El siglo XX ha sido, posiblemente, el más violento en toda la historia de la humanidad. También ha sido el de la libertad, asociada a la democracia, y el del miedo, asociado a los regimenes totalitarios. Lo destacable, en este caso, es que valores como la libertad o la igualdad personal, asumidos como conceptos básicos de la civilización, debieron ser defendidos ante quienes pretendieron negarlos; al menos de hecho, aunque no tanto de palabra. Ha sido también el siglo de la globalización (interrumpida por los populismos y los nacionalismos) y proyecta sobre nuestro siglo, aunque atenuadas, las ideologías que originaron la Guerra Fría, es decir, aquella lucha entre la libertad y el miedo. Natalio R. Botana escribió:
“Nunca se avanzó con tanto ahínco para prolongar la vida humana; jamás el poder fue capaz de organizar tantas maquinarias de aniquilamiento y tantos campos de exterminio”. “En este siglo, los seres humanos han dado muestras constantes de la atracción que sobre ellos ejercen la paz y la guerra, el ascenso hacia una concordia razonable y el exultante vértigo que produce la visión del abismo y de la muerte en masa. Estas inclinaciones contradictorias de la naturaleza humana –sonaría ridículo afirmar lo contrario- no son propias ni tampoco típicas de este siglo, pero nunca en la historia se manifestaron con semejante irradiación universal. En ese pasado aún cercano, algunos pueblos tuvieron el genio de limitar el poder merced al reconocimiento de la libertad, del derecho y de la dignidad de cada persona, mientras otras sociedades sufrían las furias que ese mismo poder desataba con fulminante rapidez” (De “El siglo de la libertad y el miedo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2001).
La explicación del importante apoyo que todavía tienen los sistemas totalitarios, a pesar de sus nefastos efectos, es que, mientras muchos hombres necesitan de la cooperación y de la amistad de los demás para llevar una vida feliz, otros encuentran en el odio, y el triunfo sobre el enemigo circunstancial, el motivo y el sentido de sus vidas.
Quien promueve la libertad, promueve también la verdad, mientras que quien trata de dominar a otros seres humanos mediante la violencia y el miedo, utiliza la mentira como su principal aliada. Así, teniendo presente las estadísticas que muestran un porcentaje aproximado del 10% de la población mundial como poseedora del 85% de las riquezas, hay quienes encuentran en ello un justificativo para la distribución de las mismas por vía de la violencia o bien por el robo legalizado desde el Estado. Sin embargo, esta actitud surge de una interpretación parcial de la realidad, siendo una verdad a medias, que pretende hacer creer que ese 10% “consume” el 85% de la producción total, sin tener en cuenta que es el que produce ese porcentaje de riquezas. Así, un Bill Gates posee una de las fortunas más grandes del mundo, pero ello no implica que consuma “riquezas” mucho más allá de lo que consume una persona normal, ya que tal fortuna implica inversiones en acciones de capital productivo. También se recrimina a los países industrializados por el elevado consumo de energía, sin decir la verdad completa, ya que la mayor producción de riquezas requiere necesariamente de un mayor consumo de energía.
Si bien durante gran parte de la historia de la humanidad han existido conflictos, generalmente promovidos por la ambición y la conquista, se advirtió en el siglo XX una tendencia a destruir las propias poblaciones en defensa de ideologías totalitarias. Como representante de esa época queda el dictador Fidel Castro. Alberto Orlandini, que vivió en Cuba desde 1962 a 1995, escribe: “La crisis de octubre fue uno de los peores momentos de la Guerra Fría. La URSS y EEUU, sin la participación de Castro, decidieron un compromiso: sacar los misiles con munición atómica de Cuba, dar garantía a Cuba de no ser invadida por EEUU, y suspender los ataques militares de la contrarrevolución, y EEUU ganó seguridad. El compromiso provocó el disgusto de Fidel con los soviéticos, y propiciando mayor dureza proclamó de manera irresponsable, inconsulta y demencial que Cuba estaba dispuesta por la Humanidad a perder la vida de toda su población. Tremendo personaje este Fidel, disponía de la vida de ocho millones de habitantes de manera suicida e inconsulta, y pone la vida de la Humanidad en riesgo. Por fortuna, ni Nikita Kruschev ni John Kennedy lo tomaron en cuenta”. “Castro y Guevara proponían que en caso de una invasión de EEUU a la isla, los soviéticos lanzaran las bombas atómicas contra EEUU”.
“Castro ha utilizado al odio como un sentimiento permanente para unificar y dirigir la conducta de la población. En sus largos discursos y editoriales en los diarios oficiales, arremete contra EEUU, contra la contrarrevolución y simplemente contra la disidencia pacífica. Al disidente se le aplica el término despectivo y odioso de «gusano». Como consecuencia del odio, los disidentes sufren escraches, golpizas, detención y aún la muerte por patotas de soldados vestidos de civil o por obreros militarizados, pero nunca uniformados, para dar la impresión de que se trata del concepto maoísta de contradicciones en el seno del pueblo, donde la policía no actúa”.
“Guevara compartía con Castro la idea de que el odio y la incitación a la violencia resultaban virtudes revolucionarias. El amor y la compasión no eran virtudes, pero sí lo eran el odio y la agresión”. “Guevara dividía a los hombres en amigos y enemigos, no había una tercera posibilidad. Para los enemigos: la guerra y la muerte. Dijo: «No hay experiencia más profunda para un revolucionario que el acto de guerra»”.
