, que poco se soporta, debiendo la persona afectada realizar un gran esfuerzo para superarlo, o para adaptarse a esa situación.
Por el contrario, cuando una persona se proyecta hacia el futuro o cuando su escala de valores contempla bastante más allá de lo material o lo superfluo, todas las incomodidades pasan a un segundo plano y, en cierta forma, queda “inmunizada” contra los inconvenientes cotidianos que siempre aparecen. Se puede expresar este fenómeno mediante cierta igualdad matemática:
Incomodidad – Esperanza = Sufrimiento
Si nuestra esperanza, como proyección hacia el futuro, es débil o inexistente, toda incomodidad tiende a transformarse en sufrimiento, es decir, toda contrariedad, que debería resultar tolerable, tiende a hacerse insoportable. En otros casos, cuando el individuo observa el futuro con optimismo, la esperanza contrarresta todas las incomodidades del presente y el sufrimiento resulta ser mínimo. Robert Burton escribió: “La esperanza y la paciencia son dos soberanos remedios para todo; son los más seguros y más blandos cojines sobre los cuales podemos reclinarnos en la adversidad” (Del “Diccionario de citas” de C. Goicoechea Romano-Editorial Labor SA-Barcelona 1953).
Entre las ideas difundidas por Viktor Frankl, asociadas a su detención y encierro en un campo de concentración nazi, encontramos aquella que indica que quienes tenían mayores probabilidades de sobrevivir eran aquellos que tenían esperanzas, o proyectos, para el futuro. De allí sacaban las fuerzas anímicas que los hacían “lucir saludables” ante los guardias nazis, por cuanto se mostraban dispuestos a trabajar, mientras que quienes no lo lograban, terminaban siendo eliminados. Frankl comenta los consejos que les daba un prisionero de mayor antigüedad: “Con un tinte de buen humor y una actitud despreocupada nos dio unos cuantos consejos apresurados: «¡No tengáis miedo! ¡No temáis las selecciones!....Pero una cosa os suplico, que os afeitéis a diario, completamente si podéis, aunque tengáis que utilizar un trozo de vidrio para ello…aunque tengáis que desprenderos del último pedazo de pan. Pareceréis más jóvenes y los arañazos harán que vuestras mejillas parezcan más lozanas. Si queréis manteneros vivos sólo hay un medio: aplicaros a vuestro trabajo. Si alguna vez cojeáis, si, por ejemplo, tenéis una pequeña ampolla en el talón, y un SS lo ve, os apartará a un lado y al día siguiente podéis asegurar que os mandará a la cámara de gas»” (De “El hombre en busca de sentido”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).
En circunstancias menos adversas, el hombre trata de compensar las incomodidades buscando mayores comodidades, es decir, en lugar de tratar de incorporar nuevas ideas o mayores conocimientos, busca mayores comodidades para su cuerpo. Este es el inicio de la actitud consumista y de las sociedades de consumo. La adquisición de cosas que resultan superfluas para la persona con un adecuado sentido de la vida, han de resultar esenciales para quienes no posean tal sentido.
La valoración social tiende luego a ubicar en el peldaño superior a quienes mayores medios materiales disponen, ya que ello ha de ser un indicio de “felicidad”. De ahí surge, además, la envidia hacia los ricos y el propio desprecio hacia uno mismo por carecer de las aptitudes suficientes para ese logro. Surge también la simulación de quienes se tratan de lucirse socialmente como personas de cierta “calidad” mostrando insatisfacción ante las pequeñas incomodidades.
Incluso las modas tienen relación con la simulación social, tal el caso de lucir una piel blanca para indicar que no se tiene necesidad de trabajar al sol, como ocurría en los primeros años del siglo XX. Por el contrario, en la actualidad se trata de lucir una piel bronceada para indicar que se tienen los suficientes medios económicos para irse de vacaciones, o el suficiente tiempo libre para tomar sol. Jorge Luis Borges escribió en el prólogo de un libro: “En este libro, que data de 1899, Veblen descubre y define la clase ociosa, cuyo extraño deber es gastar dinero ostensiblemente. Así, se vive en cierto barrio, porque es fama que ese barrio es más caro. Liebermann o Picasso fijaban sumas elevadas, no por ser codiciosos, sino para no defraudar a los compradores cuyo propósito era mostrar que podían costearse una tela que llevara su firma. Según Veblen, el auge del golf se debe a la circunstancia de que exige mucho terreno. Erróneamente afirma que el estudio del latín y del griego tiene su raíz en el hecho de que ambas lenguas son inútiles. Si un ejecutivo no tiene tiempo para el gasto ostensible, su mujer o sus hijos lo hacen por él, de suerte que los cambios periódicos de la moda proporcionan libreas”.
