Las diversas posturas religiosas y filosóficas se asemejan o difieren, entre otros aspectos, por la forma de considerar la posibilidad de elección, o no, de alternativas futuras por parte de todo individuo. Francisco Letizia escribió: “La libertad ha sido negada por los filósofos fatalistas y deterministas en sus variadas formas y también por muchos cristianos, como los luteranos y calvinistas, pero la mayor parte de los filósofos y teólogos la han defendido siempre con extraordinaria firmeza. En realidad, la simple razón natural puede demostrar, con toda evidencia, la existencia de la libertad por el simple testimonio de la propia conciencia, por el consentimiento de todos los pueblos y por la naturaleza intelectual del hombre” (De “Problemática Filosófica Agustiniana”-UNC-Facultad de Ciencias Económicas-Mendoza 1984).
Para valorar el grado de veracidad de las diversas descripciones parciales de nuestro universo, debemos tomar a la propia realidad como referencia. Ello implica considerar la “mejor descripción” para comparar las restantes, calificando como “la mejor” a la establecida por la ciencia experimental, que ha de ser la más cercana a la realidad debido, entre otros aspectos, a su carácter experimental.
En cuanto a la visión que nos brinda la ciencia actual, puede decirse que supone que todo lo existente está sometido a leyes naturales invariables, siendo la ley natural el vínculo existente entre causas y efectos. Así, el vacío interestelar, que es muy distinto de la nada, y que puede trasmitir ondas electromagnéticas en forma de luz visible, además de otras radiaciones, presenta una relación típica entre la magnitud eléctrica, asociada a tales ondas, y la magnitud magnética, de unos 377 ohmios.
Respecto de la forma en que los acontecimientos humanos se vinculan en el tiempo, hay quienes estiman que “todo está escrito” por un Dios que ha determinado el destino de cada ser humano y que se ha de cumplir en forma independiente a las acciones y decisiones que adopte. Este es el fatalismo, palabra que proviene del latín “fatum” y que se traduce como “lo que está escrito”.
Nuestro propio cerebro funciona en base a un intercambio de información, entre sus distintos sectores, que está codificada eléctricamente. Recibe información desde los distintos sentidos, a través de varios “sensores” ubicados en todo el cuerpo, tomando las decisiones correspondientes a la finalidad inmediata, orientada, por lo general, a asegurar nuestra supervivencia. También puede efectuar un procesamiento de la información grabada en la memoria para disponer de modelos mentales que tienden a reproducir al mundo real. De ahí que podamos decir que estamos regidos por leyes naturales al igual que todo lo demás, aunque la forma y los atributos de esas leyes sean distintos en cada caso. Mario Bunge escribió: “La más importante conclusión (del antedicho examen) es que el principio de causalidad no constituye ni una panacea ni una superstición: que la ley de causación es una hipótesis filosófica que se utiliza en la ciencia y que tiene validez aproximada en ciertos terrenos, donde compite con otros principios de determinación”.
En cuanto a la predestinación, o fatalismo, tendemos a dudar de su existencia por cuanto, si todo va a suceder según la voluntad del Creador, no habría necesidad de disponer de un cerebro tan complejo. Además, tal creencia promueve la negligencia ya que, si los resultados de nuestras elecciones cotidianas van a tener un mismo final, cualquiera sean ellas, entonces convendría elegir siempre la que requiere el menor esfuerzo. El citado autor agrega:
“En realidad el determinismo fatalista es en cierto sentido precisamente lo opuesto al determinismo científico, y es en particular incompatible con el determinismo causal. Concretamente, el fatalismo es una doctrina teológica o por lo menos supernaturalista que afirma la existencia de un Destino incognoscible e ineluctable; mientras que el determinismo causal pretende ser una teoría racional que brinda los medios de conocer, predecir y modificar, en consecuencia, el curso de los sucesos. La palabra «fatalismo» designa la clase de doctrinas subordinadas a alguna creencia no naturalista, según las cuales un poder trascendente, extraterreno, impredecible e inmaterial produce todos los acontecimientos o la mayoría de ellos. No hay fatalismo sin un factum o destino, y éste es cualquier cosa menos el llamado imperio ciego de la ley, considerada como norma inmanente del ser y el devenir”.
“Para los fatalistas, los sucesos ocurren con independencia de las circunstancias: como lo preestablecido debe acontecer, nada evitará que acontezca, nada podrá interponerse en la consumación de una necesidad exterior inquebrantable –el fatum- que produce o dirige el curso de los acontecimientos. O sea que para el fatalismo, igual que para el accidentalismo, los sucesos son incondicionales, y el futuro es tan inmutable como el pasado” (De “Causalidad”-EUDEBA-Buenos Aires 1978).
