Ante el declive social, cultural y económico de la Argentina populista, conviene releer los libros escritos sobre crisis anteriores. Los intelectuales argentinos son reclamados a cada tanto para que describan los errores presentes y pasados haciéndonos conscientes de ellos con la esperanza de evitar que los cometamos nuevamente. Los gobiernos pasan, pero la crisis persiste. Ni siquiera las condiciones económicas favorables de los primeros años del milenio sirvieron para revertir la situación mediocre por la que transitamos. Federico Peltzer escribió: “Desde antiguo la medicina emplea el concepto de crisis: es el momento más dramático de la tensión entre enfermedad y salud. Tras ella, o se restablece el equilibrio del cuerpo, o el paciente muere. Por analogía se habla de crisis para los tiempos de profunda perturbación, sea en las personas, sea en la sociedad. Se dice que ésta padece crisis cuando los valores que la regían –al menos en apariencia- ya no son respetados; o cuando la economía con que se gobernaba no basta para satisfacer las necesidades de sus miembros; o cuando la naturaleza le es adversa, al punto de poner en peligro la supervivencia de sus habitantes; o, en fin, cuando una plaga diezma la salud de aquellos”.
“Toda crisis tiene algo en común: la agudización de un proceso y la necesidad de cambio. O aquel nos arrastra o acertamos con la manera de conjurar el peligro. Lo que no se puede es vivir en permanente estado de crisis, porque ni los hombres ni la sociedad soportarían indefinidamente la tensión que importa. Sólo puede esperarse una doble opción, la salida de la crisis mediante la modificación de lo que antes era estable. Crisis y cambio son, pues, palabras consecutivas. De ahí su dramaticidad, pero también el horizonte de nuevas posibilidades que ofrecen”.
“Hay crisis para morir, pero también las hay para crecer, los espíritus equilibrados suelen templarse en tiempos de crisis. Ellos las gobiernan con sabiduría y prudencia. No son héroes; son sencillamente pilotos de tormenta. Por el contrario, lo peor que puede sucederle a un pueblo es confiarse a un presunto salvador en tiempos críticos. Porque, si en las crisis individuales basta la propia voluntad o la comprensión de uno solo, en las crisis de los pueblos la solución sólo se alcanza merced al aporte de todos” (De “Voces en la crisis”-Ediciones Agon-Buenos Aires 2003).
Así como a principios del siglo XX la Argentina transitaba por una etapa de desarrollo, los años subsiguientes constituyeron los inicios de la etapa del populismo, con ciertos matices totalitarios. El populismo, como disfraz del totalitarismo, es lo opuesto a la democracia. Recubierta y tergiversada la realidad histórica tanto por políticos, periodistas e intelectuales que relegaron la verdad a la conveniencia personal del momento, condenaron a la nación a revivir épocas de crisis similares a las vividas en el pasado.
Se pensaba que la continuidad “democrática” habría de permitirnos superarlas luego de una época signada por levantamientos militares, por lo que muchos consideran que no fue el populismo el problema nacional, sino el militarismo, y que, concluidas tales interrupciones, adoptaríamos definitivamente el camino del desarrollo. Sin embargo, esta visión proviene de una descripción parcial de la realidad. En primer lugar, los gobiernos populistas fueron una caricatura de la democracia y las intervenciones militares, algunas de ellas al menos, surgieron para permitir que en el futuro se llegara a una verdadera democracia, ya que ésta peligró seriamente con la dictadura peronista de los 40 y 50, y con el posterior embate pro-soviético en los 70. Los gobiernos militares tampoco estuvieron exentos de populismo; y de ahí los fracasos reiterados.
Las crisis que afrontan los países no son procesos únicos e irrepetibles, ya que también se producen en otros pueblos, aunque con las particularidades propias de cada región. De ahí que puedan considerarse como casos especiales del fenómeno general estudiado por las ciencias sociales. Dick Morris escribió: “Las figuras políticas del EEUU de hoy tienen que dejar de lado su determinismo económico […] y centrarse en las necesidades sociales de sus votantes. Este centro de interés ampliado de la actividad pública es la nueva agenda que los votantes quieren ver en el centro del escenario”. “Históricamente, dos tipos de populismo han llegado a dominar nuestra política en diversos momentos de los últimos cien años”. “Cada uno de estos movimientos fue alimentado por la rabia y se centró en un enemigo”.
“Pero la agenda de los nuevos valores deja a los populistas sin causa. El populismo económico de la izquierda –que detesta a Wall-Street- y el populismo social de la derecha –que odia la diversidad social- tienen muy poco que ver con la mayor parte de estos nuevos temas [mejoras sociales concretas]. En rigor, la rabia que impele al populismo, la política del resentimiento, es estilísticamente inadecuada para nuestras nuevas prioridades públicas. Las propuestas fundamentalmente negativas de la izquierda económica (privilegios anti-empresarios, ganancias anti-especulación) y las ideas igualmente negativas de la derecha social (contraria a los derechos de los homosexuales, a las opciones, a los inmigrantes) no tienen nada que ver con las propuestas de la nueva agenda, en gran medida positivas” (De “El nuevo Príncipe”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2012).
