Por lo general se piensa que lo estético, orientado por el ideal de la belleza, poco tiene que ver con lo científico, orientado por el ideal de la verdad. Sin embargo, todo parece indicar que la trilogía constituida por la verdad, el bien y la belleza resultan ir juntos en la mayoría de los casos. El vínculo faltante, entre el bien y la verdad, se establece en el ámbito de la moral. Henri Poincaré escribió: “Para buscar la verdad es necesario ser independiente, completamente independiente. Al contrario, si queremos obrar, si queremos ser fuertes, es menester que estemos unidos. He aquí que muchos se horrorizan de la verdad; la consideran como una causa de debilidad. No obstante, es necesario no temer a la verdad, porque sólo ella es bella”.
“Cuando hablo aquí de la verdad, quiero hablar, sin duda, en primer término de la verdad científica, pero también de la verdad moral, de la cual lo que se llama justicia no es más que uno de sus aspectos. Parece que abuso de las palabras, que reúno con un mismo nombre dos cosas que no tienen nada en común; que la verdad científica, que se demuestra, no puede, de ningún modo, aproximarse a la verdad moral, que se siente”.
“Sin embargo, no puedo separarlas, y quienes gusten de una no pueden dejar de gustar de la otra. Para encontrar una, como para hallar la otra, es menester esforzarse en librar completamente al espíritu del prejuicio y de la pasión, es necesario alcanzar la absoluta sinceridad” (De “El valor de la ciencia”-Editorial Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1947).
Mientras que generalmente se asocia el valor de la ciencia a las aplicaciones concretas de la tecnología, existen también los valores estéticos que favorecen el descubrimiento científico. El autor citado escribió: “El sabio no estudia la naturaleza porque sea útil; la estudia porque encuentra placer, y encuentra placer porque es bella. Si la naturaleza no fuera bella, no valdría la pena conocerla, ni la vida vivirla. No hablo aquí, entendamos bien, de esta belleza que sorprende a los sentidos, de la belleza de las cualidades y de las apariencias; no es que la desdeñe, pero no tiene nada que hacer con la ciencia; quiero hablar de esa belleza, más íntima, que proviene del orden armonioso de las partes y que sólo una inteligencia pura puede comprender. Por así decirlo es la que da un cuerpo, un esqueleto a las halagadoras apariencias que embellecen nuestros sentidos y sin este soporte, la belleza de estos sueños fugitivos sería imperfecta, porque sería indecisa y huiría siempre. Por el contrario, la belleza intelectual se basta a sí misma y por ella, más que por el bien futuro de la humanidad, el sabio se condena a largos y penosos trabajos” (De “Ciencia y método”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).
El vínculo entre el arte y la ciencia más de una vez se ha materializado en una misma persona, tal el caso de Leonardo Da Vinci, el pintor que, para perfeccionar su obra, realiza investigaciones de la anatomía humana que luego servirán al desarrollo de la biología y de la medicina. Desiderio Papp escribió: “Artista de primerísima fila, científico versado en las más diferentes ramas del saber, Leonardo es uno de los genios más universales de la historia humana. Aun haciendo caso omiso de sus realizaciones artísticas, de su obra de pintor, escultor y arquitecto, todavía resulta desconcertante la mole de su labor científica, el inmenso campo cognoscitivo cubierto por sus investigaciones en la mecánica, la física, la ingeniería y la anatomía. En todos estos dominios tan heterogéneos, llegó a sobrepasar los conocimientos de su siglo, no sólo anticipando varias innovaciones del Renacimiento, sino logrando intuir también los progresos de un porvenir mucho más lejano” (De “Ideas revolucionarias en la ciencia”-Editorial Universitaria-Santiago de Chile 1975).
Mientras que Poincaré asociaba la investigación científica con la belleza interior de la naturaleza, Alexander von Humboldt la asociaba con la belleza exterior. Stephen Jay Gould escribió: “Humboldt consideraba la interacción de la emoción y del intelecto como un sistema que se desplazaba en espiral hacia arriba, progresivamente hacia una comprensión profunda. La emoción excita nuestro interés y nos lleva a un deseo apasionado por el conocimiento científico de los detalles y las causas. A su vez este conocimiento, aumenta nuestra apreciación de la belleza natural. La emoción y el intelecto se convierten en fuentes complementarias de comprensión: conocer las causas de los fenómenos naturales nos lleva a un asombro y admiración todavía mayores”.
“«De esta manera, las impresiones espontáneas de la mente sencilla conducen, como las laboriosas deducciones del intelecto cultivado, a la misma persuasión íntima, que una cadena única e indisoluble une a toda la naturaleza…Toda escena grandiosa de la naturaleza depende así materialmente de la relación mutua de las ideas y los sentimientos excitados simultáneamente en la mente del observador» (Humboldt)”.
“Humboldt implantaba su teoría estética en esta idea de refuerzo mutuo. Un gran pintor ha de ser asimismo un científico, o al menos tiene que estar comprometido con la observación detallada y precisa, y con el conocimiento de las causas, que motiva a un científico profesional. Para las artes visuales, la pintura de paisajes se convierte en el principal modo de expresar la unidad del conocimiento (al igual que la poesía sirve a las artes literarias y el cultivo de plantas exóticas a las artes prácticas). Un gran pintor paisajista es el mayor servidor a la vez de la naturaleza y de la mente humana” (De “Acabo de llegar”-Crítica-Barcelona 2007).
