Por Nicolás Kasanzew
Una victoria en la guerra con Ucrania bien puede no ser la meta de Putin. Ante lo irracional de sus acciones allí, vale recordar lo que Salvador Dalí escribió en 1944: "Hitler desató la Segunda Guerra Mundial no para ganarla, sino para perderla en forma heroica. Exactamente como en las operas de Wagner, el héroe debe tener un final lo más trágico posible". ¿Está pasando lo mismo en la cabeza de Putin?
Es que en Ucrania no sólo tiene lugar una guerra de rapiña y depredación, sino de chantaje nuclear, que en cualquier momento puede derivar en la realidad de una Tercera Guerra Mundial. Y lo que suma alarma ante esta posibilidad, es que existe hoy en las adyacencias del Kremlin una filosofía que justifica la destrucción de la humanidad, es decir un "ontocidio", la desaparición de la existencia.
La táctica de tierra arrasada a veces es puesta en práctica por ejércitos en retirada, para no darle al agresor la posibilidad de aprovechar los recursos conquistados. Pero incluso esa táctica se encuentra prohibida por las normas internacionales de conducción de la guerra. Y en este caso la pone en práctica un ejército atacante, que en forma maniacal asola el territorio de Ucrania, convirtiendo en ruinas ciudades enteras y masacrando a su población civil, casa por casa. Incluyendo a la población étnicamente rusa, que en grandes números habita en urbes como Mariupol o Jarkov.
Esto no sólo contradice al derecho internacional, sino al más básico pragmatismo militar. Hasta Alemania en la Segunda Guerra Mundial trataba de no destruir más que aquello que le servía para una victoria militar, para después ocupar esas tierras y tratar de sacarles provecho productivo.
¿Cómo esa filosofía suicida puede convenirle a Putin, hombre presa de una obsesión que no excluye la posibilidad de acabar con la humanidad?
Una de las respuestas anida probablemente en la astronómica riqueza del presidente de la Federación Rusa, sumada a su sensación de que todo le está permitido, después de 22 años de gobierno.
Cuando se ha acumulado tamaña riqueza -CNN la estima en 200 mil millones de dólares- nace la saciedad extrema y la tentación de ir más allá. Pasar de "tener" a "trascender", no importa de que manera. Este fenómeno el genial Dostoievsky lo reflejó en sus hiper-saciados personajes como Stavroguin o Svidrigailov, que terminan suicidándose. Existiría un límite en la acumulación de bienes terrenales, después del cual el antojo es atravesar la última raya, probarse al borde del abismo.
Y si llega a confirmarse que Putin padece una enfermedad terminal, está claro que no tendría nada que perder suicidándose con el resto de la humanidad.
La clave acá también radica en que el filósofo de cabecera de Putin, su mentor y monje negro es el fundador del Partido Eurasiano, Alexander Dugin. El gobernante ruso habla utilizando citas prácticamente textuales de sus trabajos, en los cuales se mezcla paganismo con cristianismo y neonazismo con leninismo. Dugin, quien viene pidiendo una invasión a Ucrania desde hace 20 años, también anduvo en el 2019 por la Argentina, donde sedujo a algunos nacionalistas católicos muy despistados. En esa oportunidad declaró que Perón "fue un genio, un profeta ontológico, sabía hacer filosofía y es el ejemplo a seguir por todos los jefes de Estado".
El Partido Eurasiano, creado por Dugin, propone la creación de un bloque estratégico compuesto por la Federación Rusa, los estados balcánicos y los países musulmanes, primordialmente Irán. También considera que las libertades individuales y los derechos humanos son meras abstracciones artificiales. En su bandera negra, la rosa de los vientos dorada de ocho flechas que tiene en el centro simboliza a "la estrella de oro de Gengis Khan en el cielo negro de Eurasia".
La intencionalidad del eurasianismo es desembozadamente perversa. Dugin proclama "la conquista escatológica del poder planetario. una conquista astuta y cruel". Y en una entrevista con el periódico Moskovski Komsomoletz ha dicho: "El armamento nuclear, ante determinadas circunstancias, si se trata de un choque de civilizaciones, es lícito que se convierta en un arma de ataque. Toda arma ha sido creada para ser disparada". Para Dugin, "quien no está con nosotros es Satanás".
El catecismo de la Unión Eurasiana de Jóvenes reza: "Somos los constructores de un imperio de nuevo tipo y no aceptaremos menos que el poder sobre todo el mundo. Por cuanto nosotros somos los señores de la Tierra, somos hijos y nietos de los señores de la Tierra. Se hincaban ante nosotros los pueblos y los países. Haremos que todo eso vuelva".
Estamos en presencia de un vulgar y barato, pero peligroso y agresivo movimiento nietzcheano. Desde el punto de vista de la filosofía, es simplemente un escupitajo a Occidente, nada substancial. Pero en el plano de las acciones prácticas, por cuanto esta retórica se recuesta en un enorme arsenal nuclear, hay que prestarle mucha atención.
Caída la Unión Soviética en 1991, el nuevo mandamás Boris Ieltsin propuso la creación de una nueva ideología para Rusia. La propuesta quedó en agua de borrajas. Su sucesor, Putin, al principio transmitió la impresión de no ser una persona ideologizada, sino más bien dedicada primordialmente a engordar su fortuna personal. Sin embargo, finalmente ha quedado claro que hizo suya la ideología del denominado nacional-bolchevismo que pregonan, además de Dugin, propagandistas como Alexandr Projanov y Zajar Prilepin: "Nuestra ideología nacional es la guerra".
Es probablemente que por todo esto, en un reciente informe, el Stockholm International Peace Research Institute haya alertado: "El riesgo de que ahora sean usadas armas nucleares es más alto que en el pico máximo de la Guerra Fría".
(De www.laprensa.com.ar)
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1 comentario:
No creo que haya nada de apocalíptico en el accionar guerrero de Putin. Desde su punto de vista debe tratarse de una acción preventiva ante la posibilidad de tener instalados misiles nucleares a cinco minutos de Moscú si Ucrania, previa entrada en la Unión Europea, se convierte en miembro de la OTAN. Un hecho consumado así pondría en duda el principio de destrucción mutua asegurada que ha permitido más de seis décadas de paz entre las grandes potencias nucleares.
Tampoco es creíble una actitud suicida en alguien que tiene hijos y una gran fortuna que probablemente les quiera repartir en herencia.
Por otra parte, Kasanzew entra en contradicción cuando afirma que la Alemania nazi trató de no destruir más que aquello que le servía para una victoria militar con la intención de posteriormente sacar provecho económico del resto, y a la vez hacer suyas las palabras de Dalí acerca de un supuestamente querido final trágico para sí de Hitler como motivo de su provocación de la II Guerra Mundial. El final nihilista sólo lo invocó cuando se sabía vencido y sin ninguna posibilidad de escapar a su destino.
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