En los seres humanos existen mecanismos psicológicos de compensación que son utilizados para encubrir fallas personales. Así, el complejo de inferioridad reclama la presencia del complejo de superioridad buscando un efecto compensatorio, sin que se busque la verdadera solución del problema, ya que se busca disfrazar un defecto ante la opinión de los demás. Alguien dijo: “Dime de que te jactas y te diré de qué careces”.
Entre las virtudes sociales más valoradas aparece el patriotismo, que puede considerarse como una verdadera estima por los habitantes de una nación. De ahí que tal virtud pueda hacerse extensiva a los extranjeros que vienen a un país y lo adoptan como propio; siendo mayor el mérito porque eligieron una nacionalidad en lugar de haberla heredado.
Lo opuesto al patriotismo es el populismo, ya que el líder populista no sólo rechaza parcialmente la población de su país, sino que promueve antagonismos irreconciliables entre dos bandos en disputa, uno de ellos constituido por sus seguidores. Aunque tampoco pueda decirse que sienta estima por sus seguidores, ya que los usa para fines poco beneficiosos para la nación, incluidos los propios seguidores. Es común, en los distintos populismos, mencionar el “amor” del líder por su pueblo junto al “odio” por el anti-pueblo, sector que, al oponérsele, se lo asocia al odio. Luego se aplica la optimista sentencia de que “el amor siempre triunfa sobre el odio”. Como es un amor ficticio por un sector y un odio efectivo hacia el otro, resulta ser un falso patriotismo. Al carecer el populista de patriotismo, necesita adoptar un disfraz, de donde surge el pseudo-patriotismo, que se confunde a veces con el nacionalismo. La diferencia radica en que el nacionalista auténtico no promueve divisiones internas, sino divisiones respecto del extranjero.
Si bien se considera que la “oposición” al populismo argentino no respondió a las expectativas, como ha sido el caso de los gobiernos militares, tal “oposición” surgió para impedir los efectos del populismo como del totalitarismo, al derrocar la dictadura de Perón y para afrontar la guerrilla marxista de los setenta. Si desde sectores populistas se pretende que no surjan intromisiones militares en la política, debe esperarse también el cese de la indefinida sucesión de populismos. James Neilson escribió: “Las Fuerzas Armadas tardarían más de medio siglo en aprender –si es que lo han aprendido, o si les importa saberlo- que el peor enemigo del populismo es un gobierno populista, mientras que su amigo fiel y valioso es una dictadura que se propone remediar los perjuicios causados. Se alimentan mutuamente: la insensibilidad e ilegitimidad de los regimenes autoritarios despierta el rencor populista, haciendo de la irresponsabilidad una manifestación de fe democrática, mientras que la demagogia populista confiere pátina de legitimidad al avance militar”.
Quienes exaltan su propio patriotismo personal, en lugar de esperar el reconocimiento de los demás, proviene de quienes suponen poseer cierta superioridad ética, que utilizan luego para justificar su falta de capacidad para gobernar. El que posee patriotismo, y accede al gobierno, demuestra esa virtud cumpliendo eficazmente la función pública. “Yrigoyen fijó la agenda política del país para las décadas siguientes. Aún hoy pueden oírse los eslogans que acuñó: vagos, exhortativos, a menudo ininteligibles pero, es evidente, muy atractivos, como la definición de su «movimiento» político como «una ética» o «un sentimiento». En realidad, se asemejó más a un predicador protestante del Medio Oeste norteamericano que a un político en el sentido habitual de la palabra”.
“El aporte de Yrigoyen al fracaso argentino fue notable. Su ejemplo contaminó a muchos dirigentes representativos de las generaciones siguientes, para quienes «el viejo» dejó sentado que la democracia era sinónimo de incapacidad defendida con sermones. Su retórica fatua, tan vaga como portentosa y atiborrada de apotegmas sentenciosos adorados por las nuevas clases medias, su moralismo sensiblero –desconectado por completo de lo que en efecto hicieron los radicales en el poder y empleado sobre todo para ocultar del público su desconcierto ante problemas espinosos-, todo contribuyó a potenciar las características más negativas de la política populista”.
“La política económica de Yrigoyen –y la de los demás gobiernos radicales que le seguirían- era conservadora en el peor sentido de la palabra. Sus ideas eran difusas y su desdén por la economía, manifiesto. Llegó al poder sin propuestas concretas. Para decepción de sus simpatizantes, que habían esperado grandes cambios aunque no estaban muy seguros de cómo serían, se limitó a manejar lo heredado, pero en forma menos disciplinada de modo de dar fe de su sensibilidad social. Esta actitud tibiamente reformista le permitió prolongar el crecimiento iniciado bajo «la oligarquía»: la aceitada máquina siguió funcionando aunque a una velocidad mucho menor que antes”.
Si se desea dar una definición no convencional de “populismo” puede decirse que se trata, no del gobierno del pueblo a través de sus representantes, sino del gobierno de las masas a través del caudillo que hace lo que ellas piden. “La verdadera democracia es aquella en la que el gobierno hace lo que el pueblo quiere” (Perón). James Neilson agrega: “El sucesor de Yrigoyen, largamente esperado, llegó por fin en 1945. Juan Domingo Perón cumpliría a la perfección el papel del gran reivindicador popular. Sería precisamente su tragedia y, por supuesto, la del país también, porque Perón, hombre de talento, pudo haber logrado mucho más. Sin embargo, en vez de tratar de avanzar por los nuevos caminos que se abrían a partir del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, se limitó a ser instrumento de la voluntad del pueblo tal como la entendió. En verdad, no era un líder sino un seguidor. Durante mucho tiempo no hizo nada que no contara con la aprobación mayoritaria. Cuando, en el tramo final de su primera gestión, intentó oponérsele, resultó extrañamente débil”.
