Recientemente se produjo un intento de asesinato contra la vicepresidente de la Argentina, hecho que fue aprovechado políticamente por el gobierno para culpar, como instigadora ideológica, a toda la oposición. En realidad, tanto los políticos opositores, como los periodistas, según lo que puede observar el ciudadano común, se limitan a criticar los tremendos errores de la gestión del gobierno como así también describir la trágica situación de la población.
La primera reacción del presidente fue decretar un feriado nacional debido a tal intento fallido. En todo país con gente normal se verá tal decisión como una grave irresponsabilidad debido a que la severa crisis no aconseja parar toda la nación en adhesión a la vicepresidente. Incluso una legisladora peronista hizo una denuncia por "sedición" contra el gobernador de Mendoza por no acatar el decreto presidencial considerando inoportuno perder una jornada laboral.
Estas actitudes muestran en forma evidente que los peronistas sólo piensan en el poder y en su mantenimiento, sin apenas importarle lo que le sucede a la gente; algo que no constituye novedad alguna para quienes conocen algo de la historia de este país. Justamente, en épocas de Perón y Eva se actuó de una manera semejante ante una situación similar, si bien existen dudas sobre la autenticidad del caso. Al respecto, John Barnes escribió: "A primera hora del día 24 de septiembre de 1948, las emisoras de radio de la ciudad de Buenos Aires comenzaron a proclamar ruidosamente las noticias sobre una conspiración para asesinar a Evita y a su marido".
"El Jefe de la Policía Federal, don Arturo Bertollo dio el nombre del jefe de la conspiración, y fue algo difícil de creer, ya que era un auténtico descamisado: Cipriano Reyes, el jefe de la central sindical de los trabajadores de la industria de la carne. Tres años antes, en aquel memorable 17 de octubre, Reyes había dirigido a sus harapientos compañeros de trabajo que, formando una nutrida multitud, habían marchado hasta el centro de Buenos Aires y luego lograron que Perón fuera restaurado en el poder".
"Ahora, si lo dicho era verdad, Reyes, desilusionado y abiertamente en oposición al régimen, había planeado lanzar una bomba a Juan y Eva Perón en el momento en que ambos entraran al teatro Colón para una función de gala. Entre los acusados del complot se encontraba también un ex oficial de la Embajada norteamericana, John D. Griffiths, quien había sido expulsado del país en el mes de abril, alegándose que se encontraba implicado en actividades antiperonistas".
"La Policía no difundió ninguna otra explicación más profunda sobre esta desesperada aventura conspirativa. Pero unas pocas horas después de la conferencia de prensa, la ciudad estaba plagada de carteles con la denuncia de la conspiración. Camiones con megáfonos daban vueltas por las calles de Buenos Aires y anunciaban una huelga general de un día de duración para que los trabajadores pudieran demostrar su indignación. Hacia mediodía, la ciudad se encontraba totalmente paralizada".
"Las fábricas y las tiendas cerraron. Los trenes dejaron de funcionar, y para asegurarse el éxito de la huelga, el gobierno movilizó camiones para que trajeran a los trabajadores desde los barrios pobres, en las afueras de la ciudad, hasta el centro. En el brillante sol primaveral comenzaron a llegar como una corriente sin interrupción que llenaba la plaza de Mayo, muchos de ellos con carteles que condenaban la conspiración contra sus amados líderes. Múltiples horcas decoraban los árboles y los edificios (un significativo recordatorio de aquel amargo discurso pronunciado por Perón sólo dos semanas antes, discurso en el cual Perón había asegurado a sus enemigos que su voz no temblaría mientras ordenaba que fueran colgados)".
"La enorme multitud congregada en la plaza gritaba: «¡A la horca con Cipriano!». Pero luego, al avanzar la tarde, los cánticos cambiaron y las consignas que ahora entonaban eran mucho más familiares: «¡Perón, Perón!» y «¡Evita, Evita!».
Hubo un aullido que se prolongó más de diez minutos cuando finalmente el presidente y su esposa hicieron su aparición en el balcón acompañados del ministro del Interior, Ángel C. Borlenghi".
"Cuando la multitud cesó en sus gritos para que Perón comenzara a hablar, el presidente comenzó a recitar un emotivo y casi histérico ataque contra los «traidores del país» que se habían confabulado para matarle porque el «capitalismo internacional así lo deseaba». Su audiencia conocía de memoria el contenido de los discursos de Perón y comenzaron a gritar: «¡Son los yanquis, son los yanquis!». El presidente nada decía al respecto, pero atacó salvajemente a John D. Griffiths como «el espía internacional que había llegado libremente al país y contaba con la confianza de la nación, pero que había utilizado su posición diplomática para dedicarse al espionaje contra la República»".
"Parecía existir sólo una única explícación razonable para toda la cuestión: que tanto Eva como Juan Perón quisieran advertir a sus enemigos, sean quienes fueran, que ellos todavía podían congregar una potente masa de adeptos a la más leve voz de alarma" (De "Evita"-Editorial Thassália SA-Barcelona 1997).
En cuanto a Eva Perón, puede decirse que no se quedaba atrás en cuanto a las insinuaciones favorables a la violencia en contra de los enemigos, siendo enemigo todo aquel que no fuera peronista. En cierta ocasión aconseja al diputado Astorgano: "¡Oh!, usted no se verá en la necesidad de hablar demasiado. Pero lo que sí puede hacer es escuchar mucho. Y si lo que llega a escuchar es que alguien está hablando mal de mí, entonces lo que debe hacer es partirle la cabeza en dos" (De "Evita").
Al igual que Perón, Eva fue una sembradora de odio a nivel masivo. John Barnes agrega: "Nadie que hubiera conocido a Evita podía olvidarla. Milton Bracker, corresponsal del New York Times en Argentina, durante los años que ella estaba en el poder, la recordaba como una mujer con una increíble falta de humor, con una energía sorprendente, y de un rencor corrosivo, que además tenía una absoluta incapacidad para olvidar o para perdonar".
"Simplemente impresos, sus discursos no llegaban a transmitir el constante sentimiento de dignidad ofendida de su voz; la fusión de la tensión y la cólera tenía un efecto más profundo al oírla que en la mera lectura de sus palabras, y aquel calor casi místico y cargado de temor la hacían una figura altamente idolatrable y a la vez la más odiada mujer del mundo de su época".
"Su mal genio era notable. Un alto diplomático una vez oyó a Evita que gritaba en su presencia a un alto cargo del Gobierno argentino, el ministro de Economía: «¡Cierre la boca, Cereijo! ¡Cállese!» Y, sin embargo, podía hablar con un tono sumamente gentil y amoroso, por la radio, dirigiendo un mensaje de Nochebuena a sus «amados descamisados»".
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1 comentario:
También sobre el reciente incidente en el que se apuntó con una pistola a la vicepresidenta argentina se ciernen dudas fundadas.
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