Entre los ejemplos más importantes de fatalismo, debido a su masiva influencia, pueden mencionarse las prédicas de Mahoma, o las de Jean Calvin (Calvino), quien sostenía que aquellos que estaban predestinados a la salvación son los que también tendrían éxito “en este mundo”, promoviendo de esa forma la búsqueda, entre otros, del éxito económico. R. H. Tawney escribió al respecto:
“«No sólo anticipó Dios –escribió Calvino- la caída del primer hombre…, sino que lo dispuso todo por la determinación de su propia voluntad». Escogió ciertos individuos como elegidos suyos, los predestinó a la salvación por toda la eternidad, por «su gratuita merced, sin la menor consideración hacia los méritos humanos»; el resto ha sido relegado a la condenación eterna «por juicio justo e irreprensible, pero incomprensible». Es pues, la salvación obra de un Poder objetivo, y nunca del hombre mismo, que nada puede hacer por ella”. “No son necesarias las buenas obras para la salvación, pero son indispensables como una prueba de que se ha logrado la salvación. La paradoja central de la ética religiosa –la afirmación de que sólo reciben el coraje necesario para transformar el mundo aquellos que están ya convencidos, en un sentido elevado, de que así lo ha dispuesto, por el bien de todos, una Providencia de la cual sólo son ellos humildes instrumentos –halla en esto una ejemplarización especial” (De “La religión en el origen del capitalismo”-Editorial Dedalo-Buenos Aires 1959).
Un fatalismo (o determinismo económico) muy influyente, ha sido el marxismo, por cuanto Marx tuvo la habilidad de convencer a sus seguidores de que el sistema económico imperante es el que produce el comportamiento y las ideas dominantes en una sociedad y que, por ello, el injusto capitalismo habría de ser reemplazado en forma inevitable por el socialismo. De ahí que la acción revolucionaria de sus seguidores no habría de ser tan necesaria, excepto para “adelantar los dolores de parto”, favoreciendo el advenimiento del socialismo. Karl Marx escribió: “El modo de producción de la vida material determina, de una manera general, el proceso social, político e intelectual de la vida. No es la conciencia del hombre la que determina su existencia, sino su existencia la que determina su conciencia” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).
El determinismo impuesto por las leyes naturales produce efectos similares, en la materia inanimada, a los que produciría un “fatalismo” material. Podemos suponer que una piedra, que ha estado en un mismo lugar desde hace miles de años, permanecerá en la misma posición durante un tiempo similar. En el caso de los seres vivientes, las cosas son bastante distintas, especialmente en el hombre, capaz de conocer intuitivamente varias leyes de la naturaleza.
Cada hombre hereda cierta información genética, producto de la evolución biológica, y también hereda cierta información cultural, producto de la evolución cultural de la humanidad. De ahí que, en cierta forma, pueda decirse que venimos determinados por nuestro pasado. Sin embargo, debido al conocimiento heredado y al adquirido, podemos decidir el curso de los acontecimientos a cada instante, por cuanto elegimos las condiciones iniciales en cada secuencia de causas y efectos. De ahí que el libre albedrío estaría materializado por el conocimiento de las leyes naturales y por la elección de las condiciones iniciales. Así, evitamos quedar en el borde de un precipicio por cuanto conocemos intuitivamente la ley de la gravedad, siendo la forma en que nos “adaptamos” a dicha ley de la naturaleza.
Alguien podría argumentar que esta decisión de alejarnos del precipicio podría venir determinada desde tiempos remotos, a lo que podemos agregar que esta decisión, como cualquier otra, también vendría determinada desde el pasado, ya que todas las acciones que realicemos son legales de la misma manera en que todas las partidas de ajedrez jugadas por los grandes maestros respetan las reglas de dicho juego. Todas las acciones humanas posibles son “legales” y, por lo tanto, determinadas por el pasado, por lo que la libertad de elección resulta ser algo distinto al determinismo. El libre albedrío implica el conjunto de decisiones que permiten elegir entre diversas alternativas posibles, orientadas por algún criterio particular, como es el caso de la supervivencia, o la tendencia a la adaptación al orden natural, que son conceptos similares.
Si tuviésemos que graficar los estados por los que se desarrolla la vida de un hipotético hombre conducido por alguna forma de fatalismo, obtendríamos una línea continua, mientras que el presente implica un punto cuya trayectoria futura ya viene señalada por dicha línea. En cambio, los estados por los que pasa la vida de un hombre bajo el determinismo causal podrían representarse por una línea continua que va desde el pasado hasta un punto que indica el presente. A partir de ese punto surge un abanico de posibilidades por cuanto una causa, o un estado, pueden ser seguidos de varios efectos. Como no existe en este caso fatalismo alguno, sólo queda la posibilidad de que sea el hombre el que elija una de esas alternativas posibles.
El estado del presente implica un amplio campo de posibilidades de realización del futuro inmediato de la misma forma en que las partículas subatómicas llevan implícita ciertas posibilidades bajo distintas probabilidades de ocurrencia. Cuando se detecta experimentalmente una de esas alternativas, se habla del “colapso de la función de onda” por cuanto las probabilidades se transforman en certeza. En el caso del hombre ocurre algo similar, ya que es un ser inteligente dotado de potencialidades que desaparecen una vez que se ha realizado una elección concreta, o se ha tomado una decisión.
Al final de la vida de ambos, del afectado de fatalismo y del conducido causalmente, se observarán dos líneas continuas con un final. Por otra parte, cuando en cada estado del presente se abre un abanico de posibilidades, se observa que los jóvenes disponen de uno más amplio que el dispuesto por parte de los ancianos, por cuanto, para éstos, en forma natural decrecen las capacidades y el ánimo emprendedor.
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