Una forma extrema de relativismo moral, cognitivo y cultural es el establecido por la izquierda política, ya que, para sus adherentes, existe un terrorismo bueno y uno malo, un imperialismo bueno y uno malo, una concentración económica buena y una mala, y así sucesivamente con todo. El aspecto "bueno" es el que favorece el advenimiento del socialismo, en forma independiente de los efectos que produzca toda posible acción; el aspecto "malo" estará asociado al sistema capitalista y a todos sus adherentes. Además, promueven una difamación permanente del capitalismo observando defectos en donde no los hay. De hay aquella expresión desde la postura liberal: "Mientras ustedes sigan mintiendo sobre nosotros, nosotros seguiremos diciendo la verdad acerca de ustedes".
Respecto de la "invasión cultural" también los izquierdistas adoptan el mismo relativismo, ya que ellos pueden reemplazar, en la educación pública, los contenidos que provienen de la ciencia experimental imponiendo contenidos ideológicos de validez sectorial, como es el caso del marxismo-leninismo. En respuesta a Régis Debray, Mario Vargas Llosa escribe acerca de la "invasión cultural imperialista" (escrito en 1993):
"A su juicio, hay -¡una vez más!- una conspiración de Estados Unidos, «el poder imperial», para convertir el planeta en un «supermercado» en el que las «culturas minoritarias», acosadas por la Coca Cola y los yuppies y privadas de medios de expresión, no tendrían otra salida que el integrismo religioso. Y, por lo visto, no han sido varias décadas de planificación económica, controles, colectivismo y estatismo socialistas lo que explica la crisis de Europa del Este sino «el capitalismo texano de importación», culpable de que hayan cerrado los «teatros, estudios y editoriales» de esos países".
"Ésta es una ficción, caro Régis, que puede divertir a la galería, pero que falsea la realidad. Los grandes conglomerados norteamericanos, de la IBM a la General Motors, se ven cada vez en peores aprietos para hacer frente a la competencia de empresas de diversos países del mundo (algunos tan pequeños como Chile, Japón o Taiwan), capaces de producir desde ordenadores hasta automóviles a mejores precios que aquellos colosos, y que, gracias a la libertad de mercado, son preferidos a los de éstos por gentes del mundo entero (incluidos los estadounidenses)".
"Esta libertad no es buena porque perjudique a las grandes empresas, sino porque favorece a los consumidores, quienes, guiados por su propio interés, deciden qué industrias les sirven mejor. Gracias a este sistema, muchos de esos países «colonizados» que te preocupan están dejando de serlo a pasos rápidos y ésta es, desde mi punto de vista, una razón principal para preferir el mercado libre y la internacionalización al régimen de controles e intervencionismo estatal que tú defiendes para los productos culturales".
"Acabo de pasar un año enseñando em Harvard y en Princeton, y si esas dos universidades dan la medida de lo que ocurre en los centros académicos de Estados Unidos, el «imperialismo» que los devasta es el francés, pues Lacan, Foucault y Derrida ejercen aún en las humanidades (cuando en Francia su hegemonía decae) una influencia abrumadora (a ti te estudian, también).¿No pondrían tú y tus amigos defensores de la «excepción cultural» el grito en el cielo si un grupo de profesores norteamericanos pidiera la imposición de cuotas de libros obligatorios de pensadores nativos en las universidades de su país como defensa contra esa «agresión» intelectual francesa que amenaza con arrebatar a Estados Unidos su «identidad cultural»?".
"Según tu artículo, en el caso de los productos audiovisuales no se ejerce la libre elección del consumidor, porque son los intermediarios -los distribuidores- quienes «imponen» el producto al mercado. El papel de los intermediarios es central, en efecto -son los profesores, no los estudiantes, los que prefieren a Lacan, Foucault y Derrida- pero lo de la «imposición» es inexacto, si el mercado se mantiene abierto a la competencia, y los lectores -o los oyentes, espectadores o televidentes- pueden ir indicando, mediante su aceptación o su rechazo, lo que prefieren ver, oír y leer. Cuando funciona libremente, el mercado permite, por ejemplo, que películas producidas en «la periferia» se abran camino de pronto desde allí hasta millares de salas de exhibición en todo el mundo, como les ha ocurrido a Como agua para chocolate o El Mariachi".
