Los motivos por los cuales un ciudadano opta por un candidato político en lugar de otro, responden a diversas causas, si bien es posible reunirlas en función de las componentes emocionales de las actitudes personales. De ahí tenemos las siguientes posibilidades:
a- Voto constructivo
b- Voto egoísta
c- Voto competitivo
d- Voto mayoritario
En el primer caso, tenemos el voto constructivo o cooperativo, por el cual se opta por el candidato que vislumbra hacer una gestión eficaz que ha de beneficiar a todos los sectores. En el segundo caso, el ciudadano elige al candidato que, por alguna razón, piensa que lo va a favorecer personalmente aun sospechando que no lo hará con otros sectores. En el voto competitivo, se tienen en cuenta, no tanto los beneficios para uno mismo o para la sociedad, sino el perjuicio que se ocasionará al sector al cual se odia, aun a costa de perjudicarse parcialmente el propio votante. En el voto mayoritario, se tiene en cuenta lo que aparentemente ha de elegir la mayoría, sin otro criterio adicional.
En el voto constructivo se tienen en cuenta las tendencias políticas y económicas que han resultado efectivas en otros países, o en el pasado en el propio país. Sin embargo, tal apreciación puede estar influenciada por la propaganda mal intencionada que deforma la realidad con fines puramente electorales. Así, en algunos países se estima que el siglo XX mostró el fracaso del capitalismo en lugar del fracaso del socialismo y los populismos.
El voto egoísta supone que el futuro gobierno de cierto partido político va a beneficiar a su propio sector sin importarle mayormente los demás, ya sea que se trate del sector empresarial, obrero, estatal, etc. Esta actitud es estimulada por los gobiernos populistas a través de la compra de votos con dinero del propio Estado, favoreciendo la permanencia en el poder del partido gobernante. Es la causa del aumento ilimitado de los puestos laborales en el Estado, otorgados a cambio de votos. Luego, el deterioro económico del país resulta inevitable. Sin embargo, si la compra de votos ha sido “efectiva”, es posible el triunfo electoral del partido que ha deteriorado seriamente al país, aspecto poco tenido en cuenta por quienes observan tan sólo sus ventajas personales.
El voto competitivo es el motivado esencialmente por la envidia. Así, bajo un gobierno socialista, el nivel de vida tiende a descender y las incomodidades a aumentar, ya que se busca prioritariamente la igualdad. El individuo, sin embargo, prefiere sacrificar parte de su bienestar con tal de que los ricos, por quienes siente envidia, compartirán sus propias incomodidades.
El voto mayoritario es el emitido por las personas poco interesadas por la política o por la economía y deciden su voto en función exclusiva del carisma de algún político o por la calidad o la cantidad de propaganda partidaria realizada, teniendo nuevamente grandes ventajas el partido que ya está en el poder ya que utiliza todos los medios estatales (económicos, medios de información) a su exclusivo beneficio. De ahí que sea recomendable excluir legalmente las posibilidades de reelección.
El físico Richard P. Feynman comentaba que el pensamiento dominante en nuestra época poco tiene de científico, aunque el progreso de la ciencia se puede advertir en los adelantos tecnológicos observados. Al respecto escribió: “Si ustedes toman, por ejemplo, la edad heroica de los griegos, había entonces poemas sobre los héroes militares. En el periodo religioso de la Edad Media, el arte estaba relacionado directamente con la religión, y las actitudes vitales de la gente estaban muy estrechamente ligadas a los puntos de vista religiosos. Era una edad religiosa. Desde ese punto de vista, esta no es una era científica”.
“Ahora bien, el hecho de que existan cosas acientíficas no me apesadumbra. Esta es una bonita palabra. Quiero decir que no es eso lo que me preocupa, que existan cosas acientíficas. Que algo sea acientífico no es malo; no es esta la cuestión. Y el calificativo de científico está reservado, por supuesto, a aquello que podemos conocer por ensayo y error”.
“Me gustaría discutir algunos de los pequeños trucos cuando se trata de juzgar una idea. En las ciencias tenemos la ventaja de que en última instancia podemos someter una idea al experimento, lo que quizá no sea posible en otros campos. Pero, en cualquier caso, algunas de las maneras de juzgar las cosas, algunas de las experiencias son indudablemente útiles en otros ámbitos. Por eso empiezo con algunos ejemplos”.
“El primero tiene que ver con discernir si un hombre sabe o no de lo que está hablando, si lo que dice tiene alguna base o no. Y el truco que uso es muy fácil. Si ustedes le plantean preguntas inteligentes –es decir, preguntas penetrantes, honestas, francas y directas sobre el tema, y no preguntas capciosas- rápidamente se quedará atascado. Es como cuando un niño hace preguntas ingenuas. Si ustedes hacen preguntas relevantes pero ingenuas, entonces la persona no tiene una respuesta inmediata, si realmente es un hombre honesto. Es importante darse cuenta de esto. Y creo que puedo ilustrar un aspecto acientífico del mundo que probablemente sería mucho mejor si fuera más científico. Tiene que ver con la política”.
