La casi siempre presente disputa entre capitalismo y alguna variante de socialismo, adopta la forma, en algunos países, de un antagonismo entre una orientación pro-Occidental contra una anti-Occidental. Así, en la actual y dividida Argentina, podemos distinguir ambos sectores según este último criterio. Las posturas mencionadas pueden sintetizarse de la siguiente manera:
Pro-Occidental: Se orienta hacia la democracia económica y política, siendo compatible con el cristianismo
Anti-Occidental. Se orienta hacia el totalitarismo económico y político, siendo compatible con el marxismo
Uno de los síntomas advertidos últimamente fue el retiro del monumento a Cristóbal Colón del lugar preferencial en que estaba ubicado, en la ciudad de Buenos Aires, para ser trasladado a un lugar secundario. Se presume que, si no hubiese sido por las protestas del sector pro-Occidental, lo hubiesen retirado de la vía pública. Esta decisión constituye un agravio contra los inmigrantes italianos, y sus descendientes, que gestaron su construcción como símbolo unificador de comunidades.
El descubrimiento de América, un hecho trascendente para la humanidad, es considerado por algunos sectores como algo negativo por cuanto, se aduce, “invadieron los pueblos aborígenes”. Si bien la conquista europea tuvo sus aspectos negativos, con el tiempo el beneficio fue para todos los pueblos. Los inmigrantes, además, vinieron a trabajar y a compartir su cultura con los pueblos originarios, siendo éste el aspecto que no debe olvidarse. A la larga, se produjo una fusión étnica por la cual gran parte de los argentinos tenemos algo de italianos, de españoles o de criollos, o lo tendrán las futuras generaciones. Considerar este hecho como algo negativo resulta propio de quienes reniegan del pasado e incluso del presente, ya que, aparentemente, buscan “solucionar” algo que sucedió varios siglos atrás.
Otro personaje histórico duramente atacado, Julio A. Roca, es un representante típico de otro de los grupos poblacionales mayoritarios del país, y que son los criollos, descendientes de españoles que llegaron al país varios años antes. Su padre integró el Ejército Libertador comandado por San Martín. De orígenes humildes, actuó de joven en algunas contiendas en la prolongada guerra civil del siglo XIX, para luego participar en la consolidación de la paz nacional bajo el liderazgo de Bartolomé Mitre.
La lucha de Roca para conquistar la Patagonia, integrándola al territorio nacional, anticipándose a ingleses y chilenos que la reclamaban con fines similares, requirió de una campaña similar a la que se necesitó para pacificar a los caudillos que no admitían la posibilidad de establecer una nación unificada y civilizada. Para ello trataba de persuadirlos a aceptar la integración propuesta por Mitre. Ante una negativa, adoptaba el método de la fuerza militar, aunque ello dista bastante de la opinión de sus detractores quienes afirmaban que “exterminaba a los aborígenes” por cuestiones raciales, algo poco creíble en alguien que, junto con otros visionarios, tuvo éxito en la tarea de establecer una nación organizada luego del caos originado por la prolongada guerra civil. Félix Luna escribe, ubicándose imaginariamente en el lugar de Roca:
“Usábamos primero la persuasión y la seducción; luego la amenaza y finalmente, si llegaba el caso, la fuerza”. “En un país nuevo como el nuestro, no se puede desestimar a hombres útiles por el hecho de que hayan servido a tal o cual corriente, o que ahora aplaudan a lo que antes repudiaron. Con el tiempo se establecerán partidos más orgánicos y se consolidará una ética que nos faltó durante mucho tiempo”.
“Menos mal que Mitre conservaba la cabeza fría. Por entonces leí una respuesta suya a alguna de las insensateces que le llegaban. Decía más o menos que «hay que tomar al país tal como Dios y los hombres lo han hecho, esperando que los hombres, con la ayuda de Dios, podamos mejorarlo». ¡Luminoso pensamiento! Tomar el país real, con lo bueno y lo malo, sin idealizarlo –como hizo Rivadavia- no resignarse a mantenerlo estancado –como hizo Rosas- y caminar por nuestra bárbara y atrasada Patria manteniendo el objetivo de cambiarla, transformarla, mejorarla. He discrepado muchas veces con Mitre a lo largo de mi vida política, pero esas palabras quedaron marcadas en mi memoria como el mejor recordatorio para una acción pública levantada y, a la vez, realista” (De “Soy Roca”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2012).
Si Mitre, Roca y otros militares, no hubiesen dominado militarmente, desde el Estado, tanto a los caudillos como a los malones indígenas que atacaban pueblos enteros, la Argentina hubiese continuado, con toda seguridad, como algunos pases africanos que actualmente viven en estado permanente de guerra civil, impidiendo que se desarrolle alguna forma de civilización. Además, el territorio nacional hubiese sido ocupado por otros países, especialmente el sector patagónico. La disyuntiva expresada entonces como “civilización o barbarie”, se vislumbra en nuestra época como “civilización occidental” o “barbarie anti-occidental”.
