Los economistas, para describir con mayor precisión el comportamiento de quienes toman cotidianamente decisiones en el mercado, han estudiado las razones psicológicas que las fundamentan. En forma similar, los analistas políticos consideran las actitudes dominantes, en distintos individuos, para encontrar las motivaciones respecto de sus preferencias políticas o “los factores y los mecanismos que orientan los comportamientos de los ciudadanos respecto de la política, desde las decisiones electorales hasta la adhesión a un movimiento revolucionario” (De “Las actitudes políticas” de Jean Meynaud y Alain Lancelot-EUDEBA-Buenos Aires 1965).
Los autores mencionados comienzan su libro definiendo el concepto de actitud, vislumbrando incluso un comportamiento típico, o actitud característica, que puede definirse mediante la siguiente igualdad:
Respuesta = Actitud característica x Estímulo
Escriben al respecto: “En su acepción corriente, el término actitud señala un comportamiento, la manifestación exterior de un sentimiento”. “Para un psico-sociólogo, todo comportamiento, ya se trate de una conducta (comportamiento activo) o de una opinión (comportamiento verbal), es una respuesta a una situación. La actitud es la variable intermedia que permite explicar el paso del segundo al primero de estos términos. Ni es comportamiento (y por lo tanto no es una opinión aunque muchas veces se empleen cada uno de estos términos en lugar del otro) ni factor de la situación. Ni es respuesta ni estímulo, sino una disposición o más bien una preparación para actuar de una manera y no de otra”.
“Así entendida, la noción de actitud contiene una idea de orden. Permite distribuir la gran variedad de los comportamientos, toda actitud aparece como un principio de organización, o más aún, como una síntesis particular en relación con un objeto o con una situación dados”. “Como disposición dinámica (se ha formado en un momento dado y después se puede modificar), la actitud es, sin embargo, una disposición relativamente persistente, que extrae cierta estabilidad de su coherencia”.
Si bien es posible describir el comportamiento político de un ciudadano según su actitud característica, no es factible realizar predicciones al respecto por cuanto existen tantas actitudes como personas, por lo que sólo se pueden encontrar algunas reglas generales que podrán ser de interés para quienes intentan inducir cambios de actitud positivos y para quienes intenten impedir los negativos.
En cuanto a las razones por las cuales los ciudadanos eligen a un candidato en lugar de otro, podemos mencionar las siguientes:
a) Debido a la conveniencia económica personal que advierte en caso de ganar el candidato elegido
b) Debido a la conveniencia económica general que advierte
c) Debido a que le da motivos para acercarse emotivamente al resto de la sociedad
d) Debido a que le da motivos para acentuar el antagonismo respecto a ciertos sectores
No siempre las motivaciones económicas son las predominantes ya que los aspectos emocionales tienen una influencia similar o, incluso mayor, en algunos países. De ahí el gran “negocio político” de los gobiernos populistas que, con los propios recursos del Estado, “compran votos” redistribuyendo dinero en forma selectiva. La compra de incondicionalidad política puede involucrar a más de una generación. Incluso a muchos de los beneficiados económicamente por el narcotraficante Pablo Escobar, poco les importaba los miles de asesinatos cometidos por su protector. Los políticos corruptos mejor se desarrollan en pueblos corruptos.
En cuanto al comportamiento político de jóvenes y de adultos, puede decirse que los primeros tienden a ser más fácilmente manipulables porque responden mayormente a las pasiones antes que a un análisis reflexivo, incluso es común observar el caso de algunos que adoptan una postura similar a la de sus padres o bien una totalmente opuesta, por lo que se advierte que, en general, no han considerado tanto los atributos de las ideologías respectivas, sino la influencia familiar. Bernard Shaw escribió: “Si no es comunista a los veinte años, es que no tiene corazón; si aún lo es a los cuarenta es que no tiene cabeza”. (Se conocen versiones algo distintas atribuidas a otros pensadores; quizás sea ésta la “original”).
De mayor interés es el vínculo existente entre preferencia política y atributos personales individuales, respecto del cual existen distintas propuestas descriptivas. Los autores citados escriben: “En los «amorfos» y los «flemáticos» se encontraría el máximo de indiferencia política y el mayor respecto por la libertad del prójimo; los «apasionados» y los «coléricos» compartirían el gusto por el mando, pero los primeros serían más bien los jefes autoritarios y los segundos los líderes populares de gran elocuencia (de Danton a Jaurés); los revolucionarios se reclutarían entre los «nerviosos», anarquizantes con frecuencia, o los «sentimentales», que pueden tener cierta dureza (Robespierre); los conservadores entre los «apáticos» y los oportunistas entre los «sanguíneos», que brillan por el sentido de la intriga y la diplomacia (Talleyrand)”.