El aporte de los escritores al conocimiento de la personalidad humana ha sido tanto o más importante que los aportes establecidos por los psicólogos. Gordon W. Allport escribió: “El descubrimiento de la personalidad es uno de los acontecimientos de la psicología más destacados del siglo actual [se refiere al siglo XX]. La personalidad, dejando de lado todo lo demás que pueda ser, constituye la unidad fundamental y concreta de la vida mental que tiene formas categóricamente singulares e individuales. En el transcurso de los siglos los hombres no dejaron de describir y explorar este fenómeno de la personalidad individual. Fue motivo de interés para los filósofos artistas y los artistas filósofos”.
“Los psicólogos salieron tarde a la escena. Podría decirse que comenzaron con dos milenios de retraso. La obra de psicólogos fue hecha por otros, que la hicieron espléndidamente. Con sus antecedentes escasos y recientes, los psicólogos parecen intrusos presuntuosos. Y eso es lo que opinan de ellos muchos eruditos. Stephan Zweig, por ejemplo, hablando de Proust, Amiel, Flaubert y otros grandes maestros de la descripción, dice: «Escritores como éstos son gigantes de la observación y la literatura, mientras que en la psicología el campo de la personalidad está en manos de hombres inferiores, meras moscas, que tienen el ancla segura de un marco científico para ubicar sus insignificantes trivialidades y sus pequeñas herejías»”.
“El artista de las letras crea sus relatos: el psicólogo no hace más que recopilar los de él. En un caso emerge una unidad, consecuente consigo misma a pesar de sus sutiles variaciones. En el otro caso se va acumulando un pesado conjunto de datos deshilvanados”.
“Un crítico hizo una observación áspera. Cuando la psicología habla de la personalidad humana, expresó, no hace más que lo que siempre dijo la literatura, sólo que lo hace con menos arte”. “Pronto veremos si esa opinión poco halagadora es acertada. Por el momento servirá para llamar la atención sobre el hecho significativo de que en cierto sentido la literatura y la psicología rivalizan: son los dos métodos por excelencia para tratar la personalidad. Los métodos de la literatura son los del arte; los métodos de la psicología son los de la ciencia” (De “¿Qué es la personalidad?”-Editorial Siglo Veinte-Buenos Aires 1980).
Un caso llamativo es el de Paul Dirac, quien recomienda a los físicos teóricos orientarse por la estética asociada a las ecuaciones matemáticas como criterio de su posterior veracidad. Al respecto, Judith Wechsler escribió: “En apoyo de la confianza que Poincaré depositaba en el juicio estético, Dirac comentaba que Schrödinger no publicó su primera versión de la ecuación de ondas porque entraba en conflicto con los datos empíricos: «Creo que hay una moraleja de esta historia, a saber que es más importante que nuestras ecuaciones sean bellas que se adecuen a la experimentación […] Al parecer, si uno trabaja para lograr la belleza de las ecuaciones, y si uno tiene una verdadera penetración acertada, es que se está en una línea segura de progreso. Si no hay completo acuerdo entre los resultados del trabajo y la experimentación, uno no debe desalentarse demasiado, porque la discrepancia puede muy bien deberse a rasgos menores que no están tomados en cuenta correctamente y que se aclararán en los desarrollos posteriores de la teoría” (De “La estética de la ciencia”-Fondo de Cultura Económica-México 1982).
Mientras que los resultados de la física teórica deben contrastarse con la propia realidad para verificar su validez, los resultados de la matemática deben tener la coherencia lógica suficiente para poder vincularse con la matemática existente. De ahí que también en este ámbito la exigencia estética haya sido considerada por algunos matemáticos. Henri Poincaré escribió al respecto: “La lógica pura nunca podría llevarnos más que a tautologías; no podría crear nada nuevo; ni puede surgir de ella ninguna ciencia. En un sentido estos filósofos tienen razón; para hacer aritmética, lo mismo que para hacer geometría, o cualquier ciencia, es necesario algo más que pura lógica. Para designar ese algo más no tenemos otra palabra que intuición”.
“Puede parecer sorprendente que deba hablarse de la sensibilidad en relación con las demostraciones matemáticas que, parecería, sólo pueden interesar al intelecto. Pero no será así si pensamos en el sentimiento de belleza matemática, de la armonía de los números y las formas y de la elegancia geométrica. Es un verdadero sentimiento estético que todos los matemáticos reconocen, y esto es ciertamente sensibilidad […] Las combinaciones útiles son precisamente las más bellas” (Citado en “La estética de la ciencia”).
A manera de conclusión, Judith Wechsler agrega: “La elección de una orientación no está necesariamente determinada en la ciencia por un problema sino por una manera de pensar. Aunque hay restricciones, no hay un modo epistemológico esencial y a priori de ver. Por tanto el método cognoscitivo y la sensibilidad estética desempeñan un papel de suma importancia en la estructura y el estilo del proceso científico”.
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