Lo anterior fue escrito en 1999, año en que la economía de ese país no presentaba inconvenientes. Por el contrario, la Argentina actual se orienta hacia la profundización de una crisis económica acentuada por leyes promulgadas para combatir a las empresas, la inversión y la producción.
La clase dirigente argentina se caracteriza, entre otros aspectos, por su irresponsabilidad y por su falta de patriotismo. Los intereses particulares desplazan los intereses de la sociedad, y si llega a surgir algún dirigente honesto y capaz, difícilmente será elegido para acceder al gobierno, ya que tienen mayores posibilidades de triunfar los embaucadores profesionales por cuanto siempre dicen lo que el pueblo quiere escuchar. La mayor parte de la población considera como “buen gobierno” al que lo benefició personalmente, sin apenas interesarle el perjuicio que puede haber ocasionado al resto.
Mientras que en países normales existe una clase dirigente que mantiene los ideales que alguna vez caracterizaron a la nobleza, en la Argentina se admite que “nobleza” significa ostentación y lujo adquirido por cualquier medio, ya sea lícito o ilícito, siendo una real y grotesca imagen del subdesarrollo. La tragedia del país radica en que no se busca el mejoramiento de la “oligarquía”, sino que se la busca destituir mediante el robo, desde el Estado populista, para ser reemplazada por la “nueva oligarquía analfabeta”, como alguna vez se definió al peronismo. Guillermo Jaim Etcheverry escribió:
“Un establishment actúa demostrando que tiene confianza en el hecho de que si el sistema funciona y si su país es exitoso en el largo plazo, a sus integrantes también les irá bien en lo personal. Al tener esa confianza, no anteponen sus intereses propios inmediatos cuando influencian las decisiones públicas. En cambio una oligarquía está integrada por un grupo de individuos inseguros, que acumulan fortunas en cuentas bancarias secretas. No confían en que si su país es exitoso, ellos también lo serán. Por eso siempre tienen presente su propio interés inmediato, no se preocupan por invertir tiempo y esfuerzo en mejorar las perspectivas de su país a largo plazo. Esta conducta se ve estimulada cuando, como en la Argentina actual, se debilita la conciencia de que, ante todo, lo que resulta urgente es estructurarnos de nuevo como Nación”.
La crisis social abarca a todos los sectores, incluso a la juventud, lo que no sólo implica un problema para el presente, sino que las perspectivas futuras no vislumbran ser mucho mejores. Predomina la “tragedia educativa”. El citado autor agrega: “No resulta tarea sencilla en momentos en los que […] la sociedad contemporánea parece haber decidido «entretenerse hasta morir». Para Neil Postman, el verdadero problema no son las drogas, el tabaco o las dietas ricas en colesterol, sino esta creciente adicción al entretenimiento diario, la acuciante necesidad que experimentamos de ser entretenidos. Vivimos en la «sociedad del espectáculo» […] sustentada en la comercialización de los valores. Nos desenvolvemos en una realidad virtual en la que lo importante ya no es el pensamiento sino la presencia. Es así que se confunde al Estado con el circo, con el cine, con la televisión” (De “Voces en la crisis”).
La estructuración de una nación depende esencialmente de la existencia de objetivos comunes derivados de un marco legal e institucional que involucre a todos y que sea respetado por todos. Pero el marco legal debe contemplar, sobre todo, al orden implícito en ley natural, que constituye la base de la ética. Marco Tulio Cicerón escribió: “Así, pues, la cosa pública (república) es lo que pertenece al pueblo; pero pueblo no es todo conjunto de hombres reunido de cualquier manera, sino el conjunto de una multitud asociada por un mismo derecho que sirve a todos por igual”.
Hay quienes suponen que la exclusión social se ha de arreglar prescindiendo de una previa y dominante actitud cooperativa. Las leyes escritas y aprobadas por los políticos no podrán reemplazar la educación moral que cada ser humano debe recibir. Julio Virgolini escribió: “¿Qué significa estar excluido? En término de relaciones sociales, significa primero la ausencia de lazos sociales de integración, pero después la sustitución de todos ellos por relaciones mediadas por la violencia, entre los mismos excluidos y entre ellos y la sociedad «normal» o integrada” (De “Voces de la crisis”).
Los embaucadores profesionales, por lo general, aducen luchar a favor de los pobres y contra la desigualdad social. Sin embargo, resulta extraño que tales personajes no tengan en cuenta el mandamiento que apunta hacia la igualdad de todos los hombres, tal el del amor al prójimo, que traducido al lenguaje de la Psicología Social implica “compartir las penas y las alegrías ajenas como propias”. Si se pretende reemplazar la igualdad afectiva (de la cual derivan todas las demás) por la igualdad social o la económica, no sólo se logra deteriorar la economía, sino toda la sociedad. Incluso se ha pretendido reemplazar al amor, que es una actitud natural, por el altruismo, que es una actitud antinatural. Como el altruismo implica sacrificarse por los demás a costa de un perjuicio propio, se advierte que es una situación en la que no existe el amor. De ahí que a pocos se les pueda escuchar que una madre ha sido “altruista” con su propio hijo. El cristianismo, por el contrario, propone el amor a una escala social e incluso universal, que ha de ser el único medio que tiene la humanidad para erradicar definitivamente la violencia generalizada, y es también el único medio que tiene una sociedad en crisis para erradicar al populismo.
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