También dentro de cada tendencia política surgen caracterizaciones: “El estudio de los afiliados al partido comunista checoslovaco ha permitido distinguir entre ellos cinco categorías: los «fanáticos» o núcleo absolutamente leal; los «idealistas», que se mantienen fieles a pesar de ciertos errores; los «paneslavistas», que subordinan la política del partido a la solidaridad paneslava; los «economistas», a quienes interesan sobre todo los aspectos económicos de la acción del partido; y los «intelectuales», que están dispuestos a servir al aparato de propaganda, halagados por la importancia social que les asegura esta actividad”.
Entre las conductas típicas de los integrantes de movimientos populistas y totalitarios, se observa la del sometido al líder y que, luego, tratará de someter de la misma forma a quienes considere que están en un rango social o partidario menor. “El autoritarismo parece guardar relación con la experiencia individual de las relaciones de autoridad. Pierre Janet lo ha calificado justamente de «conducta de suboficial»; el autoritario que hace la experiencia de la sumisión ante los poderosos olvida su dependencia tiranizando a sus vecinos o a sus subordinados inmediatos; busca en su derredor algún chivo emisario y aumenta, con sus semejantes, los movimientos autoritarios que encuentran en el racismo y la xenofobia un exutorio de la «falsa energía de los débiles»”.
Por lo general, se acusa a los poderosos, económicamente hablando, por ser los promotores del liberalismo. Sin embargo, quienes llegan a un lugar dominante, poco les interesa la competencia y el riesgo, adoptando una postura conservadora. Apoyan la economía de mercado por cuanto con ella no corren riesgo sus bienes. Son los jóvenes emprendedores los que adhieren a la libertad económica en oposición a la tendencia confiscadora estatal apoyada por las tendencias socialistas. Ludwig von Mises escribió:
“El odio al capitalismo no brotó de las masas trabajadoras; provino…de los aristocráticos círculos latifundistas de las islas británicas y del continente. Les molestaba a estos privilegiados el que los superiores salarios pagados por los nuevos industriales les obligara a ellos, a los nobles señores terratenientes, a incrementar la soldada de sus servidores agrarios. La hacendada aristocrática centró por eso su crítica en la baja condición de vida de los obreros fabriles”.
“El nivel de subsistencia de tales trabajadores, evidentemente, desde nuestro actual punto de vista, era extremadamente pobre. Vivian aquellas gentes, sin lugar a dudas, muy mal, pero lo que importa es destacar que tal indigencia en modo alguno era consecuencia del incipiente industrialismo capitalista. La verdad es que esos contratados obreros de las nuevas fábricas llevaban soportando ya, desde siempre, condiciones de vida verdaderamente infrahumanas” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).
El individualismo contempla el pleno desarrollo de todas las potencialidades personales; quien no tiene aptitudes sobresalientes, sabe al menos que una sociedad logrará los mejores resultados permitiendo el trabajo y la creatividad individual, mientras que limitándolos o prohibiéndolos, el perjuicio será general, excepto para los envidiosos que se sentirán “marginados” y anhelarán alguna forma de colectivismo. Mientras que el individualismo propone que todos los individuos den lo máximo de sí, el colectivismo propone que se logre la “igualdad” con el alto precio de que los más capaces trabajen “a media máquina”. De ahí que las discusiones políticas son, muchas veces, discusiones morales, por cuanto ciertas posturas, revestidas de “nobles ideales”, en realidad encubren bajas pasiones y un odio intenso que debe ser disfrazado de alguna manera. Oswald von Nell-Breuning escribió:
“Lo que el individualismo se propone poner a salvo en el individuo es … el pleno desarrollo de sus aptitudes y capacidades por la libre acción de sus fuerzas, por consiguiente, en esencia, su libertad. Cuando el liberalismo eleva la libertad al rango de valor supremo, lo que considera en realidad es la libertad del individuo, que él quiere asegurar contra cualquier opresión de la colectividad dándole rienda suelta” (De “Individualismo”-Editorial Jus-México 1962).
Tanto la economía como la política son inseparables de la moral, por cuanto las decisiones a tomar en cada uno de esos ámbitos son, por lo general, susceptibles de una valoración ética. Si tenemos en cuenta, además, que nuestras decisiones son sustentadas por nuestras actitudes personales, estas tendencias están necesariamente orientadas bajo alguna de las tendencias principales de cooperación, competencia o negligencia. Tanto las mejoras políticas como económicas, buscadas con carácter permanente, deben comenzar con una definida orientación ética que provendrá de la religión, de las ciencias sociales, o de ambas. Los relativismos moral, cognitivo y cultural, vigentes en la actualidad, poca ayuda podrán ofrecer para el logro del cambio favorable tan esperado.
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