Entre las razones del éxito electoral de los políticos populistas, se encuentra la valoración de acciones que benefician en forma evidente a alguien, pero, simultáneamente, perjudican a otros en forma mucho menos evidente, al menos para los que razonan con muy poca profundidad.
A manera de ejemplo ilustrativo puede mencionarse el caso de un banco que paga los haberes mensuales a jubilados y pensionados. Ante la disponibilidad de números para ser atendidos, es muy común que algunas personas saquen varios de ellos. De esa manera, tienen la posibilidad de hacer "la obra de bien cotidiana" entregando alguno de esos números a los que llegan al banco más tarde. De ahí que, por cada beneficiado, que tiene que esperar menos tiempo de lo debido, habrá varios perjudicados por tener que esperar que atiendan antes que a ellos a personas que llegaron después.
Supongamos que alguien llega al banco en décimo lugar y que, entre los nueve que le anteceden, sacan indebidamente unos 20 números para repartir luego. De esa manera, el que llega en décimo lugar no tendrá que esperar que atiendan a nueve personas, sino a unas 29. El banco tuvo que poner un empleado para que entregara de a un solo número por persona para evitar tal perversa costumbre, considerada como una manifestación de "cooperación social" por las personas con reducida capacidad de razonamiento.
Esta mentalidad puede advertirse en otras ocasiones, especialmente en el caso de las reparticiones del Estado. Así, es muy común que un jerarca político, a cargo de una municipalidad, ofrezca puestos de trabajo (generalmente innecesarios) a amigos, conocidos y partidarios. De esa manera se benefician varias personas, aunque gran parte de los impuestos municipales se utilizarán para cubrir los sueldos de tales pseudotrabajadores. Con el tiempo, la enorme cantidad de empleados absorbe la mayor parte de los ingresos municipales impidiendo la realización de nuevas obras y mantenimiento de las existentes. Se recurre entonces al aumento de los impuestos, con un perjuicio para la mayoría de los ciudadanos.
Cuando se hace algo parecido con las pensiones y jubilaciones, otorgándolas sin aportes previos, se benefician quienes las reciben, pero, cuando se trata de millones de tales jubilaciones, quedando los ingresos del Estado sin crecer demasiado, la distribución monetaria se reduce drásticamente perjudicando severamente a quienes aportaron durante varios años para tener una jubilación adecuada.
Los políticos populistas gozan de bastante popularidad y la mayoría de los habitantes "reconoce" sus tareas redistributivas por cuanto tan sólo advierten los beneficios de algunos mientras ignoran los perjuicios de muchos. Tal mentalidad nos ha conducido a una crisis muy severa. A pesar de tal situación, es fácil advertir que son muy pocos los que denuncian tal situación. Para colmo, se elogia la distribución estatal de planes sociales sin contraprestación laboral, considerando a los políticos populistas como personas con gran "sensibilidad social". Quienes advertimos los efectos en el mediano y el largo plazo, somos calificados de insensibles, egoístas y perversos, mientras el aumento de la pobreza sigue su marcha ascendente.
El destinatario del mensaje populista es el hombre-masa. Así, este individuo es el que se proyecta en el espacio y en el tiempo en forma limitada. Olvida el pasado muy pronto y vislumbra un futuro apenas un poco más allá del presente. Para él no existe el mediano ni el largo plazo, que tampoco es tenido en cuenta por el líder populista. Ignora todo lo que sucede en el mundo por cuanto sólo se preocupa por su propio bienestar. Chantal Delsol escribió: “El término «populismo» es, en primer lugar, un insulto: hoy en día hace mención a aquellos partidos o movimientos políticos que se considera que están compuestos por gente idiota, imbécil o incluso tarada. De tal modo que si detrás de ellos hubiera un programa o unas ideas, serían por tanto unas ideas idiotas, o un programa idiota. Hablamos de idiota en su doble acepción: moderna (un espíritu estúpido) y antigua (un espíritu engreído por sus propias particularidades). En la comprensión del fenómeno populista, una y otra acepción dialogan y se superponen de una manera característica” (De “Populismos”-Ariel-Buenos Aires 2015).
Cuando el Estado redistribuye recursos en forma altamente ineficiente, además de hacerlo en cantidad superior a los ingresos mediante impuestos, debe recurrir a préstamos y finalmente a la impresión monetaria, principal causa de la inflación.
La mentalidad populista no sólo domina la escena política, ya que en otros ámbitos se advierte de manera similar. James Neilson escribió: “Para los obreros….la inflación ha sido una tragedia sin atenuantes: los ha destrozado. Sin embargo, los dirigentes sindicalistas no han vacilado en oponerse con dureza a todo intento por extirparla. Para ellos la inflación es una inagotable fuente de poder: cuando se hace virulenta, su protagonismo está asegurado; siempre hay motivos para justificar un nuevo «plan de lucha»”.
El populismo se fue introduciendo en la sociedad argentina desplazando todo intento de retorno al camino hacia el desarrollo. El citado autor agrega: “Yrigoyen se dedicó a desprestigiar por completo al régimen «oligárquico» capitaneado por Julio A. Roca. Según él, era una tiranía vil y mendaz como las peores de la historia del género humano. Logró su propósito: los radicales siguen creyendo que «la oligarquía» era una casta singularmente despreciable”.
“El aporte de Yrigoyen al fracaso argentino fue notable. Su ejemplo contaminó a muchos dirigentes representativos de las generaciones siguientes, para quienes «el viejo» dejó sentado que la democracia era sinónimo de incapacidad defendida con sermones. Su retórica fatua, tan vaga como portentosa y atiborrada de apotegmas sentenciosos adorados por las nuevas clases medias, su moralismo sensiblero –desconectado por completo de lo que en efecto hicieron los radicales en el poder y empleado sobre todo para ocultar del público su desconcierto ante problemas espinosos-, todo contribuyó a potenciar las características más negativas de la política populista (”De “El fin de la quimera”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
El peronismo perfeccionó la mentalidad radical llegando a constituir un verdadero totalitarismo. A pesar de los desaciertos y la profunda decadencia nacional, sigue vigente en la mente de muchos argentinos.
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1 comentario:
Una corrección. Para el hombre-masa no existen el mediano o el largo plazo, pero para el dirigente populista sí: en ellos ha alcanzado el poder o se ha afianzado definitivamente en él. Eso sí, las circunstancias sociales o políticas de la gran mayoría de la población que acompañen a ese disfrute de su poder no tienen importancia para quienes dirigen el Estado.
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