Con el socialismo democrático, o socialdemocracia, se busca alcanzar el socialismo por medios pacíficos, a diferencia del socialismo revolucionario, o marxismo-leninismo, que lo busca mediante la violencia. De ahí que sea un movimiento semi-democrático, o semi-totalitario, ya que es democrático en lo político pero totalitario en lo económico. La diferencia esencial, en lo económico, radica en que, mientras que el marxismo-leninismo proponía la expropiación estatal de los medios de producción, el socialismo democrático propone la expropiación parcial de las ganancias logradas por tales medios. Álvaro C. Alsogaray escribió:
“Los social-demócratas son liberales en política y totalitarios en economía. En este último campo no pretenden imponer una planificación central completa y compulsiva sino que prefieren manejarse a través del estatismo, del dirigismo y del intervencionismo. Generalmente también están imbuidos de una buena dosis de nacionalismo y paternalismo. A esta escuela pertenecen los socialismos democráticos y la mayor parte de los viejos radicalismos y progresismos. Las democracias cristianas y el Social-cristianismo pueden también ser incluidos en este grupo aunque sus adherentes, arrastrados por el prejuicio antiliberal, no pretenden ser liberales ni siquiera en política. En síntesis, los social-demócratas, cualquiera que sea la variante a que pertenecen, son más o menos liberales en política y verdaderos socialistas en economía” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1968).
Como todo socialista, al orientarse por la ideología marxista, el socialdemócrata supone que todas las acciones humanas dependen enteramente de las relaciones de producción. De ahí que se culpe al “sistema” por los errores personales que afectan a las sociedades “capitalistas”. Si existe un deterioro social, cultural o ético, no se lo tratará de solucionar mediante la educación, la religión o las ciencias sociales, sino a través de la economía aboliendo el proceso del mercado, o bien distorsionándolo severamente al intentar separar la producción de la distribución. Gerardo Bongiovanni escribió: “Separar la producción de la distribución es imposible, ya que se trata del mismo proceso. La redistribución genera mala inversión de recursos, lo que a su vez hace que se consuma capital, resultando de este proceso menores ingresos y salarios. De esta forma, cuando el Estado interviene en la economía, redistribuyendo coactivamente, termina generando un efecto inverso al buscado, perjudicando en especial a los más desposeídos” (Del Prólogo de “Socialismo de Mercado” de Alberto Benegas Lynch (h)-Ameghino Editora SA-Rosario 1997).
Consideremos dos escenarios económicos posibles; en el primero el Estado exige un aporte obligatorio de impuestos del orden del 10% de los beneficios empresariales. En el segundo, establece una confiscación del orden del 70% de los beneficios. Desde el punto de vista de la recaudación lograda por el Estado, puede observarse que, si la tasa de impuestos fuese del 0%, no recauda nada, lo mismo ocurre cuando la tasa es del 100% por cuanto nadie ha de producir para que le confisquen la totalidad de sus ganancias. El máximo de recaudación se produce a una tasa cercana al 50%.
Desde el punto de vista de la producción, ocurrirá lo siguiente:
Con impuestos bajos:
1- El empresario tiende a elevar la producción
2- Al obtener mayores ganancias, tiende a elevar la inversión
3- Al elevarse la inversión, aumentan los puestos de trabajo y los salarios
4- Existe un incentivo hacia la creación de nuevas empresas
Con impuestos altos:
1- El empresario tiende a mantener o reducir la producción
2- Al obtener menores ganancias, tiende a reducir la inversión
3- Al reducirse la inversión, se mantienen o se reducen los puestos de trabajo y el salario
4- Existe desaliento hacia la creación de nuevas empresas y aumenta la informalidad
Por lo general, el Estado es ineficiente en la administración de lo que recauda, por lo que los sistemas socialdemócratas, con el Estado de Bienestar, no logran mejorar las cosas. Sin embargo, es posible que los impuestos altos, bien administrados, en países con poca corrupción, permitan lograr resultados aceptables.
Los sistemas redistributivos tienden a desalentar la producción y a promover la vagancia. Como no buscan erradicar la pobreza, sino la desigualdad económica, otorgan planes sociales universales que llegan tanto al necesitado como al que no los necesita, por lo que se advierte una pobre administración de los recursos. Con bajos impuestos, por el contrario, la distribución se realiza a través del trabajo productivo promoviendo la laboriosidad de la población.