"Esto no es el resultado de una conspiración de Estados Unidos para colonizar con «la idiotez imperial» al resto del mundo, caro Régis, sino -quien lo hubiera dicho- de la democratización de la cultura que han hecho posible, a una escala jamás prevista, los medios audiovisuales. Inventarse el fantasma de las multinacionales de Hollywood corruptoras de la sensibilidad francesa -o europea- para explicar que el gran público prefiera los culebrones o los reality shows a los programas de calidad es jugar al avestruz. No es verdad. La verdad es que la «alta cultura» está fuera del alcance del ciudadano medio, tanto en Estados Unidos como en Europa o en los países del Tercer Mundo, y ésta es una verdad que ha hecho patente la libertad de mercado, allí donde ha podido funcionar sin demasiadas cortapisas. Éste es un problema de la cultura, no del mercado".
"Tu receta para curar semejante mal es suprimir la libertad y reemplazarla por el despotismo ilustrado. Es decir, por un Estado intervencionista a quien corresponderá determinar, en nombre de la Cultura con mayúsculas, un 60% de los programas televisivos que verán los franceses...Eso es llamar al doctor Guillotín a que venga con su máquina infernal a curar las neuralgias del paciente".
"Reemplazar el mercado por la burocracia del Estado para regular la vida cultural de un país, aunque sea sólo en parte, como tú propones, no garantiza que, a la hora del reparto de las prebendas y los privilegios -es lo que son las subvenciones- los favorecidos sean los más originales y los mejor dotados, y los mediocres los desechados. Hay pruebas inconmensurables de que, más bien, sucede al revés. Totalitario, autoritario o democrático, el Estado tiende irresistiblemente a subsidiar no el talento, sino la sumisión, y los valores seguros en vez de los posibles o en ciernes".
"Esta libertad, sin la cual la cultura se degrada y esfuma, está mejor garantizada con el mercado y el internacionalismo que con el despotismo ilustrado y el nacionalismo económico, las dos fieras agazapadas detrás de las patrióticas banderas de «la excepción cultural», por más que no todos los que las agitan lo adviertan"
"Uno de aquellos ideales de nuestra juventud, el desvanecimiento de las fronteras, la integración de los pueblos del mundo dentro de un sistema de intercambios que beneficien a todos y, sobre todo, a los países que necesitan con urgencia salir del subdesarrollo y de la pobreza, es hoy en día una realidad en marcha. Pero, en contra de lo que tú y yo creíamos, no ha sido la revolución socialista la que ha llevado a cabo esta internacionalización de la vida, sino sus bestias negras: el capitalismo y el mercado".
"Esto es lo mejor que ha ocurrido en la historia moderna, porque echa las bases de una nueva civilización a escala planetaria organizada en torno a la democracia política, el predominio de la sociedad civil, la libertad económica y los derechos humanos. El proceso está apenas en sus comienzos y se halla amenazado desde todos los flancos por quienes, esgrimiendo distintas razones y espantajos, tratan de atajarlo o destruirlo en nombre de una doctrina de muchos tentáculos que parecía semiextinguida y que ahora reaparece, reaclimatada a las circunstancias: el nacionalismo".
"¿Por qué, si se acepta el principio de la «excepción cultural» para las películas y los programas televisivos, no se adoptaría también para los discos, los libros, los espectáculos? ¿Por qué no poner también cuotas estrictas para el consumo de las mercancías extranjeras de cualquier índole? ¿No son manifestaciones de una cultura los productos gastronómicos, el atuendo, los usos tradicionales en lo relativo al transporte, al esparcimiento, al trabajo? Una vez admitido el principio de una «excepción cultural», no hay producto industrial exento de argumentos válidos para exigir idéntico privilegio, y con razón. Este camino no conduce a la salvaguarda de la cultura, sino a poner un país, atados de pies y manos, a merced del estatismo. Es decir, a una merma de su libertad".
(Extractos de "Desafíos a la libertad"-Alfaguara SA de Ediciones-Buenos Aires 2009)
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1 comentario:
Que la alta cultura esté fuera del alcance del ciudadano medio en todo el mundo no es un problema del mercado ni de la cultura, es un problema de la política, concretamente de la educativa. De la falta de competencia en el ámbito gerencial y de la intromisión directa de la propaganda en el currículum educativo.
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