La violencia escolar es un aspecto más de la violencia existente en una sociedad. Actualmente conocida por su designación en inglés (bullying), está caracterizada por un acoso psicológico que a veces puede llegar a la violencia física. Debemos, sin embargo, especificar que violento es el que inicia el acoso psicológico y no el que, a veces, responde con violencia a esa situación.
Resulta frecuente la descalificación de un alumno tanto si muestra alguna superioridad como alguna deficiencia intelectual o física. Este fue el caso del pequeño Isaac Newton, que nació prematuramente pesando alrededor de un kilogramo. Cuentan los historiadores que, ante el acoso de un escolar de mayor contextura física, Newton se vio forzado por las circunstancias a enfrentarlo, logrando vencerlo. De ahí en más, comienza a mejorar en sus estudios superando ampliamente a los demás escolares. Richard S. Westfall escribió: “En los primeros tiempos de la estancia de Newton en Grantham, sucedió algo que le atormentó profundamente y que no fue capaz de olvidar. Ni siquiera había tenido tiempo de afirmar su poder intelectual. Fuera por la deficiente formación que había recibido en las escuelas de aquellos pueblos o porque se encontraba de nuevo solo y asustado, el caso es que había sido relegado al último banco, e incluso en éste ocupaba uno de los últimos puestos. Una mañana, de camino a la escuela, el niño que ocupaba el puesto inmediatamente superior al suyo le dio una fuerte patada en el estómago. Debía tratarse de Arthur Storer. Los niños se comportan como niños, sí, pero una patada en el estómago requiere cierta provocación”.
“Según el relato de Conduitt: «Tan pronto como terminaron las clases, retó al niño a una pelea y salieron juntos al patio de la iglesia. El hijo del maestro se acercó a ellos, mientras peleaban, y empezó a dar palmadas en el hombro de uno y a guiñar el ojo al otro, para azuzarles. Aunque sir Isaac no era tan fuerte como su antagonista, tenía mucho más empuje y resolución, y golpeó al otro hasta que declaró que no pelearía más, ante lo cual el hijo del maestro le pidió que lo tratara como a un cobarde y le restregara la nariz contra el muro. Sir Isaac, entonces, le agarró por las orejas y estampó su cara contra un lado de la iglesia»”.
“No contento con golpearlo físicamente, insistió en derrotarle también en el terreno académico; una vez encauzado, Newton se convirtió en el primer alumno de la escuela. Su progresión dejó un rastro tras de sí, y todos los bancos que ocupó fueron grabados con su nombre” (De “Isaac Newton: una vida”-Ediciones Folio SA-Barcelona 2004).
El acoso psicológico va siempre asociado a la burla y la ironía. La burla implica manifestar cierta alegría propia ante los errores, defectos o penas ajenas, ya sean reales o imaginarios. El burlesco carece de empatía ya que es incapaz de compartir las penas y las alegrías ajenas. Incluso puede decirse que posee una empatía negativa ya que el sufrimiento ajeno le provoca bienestar propio (manifestado en forma de burla) y la felicidad ajena le provoca malestar propio (manifestado en forma de envidia). La burla y la envidia se dan juntas en una misma persona y constituyen los dos aspectos que caracterizan al odio.
Por lo general, la envidia es disfrazada con falsas actitudes ya que denota un autocastigo cercano y permanente que requiere ser compensado por altas dosis de burla y de degradación hacia los demás. Marie-France Hirigoyen escribió: “La envidia es un sentimiento de codicia, de irritación rencorosa, que se desencadena a raíz de la visión de la felicidad y las ventajas del otro. Es una mentalidad inicialmente agresiva que se funda en la percepción de lo que el otro posee y uno no. Esta percepción es subjetiva, y puede llegar a ser delirante. La envidia comporta dos polos: por un lado, el egocentrismo y, por otro, la mala intención, que se basa en las ganas de perjudicar a la persona envidiada. Esto presupone un sentimiento de inferioridad en relación con esa persona que posee lo que uno codicia. El envidioso lamenta ver cómo el otro posee ciertos bienes materiales o morales, y desea destruirlos antes que adquirirlos. Si los adquiriera, no sabría qué hacer con ellos. No tiene los recursos necesarios para ello. Para vencer la distancia que lo separa del objeto codiciado, el envidioso se conforma con humillar al otro y envilecerlo. El otro adopta de este modo los rasgos de un demonio o de una bruja”.
“Lo que el perverso envidia por encima de todo es la vida de los demás. Envidia los éxitos ajenos, que le hacen afrontar su propia sensación de fracaso. Pero no se muestra más contento con los demás que consigo mismo; jamás considera que algo funcione, todo resulta complicado, y todo es una prueba. Los perversos imponen a los demás su visión peyorativa del mundo y su insatisfacción crónica ante la vida. Desbaratan cualquier entusiasmo que se pueda producir a su alrededor e intentan demostrar antes que nada que el mundo es malvado, que los otros son malvados y que su propio compañero es malvado. Con su pesimismo, van arrastrando al otro hasta que lo sumen en un registro depresivo, y luego se lo reprochan” (De “El acoso moral”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014).