Cuando un hombre carece de seguridad social, tiende a desarrollar al máximo sus respuestas psicológicas de supervivencia, entre las que se cuentan las aptitudes laborales. Por el contrario, cuando el Estado le otorga bastante seguridad social, verá inhibidas parcialmente tales aptitudes. Muchas personas logran orientarse exitosamente debido al impulso de sus necesidades imperantes, mientras que otros quedarán relegados de por vida ante la espera de la ayuda social que incluso los lleva a evadir el trabajo por cualquier medio. Mientras que la economía de mercado favorece la potenciación del capital humano, el socialismo lo deteriora. Este inconveniente motivó el siguiente comentario de Howard Glennerster:
“En un informe elevado al Ministerio de Economía de Suecia, en 1995, un grupo independiente al que se le encomendó llevar a cabo una revisión del sistema de seguridad social sueco, llegó a la siguiente conclusión: «Una de esas fundamentales reglas del juego consiste en que trabajar debe traer aparejado un beneficio. Para proteger la credibilidad del sistema de seguridad social, es indispensable que existan diferencias de ingreso claras entre quienes trabajan, quienes están desempleados pero en condiciones de trabajar, y quienes han salido del mercado laboral antes de la edad jubilatoria normal»” (En “Presente y futuro del Estado de Bienestar”-SIEMPRO-Buenos Aires 2001).
Aunque el extremo del igualitarismo se ha logrado en la Argentina cuando al delincuente encarcelado se le otorgan beneficios sociales familiares cuyos montos poco difieren de los recibidos por el trabajador en actividad. De ahí que no deba extrañar que nuestro país lidere las estadísticas latinoamericanas de robos por cada 100.000 habitantes superando a su inmediato seguidor (Brasil) casi por el doble de robos. La levedad de las penas es otro aspecto de la tendencia hacia el igualitarismo con el consiguiente aumento de robos seguidos de asesinato.
Es necesario aclarar que la economía de mercado es un método eficaz para responder a las demandas establecidas por el consumidor, pero no es un sistema milagroso ni infalible, especialmente cuando no se cumplen con los requisitos básicos que aseguran el libre desarrollo del mercado. Si sus componentes básicos son el trabajo, la inversión, el libre intercambio y la innovación, nunca podrá lograr buenos resultados en una población en la que un gran sector no quiere trabajar, y mucho menos aspira a ser empresario, sino que busca lograr un empleo público en donde la principal dificultad sea la de cumplir el horario que la jornada le impone.
La desigualdad económica posterior, que se produce entre la minoría empresarial y el resto, es una consecuencia necesaria de la poca predisposición de la población a integrarse a esa minoría. Luego, el socialista culpará al empresariado de crear “desigualdad social” proponiendo la confiscación de sus ganancias, o de sus empresas, para que reine la “igualdad”. Si se logra realizar tal confiscación, la antigua minoría empresarial será reemplazada por una minoría privilegiada de políticos a cargo del Estado, aumentado la desigualdad económica y el deterioro social de la población.
El fundamento de todo socialismo es la discriminación social, ya que se considera que todo empresario es un explotador, desalmado, egoísta, etc., mientras que, por el contrario, se supone que el socialista es un ser pleno de virtudes, que muestra su superioridad ética repartiendo lo que otros han producido, aunque casi nunca ha de repartir lo suyo propio ni ha de producir ningún bien. Por el contrario, entre los estudios realizados respecto de los millonarios, en los EEUU al menos, se destaca que se caracterizan por ser personas que hacen muy pocos gastos superfluos, que viven sencillamente y que gran parte de lo que ganan lo invierten productivamente. No existe una “ley sociológica” que muestre la inferioridad ética del empresario, ni tampoco su superioridad, por lo que la discriminación desde el sector socialista es algo reprobable desde el punto de vista de la ética elemental.
La mentira promueve la difamación; la difamación favorece el odio colectivo y el odio colectivo lleva a la violencia. De ahí que, estrictamente hablando, no existe una vía pacifica hacia el socialismo. Incluso los socialistas que llegan al poder mediante elecciones están a un paso de convertir al Estado democrático en totalitario, en todos los aspectos, como ocurre en la Venezuela chavista o como pretendió hacerlo el kirchnerismo en la Argentina.
El odio colectivo, que fractura a los pueblos, se orienta también hacia otros países, como los EEUU, ya que se supone que allí son todos “capitalistas” y que ninguno de ellos promueve la socialdemocracia. En realidad, existe un importante sector de la población que apoya tal orientación de la política y la economía, siendo los republicanos favorables al mercado y los demócratas a la socialdemocracia.
El proceso del mercado promueve y favorece la cooperación social a través de intercambios que benefician a ambas partes intervinientes, mientras que el socialismo espera que en el hombre predomine el altruismo, es decir, que los que más trabajan y producen lo sigan haciendo con voluntad y placer para compensar el trabajo deficitario de quienes eluden sus responsabilidades. Mientras que la actitud cooperativa surge de la empatía, por la cual compartimos las penas y las alegrías de los demás, el altruismo surge de la ausencia de empatía, ya que promueve en el individuo realizar cierto sacrificio personal en beneficio de alguien de quien no comparte ni pena ni alegría. Con el tiempo, el sistema compatible con las actitudes naturales del hombre prevalecerá sobre el sistema que requiere actitudes poco naturales. “Quien de joven no es socialista, no tiene corazón. Quien de adulto no es capitalista, no tiene cerebro” (Atribuido a Fernando Cardoso).
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