“Veblen pensó y compuso este libro en los Estados Unidos. Entre nosotros, el fenómeno de la clase ociosa es más grave. Salvo los pobres de solemnidad, todo argentino finge pertenecer a esa clase. De chico, he conocido familias que durante los meses calurosos vivían escondidas en su casa, para que la gente creyera que veraneaban en una hipotética estancia o en la ciudad de Montevideo. Una señora me confió su intención de adornar el «hall» con un cuadro firmado, ciertamente no por virtud de la caligrafía” (De “Teoría de la clase ociosa” de Thorstein Veblen-Hyspamérica Ediciones Argentinas SA-Buenos Aires 1985).
Cuando la persona está convencida de que el consumismo es el camino de la felicidad, en cierta forma la consigue, de la misma manera en que mejora la salud de quien confía en la eficacia de una droga, aunque se trate sólo de un placebo. El consumismo, a veces logra mejorar las relaciones humanas, tal el caso de las personas que saludan a todo el mundo e incluso tienen predisposición a llevarlas en su automóvil cuando hace muy poco que lo adquirieron.
Por lo general, quienes piensan que el hombre conforma su personalidad en base a la influencia social recibida, ignorando los aspectos biológicos heredados, culpan al sistema capitalista por la tendencia consumista de las sociedades actuales, sin tener en cuenta que la economía de mercado sólo es un medio eficaz para satisfacer las demandas del consumidor. El carácter de tales demandas depende de factores psicológicos y morales que nada tienen que ver con la efectividad económica del sistema.
Cuando se renuncia a la posibilidad de lograr dinero en la cantidad ambicionada, o cuando tampoco se tiene la posibilidad o la capacidad de fingir poseerlo, surge en muchas personas una falsa espiritualidad que, a veces, induce a las personas a “buscar refugio” en la verdadera espiritualidad, definida ésta como la búsqueda de valores afectivos (o morales) y también intelectuales. Víktor Frankl escribió: “¿No es cierto que el hombre aspira propia y radicalmente a ser feliz? ¿No lo reconoció ya el propio Kant, añadiendo únicamente que el hombre debe aspirar también a hacerse digno de la felicidad? Yo diría que lo que el hombre quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. Una vez sentado este fundamento, la felicidad o el placer surgen espontáneamente. Kant afirma que «la felicidad es la consecuencia del cumplimiento del deber» y que «la ley debe preceder al placer para que éste pueda sentirse»” (De “El hombre doliente”- Editorial Herder SA-Barcelona 1987).
Para describir al hombre espiritual, se puede cambiar la igualdad anterior por otra semejante:
Espiritualidad – Incomodidad = Felicidad
Mientras que la primera relación describe al hombre que trata de evitar la infelicidad, la segunda supone que trata de encontrar la felicidad, si bien la tendencia en ambos casos es la misma. Es oportuno decir que las fuentes de la felicidad son “inagotables”, ya que existen 7.000 millones de seres humanos en el planeta con quienes, al menos como posibilidad, puede establecerse un vínculo afectivo, además de los animalitos domésticos que nos brindan esa posibilidad. Por otra parte, el aspecto intelectual puede ser satisfecho contando con el enorme caudal de conocimientos adquirido por la humanidad hasta el presente.
Posiblemente, en un futuro no muy lejano, se podrá producir el gran cambio esperado por todos los hombres; el momento en el cual se abandone una etapa en que el hombre huye del sufrimiento para entrar en otra en la cual el hombre se decide a buscar la felicidad. Como el camino de la felicidad involucra a otras personas, no ha de ser una búsqueda individual sino necesariamente colectiva. Víktor Frankl escribió: “A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse la paradoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo los menos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo que los de naturaleza más robusta”.
“Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente –con dignidad- ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: «Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita»” (“El hombre en busca de sentido”).
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