También el General José de San Martín fue blanco del odio izquierdista, ya que fue difamado, no por sus acciones, sino a nivel familiar o íntimo. Como esa táctica no tuvo éxito, se intenta tergiversar la historia atribuyéndole orígenes aborígenes, en lugar de españoles. Como España es considerada la principal “usurpadora” de América, no es admisible que un personaje tan admirado tuviese ese origen. Juan Bautista Alberdi, estando en Francia, escribió:
“Cuando Guerrico se levantó, exclamando: «¡El general San Martín!», me paré lleno de agradable sorpresa al ver la gran celebridad americana, que tanto ansiaba conocer….Entró por fin con su sombrero en la mano, con la modestia y apocamiento de un hombre común. ¡Qué diferente le hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América! Por ejemplo: yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos” (De “Biografías y autobiografías”-Librería La Facultad-Buenos Aires 1924).
Si en realidad San Martín hubiese tenido origen aborigen, habría una confabulación de historiadores y de pintores de retratos que lo muestran como un descendiente de europeos. Además, podría causar sorpresa que un indio sudamericano hubiese sido aceptado, sin inconvenientes, a fines del siglo XVIII, en una escuela aristocrática en España, o a comienzos del siglo XIX en la Academia Militar de oficiales, o incluso, en la familia Escalada, casándose con una de sus integrantes. Existe un daguerrotipo, como se denominaba a las primitivas fotografías de entonces (1848), que muestra un San Martín con facciones europeas, confirmando las descripciones de los historiadores.
En realidad, para la mayor parte de los argentinos, no tiene mayor importancia el origen étnico de San Martín, por cuanto en este país no existe un nivel de racismo importante. El hecho negativo es el rechazo retrospectivo de varios sectores hacia todo lo que era español. Se llega así a considerar tanto a los criollos, como a los españoles y a los italianos, con sus descendientes, como usurpadores de tierras pertenecientes a los antiguos aborígenes y a sus descendientes. La situación asignada a los argentinos pasa a ser bastante similar a la impuesta a los palestinos que habitan desde hace unos 1.900 años una tierra, considerada también usurpada, a los hebreos, quienes fueron dispersos por el mundo por haberse sublevado contra el Imperio Romano.
A los actuales palestinos se les niegan muchos derechos básicos por ser considerados “usurpadores de tierras”. De ahí que no resulta extraño que se establezcan en la Argentina leyes a favor de los grupos originarios para permitir expropiar, desde el Estado, las tierras ocupadas desde hace “apenas” unos 500 años atrás, para devolverlas a sus antiguos dueños, o a sus descendientes. De esta forma, algunos delincuentes no comunes, varios de los que proponen la teoría de la usurpación retroactiva, al dominar el Estado, se quedarán con tierras que no les pertenecen desplazando tanto a los argentinos como a los aborígenes.
En realidad, esta es la misma táctica empleada tantas veces por los delincuentes no comunes, promotores del socialismo, de acusar a los empresarios privados de haber explotado laboralmente a los trabajadores, justificando con ello todo tipo de expropiación estatal, terminando finalmente las empresas en manos, no de los explotados, sino de la “nueva clase” que, ahora sí, produce una efectiva explotación laboral bajo un régimen de esclavitud forzada. La “nueva clase” no trabaja juntos a sus hijos (no son proletarios) ni crean empresas (no son burgueses), sino que son una clase parasitaria que vive a costa del trabajo ajeno y que propone siempre repartir las riquezas ajenas aunque nunca las propias. Milovan Djilas escribió: “El hecho de que exista una nueva clase propietaria, monopolista y totalitaria en los países comunistas lleva a la siguiente conclusión: todos los cambios iniciados por los jefes comunistas son dictados ante todo por los intereses y las aspiraciones de la nueva clase, la que, como todos los grupos sociales, vive y reacciona, se defiende y avanza con el objetivo de aumentar su poder”.
“Mediante los kolkhozes y el sistema obligatorio de compra de las cosechas, la nueva clase ha conseguido convertir a los campesinos en vasallos y quedarse con la parte del león de los ingresos de los agricultores, pero no ha llegado a ser la única dueña de la tierra. Stalin se daba cuenta de ello plenamente. Poco antes de morir, en «Problemas económicos del socialismo en la Unión Soviética», previó que los kolkhozes llegarían a ser propiedad del Estado, es decir que la burocracia sería la verdadera propietaria” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).
Las retenciones al campo, por la cual una parte significativa de las ganancias empresariales son confiscadas por el Estado, constituyen un proceso similar al descrito por el citado autor y que utiliza plenamente el kirchnerismo. Las leyes a favor de los “pueblos originarios” es el complemento que le falta a la “nueva clase” argentina (si así se la puede denominar) para afianzarse como dueña absoluta de la nación. Aunque todavía le falta algo importante: tiempo. El apoyo implícito de quienes adhieren a la socialdemocracia, sigue plenamente vigente.
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