Tal es el sufrimiento que se inflige a si mismo el envidioso, que se ha ideado un sistema social y económico que tiende a protegerlo: el socialismo. De ahí que el socialismo promueve, no tanto eliminar la pobreza como lograr la igualdad social que elimine las posibles causas de envidia. Por el contrario, las tendencias democráticas buscan que los graves defectos psicológicos sean resueltos por quienes lo padecen, en lugar de intentar que toda la sociedad se adapte al perverso.
El sistema escolar argentino apoya el acoso escolar por cuanto en muchas jurisdicciones educativas han eliminado premios y castigos, asumiendo que violento no es el envidioso que descarga su furia ante el envidiado, sino que éste es el causante de la envidia ajena. Así, en una escuela primaria de Mendoza, un alumno tuvo que ser llevado tres veces al hospital en un lapso de cuatro meses para ser atendido por las heridas que le ocasionó un alumno violento. Al no existir posibilidad de expulsión, el futuro delincuente se acostumbra a ejercer la violencia hacia los demás sin mejorar en lo más mínimo; de ahí que se haya producido un éxodo de los buenos alumnos desde la escuela pública hacia las privadas, siempre que los padres puedan pagar la cuota respectiva. De lo contrario, el buen alumno deberá resignarse a tolerar al violento mientras que todo el curso deberá adaptarse al mismo.
Por lo general, el niño y el adolescente consideran que lo normal, y hasta lo bueno, es lo que la mayoría acepta, ya se trate de un programa televisivo o de un determinado gobernante. De ahí que la violencia escolar tenga el apoyo brindado por algunos personajes mediáticos cuyo humor no es otra cosa que burla encubierta. Así como el drogadicto cree por unos instantes sentirse en la cima del mundo, para luego caer en lo más bajo, quien se burla de todos, cree por un momento ser el mejor, aunque en realidad se trate de lo peor que como persona pueda existir.
El agresor, para cumplir mejor su función, requiere de espectadores circunstanciales. La citada autora agrega: “Cuando los perversos y los paranoicos se asocian, su efecto destructor sobre la víctima designada se multiplica. Esto se puede comprobar especialmente en los grupos y en las empresas. ¡Es más divertido despreciar o burlarse de alguien delante de un espectador alentador! Con frecuencia, los perversos obtienen una aprobación tácita de testigos a los que han desestabilizado primero y luego convencido más o menos, pero no llegan a convertirlos en cómplices”.
El auge del acoso escolar y de la violencia asociada se ha dado justamente bajo el kirchnerismo. Ello se debe, además del apoyo y protección del sistema escolar al alumno violento, al ejemplo televisivo asociado a los mensajes presidenciales en los cuales un numeroso grupo de aplaudidores festeja las ironías, descalificaciones y “escraches” que desde la propia figura presidencial se dirigen especialmente contra los opositores políticos.
Cuando un pueblo decide llevar a la presidencia a personas con ciertos atributos narcisistas, debe luego asumir las consecuencias ineludibles que vendrán; entre ellas, el mal ejemplo que favorece la violencia social, uno de cuyos síntomas es el acoso escolar. “La personalidad narcisista se describe como sigue y tiene que presentar al menos cinco de las siguientes manifestaciones:
- el sujeto tiene una idea grandiosa de su propia importancia;
- lo absorben fantasías de éxito ilimitado y de poder;
- se considera «especial» y único;
- tiene una necesidad excesiva de ser admirado;
- piensa que se le debe todo;
- explota al otro en sus relaciones interpersonales;
- carece de empatía;
- envidia a menudo a los demás;
- tiene actitudes y comportamientos arrogantes.
“La descripción de la patología narcisista que Otto Kernberg realizó en 1975 se aproxima mucho a lo que hoy en día se define como perversión narcisista: «Los rasgos sobresalientes de las personalidades narcisistas son la grandiosidad, la exagerada centralización de sí mismos y una notable falta de interés y empatía hacia los demás, no obstante la avidez con que buscan su tributo y aprobación. Sienten gran envidia hacia aquellos que poseen algo que ellos no tienen o que simplemente parecen disfrutar de sus vidas. No sólo les falta profundidad emocional y capacidad para comprender las complejas emociones de los demás, sino que además sus propios sentimientos carecen de diferenciación, encendiéndose en rápidos destellos para dispersarse inmediatamente. En particular, son incapaces de experimentar auténticos sentimientos de tristeza, duelo, anhelo y reacciones depresivas, siendo esta última carencia una característica básica de sus personalidades. Cuando se sienten abandonados o defraudados por otras personas, suelen exhibir una respuesta aparentemente depresiva pero que, examinada con mayor detenimiento, resulta ser de enojo y resentimiento cargado de deseos de venganza, y no verdadera tristeza por la pérdida de una persona que apreciaban»”.
Cuando un pueblo decide ser orientado por personajes de dudosa integridad psíquica y moral, no sólo promueve una severa crisis educativa, sino que pone en juego el futuro de la propia sociedad, cada vez más cercana a la barbarie y al salvajismo.
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