“Fidel ha estado usando tácticas de propaganda ideadas por Joseph Goebbels, en la Alemania nazi, creando ante la opinión pública la idea de ser [Cuba] una fortaleza sitiada por un perverso enemigo único. EEUU y la contrarrevolución. Esto le permite polarizar y desviar la atención y convencer al pueblo de que el origen de las carencias y dificultades son causadas por el enemigo” (De “Memorias de un médico argentino en Cuba”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2014).
Adviértase que, mientras que desde un punto de vista civilizado, se tiende a dividir a una sociedad en buenos y malos, admitiendo estados intermedios, para la conversión de estos últimos, en los países totalitarios se divide a la población en adeptos al líder y opositores, de donde surgen las sociedades del miedo y del terror, por cuanto una persona puede orientarse hacia el bien, según lo estimula su propia naturaleza humana, mientras que esa misma actitud pondrá en riesgo su vida, y la de sus familiares. La gravedad de la situación se refleja en la cantidad de individuos que a lo largo y a lo ancho del mundo admiran a tan funestos personajes.
El odio destructivo ha sido siempre favorecido por la complicidad del imparcial, del neutral o del tibio. Así, cada vez que el ideólogo totalitario busque la división y la discordia, promoverá necesariamente la reacción de las personas que han sido material o psicológicamente agredidas. Luego, el observador “imparcial” no tendrá en cuenta quien inició el conflicto ignorando los motivos que lo produjeron, ubicando a cada uno de los contendientes en una misma balanza. Incluso pasará decididamente a favor del belicoso si encuentra un mínimo error en quien pretende defender su libertad y su dignidad.
Esta actitud la vemos actualmente en los periodistas “tibios”, que otorgan similar credibilidad a un gobierno populista, que difama y se burla de la oposición, a la de las personas que tratan de defenderse de tal actitud. Luego de que el ciudadano decente se “acostumbra” a sentirse agredido por la burla y la mentira oficial, recibe un “balde de agua fría” cuando observa a la máxima autoridad de la Iglesia Católica bendiciendo a un grupo político oficialista que lo fue a visitar con el objeto de obtener rédito político. También asombra que tal autoridad se lamentara públicamente cuando un delincuente urbano fue abatido a golpes en un acto de “justicia por mano propia”, mientras que nunca se le ha escuchado reclamar ni lamentarse por los cientos, o miles, de victimas inocentes que han perdido sus vidas en manos de los delincuentes urbanos.
Si bien el cristianismo prioriza a los pecadores sobre los justos, ya que su tarea principal implica convertirlos en justos, tiene sentido el apoyo espiritual cuando el pecador comienza a hacer un esfuerzo por dejar de serlo. De lo contrario, si el político populista sigue sembrando odio y divisiones en la sociedad, o el ladrón sigue burlándose de quienes trabajan, o el asesino se jacta de sus crímenes, y se los trata de una manera igualitaria, entonces se los está apoyando en su accionar.
Aun con una inseguridad alarmante, con una creciente violencia en los delitos, en algunos programas televisivos, emitidos en medios de comunicación oficiales, se divulgan las “falacias” comunes proponiendo al televidente no aceptarlas. Entre las falacias encontradas por Bernardo Kliksberg, se encuentran: a) El apoyo a la “mano dura”, b) El apoyo a la “tolerancia cero”, c) La creencia en que la droga favorece al crimen, d) El apoyo electoral a los políticos de “derecha” (que prometen bajar la inseguridad), e) El aumento de las penas y del tiempo de encierro de los delincuentes, etc. De ahí que lo que debería hacerse es seguir “premiando” al delincuente, otorgándole una vivienda “digna”, servicios médicos gratuitos, trabajo bien remunerado, etc. Si el “pecador” da indicios de querer dejar de serlo, seguramente tal ayuda lo reinsertará en la sociedad. Pero si el ladrón se burla y el asesino se jacta de sus crímenes, lo que efectivamente se logra con tal ayuda es el incremento de víctimas inocentes.
En todos estos casos, no es tan importante lo que piensan los promotores de la reinserción social, o los optimistas cristianos, o los jueces abolicionistas, o los pesimistas de siempre, sino lo que sus acciones y palabras promueven en la mente del delincuente. Todo parece indicar que la delincuencia, como medio de vida, resulta ser en la Argentina una actividad altamente redituable por cuanto el “costo” es mínimo y la ganancia, prometedora. Si el delincuente sale a robar y a matar, y considera que es muy poco probable que se lo envíe a la cárcel, y que es imposible si es menor de edad, entonces no desaprovechará la oportunidad que el “generoso” país le brinda.
En televisión se pudo observar a un delincuente efectuando un asalto a mano armada, filmado en la ocasión por la propia víctima (un turista canadiense) con la peligrosa información difundida al respecto: el delincuente no fue encarcelado, es decir, fue detenido por la policía, pero la “generosa” justicia argentina lo liberó (porque no se hizo la denuncia correspondiente). Al difundirse el video por Internet, pueden ocurrir dos cosas: se reducirá el turismo hacia la Argentina o aumentará la “inmigración” de delincuentes desde países limítrofes. La disyuntiva en la Argentina no implica tanto la elección entre populismo o democracia, sino que estamos ante la opción de elegir entre la destrucción de la sociedad o su reparación; entre la libertad o el miedo.
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