“Supongamos que dos políticos están compitiendo para ser presidentes; uno de ellos pasa por la sección de agricultura de su programa y alguien le pregunta: «¿Qué va a hacer usted con la cuestión agrícola?». Y el lo sabe inmediatamente: bang, bang, bang. Ahora la persona que plantea la pregunta va a ver al candidato siguiente: «¿Qué va a hacer usted con el problema agrícola?» «Bien, no lo sé. Yo era general y no sé nada sobre agricultura. Pero me parece que debe ser un problema muy difícil, porque durante doce, quince, veinte años la gente ha estado batallando con él, y la gente dice que sabe cómo resolver el problema agrícola. Y debe ser un problema difícil. Así que la forma en que yo intento resolver el problema agrícola consiste en rodearme de un grupo de personas que sepan algo sobre ello, considerar todas las experiencias que hemos tenido antes con este problema, dedicarle una cierta cantidad de tiempo y luego llegar razonablemente a alguna conclusión acerca del mismo. Yo no puedo decir ahora por adelantado cuál será la conclusión, pero puedo darle algunos de los principios que yo trataré de utilizar: no haremos las cosas difíciles para los agricultores individuales y, si existen algunos problemas especiales, buscaremos la forma de ocuparnos de ellos», etc., etc., etc.”.
“Ahora bien, ningún hombre semejante llegará nunca a ninguna parte en este país, pienso yo. Nunca se ha intentado, en cualquier caso. Esto forma parte de la actitud mental del pueblo llano, el hecho de querer recibir una respuesta y pensar que un hombre que da una respuesta es mejor que un hombre que no da respuestas, cuando, en la mayoría de los casos, lo cierto es lo contrario. Y el resultado de esto es, por supuesto, que el político debe dar una respuesta. Y el resultado de esto es que las promesas políticas nunca pueden mantenerse”.
“Es un hecho mecánico: es imposible. El resultado de ello es que nadie se cree las promesas de las campañas electorales. Y el resultado de esto es un desdén general hacia la política, una falta general de respeto hacia las personas que están tratando de resolver problemas. Todo se deriva del propio principio (quizá, este es un análisis simple). Todo se deriva, quizá, del hecho de que la actitud del pueblo llano consiste en tratar de encontrar la respuesta en lugar de tratar de encontrar a un hombre que tenga un modo de buscar la respuesta” (De “Qué significa todo eso”-Crítica-Barcelona 1999).
Es evidente que los problemas de una nación los debe solucionar gente capacitada y que el ciudadano debe intentar buscar al político que intente mejorar todos los sectores, en lugar de mejorar algunos a costa de empeorar otros o de empeorar a todos para alivianar el sufrimiento moral de quienes padecen de envidia. Sin embargo, en lugar de mejorar este proceso, el de la democracia representativa, hay quienes proponen una democracia directa, o participativa. Esto implicaría, no sólo el fin de la democracia sino de la propia civilización, ya que los grandes problemas se solucionarían por consenso o por elección mayoritaria. Así, por ejemplo, la gente votaría qué hacer con la salud pública, en lugar de ser médicos los que habrían de decidir sobre el tema. Bajo una democracia participativa no habría “gobierno del pueblo” sino “gobierno indirecto del líder populista” que tiene la habilidad de inducir voluntades sin capacidad ni responsabilidad alguna. En realidad, la democracia representativa distorsionada nos da un indicio de lo que habría de ser una democracia participativa.
Si se considera que la democracia representativa y la economía de mercado son el mejor sistema político y económico, respectivamente, o los menos malos, debe tenerse presente que ambos presuponen un nivel ético aceptable por parte de sus actores. De lo contrario, tales tipos de organización social no responderán a las expectativas. Giovanni Sartori escribió: “¿La democracia está en peligro? Me temo que tengo que responder que, a largo plazo, sí”.
“La democracia es una «gran generosidad», porque para la gestión y la creación de la buena ciudad confía en sus ciudadanos. Pero los estudios sobre la opinión pública ponen en evidencia que esos ciudadanos lo son poco, dado que a menudo carecen de interés, que ni siquiera van a votar, que no están mínimamente informados. Por tanto, decir que la democracia es una gran generosidad subraya que la democracia siempre está potencialmente en peligro”.
“Sin embargo, tenemos que distinguir entre la máquina y los maquinistas. Los maquinistas son ciudadanos, y no son nada del otro mundo. Pero la máquina es buena. Es más, en sí misma, es la mejor máquina que se ha inventado nunca para permitir al hombre ser libre, y no estar sometido a la voluntad arbitraria y tiránica de otros hombres. Construir esta máquina nos ha llevado casi dos mil años. Intentemos no perderla”.
“Yo no creo que la democracia necesite importantes innovaciones estructurales. Lo que me preocupa son los maquinistas. En los años treinta, José Ortega y Gasset escribía «La rebelión de las masas», un libro muy inteligente donde se identifica al ciudadano como el «hombre-masa». ¿Quién es ese tipo? Es un niño malcriado e ingrato que recibe en herencia unos beneficios que no merece y que, por consiguiente, no aprecia. La cuestión es que el niño mimado es un hombre debilitado, «ablandado». Ortega lo llamaba «invertebrado», sin espina dorsal. Y dado que nos aguardan retos durísimos, ¿será capaz de afrontarlos el niño mimado? Espero que sí. Pero no estoy nada seguro. Nos queda, en cualquier caso, la esperanza de que nuevas generaciones de jóvenes me desmientan” (De “La democracia en 30 lecciones”-Taurus-Buenos Aires 2009).
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