“He aquí la característica más notable de todo populista: hace de la debilidad un sistema, reparte lo disponible y cae en cuanto no queda más para distribuir, asegurando así la perpetuación de su mito. El primer gobierno de Perón es recordado por su asombrosa generosidad: aumentos salariales, legislación laboral avanzada, nuevos «derechos». Actuó como el jefe guerrero que, en una ciudad conquistada, señala a la tropa dónde le conviene saquear, sin preocuparse por conservar una parte para el propio gobierno futuro”.
“Hay quienes creen que, si Perón no se hubiera dedicado a la política, la Argentina hubiera progresado tanto en la posguerra como los EEUU, Europa Occidental y el Lejano Oriente. Para demostrarlo, basta redactar una lista de los errores económicos cometidos por sus dos primeros gobiernos. Sin embargo, no es razonable atribuir las características del peronismo al genio de un solo hombre. El movimiento fue lo que buena parte del país anhelaba que fuera. El problema, pues, no era Perón, que se limitó a dar a su clientela lo que pedía, sino la cultura política que lo había producido. Por cierto, la sociedad que se encolumnó con enorme entusiasmo tras Yrigoyen primero y, quince años más tarde, tras Perón, no manifestaba ningún interés en tener la clase de gobierno que pudiera emular a Australia, Canadá o incluso a Italia. Hubo de comprobar en carne propia, y a un costo tremendo, lo estéril que es el voluntarismo populista. Antes de poder cambiar de rumbo, el país debería beber del cáliz hasta la última gota” (De “El fin de la quimera”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
Se supone que la legitimidad del gobierno populista la da la mayoría electoral, y no las leyes vigentes, la constitución, las leyes económicas y ni siquiera el sentido común. Al resto se lo considera como un desertor, o traidor, a la nación, al no aceptar formar parte de los seguidores del líder populista. Loris Zanatta escribió: “Antes que nada, el populismo evoca una idea de comunidad; no es en absoluto una ideología individualista, sino comunitaria. En segundo lugar, es apolítico e incluso podríamos decir antipolítico, dado que los valores en los que se inspira y sobre los cuales se basa conciernen a la esfera social y solamente a ella. Hasta tal punto que, a los ojos de sus partidarios, un orden social justo se parecerá a la mejor democracia, aun cuando el orden político deba ser abiertamente totalitario”.
“En tercer lugar, el populismo encarna una aspiración de regeneración basada en la voluntad de devolver al pueblo la centralidad y la soberanía que le han sido sustraídas. En cuarto lugar, ambiciona trasplantar los valores de un mundo del pasado que idealiza como un mundo de armonía e igualdad social a la situación actual: en ese sentido, el populismo se presenta como el canal a través del cual un imaginario antiguo, o sea una visión del mundo que proviene de muy lejos y que se habría conservado intacta en el pueblo, se vuelve actual para purificar el mundo moderno. En quinto lugar, el populismo siempre está persuadido de dirigirse a la mayoría del pueblo, o en los casos más extremos a su totalidad. Finalmente, esta visión tiende a emerger en sociedades que se encuentran en fases delicadas y a menudo convulsivas de la modernización o la transformación” (De “El populismo”-Katz Editores-Buenos Aires 2014).
Para entender el populismo debe comenzarse con la pregunta: ¿Qué quieren las masas? Podemos suponer que aspiran a que el gobierno expropie o confisque a las empresas y a sus ganancias, y que el fruto del saqueo sea distribuido entre el pueblo. De esa forma se fomenta la vagancia y se desalienta el trabajo y la inversión. El Estado se convierte en un cáncer que tarde o temprano liquidará al sector productivo, y luego a toda la sociedad. El kirchnerismo, con muchas semejanzas al peronismo, ha entrado en una etapa en la que se comienzan a evidenciar los efectos del consumo artificial promovido a costa de la reducción de las inversiones, lo que implica priorizar el presente sacrificando el futuro; un futuro que comienza a ser presente. Roberto Cachanosky escribió:
“El populismo K ha llevado la situación a un extremo de crisis. Por un lado aumentó el gasto hasta niveles récord (empleados públicos, legión de jubilados que nunca habían aportado al sistema, subsidios, obras públicas innecesarias o que podrían ser financiadas por el sector privado, etc.) y por otro lado ha inducido a que cada vez trabaje menos gente en blanco (los que viven de planes sociales no quieren saber nada de ser contratados en blanco en un trabajo). Puesto de otra forma, un trabajador que está en blanco tiene que mantener a una legión de empleados públicos a nivel nacional, provincial y municipal. Tiene que sostener a millones de jubilados y tiene que bancar a millones de gente que vive de subsidios y no produce nada, es más, muchos empleados estatales no sólo son mantenidos para consumir sino que, además, obstaculizan el trabajo de los pocos que quedamos produciendo. La estrategia es de locos, boicotean a los que producimos para mantenerlos a ellos. En síntesis, tenemos una relación de gente que produce y gente que vive de lo que producen los que trabajamos que hace infinanciable el gasto público” (De http://economiaparatodos.net )
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